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miércoles, octubre 10, 2012

LA VIDA DE SANTO TORIBIO CONTADA POR JOSÉ CARMEN SEVILLA, EL ZUAVO PONTIFICIO

JOSÉ CARMEN SEVILLA es un personaje casi olvidado del Perú del siglo XIX y primer tercio del siglo XX.  Fue zuavo de Pío IX. Hijo de un rico propietario minero José María Sevilla Escajadillo, heredó su gran fortuna y la destinó a obras benéficas y publicaciones de los santos peruanos. Les comparto datos sobre su padre, algunos rasos de su biografía y lo que él escribió sobre Santo Toribio.

 Su padre: José María Sevilla Escajadillo. Nació un 4 de setiembre de 1813 en el distrito de San Pedro de Lloc, provincia de Pacasmayo departamento de La Libertad en el Perú. Fue uno de los más grandes filántropos y financistas peruanos y participó activamente de la vida política de su país y de la Ciudad de Nueva York donde residió.

Hijo de un panadero tuvo una infancia ruda. Desde niño en su ciudad natal, que era un puerto natural, estuvo vinculado a lo que por aquellos tiempos era la modernidad: El comercio marítimo. Se consolidaba la república del Perú y llegaban las primeras embarcaciones extranjeros. A los 19 años fue reclutado en un barco ballenero que lo dejó abandonado en una isla de la Polinesia durante 4 meses hasta que otro ballenero lo rescató, e hizo recorrer el mundo entero recogiendo experiencia, idiomas y dinero. Su temperamento y habilidad hizo que tenga su primer barco a los 28 años y el segundo casi de inmediato. La ciudad de Nueva York también se estaba consolidando como la sucursal de Londres en América por el apogeo del comercio marítimo también. Por sus vinculaciones con las personalidades aristocráticas y el pleno conocimiento del idioma adquirido durante sus viajes, estableció su residencia en NY, se hizo ciudadano Norteamericano y no fue ajeno a la vida política del lugar, participando activamente en la política y finanzas de Estados Unidos de Norte América. (G. Thorndike, Tomo I: 325) Se dice que fue el primer peruano nacionalizado Americano. Don José Sevilla se hizo ciudadano de los Estados Unidos en 1881 ante el magistrado Leyman de Nueva York.

"En la política en el Perú, el primer intento de partido político civil que pretende influir en la opinión pública directamente, a través de cartas circulares, de una plataforma electoral y de un órgano periodístico propio, estuvo constituido por «El Club Progresista» fundado durante el proceso electoral de 1851 para auspiciar la primera candidatura civil con fuerza propia, la de Domingo Elías, el «hombre del pueblo» (S. Távara, 1951:XLVIII) y cuyos secretarios fueron Pedro Gálvez y nuestro personaje central, José Sevilla." (María Emma Mannarelli)

En los años difíciles previo a la guerra con Chile, don José Sevilla estuvo fuertemente vinculado con la segunda generación de familias que ya habían con- solidado su presencia económica y social en el Perú en la segunda mitad del siglo XIX. Diez años después de la guerra con Chile, el Perú aún se hallaba en una completa desolación. Las ciudades en ruinas y saqueadas, el aparato económico y productivo semiparalizado. La población peruana en general y los grupos familiares civilistas y agro-exportadores completamente desmoralizados. Según Basadre (7983), al empezar el período de la Reconstrucción Nacional, y durante los años posteriores, la miseria privada y pública fue más grande. Hasta las familias de la aristocracia solían pasar penurias. Muchas ocultaban, altiva y penosamente, sus (Basadre Q983:98), dificultades. Entre los años (7899-7919), conocidos como el período de 1a República Aristocrática (Basadre, 7983), se logrará cierta estabilidad política y social. Los años que van de 1895 a7930, según Mannarelli (7999), constituyen un período de transición, desde la perspectiva de la historia tradicional. El país en quiebra es sustentado por la fortuna de Sevilla y da préstamos directos a familias aristocráticas venidas a menos.

En 1873 don José Sevilla es ya era millonario, cosmopolita y un hombre moderno de bien, muy identificado con el Perú, su con pueblo natal de San Pedro de Lloc y su familia, especialmente sus padres. Tuvo un hijo a quien sostuvo y no abandonó propiciándole cabida en la prestigiosa guardia papal, gracias a sus elevadas relaciones sociales mundiales. Así José Del Carmen Sevilla Collens único hijo del filántropo y financista, llegó a Roma y se convierte en el único zuavo pontificio peruano.

A la edad de 60 años había decidido qué hacer con su considerable fortuna acumulada y guardada mayoritariamente en Nueva York y Londres. Estaba completamente convencido que la educación es la clave para que una nación alcance su progreso material, social y espiritual; por ello, buena parte de su fortuna la legará a este rubro.

Su testamento es polémico ya que ha presentado enmendaduras y solo menciona a su hijo de modo tangencial. Designó detalladamente la manera cómo se debía disponer de su capital para no gastarlo si no, para utilizar los réditos de sus inversiones en valores. Así fue como lo hizo para un legado en Nueva York donde se estableció el "Sevilla Home for Children", un albergue donde se impartiría educación de calidad y pensión a niñas pobres de Nueva York (New York Times) ("SOUTH BRONX Images of America" de Bill Twomey Arcadia Publishing 2002) que fue posteriormente cerrado por maniobras fraudulentas. Actualmente las instalaciones ya no existen pero el terreno está en posesión del Corpus Christi en el Bronx y un centro de detención criminal juvenil Spofford. Dejó expreso el aval del Gobierno de New York para velar por el fiel cumplimiento de lo estipulado en su testamento. que no fue cumplido. También dejó una casa en Manhattan a un miembro de la familia que nunca pudo tomar posesión. En el año 1873, fue a San Pedro de Lloc con el propósito de implantar la aclimatación de la Morera, fundar Escuelas para niños y niñas, un asilo para ancianos, un Instituto para mejorar la agricultura y la cría de ganado. De la misma manera estableció en Lima: Creación de dos Colegios Sevilla primaria y secundaria Creación de la Escuela de Ciencias Naturales Fondo de becas para militares en Europa Fondo para la Universidad de San Marcos Creación de un Club Literario. Creación de la Academia de Dibujo y Pintura Fondo para la Biblioteca Nacional Banco Hipotecario Sevilla Fondos diversos para: Administración de correos, Parque de la Exposición, Bombas de agua de Lima y Callao, Municipalidad de Lima especialmente un importante fondo a la Beneficencia de Lima. También decía su testamento, otorgaba la condonación de la deuda a las familias aristocráticas a quienes les prestó dinero después de la Guerra con Chile. Curiosamente y sin motivo conocido, el testamento presenta un adendum con fecha posterior a su muerte, donde se designa que todo el capital que José Sevilla había dispuesto para la creación de diversas instituciones y fondos, sea administrado por la Beneficencia Pública de Lima. José Sevilla Escajadillo Siempre se caracterizó por su generosidad y no se olvidó de ningún familiar en su testamento: sus hermanos, tíos y primos, salvo su hijo que por ser natural y residir en Roma no fue notificado de la lectura del testamento y de esta manera fue apartado de lo que le correspondía con legitimidad. José María Sevilla Escajadillo falleció el 9 de diciembre de 1886.

