lunes, octubre 31, 2011

Conferencia Dra. Inés Concha: VIDA COTIDIANA A TRAVÉS DE LOS SÍNODOS DIOCESANOS Y LAS VISITAS PASTORALES EN CHILE Y EL PERÚ (Resonancias de Santo Toribio en el siglo XIX)

(Foto de nuestra conferenciante y de los ponentes participantes en las Jornadas Peruano Chilenas de Historia del Derecho)





CONFERENCIA



HISTORIA DE LA IGLESIA EN AMÉRICA Y VIDA COTIDIANA A TRAVÉS DE LOS SÍNODOS DIOCESANOS Y LAS VISITAS PASTORALES EN CHILE Y EL PERÚ
(Resonancias de Santo Toribio en el Siglo XIX)


Dra. María Inés Concha Contreras

Catedrática de Historia de la Iglesia Contemporánea de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile)
Ex Directora del Instituto de Ciencias Religiosas

Miércoles 2 de noviembre
10 a.m.
AULA 2


Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
Calle Carlos Bondy 700
(Espalda Seminario Santo Toribio)




ENTRADA LIBRE

domingo, octubre 30, 2011

SANTO TORIBIO EN EL SEÑOR DE LOS MILAGROS



Señor de los Milagros
Este santuario fue levantado en memoria del prodigioso acontecimiento de 1651. En aquel entonces Lima vivió un fuerte terremoto; cayeron casi todos los edificios, tan sólo quedó enhiesto el muro en el que años atrás un afroperuano había pintado la imagen del Señor Jesús. El célebre decimista peruano Nicomedes Santa Cruz lo expresó de forma definitiva:
¿Qué pintor te puso en cruz
para que nunca te borres?
Cayeron las altas torres
Y quedó tu imagen sola
Pintada por ese angola
Que vio Fray Martín de Porres.
Desde entonces, todo ha ido creciendo en fervor. Sebastián de Antuñano, vizcaíno afincado en Perú, donó su terreno para levantar el actual templo y se consagró por entero al cuidado y propagación de su culto. Lo mismo hicieron Antonia de Maldonado y Josefa de la Providencia, pilares de las actuales Madres Carmelitas Nazarenas. Se habla de la procesión más larga de América, del símbolo emblemático de la identidad peruana  dentro y fuera de la patria, de expresión cultural afroperuana, cuaresma limeña, del gran misionero de Lima, aglutinante de los peruanos migrantes, de la mayor fuente de trabajo para los informales de octubre, del principal estandarte religioso de los mega eventos católicos.
Aquí también –en el templo- está una imagen de Santo Toribio, acompañado de los otros santos peruanos. En el Museo hemos encontrado un pequeño lienzo que les presentamos.

miércoles, octubre 26, 2011

EL P. TOMÁS MORALES y SANTO TORIBIO

EL P. TOMÁS MORALES y SANTO TORIBIO
(En el 103 aniversario de su nacimiento)
Nos llena de gozo saber tan cercano al Padre Morales al vincularlo con América, y en concreto con Perú. Además de tenerlo muy presente por su vida y su mensaje, queremos acercarlo por su evidente relación con el Nuevo Mundo. La tiene por su nacimiento en Venezuela, como por su interés por la obra de España en América, tanto de forma académica –sus lecturas- como vivencial –su celo misionero- concretado en el lema: “Santa María, bendice a la juventud de España, de América, del mundo. Más, más y más”, enriquecido con su amistad con obispos peruanos y sus frutos: sus semblanzas sobre santos americanos, sus homilías y cartas avivando la proyección misionera de cruzados y  cruzadas en el Continente de la Esperanza. De su “año cristiano” “Semblanzas de testigos de Cristo para los nuevos tiempos” rescatamos esta semblanza dedicada a Santo Toribio.
Santo Toribio Mogrovejo, obispo

