Amigos: Les comparto los apuntes preparados y que tuve el gusto de exponer en una jornada inolvidable en la que -pregunten a los testigos- tuvimos que sortear una lucha titánica en el duelo planteado entre el mal de los virus y las tinieblas (por 8 veces nos quedamos a oscuras en el salón) y el bien de la luz. Gracias a los profesores y a las oraciones a la novena fue la vencida y seguimos adelante.
Las fotos son una gentileza de la profesora Carmela López C.
UNIVERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL
FACULTAD DE HUMANIDADES
PROGRAMA CONVERSATORIO
"12 de octubre: Día de los Pueblos Originarios y del
Diálogo Intercultural"
Martes 13 de octubre de 5:00 a 7:00 p.m.
Hora | Tema | Expositor
|
5: 00 a 5:10 p.m. |
Palabras del Director de la Escuela de Lingüística y Literatura |
Mg. Feliciano Asencios Espinoza |
5:10 a 5: 40 p.m. | Santo Toribio y las lenguas en el Perú. | Dr. José Antonio Benito Rodríguez (Director del CEPAC, Universidad Católica Sedes Sapientiae y Secretario de la Academia Peruana de la Historia de la Iglesia) |
5:50 a 6: 20 p.m. | El pueblo Nomatsiguenga y su lengua. | Lic. Napoleón Chimanga (Dirigente nomatsiguenga, especialista de la Dirección de Educación Intercultural Bilingüe. Ministerio de Educación)
|
6:20 a 6:50 p.m. | La llegada de los españoles a América y las lenguas indígenas. | Dr. Fernando García Rivera (Coordinador del equipo de leguas de la Dirección de Educación Intercultural Bilingüe del Ministerio de Educación) |
6:50 a 7:20 p.m. | Preguntas del público
| Docentes y estudiantes de la Especialidad de Lingüística |
7.20 a 7.30 p.m. | Palabras de la Presidenta de la Comisión de Gobierno | Dra. Martha Chávez Lazarte |
Lugar: Salón de Grados "Antenor Orrego"
Organización:
Instituto de Investigación
Laboratorio de Fonética - Departamento Académico de Lingüística y Literatura
Escuela Profesional de Lingüística y Literatura
SANTO TORIBIO Y LAS LENGUAS NATIVAS EN EL PERÚ
Apuntes de José Antonio Benito, 13 octubre 2015,
Universidad Nacional Federico Villarreal:
Vamos a ver la situación de las lenguas en el Perú en tiempos de Santo Toribio y lo que él hizo por ellas a través de la visita, del concilio, de su acción pastoral.
1. LA LENGUA EN EL PERÚ. SIGLO XVI
Ana Gimeno Gómez –docente en la Universidad de Valladolid- en varios de sus estudios sobre la política lingüística castellana afirma que tanto la Iglesia como el Estado convinieron en el trascurso de los años los procedimientos más pertinentes, dentro de la labor colonizadora, empleando técnicas de aculturación y asimilación, en un intento de conseguir la unificación lingüística, aunque fuera incompleta[1]. Calificados los indios como súbditos y vasallos, se iniciaba una relación muy distinta, que no podía limitarse a entenderse con ellos mediante intérpretes sino a incorporarlos también por una asimilación cultural. Más, en breve surgirá en la Corona la intención, que pronto será obligación, de la evangelización de aquellos nuevos vasallos.
La relación que se iniciará a partir de entonces entre la Iglesia y la Corona española marchará de acuerdo con el regio patronato de las Indias, que concedía amplias prerrogativas a la Corona en las tareas de evangelización y organización de la iglesia americana. El envío de misioneros y clérigos a lo largo de los siglos no cesará y su presencia y trabajo va a ser esencial, ya que fueron los que, a la par que evangelizaban y adoctrinaban, enseñaban la lengua, aculturizaban, en una tarea estrechamente unida. Ello se plasmará, tras el sermón de Montesinos en 1511, en que la Corona desplegará una política revisionista en relación al mundo americano. Y así, en las Leyes de Burgos el sistema de adoctrinar se acercara a la realidad americana y en contraste con lo contemplado anteriormente, en que la tarea de instruir al indio solo se confiaba a los religiosos, ahora se hará extensiva a los encomenderos, "a la persona que los tuviere encomendados".
La enseñanza la impartirían los religiosos colectivamente, para un mayor rendimiento en el aprendizaje de la lengua castellana, según la ley XVII, a aquellos naturales mejor dispuestos, con el fin de que ellos a su vez sirvieran de maestros entre los suyos. De ese modo se pensaba realizar la labor de adoctrinamiento y de enseñanza, conjuntamente. La Corona va advirtiendo la importancia que tenía para la instrucción religiosa el que el indio conociera antes los fundamentos de la lengua castellana en la que se estaba evangelizando. A eso hacía referencia la ley IX, en la que se dice que los que tengan indios " sean obligados a hacer mostrar un muchacho el que más hábil de ellos le pareciere a leer y a escribir y a las cosas de nuestra fe para que aquel les muestre después a los otros indios porque mejor lo tomaran lo que aquel les dijere que lo que les dijeren otros vecinos... e porque el Rey mi señor e padre e yo hemos sido informados que algunas personas se sirven de algunos muchachos indios de pajes declaramos y mandamos que tales personas ... sean obligados a les mostrar leer y escribir...".
Todo español había de convertirse en maestro, y no solo, como al principio, por el sistema de predicadores. Fundidas iban, en una sola misión, las dos aspiraciones: la de proporcionar la fe y la de proporcionar el lenguaje, porque ambas no era tan fácil conseguirlas como se había pensado en la etapa colombina. Si bien el problema del lenguaje estaba en sus comienzos, vemos que se le empieza a conceder toda su importancia en el hecho de que, en la ley XVII se coloca por delante el enseñar a leer y escribir a la propia instrucción religiosa. Mas, a pesar de ello, poco se adelantaba, pues como decía Fernández de Oviedo "Es menester que Dios ponga en esto su mano, para que así los que enseñan como los enseñados, aprovechen más que hasta aquí".