Zuavo pontificio es el nombre que se le dio a ciertos regimientos de infantería en el ejército francés a partir del año 1830. Originarios de Argelia, tanto el nombre como el uniforme distintivo de los zuavos se extendió por las fuerzas armadas de Estados Unidos de América, Estados Pontificios, España, Brasil y el Imperio otomano. Sirvieron en la mayoría de las campañas militares del ejército francés entre 1830 y 1962.

Los zuavos pontificios fueron creados para la defensa de los Estados Pontificios. Los zuavos fueron católicos solteros voluntarios, fundamentalmente, dispuestos a ayudar al Papa Pío IX frente al proceso de reunificación italiano. El grueso de los voluntarios fue alemán, francés y belga, pero no faltaron romanos, canadienses, españoles, irlandeses e incluso ingleses y hubo un peruano: José Del Carmen Sevilla.

Los zuavos tuvieron un significado papel en la batalla de Mentana junto a las tropas francesas, en la que derrotaron a las tropas de Garibaldi. Pero en 1870 Napoleón III tuvo que llamar a las tropas instaladas en Italia debido al inicio de la guerra franco-prusiana. Víctor Manuel II le envió una carta a Pío IX, en la que le pedía guardar las apariencias dejando entrar pacíficamente al ejército italiano en Roma, a cambio de ofrecer protección al Papa. Pero esté se negó rotundamente.

El ejército italiano, dirigido por el general Cadorna, cruzó la frontera papal el 11 de septiembre y avanzó lentamente hacia Roma, esperando que la entrada pacífica pudiera ser negociada. Sin embargo, el ejército italiano alcanzó la Muralla Aureliana el 19 de septiembre y sitió Roma. El Papa sintiéndose legitimado se negó a claudicar y forzó a sus Zuavos a oponer una resistencia simbólica. El 20 de septiembre, después de tres horas de bombardeos, el ejército italiano consiguió abrir una brecha en la Muralla Aureliana. Bersaglieri marchó por la Vía Pía, después llamada Vía del XX de septiembre. 49 soldados italianos y 19 zuavos murieron en combate, y, tras un plebiscito, Roma y el Lacio se unieron a Italia. Los zuavos marcharon a Francia a luchar junto a Napoleón III contra los prusianos, pero con la entrada de los alemanes en París el batallón se desbandó.

 

Trayectoria conocida: Tiene gran amistad con los Padres Claretianos y promueve la venida de los Claretianos al Perú. Conoció al P. Claret y era amigo del Cardenal Protector de la Congregación.

Luchó en Montana, donde le tuvieron que administrar la extremaunción en el campo de batalla (Carta al P. Sesé, 19 de marzo de 1909)

Tiene minas. Busco un minero capitalista con quien hacer sociedad. Desea trabajar cinco vetas de plata y oro. Además, ofrece carbón, plomo, cal, una caída de agua de más de 40 metros y todo lo necesario para instalar una fundición al pie de sus minas.

Es casado y tiene tres hijos (19 de marzo de 1909)

Temperamento activo, primario, pasional, lenguaje hiperbólico.

Amor apasionado por consolidar la Iglesia en el Perú.

Cuenta cómo el recientemente beatificado Pío IX le recomendó mucho la devoción a santo Toribio cuando le visitó, enfermo, tras la batalla de Mentana, sintiéndose obligado a escribir una biografía "en señal de nuestro amor y gratitud hacia el mayor  bienhechor bienhechor de la raza indígena". Él mismo interesó a todos los obispos de América, con motivo del IV Centenario del descubrimiento y evangelización, en 1892, para que Pío IX extendiese el culto a todo el continente. Lo haría su sucesor, León XIII, el 29 de mayo de 1892.

En un artículo de «El Comercio» [Lima], del 7.1.1895, José (Zuavo) Sevilla escribía lo siguiente: "¿No sería más prudente evitar toda susceptibilidad internacional, y toda consideración política, llevando el Concilio Latino-Americano a Roma, capital del mundo católico, y no a Chile, que pretende imponerse como soberana a sus hermanas las Repúblicas Latino Americanas? ¿Qué mejor oportunidad que la presente, para hacer que los latino-americanos lleven a los pies del Santo Padre, por medio de sus pastores, el torrente de sus afectos que llenen su alma del consuelo y las dulzuras que le produciría el palpar la sumisión de su Iglesia Americana y la unión cordial de esos pueblos que forman una familia?", cit. PICCARDO, pág. 117.

 

En una hoja suelta titulada "Tercer Centenario de la fundación del Seminario Conciliar por Santo Toribio, segundo arzobispo de Lima. José Carmen Sevilla, Zuavo Pontificio" narra la siguiente anécdota: "Reunido el Concilio Vaticano, cúponos la honra, como Alférez de la 3ª compañía del 4º batallón del regimiento de Zuavos Pontificios, de montar la guardia en la inauguración de esa Asamblea, la más augusta y numerosa que han contemplado los siglos".

