domingo, agosto 02, 2020

SANTO TORIBIO ALFONSO DE MOGROVEJO,INSPIRACIÓN PARA TODOS. P. Pedro Hidalgo Díaz, Rector FTPCL

SANTO TORIBIO ALFONSO DE MOGROVEJO, INSPIRACIÓN PARA TODOS

P. Pedro Hidalgo Díaz

Rector de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

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En el siglo XVI, en las tierras en las que España estableció virreinato, era el rey quien proponía al papa los candidatos al episcopado. Cuando al licenciado Toribio Alfonso de Mogrovejo, abogado brillante que se desempeñaba en lo que en la época equivalía al poder judicial, se le propuso ser Arzobispo de Lima, el sentimiento de indignidad afloró, llevándole a pensar en rechazar la invitación divina.

 

Cuenta su biógrafo Rodríguez Valencia que, enterado Toribio de lo que se le pedía «En lo profundo de su ser, recogido y sincero, humillado ante sí mismo a la luz interior de la verdad de su pequeñez, don Toribio reaccionó vivamente en contra y declinó ante Felipe II el honor y el peso del ofrecimiento».

Pero... ¿Podía Toribio rechazar un designio y pedido divino?

Su fiel paje, Sancho Dávila, al deponer en el proceso de beatificación, contará: «a los principios, por su mucha humildad, no quiso aceptar el dicho Arzobispado hasta que los Consejeros de su Colegio le hicieron instancia y le escribieron que Su Majestad le daba tres meses de término para que aceptase o no y así se animó por consejos de su hermana Doña Grimanesa y su cuñado D. Francisco de Quiñones».

Como Isaías, Toribio acepta y pronuncia a siglos de distancia del profeta su «Aquí estoy, envíame». Por eso escribe al papa Gregorio XIII: «Si bien es un peso que supera a mis fuerzas, temible aun para los ángeles, y a pesar de verme indigno de tan alto cargo, no he diferido más el aceptarlo confiado en el Señor y arrojando en Él todas mis inquietudes».

 

Un aspecto destacable del ministerio episcopal de santo Toribio fue la dedicación al ministerio de la Palabra que, para que fuese más eficaz, le llevó a aprender las lenguas autóctonas: quechua y aymara, para hablar a sus fieles en la lengua propia. Dice Miró Quesada Sosa a propósito del santo Arzobispo: «el Arzobispo Toribio de Mogrovejo, desde el momento de su llegada, se sumó resueltamente a la tendencia al uso de las lenguas indígenas. Es menester –decía- "aprender la lengua, que importa tanto". Y no sólo lo dijo, sino lo estimuló con el ejemplo. En su memorial al Papa Clemente VIII, de 1598, le informaba que había predicado "los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua"; y eso podían confirmarlo quienes lo habían visto sentado con su báculo en el compás de la Catedral limeña, enseñando la doctrina de Cristo a sus ovejas».

 

La fidelidad en su ministerio fue respuesta a la indicación del Señor Jesús a los Apóstoles que: anunciar el evangelio, bautizar, hacer discípulos. Esas indicaciones fueron para el santo Arzobispo de Lima exigencias que resonaban en el alma, por eso trabajó infatigablemente por los suyos: predicando, enseñando, mandando a componer un Catecismo, celebrando la Santa Misa con piedad y unción, bautizando, confirmando; legislando, creando un estilo pastoral en su vasta grey.

En un informe que hace al Papa Clemente VIII se lee: «Después que vine a este Arzobispado de los Reyes de España, por el año de ochenta y uno, he visitado, por mi propia persona, y estando legítimamente impedido por mis visitadores, muchas y diversas veces, el distrito, conociendo y apacentando mis ovejas, corrigiendo y remediando, lo que ha parecido convenir, y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua, y confirmando mucho número de gente, que han sido más de seiscientas mil ánimas a lo que entiendo y ha parecido, y andado y caminado más de cinco mil doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos y ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo algunas veces yo y la familia, de cama y comida, entrando a partes remotas de indios cristianos, que de ordinario traen guerra con los infieles, adonde ningún Prelado ni visitador había entrado».

Capítulo aparte es la caridad del santo arzobispo, de la que fue eximio modelo. Un texto expresivo de esta caridad del Santo es ofrecido en la biografía de García Irigoyen:

«Cuentan los historiadores – Montalvo y Pinelo, entre otros – de nuestro Arzobispo, que si en sus correrías apostólicas, hallaba algunos pobres indios, rotos y desnudos, en las cuevas y concavidades de los riscos, cimas y retiros, considerando lo que cada uno le había costado a Jesucristo, les decía bañado en lágrimas: "¡Oh pobre, que me enriqueces! ¡Oh desnudo, que me vistes! ¡Oh hambriento, que me hartas" Y agasajándolos (sic) les predicaba y catequizaba en la doctrina cristiana! Sentábase después con ellos, y de cuatro granos de maíz que tenían, comía el humilde Prelado, y dábales luego largas limosnas y algunas piezas de ropa para cubrirles las carnes, y de este modo convertía las almas de esos infelices».

 

Todo un florilegio de anécdotas referidas al desprendimiento de sus bienes y al compartir del arzobispo con los necesitados podría elaborarse, lo cierto es que no se puede dudar de su gran preocupación por afirmar, con su vida, la dignidad de toda persona. En ese tiempo, en que muchos despreciaban sistemáticamente a los pobres y marginaban a los indígenas y población negra, el santo arzobispo fue defensor y promotor de la dignidad de toda persona.

 

La figura señera de santo Toribio nos inspire a todos. Desde el bautismo hemos recibido una participación en la misión evangelizadora y, algunos, por el sacramento del orden, tenemos especial exigencia de dedicar nuestra vida a la evangelización.

Que, inspirados por el Santo Arzobispo de Lima, todos nos esforcemos para decirle al Señor nuestro «aquí estoy, envíame», a fin de cumplir con su encargo de enseñar, hacer discípulos, propiciar que los hombres se hagan hijos de Dios por el bautismo y podamos, ayudados por la gracia, sentir que en la conciencia nada nos remuerde pues hemos intentado cumplir con fidelidad el encargo recibido.

Santo Toribio de Mogrovejo, ruega por nosotros, en especial por tu querida Iglesia limeña, de la que somos parte.

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