Convencidos los religiosos de que lo primordial era el entendimiento y el contacto con el indio, se empeñarán desde un principio en el estudio de sus lenguas, en una ardua tarea llena de dificultades. Jerónimo de Mendieta nos explica muy bien para el caso d México el "trabajo que pasaron los padres por no saber la lengua de los indios, hasta que la aprendieron". Se mezclaban con los niños, escuchando sus conversaciones para habituarse a los sonidos y copiando las palabras que creían entender. De ese modo no solo se ejercitaban en el aprendizaje, sino que también conseguían su colaboración, en un quehacer que se agravaba por la multiplicidad de lenguas y dialectos6. Así lograron, como nos dice el mismo autor, que "al cabo de medio año que estos apostólicos varones habían llegado a esta tierra, fue servido el señor de darles lengua para poder hablar y entenderse razonablemente con los indios".
A la par, el problema idiomático se iba resolviendo también con intérpretes, y así lo asumía la política real, como vemos en las Ordenanzas de Granada de 1526, donde se regula que no falte intérprete en las expediciones que se organicen de descubrimiento y conquista, para que hicieran entender a los indios "por lenguas de intérpretes" tantas veces como fuere necesario, el mensaje de la Corona. Pero, transcurrido un tiempo, el sistema se evidenció que no estaba exento de grandes riesgos, ocasionados por los inconvenientes que entraña una mala traducción. Así, cuando Francisco de Toledo llegó al Perú, "la mayoría de doctrineros -dirá- ignoran las lenguas y enseñan mediante intérpretes, a quienes ni siquiera entienden", faltaba hasta seguridad en la fiel interpretación de la doctrina. O debido a que se detectaron conductas corruptas en el comportamiento de algunos, lo que decidió a la Corona a advertir que se castigaría con penas de destierro y pérdida de bienes a aquellas lenguas que recibieran, tanto para sí como para justicias u otras personas, "joyas, ropas, mujeres, mantenimientos, ni otra cosa alguna". Infinidad de casos podrían citarse, si bien merece la pena reproducir el que Garcilaso menciona en sus Comentarios Reales cuando el indio Felipillo, al traducir las palabras del padre Valverde en Cajamarca, en lugar de Dios, Trino y Uno, dijo: Dios tres y uno son cuatro... Mas el enfrentamiento serio con la realidad, -muy distinta de la que se creyó al principio- tendrá lugar cuando, creado el Consejo de Indias, empiece este organismo a recibir informes, peticiones, denuncias, memoriales, sobre lo que tendrá que decidir.
Transcurrían los años y el planteamiento del problema idiomático discurría en la línea de la utilización de intérpretes, del esfuerzo de los misioneros y, fundamentalmente de la enseñanza del castellano a los niños hijos de los naturales principales, en los colegios de los monasterios e incluso a las niñas "en casas de mujeres honradas para que les enseñen", que fue el modo que creyeron más eficaz en los primeros momentos, la enseñanza y adoctrinamiento de hijos de gentes principales para que luego sirvieran de elemento trasmisor. La experiencia resultaba muy satisfactoria, como recogía el mismo documento "reciben muy bien la doctrina cristiana y la crianza de su puericia".
Los inconvenientes por la falta de entendimiento se van superando, contando con el aprendizaje de las lenguas indígenas por parte de los misioneros, que se veían cada vez más obligados a un mayor esfuerzo, ante gran diversidad de hablas, pues las continuas conquistas aumentaban progresivamente las tierras de misión. En esa misma línea está el contenido de un breve de Gregorio XIII en el que se autorizaba la ordenación como sacerdotes de hijos ilegítimos, a condición de que fueran conocedores de las lenguas indígenas. Algunos sacerdotes llegaron a un gran conocimiento idiomático, como Juan de Oliva y Cristóbal de Medina que fueron "grandes predicadores y muy sabios en la lengua de los indios (quechua)", llegando algunos a sobresalir extraordinariamente como "el P. Barzana, que llegó a aprender siete lenguas, muchas de ellas dificultosas, como la de los indios frontones".