En la obra Catecismo Mayor ordenado por Santo Toribio y aprobado por el Primer Concilio Limense en 1583, confirmado por SS Sixto V.IV edición impresa con autorización del Rdmo. Arzobispo de Lima Centro de Propaganda Católica, Valle de la Pescadería, núm. 17 y 19

1895, 192 pp., incluye una entrañable "Plegaria A Santo Toribio, arzobispo de Lima":

Apostólico Arzobispo de Lima, Santo Toribio, faro resplandeciente del Nuevo Mundo y amantísimo Padre de tus necesitadas ovejas, recuerda hoy lo mucho que trabajaste en estas tan dilatadas regiones para dar a conocer a Cristo Nuestro señor y a su benditísima Madre, cuando la herejía arrebataba, en otras partes, a tantos pueblos del gremio de la Santa Iglesia. No permitas ¡oh vigilantísimo Pastor! Que en pena de nuestras culpas nos quepa igual castigo: antes bien aviva nuestra fe, alcanza a nuestros Prelados las ricas y abundantes gracias con que fuiste adornado, un clero según tu corazón y una estrecha unión con el Romano Pontífice, para glorificar en tu compañía a la beatísima Trinidad. Amén (ZPS)

VIDA DE SANTO TORIBIO CONTADA POR EL ZUAVO SEVILLA

Les comparto ahora una preciosa semblanza que incluye en la obra Vida admirable de Santa Rosa de Lima, patrona del Nuevo Mundo, escrita en latín por el P. Fray Leonardo Hansen y traducida por el P. Fr. Jacinto Parra, OP y reformada por el Zuavo Pontificio Sevilla, Caballero de Pío IX. 2ª ed. Edit. El Santísimo Rosario-Vergara 1929

 

Nota 5. LIBRO PRIMERO, Página 560

 

"Por los años de 1597, habitaba en Quivi Gaspar Flores, ex-alabardero del Virrey; administrador de ira mina de plata muy abundante del distrito de Paraguay, en la provincia de Canta del departamento de Lima. El glorioso Arzobispo Santo Toribio, haciendo la segunda visita pastoral, fue advertido por el Párroco Fr. Francisco González, religioso mercedario, dé la ninguna devoción de sus feligreses, y de que no había logrado, a pesar de sus exhortaciones, para los de la idolatría. Afligido el santo Arzobispo, se dirigió a la Capilla del pueblo, en la cual encontró solamente dos niños y una niña que habían sido llevados por sus padres. La niña era Isabel Flores. Al confirmar el santo Arzobispo a la hija de Gaspar Flores le puso el nombre cerosa, siendo su padrino el Párroco mencionado.

Al salir el Santo de la Capilla se mostró abatido por el sentimiento que le causaba ver triunfante la idolatría en Quivi; pues de 3.000 almas, solamente encontraba tres familias de sentimientos cristianos. Los muchachos, aleccionados sin duda por sus padres, esperaban al santo Arzobispo en la calle y le siguieron hasta la casa de su hospedaje, gritándole en quechua y en son de burla: «¡Narigudo!"¡Narigudo! ¡Narigudo!» Dice la tradición que el Santo en vez de levantar las manos para bendecir a la chusma, las llevó a los ojos arrasados de lágrimas y murmuró: « ¡Desgraciados! ¡No pasaréis de tres!» Temblores, derrumbes en las minas, pérdidas de cosechas, copiosas lluvias, incendios, caídas de rayos, enfermedades y todo linaje de desventuras contribuyeron a que antes de tres años quedase deshabitado el pueblo;

trasladándose a las caserías y aldeas inmediatas los vecinos que sobrevivieron a tanta desgracia.

Ninguna ocasión mejor que la presente para hacer una pequeña biografía del santo Arzobispo que confirmó a Rosa de Santa María. Faltaríamos a un deber de gratitud, por lo mucho que le deben Lima y aun todo el Perú, si no le consagráramos aquí algunas líneas. Dispénsenos el lector, si dejándonos llevar de nuestra devoción al gran Obispo americano, somos un poco extensos en esta nota.

Toribio Alfonso de Mogrovejo, segundo Arzobispo de Lima, nació en Mayorga de León (España), el año del 1538, de la antigua y nobilísima familia de los Mogrovejos. Ufanos recordamos que el ascendiente de nuestro Santo fue el portaestandarte real en las reñidas batallas de Covadonga y Deva: alborada gloriosa de tan gigantesca como heroica lucha de nueve siglos, en la que, la amada patria España, unida y esforzada con su fe, batalló por su independencia, y por la de Europa, y no descansó triunfante hasta arrojar de la Península al moro, y anegar el estandarte de Mahoma  en las amargas aguas de Lepanto.

Estudió en Valladolid, hasta graduarse de bachiller en Derecho y Cánones; pasó, como colegial mayor, al colegio de San Salvador de Oviedo; en Salamanca, a donde sólo enviaban después de riguroso examen, aprobación de sus personas, de limpieza, letras, vida y costumbres.

Por aquel entonces, deseando el rey de Portugal Don Juan II, congregar en la Universidad de Coimbra a los sabios más eminentes de Europa, brindó y solicitó a Don Juan de Mogrovejo, tío de Toribio, para que aceptara la cátedra de Derecho, pasando ambos a enseñar en 1533. Apenada la Universidad de Salamanca por verse privada de sus afamados doctores, les instó para que regresaran a sus claustros, y así lo cumplieron en 1565, regentando la cátedra de Leyes.

Pero cuando tan celebérrima Universidad se remiraba en su dechado, el rey Don Felipe II, escogió a Toribio en 1575 para Inquisidor de Granada. Oficio tan espinoso supo ejercerlo con aplauso general, pues sabía optar por la misericordia, siempre que la justicia y bien común no se Io vedaban. Después de atender a las obligaciones de su cargo y horas de estudio que él se había señalado, para su mayor acierto; pasaba a los hospitales a holgarse con los enfermos, sirviéndolos, consolándolos y socorriéndolos con copiosas limosnas. El atento Monarca, oídas algunas quejas, hizo visitar el santo Tribunal, haciendo residenciar a sus ministros: todos fueron tachados, menos el justo Toribio, en quien no se halló delito, culpa ni sospecha alguna.

El tan rico como turbulento Perú, carecía entonces de un santo y prudente Pastor; pues su anciano y virtuoso Arzobispo, Fr. Jerónimo de Loaysa, de la Orden de Santo Domingo, que mereció el renombre de «Padre de los pobres indios", había bajado al sepulcro, coronado de méritos, en 1575. Apremiaba el tiempo, por eso el avisado Monarca se hallaba perplejo: harto sabía que el modo más eficaz para regir acertadamente a un pueblo, era proporcionarle autoridades dignas y capaces de hacer reinar la paz y justicia, que llevan consigo la dulce felicidad.

Todo empeño fue rechazado; la turba pestilencial de palaciegos, pretendientes, intrigantes y simoniacos enmudeció, y después de profunda como rectísima indagación, la real mirada se clavó en el virtuoso e irreprensible Inquisidor de Granada.