Laico dos terceras partes de su vida, es bautiza­do militante desde la niñez. Universitario largos años, inquisidor, arzobispo y apóstol, encarna siempre en su vida el coraje y la alegría de una fe íntegra y ardorosa.Cometa luminoso, arrastra satélites de santidad en Perú. Rosa de Lima, Martín de Porres, Diego Álvarez de Paz, Miguel de Rivera y el franciscano Felipe, protomártir del Japón, seguirán su estela luminosa entre muchos más. Mogrovejo es otro Borromeo allende los mares. Francisco de Sales dice que Carlos fue "espejo del orden pastoral". El elogio cuadra también al obis­po misionero. "Crecer continuamente en fe y san­tidad como él" (Oración colecta), es el anhelo de la litur­gia hoy para que todo bautizado sea guía en la fe de sus hermanos evangelizando de nuevo el mundo.
Vidas paralelas
Mogrovejo, en el valle Cambaleños, es un case­río perdido entre montañas que apellida a su hidalga familia. Nace en Mayorga. El rincón asturleones -hoy vallisoletano tras la nueva divi­sión administrativa- en que ve la luz, cuelga de las estribaciones de los Picos de Europa tocando casi cuatro provincias. Le acristianan con los nombres Toribio Alonso, quizá evocando los santos obispos de Palencia y de Astorga, posibles fundadores del monasterio de Liebana, cerca de Potes, en la falda del monte Biorna. Abre sus ojos el 16 de marzo de 1538, mes y medio más tarde que Carlos Borromeo en el Castillo de Arona al Suroeste del encantador Lago Mayor que se abre al Norte de Lombardía. Los dos contemplan nieblas y cordilleras, lagos y montañas. Sus vidas intrépidas y arriesgadas dis­currirán paralelas en idéntica aventura.
Un cuatrienio hace de la fundación de la Compañía de Jesús una mañana de agosto en Montmartre, y dieciocho años de la excomunión de Lutero. Carlos y Alonso aceptarán con coraje el reto del siglo luchando en dos Continentes por la auténtica reforma exigida por la Iglesia y el mundo.
Mayorga le enseña gramática hasta los doce o trece años, mientras Calvino se instalaba en Ginebra, estalla la cuarta guerra francoespañola que acabará en la paz de Crepy, se descubren las minas de Potosí, y empieza la primera fase del Concilio de Trento. Marcha a Valladolid, cursa Humanidades, Fi­losofía y ambos Derechos durante unos diez años. En Salamanca le encontramos en 1562, cuando tiene veinticuatro años. Permanece allí más de una década estudiando Teología y redondeando su cultura.
Un paréntesis significativo se produce en su carrera universitaria y le invita a profundizar más en la ciencia de Dios. Juan de Mogrovejo y Cabeza de Vaca, su tío, simple tonsurado sin haberse orde­nado nunca, pertenece al gremio de laicos de entonces que sin ser clérigos se doctoran en Teo­logía o Cánones. Acabará siendo doctoral de la catedral, y sentará cátedra en la Universidad de Salamanca. Llama al santo desde Coimbra. Necesita un amanuense que copie los cuatro­cientos cincuenta y un folios en que redactaba sus explicaciones de cátedra con el título "Cánones y cuestiones civiles". Es el más extenso autógrafo del santo que se conserva con limpísima caligrafía. Dos años dura la tarea hasta que aparece el libro.
"Las paredes rezuman... santidad"
1568. Estalla la sublevación de los moriscos, y comienza la construcción del Gesú en Roma. Alonso en septiembre peregrina a Santiago de Compostela, y se gradúa en la Universidad. La economía familiar se resiente, y el santo tiene que vender parte de la espléndida biblioteca donada por su tío. Obtiene una beca en el Colegio Mayor del Salvador de Salamanca, para doctorarse en Derecho, aunque no lo consigue. Años después de su muerte, el Colegio se dirige al Papa pidiendo su beatificación. Argumen­tando "todavía rezuman santidad las paredes de este Colegio por el que pasó..." En sus días univer­sitarios parece cierto que quiso hacerse monje del Císter, pero la Virgen y S. Bernardo le marcan otro camino. En el Museo Provincial de Salamanca queda un testimonio arqueológico que lo insinúa.
Inquisidor ecuánime