Y serán las mismas órdenes las que impulsaron el aprendizaje de las lenguas autóctonas. Los jesuitas –al igual que los franciscanos- en sus misiones usaban las lenguas indígenas y se ejercitaban en su aprendizaje. Así nos dice el padre Acosta que "en Juli están al presente once de la Compañía, once sacerdotes y tres hermanos. Los padres todos saben la lengua de los indios, si no es uno que la va aprendiendo agora, y algunos dellos saben las dos lenguas, quichua y aimará y algunos también la puquina, que es otra lengua dificultosa y muy usada en aquellas provincias. Tienen gran ejercicio de la lengua, y cada día se juntan una o dos horas a conferir, haciendo diversos ejercicios de componer, traducir, etc. Con esto tenemos ya experiencia que en cuatro o cinco meses aprenden la lengua de los indios los nuestros de suerte que pueden bien confesar y catequizar, y dentro de un año pueden predicar". Por ello el clero, tanto secular como regular, siguió aprendiendo y utilizando las lenguas indígenas. Acosta insiste en la postura de Blas Valera y considera, como aquel, que no debía obligarse a la población indígena a que olvidaran y abandonaran sus lenguas para adoptar otras desconocidas para ellos. En consecuencia escribía hacia 1576 que "hay quienes sostienen que hay que obligar a los indios con leyes severas a que aprendan nuestro idioma. Los cuales son liberales de lo ajeno y ruines de lo suyo.... porque si unos pocos españoles en tierra extraña no pueden olvidar su lengua y aprender la ajena... ¿en qué cerebro cabe que gentes innumerables olviden su lengua en su tierra y usen sólo la extraña, que no la oyen sino raras veces y muy a disgusto...?". Parecían esas palabras responder a la actitud de cierto clero, como fue el caso de fray Antonio de Zúñiga que, después de llevar viviendo 15 años en el Perú sin saber el quechua, escribía a Felipe II que debía mandar que se les pusiera a los indios un plazo "de uno a dos años para que dentro de este tiempo aprendan la lengua castellana y que, pasado este tiempo el que hablare otra lengua unos con otros y con los españoles, que los den a quien se lo muestre..., y como en esto haya cuidado y algún rigor ellos la aprenderán ... y los que la saben hablarla han, aunque por agora por caso de menos valor tienen el hablarla, y no son pocos los que la saben, y cuando están borrachos la hablan"
Pero el empleo sistemático de los idiomas nativos encerraba evidentes inconvenientes que, si bien en un principio no se advirtieron, en adelante se harían más patentes. Por eso ya a mediados del siglo XVI se insiste cada vez más en que se enseñe el castellano -cosa que ya venía haciéndose desde años antes- , no olvidándose a la par el uso de las lenguas vernáculas. Lo vemos reflejado en la cédula de 17 de julio de 1550 que dice "que convendrá introducir la castellana", y porque no son suficientes las cátedras, donde para este fin eran preparados los sacerdotes, con el conocimiento previo de los idiomas indígenas, "ordenamos que a los indios se les pongan maestros que enseñen a los que voluntariamente la quisieren aprender", por lo que se cree que este menester podría ser desempeñado por sacristanes. En esta cédula de 1550 se coloca por vez primera la enseñanza de la lengua antes que la de la religión y no porque aparezca entonces la preocupación idiomática, sino porque se advierten las muchas dificultades que reporta a la evangelización la falta de entendimiento; la Corona busca el mejor vehículo para lograr el adoctrinamiento y parece encontrarlo en el previo conocimiento del castellano. Ya desde 1544 la Corona instó al obispo de Lima, Jerónimo de Loaysa a reunirse con los obispos de Cuzco y Quito para organizar la evangelización del Perú, pero la convocatoria se fue demorando por las disensiones entre los prelados, reflejo de los conflictos del Perú y que llevó a la Iglesia peruana del siglo XVI a defender unos los derechos de patronato y a refutarlos otros. Hasta que el 18 de octubre de 1565 se consiguió promulgar en Perú los acuerdos del Concilio de Trento, siguiendo la Pragmática real de Felipe II y cuya aplicación tropezó con serias dificultades por el recorte de ciertas prerrogativas, especialmente entre las órdenes religiosas que en ciertas cuestiones se las hacia depender del clero secular. Tras superar el periodo establecido se iniciaron las sesiones del Segundo Concilio de Lima (1567-1568) que trató especialmente de la tarea misionera y que, finalmente, sentará las bases de una evangelización acorde con los intereses de la Corona. En las instrucciones dadas al virrey Toledo en 1568 se le recordaba que debía atender especialmente la catequización de los indios y se manda a los misioneros que les enseñen, tanto a niños como a adultos, las oraciones en castellano y en su lengua vernácula.
Desde mediados del S.XVI, 1551, con el arzobispo Jerónimo de Loaysa, se había fundado en la Catedral una cátedra de lengua indígena con la obligación -según la voluntad del arcediano cacereño Rodrigo Pérez- de que el titular predicase a los indios cada día: "E otrosí que si hubiere algún sacerdote, clérigo o fraile que sepa la lengua de los naturales y los sepa predicar y doctrinar en la iglesia mayor de esta ciudad se le dé de limosna y cada un año, los dichos 130 pesos que de suso están señalados para el sacerdote que hubiere de decir las misas de suso referidas y los 240 pesos que están señalados para el clérigo o clérigos del dicho hospital, con cargo que ha de decir las Misas e conversión que de suso está dicha que diga el Capellán y predicar a los naturales en su lengua los domingos y día de guardar en la dicha Iglesia e rueguen a Dios por la conversión de ellos y por el ánima del dicho difunto. E que el señalamiento del tal clérigo le haga Su Señoría Reverendísima el dicho Señor Arzobispo que es y que después fuese en la dicha Iglesia y se le encarga la conciencia que a los dicho se apersonará[2]. Santo Toribio restableció la fundación nombrando para ello al joven clérigo de Huánuco, Alonso de Huerta. De igual modo se dotó en 1580 a la Universidad de san Marcos de Lima con una cátedra de lengua indígena, regentándola el canónigo criollo Dr. Balboa, y posteriormente el propio Alonso de Huerta. Esta medida, por Real Cédula de Felipe II, se amplió a todas las ciudades del virreinato con Audiencia (Santa Fe de Bogotá, Quito, Cuzco, Santiago de Chile y Chuquisaca, la actual Sucre); además de crear cátedras de lengua indígena se prescribía que a partir de entonces "no debía ser ordenado para el sacerdocio ni debía recibir licencia para ejercerlo ninguna persona que no supiera la lengua de los indios".