Nadie sospechaba tal elección, pues ni subdiácono era, por eso todos se maravillaron; más al saber sus relevantes prendas lo aplaudieron, y al ver el mérito premiado y sacado del olvido se regocijaron. Sólo Toribio se afligió, y sólo entonces acudió a sus poderosos amigos, para rogarles encarecidamente se apiadasen de él y lo librasen de tan pesada carga; pero todos sus ruegos y alegatos se estrellaron contra la firmeza de la autoridad. Para calmar su humildad conmovida, sus amigos le hicieron entender, que al promoverlo a tan alta dignidad era con el único fin de proporcionarle ocasión de merecer; ya que la. Archidiócesis era inmensa y fragosísima, su clero muy escaso, la relajación de costumbres en armonía con las lejanas conquistas y encarnizadas guerras civiles; neófitos vacilantes en la fe., porque la oían anunciar, pero no practicar; numerosísimos infieles que atraer con dulzura y perseverancia al gremio de la Iglesia, y aventureros atrevidos y más feroces que los mismos salvajes. Ante cuadro tan pavoroso y la orden superior, Toribio inclinó su frente dispuesto a padecer por Dios y a propagar su reino.

Su Santidad Gregorio XIII lo preconizó en 1578; el Arzobispo de Granada, Don Juan Mendoza y Salvatierra, le confirió las órdenes eclesiásticas y sagradas; el año del Señor 1580 pasó a Sevilla donde le consagró su Arzobispo, Don Cristóbal de Rojas y Sandoval, con la asistencia de dos obispos y la nobleza sevillana.

Abandonó para siempre a su muy amada patria, a su queridísima hermana, Sor María, religiosa dominica, floreciente en olor de santidad, y a su anciana madre, Doña Ana de Robledo, viuda de Don Luis Alfonso de Mogrovejo, embarcándose el mismo año, en Sanlúcar de Barrameda, en la armada que mandaba Marcos de Aramburu. Tomó puerto en Nombre de Dios y atravesando el istmo de Panamá, salvó la vida milagrosamente, en un malpaso del río Chagres, cuando unos caimanes lo iban a devorar.

Desembarcó en Paita, puerto de su archidiócesis, distante más de dos ciertas leguas de la capital; atravesó los desiertos y arenales que forman la mayor parte del Perú, y a 21 de Mayo de1581, entró en Lima, a pie, siendo recibido con gran regocijo, pues la fama de su santidad ya lo había precedido. A la edad de cuarenta y tres años, tomó el gobierno de su iglesia, no sello para regirla y gobernarla, sino también para ser vivo ejemplos de todas las virtudes cristianas. Principió por concertar su casa, trabajó por infundir en sus familiares el espíritu de Cristo, sin consentir en ellos ni el mínimo abuso; por eso les repetía frecuentemente: «Reventar antes que cometer un pecado venial».

Siempre en la presencia de Dios y siempre fija su ánima en Cristo crucificado. fuente de vida y de toda perfección, fue vigilantísimo sobre sí y sobre los suyos, no desperdiciando ni un solo instante de su prelacía; de ahí que hasta de su sueño fuera muy avaro, tornándolo sobre el rudo suelo y repitiendo con frecuencia: No es nuestro el tiempo, es muy breve, y a Dios hemos declarar estrecha cuenta>>.

Fiel observante del Tridentino, que sabía casi de memoria, celebró trece sínodos diocesanos y tres concilios provinciales; el primero de éstos en 1583; el segundo en 15ul; el tercero en 1601 y corroboró el cuarto que no pudo presidir, porque lo arrebató la muerte. A dichos concilios provinciales citó a los obispos de su Archidiócesis, la mayor del orbe, como fueron los de Nicaragua, Panamá, Popayán, Quito, Cuzco, Charcas (hoy Sucre), Santiago de Chile, La Imperial (hoy, Concepción), Tucumán y Río de la Plata o Paraguay. Todos estos concilios fueron aprobados y confirmados por la Santa Sede, y el primero fue también ley civil y obligatorio para las provincias de Méjico, Bogotá, y el Brasil, incorporado por Felipe II a la corona española: en una palabra, los concilios de Toribio sirvieron de luz y norte al vasto imperio descubierto por Cristóbal Colón.

En vista de los grandes peligros, que por aquel entonces reinaban en la mar, S. S. Gregorio XIII concedió a nuestro Arzobispo el poder visitar, por procurador, la iglesia de los Santos Apóstoles en Roma, Io que cumplió religiosamente. Por los años de 1598 fenecían sus licencias, y escribiendo a S. S. Clemente VIII le decía: «Si S. S. no me concediera las licencias que solicito, ni cadenas ni grillos no fueran bastantes, para impedirme la» prosecución de tan largo viaje, rompiendo por todas las dificultades que hubiera, como tan observante que soy de los más datos apostólicos».

El año 1591 fundó en Lima el Seminario Conciliar, con hartas contrariedades de su clero y amargos vejámenes del virrey, Don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. Tiene Lima la gloria de haber visto fundar el primer Seminario en América, como también la primera Universidad. Fue fundada ésta en 1553por el Provincial de los PP. Dominicos, Fr. Tornas de San Martín, en el convento del Santísimo Rosario, y elevada en 1571 a la dignidad de Universidad Pontificia, por S. S. San Pío V, el mismo año de la memorable victoria de Lepanto.

Tanto fue su desvelo por el bienestar temporal de su rebaño, en toda su Archidiócesis, que hasta puentes y caminos hizo construir y mandó imprimir varios libros y folletos, para que en las escuelas tuviesen sana lectura; también animaba a los indios, a fin de que, mudasen sus  muchas chozas, por casas cómodas y aliñadas.

Como vamos de corrida, sólo indicaremos las obras que hizo en Lima: además del Seminario, levantó asilo para las esposas de Jesucristo, edificando la iglesia y monasterio de Santa Clara,

dotárnoslo liberalmente; alejó del peligro a las divorciadas, fabricando para ellas hospicio apropiado; para los sacerdotes ancianos, pobres, desvalidos y enfermos construyó especial hospital, bajo la advocación de la Cátedra de San Pedro, hoy Recogidas; erigió la parroquia de San Marcelo en 1584, la de San Lázaro en 1604, el monasterio de las Descalzas franciscanas en

1603, dedicándolo al Patriarca y Señor San José, y en su catedral, capilla suntuosa a Ntra. Sra. de Copacabana.

Siguiendo el catecismo de San Pío '/, ordenó otro mayor y menor en castellano, quichua y aymará, declarándolos obligatorios para la Archidiócesis y sufragáneas: dichos catecismos impresos en 1584 fueron los primeros libros que vieron la luz pública en Sud América. El Emmo. Cardenal Aguirre, Arzobispo de Toledo, en su famosa obra sobre los Concilios Españoles, alaba el catecismo de Santo Toribio, diciendo que gozaba de gran fama: prueba de ello, que se hicieron varias ediciones en España y Roma. También ordenó en dichas lenguas un Seminario, Confesionario, Instrucción para Visitadores, Arancel eclesiástico, etc.