Dos años largos lleva en el Colegio, y en una noche helada de diciembre de 1573 le llega una inesperada noticia. Le hacen Inquisidor de Gra­nada cuando apenas frisa treinta y cinco años. En agosto de 1574, dos años antes del saqueo de Amberes y de la pacificación de Gante, toma posesión.Un quinquenio ejerce el delicado cargo con fir­meza y tacto. Juan de Austria apacigua la insu­rrección morisca en la Alpujarra, y los vencidos encuentran en Alonso un padre, consejero y pro­tector. En frase de sus enemigos, "es un encubri­dor", como le calumniarán después misionando en Indias. Acredita un espíritu conciliador unido a la larga y profunda preparación como letrado y jurista. Visita la ciudad y la región, y resuelve una vieja y complicada querella entre Chancillería granadina y Tribunal del Santo Oficio. Su presti­gio es extraordinario, y el Consejo Supremo de la Inquisición le trata con benevolencia exquisita que contrasta con la actitud observada con inqui­sidores precedentes.
Esperanza lejana
Diego Zúñiga, su compañero en El Salvador, había conseguido le nombrasen inquisidor. Animado por este triunfo, convence a Felipe II que le proponga a Roma. Gregorio XV, el Papa Buoncompagni, le elige en 1578 para la más destacada diócesis de Indias, la Ciudad de los Reyes, hoy Lima. Un arzobispo electo que es laico por los cuatro costados. Ni siquiera ostiario o exorcista. Las leyes entonces exigían que el electo fuera al menos sub­diácono. Tras mil vacilaciones que su humildad se encarga de agigantar, accede al fin a ordenarse diá­cono y sacerdote. El arzobispo de Granada, Juan Méndez de Salvatierra, se empeña en conferirle todas las Orde­nes en el mismo día sin respetar intervalos de tiempo. Alonso, sin embargo, prefiere retirarse al silencio de la oración para ver la voluntad de Dios, y decide recibirlas escalonadas en tres domingos sucesivos. Llega a Madrid, viaja a Mayorga, y le hacen diácono y sacerdote. Regresa a la corte, y aún se resiste a partir tras vivas discusiones con Felipe II. Acepta por fin ir a Lima, con la esperanza lejana del martirio. Fue quizá su móvil decisivo.
"Parece otro Madrid"
Le consagra el arzobispo de Sevilla, Cristóbal de Rojas y Sandoval, en agosto de 1580, año de la caída de Antonio Pérez y anexión de Portugal a España. No había cumplido aún cuarenta y dos años, y se embarca para las Indias. La división actual en múltiples repúblicas oculta el panorama político de América entonces. Virreinatos de Méjico para el Norte y del Perú para el Sur eran los dos polos en que se distribuía. Lima era la cabeza política y religiosa que com­prendía casi todos los obispados y reinos del Continente hasta Nicaragua. "Los obispos copro­vinciales -escribía el Cabildo de Lima a Felipe II­ tienen por ley lo que se hace en el arzobispado de Lima".
La influencia religiosa y misional de Lima sal­taba los mismos límites del virreinato para exten­derse a Brasil, Filipinas e incluso a Méjico. La Ciudad de los Reyes era, por su situación privile­giada, muy hermosa. "Parece otro Madrid", decía el virrey Mendoza. Acogedora y cortesana a la europea, tenía la Universidad de S. Marcos, hos­pitales, catedral con cabildo, asilos, orfanatos y su puerto en El Callao.
"No es nuestro el tiempo"
La ciudad le recibe el 24 de mayo de 1581 con inusitado esplendor y cariño. Era una ceremonia nueva, pues la entrada de su antecesor, casi medio siglo antes, se efectuó cuando Lima era un minúsculo poblado. Rendido por la fatiga del largo y agotador viaje que ha durado varios meses, termina de cenar esa noche, y da orden a su paje le despierte pronto. Grimanesa, su hermana, interviene: "¿Ha de ser esto así siendo tanto el cansancio?" Él responde: "Si hermana. Hemos de empezar a trabajar muy de mañana, que no es nuestro el tiempo".
"¡Andad presto... !"
El duelo que se iba a entablar no es de un santo solo frente al mundo. Contaba con un embrión de diócesis misionera, el apoyo eficiente del Patronato Español, su competencia jurídica muy cimentada, y sobre todo con un grupo excepcional de colabora­dores laicos que Dios regala siempre a un sacerdote emprendedor. Francisco de Quiñones, su cuñado, que con lealtad acrisolada le servirá con heroica fidelidad. Sancho Dávila, celoso confidente desde los días de Granada, a quien agradecemos muchas noticias de su vida. Antonio Valcázar, espléndido asesor en asuntos legislativos.
Grimanesa, abnegada y solícita, se expatría desde León para cuidarle. Alzará siempre su voz ante el derroche de limosnas que prodiga hasta quedarse sin nada. Cuando el santo regala su camisa a unos pobres, tiene que advertirles: "¡Andad presto, y mirad que no venga mi hermana!".
Los jesuitas, encabezados por Acosta, y otros religiosos se suman a este equipo eficiente. El santo puede ya emprender con exacta puntería una tarea ciclópea.
Granítico tesón