2. TERCER CONCILIO LIMENSE
Aunque se había recibido oficialmente la legislación de Trento en el Segundo Concilio Limense, 1556, su aplicación distaba mucho de ser realidad. Fray Jerónimo de Loaysa lanzó la primera convocatoria del tercer concilio entre marzo y abril de 1572 para celebrarse en junio de 1573. Sucesivas dificultades fueron demorando su realización y en 1575 sobrevino su muerte. La vacante de seis años en la sede limeña dificultaba su convocatoria y el obispo más anciano de la archidiócesis, fray Pedro de la Peña, desde Quito, no se encontraba con fuerzas para acometerlo. Así las cosas, arriban a Lima en mayo de 1581 el nuevo arzobispo y el nuevo virrey. Se ponen de acuerdo el metropolitano y el vicepatrono y con fecha 15 de agosto de 1581 se convoca a concilio para el año siguiente. Los miembros del Cabildo Catedralicio de Lima anotarán en las actas capitulares el 9 abril 1581: "había mucha necesidad de que se convocase y se hiciese concilio provincial como lo manda el Santo Concilio de Trento"( Libro 2º f.107v)
En aquel momento, eran nueve las diócesis sufragáneas de Lima, a la que se agregará Tucumán. Al concilio asisten 8 obispos junto al metropolitano y en nombre del rey, Martín Enríquez de Almansa, virrey y vicepatrono. Los prelados son fray Antonio de San Miguel OFM (La Imperial de Chile), don Sebastián de Lartaún (Cuzco), fray Diego de Medellín OFM (Santiago de Chile), fray Francisco de Vitoria OP (Tucumán), don Alonso Granero de Ávalos (La Plata), fray Alonso Guerra OP (Asunción o Río de la Plata), recientemente consagrado en Lima, y fray Pedro de la Peña (Quito), que se incorporó en octubre. El de Popayán, fray Agustín de la Coruña, estaba detenido en Quito. La diócesis de Panamá estaba vacante, al igual que la de Nicaragua, pero ésta envió a su representante fray Pedro Ortiz OFM. Asistieron asimismo 9 procuradores de los cabildos eclesiásticos, entre ellos el Dr. Juan de Balboa por el de Los Reyes. Entre los 8 provinciales y superiores regulares figuraban fray Jerónimo de Villacarrillo, OFM, y fray Nicolás de Ovalle (Mercedario). Entre los 5 teólogos seleccionados cabe mencionar al agustino fray Luis López y el jesuita P. José de Acosta. Igualmente entraron tres letrados juristas, uno de los cuales fue fray Pedro Gutiérrez Flores y 5 oficiales como el Dr. Antonio de Valcázar, provisor y vicario general de Los Reyes, secretario del concilio, junto con el arcediano de Paraguay Martín Barco de Centenar; como fiscal estuvo el Dr. Juan de la Roca.
Tal como estaba previsto, se inauguró el 15 de agosto de 1582, fiesta de la Asunción de la Virgen, con una solemne procesión desde el convento de Santo Domingo hasta la catedral. Preside el metropolitano, acompañado de 4 obispos, más el virrey, audiencia, cabildos...El sermón corrió a cargo del obispo de La Imperial, fray Antonio de San Miguel. Se leyeron las leyes eclesiásticas, se formuló la profesión de fe y santo Toribio anunció que las sesiones privadas se celebrarían en la sala capitular, dejando las públicas para el templo catedralicio. Comenzaron con las lecturas de los anteriores concilios y los memoriales de las iglesias, analizando los asuntos que la secretaría general iba presentando. Bien pronto comenzaron los problemas. En marzo de 1583 morían el obispo de Quito y el virrey, debiendo asumir las funciones de este último el oidor más antiguo, Licenciado Cristóbal Ramírez de Cartagena. Se incorporaron, sin embargo, en el mismo mes, el obispo de La Plata Alonso Granero de Ávalos y el de Tucumán, el dominico fray Francisco de Vitoria. La tormenta se desató por la acumulación de memoriales -hasta 23 acusaciones por parte del Cabildo secular- contra el obispo del Cuzco, Mons. Sebastián de Lartaún y la respuesta intempestiva del mismo. Se le llegaba a acusar hasta de ser responsable de la muerte del canónigo Juan de Vega y de haberse apropiado de más de 30.000 pesos de la fábrica de la catedral. La gravedad de las denuncias movió al arzobispo Mogrovejo a aceptarlas y examinarlas con el fin de que Lartaún se exculpase. El obispo de Cuzco negó competencia al concilio para tratar ese asunto. El santo optó por ordenar una investigación comisionando a varios de los asistentes que, después de controversias y declinaciones, recayó en el fiel provisor y vicario general Valcázar. Todos los obispos, salvo el de La Imperial, apoyaron al santo. Muerto el virrey Almansa, firme apoyo del arzobispo, éste pensó en disolver el concilio. El obispo de Cuzco, no sólo negaba la incompetencia del mismo, sino que llegó sostener que el proceso no podía llevarse a cabo fuera del concilio. El santo propuso entonces remitir el proceso a Roma. Al efecto, en vísperas de Semana Santa, suspendió en concilio hasta la Pascua de Resurrección indicando a los padres conciliares que se retirasen. Sin embargo, 5 obispos no sólo se negaron sino que arrebataron las llaves del archivo y se apoderaron de los papeles del proceso, que retuvo fray Francisco de Vitoria, llegándolos a quemar en el horno de un pastelero del centro de Lima. Ante su negativa de devolver los documentos, el metropolitano suspendió las congregaciones y excomulgó públicamente a Mons. Vitoria. Éste pretendió continuar el concilio en el caso de que no lo reabriese santo Toribio. El metropolitano accedió con tal de que se devolviera el libro de acuerdos a los secretarios. Como cuatro de los cinco obispos sufragáneos llevaban adelante su proyecto de conciliábulo Mogrovejo los excomulgó. Ahora entendemos por qué el P. Acosta llegó a decir que el concilio parecía "una Consulta de Estado hecha a marineros aburridos". Sin embargo, santo Toribio no se dio por vencido, mientras tanto el P. Acosta y colaboradores habían redactado el catecismo, confesionario y parte del sermonario, el canónigo Juan de Balboa dirigía el equipo de traductores al quechua, mientras que el P. Blas Valera hacía otro tanto con el aymara.
Identidad del Perú. El 19 de abril de 1583 santo Toribio, a costa de su propia humillación, reabría el concilio venciendo la animadversión reinante y haciendo caso omiso de la intemperancia del prelado de Cuzco, Lartaún, el cual se permitió afirmar ante el legado real que "el arzobispo no era cabeza ni presidente del concilio, sino el Espíritu Santo". Con motivo de tales incidentes exclamará: "No temo ni tiemblo a cosa alguna. Lo que más me ase vivir con inquietud no es lo que padezco, sino el temor de que mis ovejas, escandalizadas de estas varias revoluciones, caigan en culpas y ofensas de Dios...La consideración de que los trabajos que he padecido vienen derechamente de mano de Dios, jamás me ha puesto triste; antes, con ese convencimiento, he vivido alegre, en medio de ellos, las busco con contento". Y así, pese a las tensiones, logró convencer a los padres conciliares para que se prescindiese de la causa judicial del de Cuzco y en cambio se ofreciese al pueblo cristiano los anhelados decretos de reforma.