En cumplimiento de sus obligaciones pastorales anduvo seis mil leguas, internándose por espesos y salvajes bosques; trepando por caminos fragilísimos; atravesando caudalosos ríos, a la par que impetuosos como el Marañón; caminando por abrasados arenales y trasmontando altísimas cumbres, cubiertas de perpetua nieve y muchas veces careciendo de calzado, cama y

Sustento. Así es como pudo penetrar en lugares desconocidos, por ir en busca de sus necesitadas ovejas, sin dejar albergue humilde, estancia pobre, o casería miserable que no visitase, instruyese y confirmase, con peligro de su vida innumerables veces, rodando por despeñaderos e inconcebibles precipicios y salvándose milagrosamente. Por tres veces visitó su dilatadísima Archidiócesis, con trabajos y penurias mil, empleando fuera de Lima más de doce años en tan penosa obra. Sabido está, que la actual Archidiócesis es apenas la cuarta parte de la que rigió Toribio, pues de ella han salido las grandísimas diócesis de Trujillo, Chachapoyas y Huánuco íntegras, y parte de las de Huamanga y Arequipa; sólo así se podrá estimar cuánto sufriría en esas trabajadísimos excursiones pastorales ya que hoy mismo conocemos varios pueblos que desde Santo Toribio no han sido visitados, por los malos caminos que hay que andar.

Confirmó a más de un millón de almas; entre ellas, durante su segunda visita pastoral en 1597, a la Patrona del Nuevo Mundo a la que, por inspiración divina, impuso al confirmarla en el pueblo mineral de Quivi, de la cordillera de canta, el deleitoso nombre de Rosa como apuntamos más arriba (1).-

Fue nuestro Santo de carácter apacible y felicísima memoria: alto, enjuto, aguileño, ancha frente, barba partida, de gentil donaire y tostado de tez, por sus muchas correrías apostólicas; su presencia, varonil y cariñosa a la vez que majestuosa: suavísimo para todos y sólo fara sí severo y riguroso; con los pobres piadosísimo y apacible con los ricos, pero severo e intransigente con los soberbios y escandalosos.

Con afabilidad recibía diariamente en audiencia al pobre como al rico; nunca se vio dobles  en su ánimo, y sugerir palabras eran el eco fidelísimo de su corazón; por eso jamás dio crédito a cuentos ni chismes, no consintiendo que en su presencia se mofaran de nadie, ni dé nadie maldijeran. Nunca se desdeñó de entender personalmente en los oficios de su cargo, por penosos que fue quien; contra su clero no admitía relaciones, sino por escrito y conforme a derecho. Su traje exterior y menaje eran los que exigía su dignidad, de que fue muy celoso pero a la raíz de sus carnes llevaba continuamente un- ancho cilicio de garabatos de hierro, que le causaban harto dolor; y sus- espaldas molidas y hechas una viva llaga, por las sangrientas disciplinas que se daba.

No visitó mujeres ni monjas, ni habló a ninguna sin que estuviesen presentes algunos veedores, y de noche bajo ningún Pretexto. Visitas de pasatiempo no hacía, y empleaba sus horas desocupadas leyendo Derecho canónico, en el que era muy versado: murió virgen y así juraron sus confesores y catorce testigos después de su muerte.

Grande y perpetua fue su penitencia y mortificación, su ayuno continuo, sin que nadie pudiera conseguir que un solo día comiese fuera dé su casa, aunque lo solicitaran virreyes y prelados; pero al sentarse a la mesa, su mayor satisfacción era verse rodeado de pobres, y más si eran indios, a quienes repartía las viandas Con Sus propias manos, y muchas veces sin probarlas

Si quiera; también acaecía que los pobres convidados, no satisfechos con lo que contenía los platos, se hurtaban éstos, viéndolos de plata labrada; los pies irritados castigaban a los robadores cuándo los cogían in fraganti, pero el santo bondadoso los excusaba o perdonaba.

Era devotísimo de los misterios del Redentor y en particular de su Pasión sacratísima y del Sacramento del altar: por eso diariamente celebraba la sarita misa, y entonces fulguraba Su rostro: lo mismo acaecía cuando lavaba los pies a los pobrecitos.

Fue puntualísimo y atento en recitar el oficio divino, que muchas veces salmodiase con los ángeles en armonioso concierto y dulcísima armonía.

 

(l) Podemos también asegurar que el B. Martín de Porres fue confirmado por nuestro Santo.

 

A las afligidas ánimas del Purgatorio mostró tiernísima devoción; todos los días les rezaba su oficio y fundó en sufragio de ellas las cofradías que pudo.

Su ardiente y filial ardor a la inmaculada Madre de Dios nació en su cuna, acompañándolo, hasta su postrer aliento; desde su muy temprana edad le rezaba su oficio parvo y santo Rosario sin faltar un sólo día; y en honor de tan excelentísima Señora ayunaba los sábados a pan y agua. A las Letanías Peruanas, compuestas en alabanza de la Santísima Virgen y aprobadas por S. S. Paulo V, incorporó entre las glorias que se cantan a esta Señora la de su inmunidad de la culpa original, enseñándonos a decirla: «Por tu concepción inmaculada, líbranos, Se explora, de todo mal y pecado., (1).

En un lugar inmediato a Lima, llamado el Cercado y poblado de naturales, había una ermita donde se veneraba la efigie de Nuestra Señora de Copacabana, advocación del Rosario en ésta y del que era devotísimo. Un día, amareció destechada y se entendió que malvados aventureros habían cometido tal desacato, en odio a los indios; súpero el Santo que santamente se indignó, pues no sabía pactar con la iniquidad, y más tratándose de salir a la defensa del oprimido. Mandó, pues, hacer las debidas inquisiciones, para que por justicia fuesen castigados los delincuentes; ordenó que en todos los templos se hiciesen rogativas ante el Santísimo expuesto, pidiendo a nuestro Señor volviese por su honra; además comunicó a su Provisor que del Cercado trajese a la Catedral la efigie de Copacabana en solemne procesión.