América se regirá durante más de tres siglos por las leyes que le dio Toribio. Tres concilios convoca y diez sínodos diocesanos. Los celebra entre lágrimas e incomprensiones, para implantar la reforma tridentina en Indias. Reúne en 1583, un año antes de la muerte de Borromeo, el III Concilio Limense pródigo en avata­res. Un éxito fabuloso entre galernas y tempestades que apacigua su serena tenacidad de diestro timonel. Obispos que riñen por niñerías en reyertas conti­nuas. La labor del santo tiene que ser muy paciente para armonizar a todos. Acaban unánimes y dictan sabias leyes. Muchos clérigos apelan ante la Audiencia de Lima. Los decretos del Concilio y las protestas lle­gan a Roma. Alonso, a través de un legado que envía, consigue por fin su aprobación. El arzobispo sufre afrentas humillantes. La his­toria de aquellos días se lee hoy con ojos humede­cidos. Todo lo superó a trueque de ver arraigada la disciplina eclesiástica, sacramentos a indios, versión del catecismo a muchos dialectos indíge­nas, confesionarios y aranceles...Un clamoroso triunfo. A los pocos años, un clero reformado emprende intensa y certera una tarea pastoral de ensueño. Incansable, el santo corona nuevas cimas, y al final de su vida la fiso­nomía de la diócesis y de otras provincias eclesiás­ticas aparece revolucionada.
Vigor titánico
Convoca años después el IV Concilio Limense en 1591, del 27 de enero al 15 de marzo. Se pro­pone sólo aplicar lo sancionado en el anterior. El Placet regio nunca fue enviado a Roma, y la ene­mistad del virrey, marqués de Cañete, le causa tremendas amarguras. Seis años más tarde, en 1597, uno antes de la muerte de Felipe 11, convoca el V Sólo puede cele­brarse un cuatrienio después por falta de aproba­ción real. Dos sesiones tuvo. Crea jueces sinodales, y fija interrogatorio al que deben responder los obispos electos de la provincia. Manda, además, que todos los curas tengan el texto del Concilio de Trento.
Libertad de espíritu
El santo, impávido, cumple la ley, aunque virreyes, Patronato de Indias, el mismo rey, le tor­pedeen sin cesar. Le tiene sin cuidado lo que digan o piensen. No se deja llevar del deseo de agradar, y sólo aspira a que su conciencia esté tranquila. Encarna la consigna valiente de S. Carlos. "No conviene desanimarse por las habladurías de la gente, que tiene siempre en su cabeza nuevas novedades. Basta obrar con rectitud en todo, y luego que cada cual diga lo que quiera".
"Ejemplar de todos los obispos..."
El encanto y la aspereza de su terruño, entre cumbres de granito y valles deliciosos, le conta­gian fortaleza y suavidad. Desafía impertérrito intromisiones del poder civil, e inicia su pontifi­cado comunicándose con el Papa, y recibe en di­recto respuesta a sus consultas sin pasar por el Consejo de Indias.
No nos sorprende ya el elogio que le tributan los obispos de América española reunidos en sesión plenaria en Roma al clarear el siglo XX. "Ejemplo de todos los obispos de América..., y ornamento espléndido de la Iglesia".
Confirma ochocientos mil
Hasta aquí el jurista y político, pero hay una vertiente que destaca quizá más. Loaysa, su antecesor, había legislado también con acierto, pero sus leyes quedaron incumplidas. Toribio quiere hacer algo más, y a lo Francisco Javier se lanza a trabajar con tacto en la dura y esperanzadora rea­lidad.
Empiezan sus gigantescas y arriesgadas visitas pastorales estableciendo sus "doctrinas", ayudado por clérigos y laicos. Cuatro son en una diócesis de ocho mil millas, casi siempre a pie o en mula. Geografía atormentada que va desde las más encantadoras planicies hasta las cumbres andinas en ambas vertientes, cruzando las aldeas más olvi­dadas.
Estudiaba, al mismo tiempo, todos los dialec­tos indígenas para entenderse mejor, y soporta cambios bruscos de clima, caminos jamás transi­tados, ventiscas y nieves, y ríos con repentinas crecidas hasta llegar a tribus que nunca habían visto un blanco. El virrey Toledo hizo algo pareci­do, pero en grado muy reducido. El material de sus libros de visita se anticipa a la moderna sociología religiosa. Nos dice algo más cierto que las fantasías de otros que escribie­ron sobre los indios. El santo pudo calcular con precisión que con­firmó a unos ochocientos mil indios. En Quive le dio con el sacramento " la alegría de ser perfecta cristiana y recibir la fuerza para sufrir" (Sta. Te­resita), a una joven de dieciocho años, Rosa de Lima.