Gracias a su tesón y ecuanimidad, su celo y santidad, salió adelante el Concilio, instrumento privilegiado de la reforma tridentina en América en un ambiente de absoluta concordia y unanimidad entre los asistentes. Culminó el 13 de octubre de 1583. Sus normas regirán la "nueva cristiandad de las Indias" -como gustaba repetir- hasta el Concilio Latinoamericano de 1899. Será el estatuto de la Iglesia americana (cuatro arzobispados y 17 obispados) para tres siglos. Como atinadamente escribe el P. Enrique Fernández el concilio "contribuyó fuertemente a la configuración de un solo Perú, pues en sus ordenaciones desaparece la dicotomía de temas y constituciones entre indios y españoles...Ahora (la Iglesia) mira a un solo Perú en el que hay sí, españoles y criollos, una presencia creciente de mestizos y una permanencia del mundo indígena que es el sustrato fundamental de la nueva Patria". Frutos suyos serán la fundación de Seminarios (calcados del Colegio Mayor de Oviedo de Salamanca, la organización de las visitas canónicas para comprobar que todo se aplicaba, la publicación de un "Catecismo" en los tres idiomas (castellano, quechua y aymará), el "Sermonario" (guía de párrocos y predicadores), "Confesonario" (manual de instrucciones para los penitentes).
En la Primera Acción: inauguración, intermedio borrascoso, oposición cerrada, receso y apertura; Segunda Acción: concilios pasados, catequesis, , sacramentos (matrimonio, confesión, eucaristía, varia del culto, extremaunción, orden sagrado, matrimonio de nuevo, gratuidad, doctrinas); Tercera Acción: obispos. selección, clérigos, reforma, pueblo fiel; Cuarta Acción: visitas y visitadores, trato con los indios, culto y liturgia, doctrinas, régimen diocesano; Quinta Acción: miscelánea, un solo Perú. En tercer lugar se centra en los "complementos pastorales", impresos en 1584 y 1585 por Antonio Ricardo, quien inaugura la imprenta en Perú con los tres catecismos trilingües -castellano, quechua y aimara- (Doctrina cristiana, Catecismo breve, Catecismo Mayor para los que son más capaces), el Confesonario para los curas de indios y el Sermonario -Tercer Catecismo- "para que los curas y otros ministros prediquen y enseñen a los Indios y demás personas". Como complemento de tan largo trabajo, deben citarse las apelaciones y aprobación de los decretos.
Tres catecismos, una doctrina Se busca unificar la doctrina, la cartilla y el idioma. Al efecto se comisiona a un grupo de teólogos y lingüistas que acometan tan magna labor. Era necesario un catecismo único en las dos lenguas vernáculas más difundidas, la quechua o lengua general del Inca y la aymara. Esta obra sustituiría a la cartilla que tenía como cometido enseñar los rudimentos de la fe y el castellano. Se encomienda toda la labor al P.José de Acosta y su traducción al P. Barzana ayudado por el P. Blas Valera, experto en quechua y el P. Bartolomé de Santiago, experto en aymara. Se titula Doctrina cristiana y catecismo para instrucción de indios, resultando ser el primer libro impreso en Perú y por el que se instruirán españoles, mestizos, indios y negros de América. La obra contiene tres catecismos trilingües. El primero, Doctrina cristiana tan sólo contiene 22 páginas y comprende la señal de la cruz, oraciones (Padre Nuestro, Ave María, Credo, Salve), artículos de la fe, el Decálogo, los mandamientos de la Iglesia, sacramentos, obras de misericordia, virtudes teologales y cardinales, pecados capitales, enemigos del alma, novísimos y la confesión general. Sigue una Suma de la fe católica en dos páginas y sólo en castellano. El Catecismo breve, con preguntas y respuestas, presenta de forma escalonada el tema de Dios en sí mismo y en su obra, poniendo el acento en el monoteísmo y en la culminación de la obra creadora que es el alma humana inmortal. Continúa con el tema de Jesucristo Redentor y los novísimos, para terminar con el tema de la Iglesia, quien se confía la palabra de Dios y los medios de salvación que Cristo le confió. Se incluye también una Plática breve que contiene la suma de conocimientos cristianos junto a un abecedario trilingüe. El tercero o Catecismo mayor es "para los que son más capaces". Sigue de cerca el modelo del Catecismo del Concilio de Trento, aunque es original en la forma de adaptarse a la realidad indiana. Las 98 páginas se articulan en 5 partes con 117 preguntas: introducción a la doctrina cristiana, el símbolo, los sacramentos, los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, obras de misericordia, Padre Nuestro. Le siguen anotaciones sobre las traducciones al quechua y al aymara.
En 1585 se imprime Confesionario para los curas de indios trilingüe, en 32 páginas. Contiene elementos que el preparar a la confesión: exhortación, examen por los mandamientos, preguntas para curacas o caciques; fiscales, alguaciles y alcaldes de indios, hechiceros; exhortación una vez oída la confesión, reprensión por pecados de idolatría, superstición, embriaguez, amancebamientos y latrocinios. Va dirigido, no solamente a los confesores, sino también a los predicadores y doctrineros. Sigue el orden de los mandamientos, precedido de algunas observaciones como introducción y de una parte final referente a los diferentes estados de las personas. El texto se ve acompañado de otras piezas que ayudan a instruir a los indios sobre la cosmosivión andina, detallando sus creencias y sus prácticas religiosas o pararreligiosas, de acuerdo con los informes de Polo de Ondegardo titulados "Los errores y supersticiones de losndios sacados del tatado y averiguación que hizo el licenciado Polo·. . Le siguen dos exhortaciones trilingües para indios adultos y otra tercera "para los que no están tan al cabo", además de las letanías de los santos. A continuación se ofrecía un elenco, en castellano, de privilegios y facultades pontificias para las Indias. Terminaba, en los tres idiomas, con los impedimentos matrimoniales, junto con una declaración de los motivos de invalidez.