Horrorizada la católica Metrópoli por tan inaudito atentado, acudió presurosa a la voz de su Pastor; pero al llegar la romería a la plaza mayor, he aquí que la imagen de María y su divino Infante, como en señal de clemencia, y ya aplacados, empezaron a sudar, con tanta copia, que en cuatro horas que duró el portento, a vista de todos, el mismo Santo llenó dos cálices de tan celestial rocío, sirviendo de eficacísimo remedio para curar toda clase de enfermedades y dolencias. Entre los agraciados, hubo un marino holandés protestante, hecho prisionero por la escuadra española en Magallanes, el cual estando tullido se hizo llevar, para cerciorarse del hecho, o burlarse de los crédulos; mas viendo que otros sanaban, exclamó ante la efigie: «Si eres verdadera Madre de Dios, sáname y creeré». Al instante se levantó de su camilla sano y bueno, abjuró la herejía, se hizo católico y pidió con instancias al Santo Arzobispo que le pusiese de sacristán de la Virgen: así Io obtuvo, y permaneció fiel hasta su muerte. De hecho tan asombroso, ordenó el Metropolitano un proceso jurídico, para perpetua memoria. Autenticado el milagro, en que las oraciones del Santo tuvieron tanta parte, fue colocada Nuestra Señora de Copacabana en la Catedral, donde le habló suntuosa capilla; fundando en ella cofradía de sólo indios, y teniéndola por tan propia, que mientras vivió, allí oraba frecuentemente;

 

(1) Informe del Rvdmo. Arzobispo de Lima Sr. Luna Pizarro, en contestación a S. S. Pío IX pidiéndole el testimonio sobre la tradición de la iglesia Limeña, para la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción.

 

allí celebraba diariamente, confirmaba y- ordenaba. Pero como después de su muerte, se quisiese ensanchar el templo y fuese necesario aquel sitio, se erigió nueva iglesia en el barrio de San Lázaro, dónde se trasladó la Virgen con mucha solemnidad, conservándose hasta nuestros días la memoria del venerable Prelado.

Muy mucho tuvo que padecer por dar cumplimiento a los Sagrado Cánones y por su rendida obediencia al Santo Padre; por eso le acusaron al rey quien le mandó decir estar sentido y algo enojado contra él; pero no por eso  se turbó el Santo, ni amainó aun procedimientos, y con santa libertad contestó: «que él era fiel cristiano, y obediente en primer lugar a los mandatos Apostólicos; y que aunque fuese martirizado (que ojalá se viese en ello) trataría de hacer lo que le ordenase el Pontífice; y que el Rey era mal informado, ¡torque lo que pedía, hacía repugnancia al Estado Eclesiástico.

Acaeció otra vez que los émulos de nuestro Santo, entre ellos el Virrey D. García Hurtado de Mendoza, denunciaron al Soberano de-cómo el Arzobispo avisaba algunas cosas al Papa en perjuicio del real Patronal. El receloso Monarca despachó al Virrey, Marqués de Cañete, una cédula real a 29 de Marzo del593,-ordenándole que en presencia de la Real Audiencia y de sus ministros llamasen al Arzobispo y le leyesen el contenido, terminando así: «Y de su respuesta y demostraciones que hiciere, me avisaréis.-Yo el Rey».

El vengativo Marqués hervía de gusto al ver llegada la oportunidad de humillar al Primado, que tantas veces había contenido, sus invasiones sacrílegas, so pretexto de real Patronato. Al efecto, hizo congregar en su palacio la asamblea de los magnates, y sobre gradaéylajo regio dosel, asentóse en su tribunal para dar cumplimiento a la real orden. Cuando todo estuvo preparado, con -el mayor concurso y solemnidad posible, hizo llamar al Santo: éste, firme en su derecho y puesto su corazón en Dios, entró donairoso en la sala de audiencia; llegó hasta la presencia del Virrey, saludándole cortésmente, como también a los magistrados allí presentes; impertérrito miró a su alrededor, pero notando que adrede no se le había preparado asiento, a fin de tenerlo de pie, como a reo, salió muy tranquilo de la sala, y en la cámara inmediata cogió un taburete, lo arrastró hasta colocarlo debajo del dosel, diciendo al Virrey: «A bien que somos del Consejo de su Majestad, Sr. Marqués, y como ambos cabemos bajo el mismo dosel, nos sentaremos para escuchar la real cédula».

Y se sentó sereno. El Virrey bufó de enojo, rechinó los dientes, de cólera centellaron sus ojos se inmutó, no pudiendo disimular su ira, pero al fin tuvo que resignarse, puesto que no le podía negar su derecho; y eh verdad que él Metropolitano era miembro del Real Consejo y además Protector General de los Indios, en representación del mismo Felipe II, por cédula real expedida en Lisboa.

Terminada la lectura, a la fue nuestro Santo atendió con mucha calma, contestó: «Enojado-estaba nuestro rey, sea por el amor  de Dios». Minuciosamente fue informado el Monarca y entendiendo que se las había con un justo, que sólo quería cumplir con las obligaciones de su cargo, le escribió cartas muy satisfactorias y de reprensión a sus émulos.

De la inmunidad y libertad de la Iglesia fue acérrimo defensor y constante en sostener la disciplina eclesiástica. A la defensa de la patria, amenazada por los piratas, acudió con su haber, sin consentir en el despojo del Santuario, siendo su lenguaje ordinario: «Hágase el deber, y sea Dios servido».

Para rechazar todo empeño y poder administrar recta justicia, como para evitar todo juicio temerario, no admitía regalos; no sólo de los Virreyes y españoles, pero ni aun de los naturales, y escribiendo a Su Santidad Urbano VIII decía: «En las confirmaciones que he hecho en las visitas, no he aplicado ninguna) cosa para mí, ni llevado nada a los Indios que he confirmado: no he consentido que me ofrezcan candela, ni plata, ni traigan vendas, sino de mi hacienda se han puesto las candelas y vendas; que todo ello me valiera mucha cantidad en razón de tanto número de Indios, como se echa de ver, y se da a entender; deseando que todos los naturales tengan mucho contentamiento, y no entiendan se les lleva algo por la administración de los.

«Santos Sacramentos».

Repartía sus rentas entre los templos desamparados, hospitales y pobres vergonzantes- a quienes llamaba «mis acreedores varias veces no quedándole más que dar, se desnudó de la camisa; y andando por la frigidísima cordillera se despojó de su único manto, para cubrir a una mísera india. En la relación que hizo al Santo Padre, diez años antes de morir, según lo mandado por el Tridentino, le decía: «Hasta la fecha llevo repartidos.

 

113. 44 pesos 4 reales, sin contar con otras limosnas secretas».