"No se ha muerto... sin este sacramento"
Fascina el recuerdo de sus visitas, y es pródigo en anécdotas. Una noche sin descanso sucede a un día agotador. El obispo y sus doctrineros llegan a una aldea a las ocho de la mañana, hace Misa, y se pone a confesar y confirmar hasta las tres de la tarde en que se sienta a comer.
Pregunta a un sacerdote si faltaba alguno por confirmar. Le dice que a un cuarto de legua hay un indio enfermo. Se levanta de la mesa, y va a confir­marlo. Se reviste con la misma solemnidad ponti­fical que si se tratase de confirmar a mil personas. Al regresar no se cansa de exclamar: "¡Bendito sea Dios, que no se ha muerto el indio sin este sacra­mento!".
"Dejad, que yo los entiendo"
En tierra de caribes armados hasta los dientes se interna una vez. Nube de flechas venenosas le envuelven, y nada le detiene con tal de salvar un alma. Se arrojan a sus pies, les habla, y acaban besan­do sus ropas. El intérprete que lleva no los entien­de. El santo mira al cielo y dice: "Dejad, que yo los entiendo". Les predica el Evangelio en español y latín, y todos con facilidad le comprenden.
Un negro bozal
Enferma de gravedad uno de sus caballerizos. A las dos de la madrugada ve salir a un sacerdote que le había confesado, y Alonso dice con insis­tencia que hay que llevarle el Viático. El sacerdo­te responde que siendo un negro demasiado bozal, no podrá diferenciar el Pan eucarístico. Baja de su habitación, se sienta al lecho del enfermo, comienza a instruirle, y consigue que capte la diferencia. Entra en la catedral, suenan campanas, y el negro recibe la Comunión. Al enterarse que no estaba confirmado, le administra el sacramento y empieza a apuntar el alba. Un nuevo día más y el arzobispo reanuda su tarea habitual.
"No queriendo otro premio sino a Él"
Indios y negros son sus preferidos. Recia perse­cución por ellos padeció en el virreinato de García Hurtado de Mendoza, que alguna vez se atrevió a calumniarle. Sufrió lo indecible durante cinco años interminables, y como el rey se fiaba en absoluto de las noticias enviadas por Mendoza, Felipe II le trata con dureza.
Hurtado le denuncia de ataques contra el Patronato, y el rey contesta a Toribio con acritud. Alonso le informa con equilibrio imperturbable que transpira santidad. "No sé con qué conciencia persona alguna hace relación a Vuestra Majestad... de cosa tan siniestra y contraria a la verdad... Nuestro Señor tenga de su mano a Su Majestad y me dé fuerza para trabajar en esta viña y poder des­cargar la conciencia de todos, no queriendo otro premio sino Él".
Flota por encima de juicios, injurias y calum­nias. Una aventura de entrega y afecto es su amor apasionado a los indios. Lucha con tenacidad para que no se les explote y para que se les admita a la Eucaristía. Les predica, se detiene con ellos en la calle, les invita a su mesa, y recibe a cualquiera con cariño paternal aunque llegue desde la más remota aldea.
"No se dejaba regalar..."
Murió en la brecha como correspondía a un luchador. Se siente enfermo, pero continúa su última marcha misionera a través de selvas. Recuerda sus andanzas de niño entre montañas y ríos. Doctrineros y acompañantes le suplican se cuide algo. Todo en vano, y continúa en la batalla hasta expirar.
1606. Cuatro años después del estreno de Hamlet en Londres, y llega casi a los setenta, medio muerto, a Saña Grande. Cuaresma toca a su fin, y se decide a consagrar los óleos en la Semana Santa. La fiebre le acomete con más vio­lencia y le derriba, pero respetando el ayuno "no comió carne hasta tres o cuatro días antes de su muerte, por orden del médico", dice un testigo. Lejos de su iglesia catedral, rodeado de indios y negros, a más de quinientos kilómetros de la capital, muere a los sesenta y ocho años. No fue mártir, como deseaba, pero se encontró con Dios en el martirio blanco de casi veinticinco años de epopeya misionera.

BIBLIOGRAFfA

P. Leturia, Sto. Toribio Mogrovejo, el más grande prelado de la América española, Roma 1940.
V. Rodríguez Valencia, Sto. Toribio Mogrovejo, apóstol de Sudamérica, Madrid 1956.
N. Sánchez, Sto. Toribio Mogrovejo, apóstol de los Andes, BAC, Madrid 1986.
J. A. Benito Crisol de lazos solidarios: Toribio Alfonso Mogrovejo Lima, 2001 En internet: http://www.ucss.edu.pe/fondo/toribio.htm

miércoles, octubre 19, 2011

VIERNES 21, 6 p.m.. LIBRO P. SAN CRISTÓBAL


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