El tercer y último volumen se titulaba Tercer Catecismo y Exposición de la Doctrina Cristiana por sermones, para que los curas y otros ministros prediquen y enseñen a los indios... y a las demás personas. Es el texto más extenso con 446 páginas que contienen 31 sermones en los tres idiomas. Se desarrollan como materias catequéticos los presupuestos de la fe y los misterios de la misma, y los sacramentos, los mandamientos de la Ley de Dios...Todo ello enriquecido con textos bíblicos, de los Santos Padres y del magisterio eclesiástico. De gran interés son las 11 páginas del proemio en las que se trata del modo de enseñar y predicar a los indios; el primer principio enfatiza: "Se ha de acomodar en todo a la capacidad de los oyentes el que quisiere hacer fruto con sus sermones o razonamientos"; el tercero habla del modo "llano, sencillo, claro y breve" y del estilo "fácil y humilde, no levantado, las cláusulas no muy largas, ni de rodeo, el lenguaje no exquisito, ni términos afectados, y más a modo de quien platica entre compañeros, que no de quien declara en teatros".
Conviene subrayar como mérito excepcional de estos catecismos la traducción al quechua y aymara de conceptos sutiles y difíciles, gran parte de los cuales se tradujeron también a otras lenguas vernáculas de dentro de Perú, como la collana, cañeri, purgay, quillasinga y puquina, y fuera: en la lengua general del Reino de Chile, la araucana, en el guaraní, la mosca de Bogotá.
Luciano Pereña destaca cinco claves para interpretar su trascendencia:
1. Fueron el medio para educar y afianzar en la fe al pueblo.
2. A través de una síntesis y purificación, el Concilio asumió la misión de los primeros evangelizadores, llevando hasta lo último su compromiso evangélico con el indio.
3. Sus textos son auténticas fuentes y raíces del mestizaje étnico cultural, propio de la fisonomía continental iberoamericana.
4. Facilita datos etnográficos (creencias religiosas, ritos y ceremonias en sus relaciones con las costumbres civiles y sistemas de gobierno inca) registrados por los misioneros con el fin de transformar su identidad originaria.
5. Diferenció claramente la parte dogmática y esencial en la formación y maduración de la fe, de la parte disciplinar y circunstancial en la implantación progresiva de la Iglesia en evolución.
Conviene señalar la importancia del TERCER CATECISMO y exposición de la Doctrina cristiana por sermones para que los curas y otros ministros prediquen y enseñen a los indios y a las demás personas conforme a lo que se proveyó en el Santo Concilio Provincial de Lima el año de 1583. Proemio de los sermones. Del modo que se ha de tener en enseñar y predicar a los indios:
1. Hase pues de acomodar en todo a la capacidad de los oyentes el que quisiere hacer fruto con sus sermones o razonamientos. Y, siendo, como son los indios, gente nueva y tierna en la doctrina del Evangelio y lo común de ellos no de altos y levantados entendimientos ni enseñados en letras, es necesario lo primero: que la doctrina que se les enseña sea la esencial de nuestra fe y la que es de necesidad saberla todos los cristianos.
2. No se debe enfadar el que enseña a indios de repetirles con diversas ocasiones los principales puntos de la doctrina cristiana, para que los fijen en su memoria y les sean familiares...especialmente en los que ellos padecen más ignorancia, como es la unidad de un solo Dios y que no se ha de adorar más de un Dios; que Jesucristo es Dios y hombre y es único Salvador de los hombres; que por el pecado se pierde el cielo y se condena para siempre el hombre; que para salir de pecado se ha de bautizar o confesar enteramente; que Dios es Padre e Hijo y Espíritu Santo; que hay otra vida y pena eterna para los males y gloria eterna para los buenos.
3. Modo: llano, sencillo, claro y breve. "Finalmente, el que enseña ha de tener presente el entendimiento del indio a quien habla y a su medida ha de cortar las razones, mirando que la garganta angosta se ahoga con bocados grandes".