 

Contra abusos inveterados protegió a los indios desvalidos sus hijos predilectos, e hizo cuanto pudo en provecho de ellos; por eso aprendió el quichua a fin de ser oído y escuchar sus quejas; todos los domingos y días festivos predicaba a indios y españoles, en su propia lengua; así, y con su celo y ejemplo pudo reducir a más cristiana vida a muchos más católicos; y al gremio de la Santa iglesia, a innumerables infieles. Como prueba del amor que profesó Toribio a los indios, oigamos lo que dice un testigo del proceso de su beatificación: «después de muerto Toribio, faltó el pasto espiritual a sus ovejas, y fueron los indios. En tanta disminución, que no había ya la cuarta parte».

No ignorando nuestro ínclito Prelado, cuánto importa instruir a los niños en la sana doctrina, cimiento de su futura dicha, se dedicó personalmente a enseñar el Catecismo, afianzando con

Su ejemplo lo que tenía ordenado a sus párrocos, por sus concilios y sínodos. Los domingos, después del mediodía, bajaba de su palacio, y encaminándose hacia el arrabal de San Lázaro, albergue entonces de la gente desvalida, iba por su tránsito corrigiendo y convidando a seguirlo a los muchachos y vagos. A cada paso crecía el abigarrado y bullicioso enjambre, atraído por la voz, dulzura y dádivas de tan amoroso Padre, hasta entrar en la iglesia, donde los adoctrinaba con gran provecho, regocijo y edificación de la feliz Ciudad de los Reyes. Verdaderamente que si asombraba el contemplarlo presidir, lleno de majestad y sabiduría, a sus sufragáneos, convocados por él a concilio desde Nicaragua y Panamá, hasta el Río de La Plata o Paraguay y circundado por el Virrey con la Real Audiencia, pasmaba cuando se le escuchaba enseñando y preguntando el Catecismo a los chicuelos de la humilde plebe, compuesta de indiecitos, negritos, blanquitos, gambitos, armisticitos y huerfanitos; alumbrando sus inteligencias, y calentando, como madre amorosa, sus tiernos corazones con la Luz de la verdad. ¿Y quién es éste que así catequiza? Es nada menos que el Primado de Sud América; es el insigne doctor de Salamanca y Coimbra; es el alumno predilecto de los consultores y antorchas del Santo Concilio de Trento; es el prudente y austero Inquisidor, ante cuyo celo enmudecen los grandes de España, y el estimado compañero de estudios de los consejeros de Castilla, que a la sazón regían los destinos del más poderoso imperio: tal fue el Sumo Sacerdote Toribio.

Obtuvo el don de lenguas, de éxtasis, de profecía y de milagros; pero como escribimos al vuelo, espigaremos de los muchos que hizo, uno que otro no más. La Sagrada Congregación sólo comprobó detenidamente quince de los que hizo en vida y otros tantos de los acaecidos después de su muerte, por ser pruebas, más que suficientes, para declarar su heroica santidad.

En el monasterio de la Encarnación de Lima, de las canónigas de San Agustín, consagraba Toribio al Reverendísimo Arzobispo de Méjico, D. Alfonso Fernández de Bonilla. Fue tal el gentío y tal la apertura, que murió sofocada una parvulita. La consternación de la muchedumbre fue grande, y mayor el dolor de la pobre madre; fuera ésta de sí, pero guiada por su fe, rompe por entre el concurso con su hijita difunta entre los brazos, diríjase

Hacia el altar mayor, y allí, enmalecida, deposita a los pies del Santo el fruto de sus entrañas. Toribio se conturba, mezcla lágrimas con lágrimas, la consuela, aviva su esperanza, se arrodilla, ora extático, se levanta, e imponiendo sus benditas manos sobre el angelito, la resucita y sana, y festiva la retorna a la angustiada madre, que se creía despertar de una larga pesadilla.

Sabedores los habitantes de Macate, que su Santo Arzobispo venía a visitarlos, salieron a su encuentro, y al llegar a su presencia se postraron ante él reverentes, y con gran quebranto y clamoreo le dijeron: no tenemos agua, ni para nosotros, ni para nuestros ganados, y nos vemos obligados a dejar para siempre la tierra que nos vio nacer: Padre Santo, ten piedad de tus hijos.

El Santo, hondamente conmovido, acudió a la oración, hizo levantar un altar en el sitio en que se hallaba, ofreció el Santo Sacrificio de La Misa, con aquel fervor que él solía, y terminado,

Hirió con su báculo la peña inmediata; al instante brotó de ella a borbollones agua fresca y abundante. La gente estupefacta y rebosando de gozo y alegría, prorrumpió en gritos de alabanza, bendiciendo a Dios Omnipotente por haber mandado a su pueblo un nuevo Moisés. El manantial que Toribio hizo brotar en Macate, sigue hasta hoy pregonando su virtud.

Para nosotros el mayor de sus prodigios, fue el haber florecido bajo su cayado pastoral Rosa cie Santa María, patrona de las Américas todas, Indias y Filipinas; San Francisco Solano, norma

Y declaro de los misioneros-del Nuevo Mundo; los Beatos Juan Masías y Martín de Lima, asombro de humildad e ilimitada tardía, ambos de la Orden de Santo Domingo, con otros muchos Venerables de uno y otro sexo. En verdad, parece que tantos Bienaventurados, resplandecientes con sus heroicas virtudes, se citaron en Lima para cortejar y realzar la gloria de tan preclaro Arzobispo; entonces sí que rebosó el Perú en virtudes y riquezas mil, y sol noble jactancia podemos decir que el siglo de Toribio, es el siglo de oro de la iglesia en todo el Nuevo Mundo, Años antes de morir, profetizó Toribio su dichosa muerte, señalando el lugar, el día y hasta la hora. Con serenidad la vio llegar, y como no tenía más anhelo que la gloria de Dios y el exacto cumplimiento de su cargo, emprendió animoso su tercera y última visita Pastoral. En Pacasmayo (distante 133 leguas de la capital, le acometió la fiebre mortal, no obstante prosiguió resuelto en su tarea apostólica; en Guadalete arreció el mal y en vano la afligida comunidad Agustiniana lo quiso detener: como ciervo sediento vencía las penalidades el camino, anheloso por saciarse en la fuente de vida eterna, pues ya presentía el cumplimiento de su jaculatoria predilecta deseo de ser desatado de estafarme, para _unirme con Cristo». Visitó de paso las aldeas de Chérrepe y Reque, firmando con mano trémula la licencia para la fundación de la Recoleta dominicana en Lima, semillero de santos y doctos misioneros, que tuvo por uno de su fundador  al príncipe de los poetas épicos castellanos, a Fr. Diegode Hojeda.

Sumido por la fiebre, llega moribundo a Saña el generoso atleta de Cristo, y al comunicársele su próxima partida, "exclamó:<<Laetatus sum in his, quae dicta sunt mihi; in domurnDominiibifius>>. «¡Qué nueva tan alegre es ésta que me dan, de que pronto marcharemos a la casa del Señor!, En compañía de judiegos, y a pesar de su gravedad, hizo, un supremo esfuerzo para cantar por vez postrera las alabanzas de su Hacedor, rezando con ellos el largo oficio que tocaba y terminado, se hizo llevaren pobre tarima. Hasta las puertas de la iglesia parroquial, porque se creía indigno de que todo un Dios Sacramentado lo fuese a visitar; y allí, anegado en lágrimas, y en medio del llanto y sollozos de su afligido como inconsolable pueblo, recibió et Viático para la eternidad.

De regreso a la posada, hizo su protestación de fe varias veces delante del auditorio y de las efigies de San Pedro y San Pablo, declarando que su mayor dicha era el haber vivido como

Hijo sumiso de-la §anta Iglesia_ Católica; en seguida le ungieron

Con la última Unción, y movido por el lamentar de los suyos, y volviendo a ellos sus blandísimos ojos, les dijo: « ¿Me [torneo porque muero lejos de mi Lima? ¡Qué! ¿No murió Cristo Señor fuera de Jerusalén por nos redimir? ¡ánimo, hijitos míos!» Repartió todos sus bienes entre los pobres y templos más necesitados, dejándoles sus alhajas, pontifical, vestuarios, rentas devengadas, su mismo lecho;' y viendo que ya no le quedaba más que dar, legó su paternal corazón a las monjas de Santa Clara de Lima; expirando a la edad de 65 años y 25 de gobierno, en Jueves Santo, entre tres y cuatro de la tarde, a 23 de Marzo, año del Señor 1606; mientras un Padre Agustino, por mandato del moribundo, cantaba y tocaba en el arpa el salmo: «ln te, Domine, speravi, con confundat in aeternurn,>. En Ti he esperado ¡oh Señor! y por eso no seré confundido eternamente».

Al expirar el celosísimo Pastor, apareció en el cielo una cruz roía y fulminosa, visible hasta muy entrada la noche; no sólo en Saña, sino también en Lima, Arequipa y otros lugares; al verla once religiosas de gran santidad de vida, del monasterio de la Encarnación, anunciaron a la populosa Lima la muerte de su Prelado esclarecido. En esa misma noche la luna, no obstante de ser la de Pascua y hallarse en el plenilunio, se eclipsó desde las ocho hasta las once proyectando su lóbrega luz sobre la Catedral y palacio primacial únicamente; como si el cielo quisiera acompañar el llanto del mísero peruano y pregonar a la vez la glosa excelsa de que Toribio gozaba en las moradas eternales.

Catorce meses después de su muerte, el Cabildo Metropolitano delegó al canónigo Maestre Escuela, D. Mateo González de Paz, para que en compañía de doce sacerdotes trasladara los

Restos de Saña a Lima. Precediendo las ceremonias y demás requisitos, se reconocieron los despojos mortales y todos se pasmaron al ver el cuerpo entero, incorrupto, fragante, flexible, el rostro hermosísimo, crecida la barba y otras muchas señales extraordinarias; a pesar de que los ornamentos pontificales que tenía puestos estaban verdes por la gran humedad del lugar, como también los hábitos que llevaba de Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, con los cuales quiso ser sepultado, en muestra de su gratitud a dichas Órdenes religiosas, por lo mucho que le ayudaron en su espinoso apostolado. Debiendo la comitiva, en su marcha para Lima, vadear el caudaloso río Santa, que baja de las dos cordilleras de Huaylas y el más copioso de toda la costa del Perú, se halló perpleja para pasarlo; pues las aguas bramadoras habían crecido muchísimo y desbórdalo sus riberas.

Pero he aquí, que las mulas que cargaban la litera, donde iba el santo cuerpo, se acercaron a la orilla para beber, e instantáneamente las aguas se detuvieron reverentes, para dejar pasar al difunto taumaturgo y a la muchedumbre que lo acompañaba, atraída por los muchos milagros que hacía. Cuando todos hubieron pasado, sin riesgo alguno, prosiguieron las arrebatadas corrientes caminando su camino.

Virtudes tan eminentes movieron a la Santidad de Inocencio XI a beatificarlo en 1679 y a Su Santidad Benedicto XIII, de la Orden de Predicadores, a- canonizarlo en 1726.

San Carlos Borroneo y Santo Toribio de Mogrovejo nacieron en el mismo año, ambos observaron el Tridentino fidelísimamente y por eso cosecharon opimos frutos; éstos fueron los dos campeones puestos por Cristo en ambos misterios, para encontrar al Protestantismo su fementida Reforma y demostrar que solo la Iglesia Católica tiene virtud para regenerar a la humanidad extraviada.

El inmortal Pío IX le tuvo gran devoción y nos la recomendó muy mucho, cuando se dignó visitarnos en nuestro lecho de dolor, después de la batalla de Mentana; por eso, cumplimos con el gratísimo precepto trazando hoy estas pobres líneas en señal de nuestro amor y gratitud hacia el mayor bienhechor de la raza indígena. También aprobó para Lima la misa y oficio propios de nuestro Santo; el Episcopado de los Estados Unidos, reunido en Concilio Nacional en Baltimore, ha pedido igual privilegio; y hoy, después de habernos dirigido al Episcopado de ambas Américas desde el estrecho de Magallanes al de Behring, hemos remitido a la Santa Sede, por conducto de su Delegado Apostólico en Lima, las peticiones de los Rvmos. Obispos al igual fin. Los Pastores del Nuevo Mundo se han unido hoy para implorar del Sucesor de Pedro se digne extender el culto de su ejemplar Santo Toribio a todo el Continente de Colón.

Su Santidad León XIII, en su rescripto de 29 de Mayo de 1892, accediendo a los votos de los Obispos peticionarios, ha concedido la gracia que solicitaban y dado las órdenes a la Sagrada

Congregación de Ritos para que conceda igual privilegio a todo Obispo americano que lo solicite. Alabado sea Dios que así ha coronado nuestras diligencias para propagar la devoción y culto de N. P. Santo Toribio.

 

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