4. "No sólo se perciba sino que también se persuada" "Mas es de advertir que con los indios no sirven razones muy sutiles ni los persuaden argumentos muy fundados. Lo que más los persuade son razones llanas y de su talle, y algunos símiles de cosas entre ellos usadas... Últimamente, por experiencia consta, que estos indios, como los demás hombres comúnmente más se persuaden y mueven por afectos que por razones, y así importa en los Sermones usar de cosas que provoquen y despierten el afecto como apóstrofes, exclamaciones y otras figuras que enseña el arte oratoria y mucho mejor la gracia del Espíritu Santo cuando arde el sentimiento del Predicador Evangélico...porque sin duda, aunque sus (de san Pablo) cartas tenían mucha eficacia, era sin comparación mayor la de su pronunciación y semblante con que daba un espíritu del cielo a todo cuanto decía: y por esto aconseja tanto san Agustín, que el Predicador que desea imprimir la palabra de Dios en otros por Sermones, la imprima primero en sí por oración. Y aunque esto es general a todos; pero muy especialmente se experimenta que los indios, como gente de suyo blanda, en sintiendo en el que les habla algún género de afecto, oyen y gustan y se mueven extrañamente: porque ellos entre sí mismos en su lenguaje tienen tanto afecto en el decir, que parece a quien no los conoce pura afectación y melindre"
Y en esta misma línea se insiste en el Tercer Concilio limense (1582-1583) a favor del empleo de las lenguas vernáculas en la tarea adoctrinadora. En su segunda sesión se ordenaba la redacción y edición de un catecismo especial, en la línea del Concilio de Trento, para la instrucción de la feligresía de toda aquella provincia y en el capítulo 6º que los indios fueran adoctrinados en su lengua "cada uno ha de ser instruido de manera que entienda; el español en español, el indio en su lengua... Por tanto, no se obligue a ningún indio a aprender las oraciones o el catecismo en latín... y si alguno quisiere, podrá agregar también el español que ya dominan muchos de ellos.". Y unos capítulos más adelante, en el 16º, al tratar sobre el sacramento de la confesión, se reconoce que muchos sacerdotes, por ignorar las lenguas indígenas, "pasan por alto muchos pecados que les son totalmente ignorados... por ello si no comprenden bien, remitan a los penitentes a los que son más entendidos o aprendan lo que no saben, pues no es buen juez quien juzga lo que no sabe". El Concilio se está poniendo a favor de la postura que sostiene que deben conservarse las lenguas de los indios, sin que deje de difundirse el castellano.42 Y el capítulo 17º se refiere a que cada obispo designará a las personas que deben examinar "a los futuros párrocos de indios en sus conocimientos y en su pericia de la lengua indígena"43. Y en el capítulo 3º de la quinta sesión, referido a la confesión, se acordó que debía ser redactado un confesonario para uso de los indios y traducirlo al quechua y aimara, según la comisión del sínodo. De esa tarea fue encargado Mogrovejo; se publicó, junto al catecismo, en 1585. Por último, recoger de este concilio el capítulo 31º, de la sesión segunda, que se refiere a las órdenes sagradas, en especial al presbiterado y en el que se acordaba que, ante la falta de sacerdotes, se mirase, entre otras cualidades, el conocimiento de las lenguas indígenas y que no fuesen rechazados candidatos por falta de recursos, considerando que no se violaban los decretos tridentinos, 39 Que instaba a que se explicara el valor de los sacramentos y el desarrollo de la misa en las lenguas vernáculas y de acuerdo con la capacidad del pueblo que las recibe. Los jesuitas ya se habían ocupado en 1576 de editar dos catecismos, uno mayor y otro más breve, para ser aprendido de memoria. El padre Acosta fue el redactor de la versión castellana del catecismo, probablemente junto a otros jesuitas. En cambio el III Concilio mexicano dispuso la enseñanza del castellano en las escuelas de indios cuando de lo que se trataba era de la salvación de las almas. Se intentaba imponer la lengua castellana por parte de la Corona, pero con el tiempo tendrá que ceder. Estamos en la etapa polémica de la cuestión.
Tenemos a Juan de Matienzo en defensa de la enseñanza del castellano "Estos caciques y principales después de reducidos a pueblos... los habían de enseñar a leer y escribir a ellos y a sus hijos en la lengua española". Y Acosta que insiste en la necesidad de educar y evangelizar en las lenguas aborígenes. Y en el Sínodo de Quito de 1570 se ordenaba que los indios aprendieran en castellano ciertas oraciones y las recitasen en coro, pero, insistiendo también en la obligación de los misioneros de aprender las lenguas de los indios. Podría decirse que fue la aspiración evangelizadora la que otorgó atención fundamental al problema del idioma, no el deseo de imponer el castellano, como se aprecia en las reales cédulas de 1550, en las que se advierte que para hacer más fácil el conocimiento de la doctrina cristiana era imprescindible conocer el castellano. Así en la dirigida al virrey de la Nueva España, se decía que uno de los medios para conseguir la conversión y salvación de los indios era que "...a esa gentes se les enseñase nuestra lengua castellana, porque sabida ésta, con más facilidad podrían ser doctrinados." Y lo que diferencia radicalmente esta cédula de las Leyes de Burgos es que no se ve ya la lengua castellana como vehículo exclusivo de adoctrinamiento, sino también como cauce a través del cual puede penetrar la asimilación cultural, pues en esa misma cédula se dice que ello sería útil para "conseguir todo lo demás que les conviene a los indios para su manera de vivir", que quiere decir, según se nos aclara más adelante, que "tomen nuestra policía y buenas costumbres"
En esta etapa se ha llevado una línea bastante clara y, aparte de un cierto recelo, se intenta hacer compatible el castellano con las lenguas indígenas, hasta el extremo de que en una cédula dada en San Lorenzo de 4 de junio de 1586, dirigida al virrey del Perú, se le pone en conocimiento del parecer del maestro Domingo de Almeida, en nombre del obispo de Charcas, que decía que el principal interés que debía ponerse en la enseñanza del castellano se basaba en "la dificultad que hay en ser los indios enseñados e instruidos en las cosas de nuestra Santa Fe Católica en sus lenguas por no ser comunes, llanas e inteligibles aún para los mismos indios que los de unas provincias no entienden a los otros y ser las lenguas pobres de vocablos, nombres y verbos para significar muchas cosas importantes".
Las lenguas generales. Sin embargo, al padre Acosta, si bien opinaba que no se debía obligar a los indios a aprender el castellano, no le parecía desacertado el que se impusiera una sola lengua. "Otros hablan más en razón y dicen que ya que no se obligue a los bárbaros a aprender y usar una lengua extraña, al menos no se les permita que ignoren la que se llama lengua general, lo cual no les parece tan difícil...". Y nos habla también de la importancia de la lengua única para facilitar la predicación entre los indios y de la gran extensión que alcanzó la del Cuzco. Así nos dice que a pesar de la "gran diversidad de lenguas particulares y propias ... la lengua cortesana del Cuzco corrió y corre hoy día más de mil leguas, y la de Méjico debe correr poco menos. Lo cual para facilitar la predicación en tiempo que los predicadores no reciben el don de lenguas como antiguamente, no ha importado poco, sino muy mucho". Fueron varios los que se pronunciaron a favor del uso de una lengua indígena única. En el virreinato del Perú el conde de Villardompardo juzgó conveniente que aprendieran una, la inca, no pudiendo hacerse cargo de una parroquia rural quien no la supiese. La lengua inca logró imponerse en una extensa área gracias al trato de unos indios con otros, dándose el caso que los varones "porque salen a la mina y a otros servicios" la conocían y entendían mejor que las mujeres que quedaban en casa y cuya relación con el exterior era más reducida. También en el Sínodo de Tucumán celebrado en 1597 bajo el obispado de fray Hernando de Trejo y Sanabria se decía que "la doctrina y catecismo que se ha de enseñar a los indios sea en la general que se usa en el Perú, en la lengua del Cuzco, porque ya la gran parte de los indios lo reza y casi todos van siendo ladinos en la dicha lengua; y por haber muchas lenguas en esta provincia y muy dificultosas fuera confusión hacer traducción en cada una de ellas". Nos habla también el padre Acosta de la importancia que tenía la lengua única para facilitar la predicación entre los indígenas y de la gran extensión que alcanzó la de Cuzco. Así nos dice que, a pesar de la "gran diversidad de lenguas particulares y propias... la lengua cortesana del Cuzco corrió y corre hoy día más de mil leguas, y la de Méjico debe correr poco menos. Lo cual para facilitar la predicación en tiempo que los predicadores no reciben el don de lenguas como antiguamente, no ha importado poco, sino muy mucho". Se entendía que la lengua general de los indios era el mejor procedimiento para la explicación de la doctrina y por ello se acordó que en las Universidades de Lima y México y en las ciudades donde hubiera audiencia se crearan cátedras de lengua general por oposición, dotándolas con un salario de 400 ducados en penas de cámara y donde no las hubiera a cuenta de la caja real. Las lenguas generales se fueron afirmando, si bien es difícil precisar el grado aproximado de su uso. En pleno reinado de Felipe II, sus Ordenanzas prescriben el funcionamiento de la cátedra en Lima y en todas aquellas poblaciones en las que hubiera audiencia; el lugar y la persona que la debía desempeñar, la "más inteligente de la lengua general de los dichos indios", se decía, así como su salario. En segundo lugar se acordaba encargar a los obispos y superiores de las órdenes religiosas que no ordenaran sacerdote ni se diera licencia a nadie que no supiera la lengua general, lo que se acreditaría con certificación del catedrático de que la había estudiado "por lo menos un curso entero, que se entiende desde el día de San Marcos 25 de abril hasta la cuaresma siguiente" y que para conseguir cualquier beneficio serían preferidos aquellos que supieran mejor la lengua, así como que todo sacerdote o ministro de doctrina que llegara a Indias debía mostrar las certificaciones pertinentes de haber cursado los estudios de lengua indígena para poder ocupar doctrina o beneficio. Y, finalmente que los ya establecidos tenían un año para conseguir la credencial, bajo la pena de perder el beneficio sino se demostraba el suficiente dominio de la lengua.
3. SANTO TORIBIO HABLABA EL QUECHUA. El propio santo Toribio, a poco de llegar, usaría el quechua por lo que se desprende de su carta al Papa Clemente VIII, tras su visita de 1598: "Después que vine de España a este Arzobispado de los Reyes, por el año de ochenta y uno, he visitado por mi persona...muchas y diversas veces el distrito...y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua". Siempre que permanecía en Lima, predicaba en quechua cada domingo a los indios del barrio de San Lázaro y de la parroquia de Santiago del Cercado. Lo mismo hacía, fuera de Lima, cada domingo y festivo. El testigo y secretario personal, Bernardino de Almansa, declara en el proceso de beatificación que en las confirmaciones explicaba a los indios "en su misma lengua materna lo que contenía el sacramento...predicándoles, asimismo, en la dicha lengua con celo ferviente de caridad y amor". Así lo ponen de manifiesto varios testigos en el proceso de beatificación; veamos algún ejemplo:
Domingo de Almeyda, Deán de la Catedral, conoció al arzobispo en Sevilla, a fines de agosto de 1580: "y del celo y deseo de la conversión de los naturales que tuvo, pues aprendió la lengua general de los indios, pa(ra) enseñarles y predicarles y así se ponía a la puerta de la iglesia todos los domingos y fiestas" (I,8).
Alonso Niño de las Cuentas. Le conoció en Lima y en Guayto, Cajatambo: "por haber visto este testigo al dicho siervo de Dios predicando de ordinario en la puerta de esta santa iglesia a indios en su lengua y en la capilla de Nuestra Señora de Copacabana". (II, 60v) y habiendo llegado a el lugar y confesado al dicho enfermo en su lengua general porque la sabía y dejándole el dicho siervo de Dios muy consolado se volvió al lugar de adonde había salido y reprendió gravemente al dicho cura"
Pedro Messías Quintero, de Lima, 79 años, viudo, minero pobre y sin caudal, da testimonio en Guarmes que le conoció en Lima y fue confirmado en Huánuco a los 8 años, también le conoció en Moyobamba, Abancay, Trujillo, Lunaquena. Nos proporciona información acerca del celo del Santo por hacer realidad su deseo de que los clérigos aprendiesen la lengua: "Cuidó con grandes veras de reformar las costumbres de sus feligreses y de enseñar a los eclesiásticos curas, para lo cual vio este testigo que el dicho siervo de Dios llevaba cuando iba visitando muchos vocabularios de la lengua de los indios y las daba a los curas para que mejor la aprendiesen y, en especial, se acuerda de haber visto dar uno al Hermano Hugo, cura de Lamellín en el corregimiento de Conchucos, y otro al Licenciado Francisco Ramírez, cura de san Luis de Huari, en el mismo corregimiento "IV, 18,19)
En el "Diario de la visita", nos da cumplida cuenta acerca de si el párroco sabe la lengua indígena o no. En la "relación de doctrinas y clérigos" de 1604 nos informa que de 120 clérigos doctrineros, 100 saben la lengua.
Ya hemos visto que tanto en los concilios como en los sínodos, se ordena continuamente la enseñanza en "la lengua del Cuzco, y en la Aymara"...pues les basta y aún les es muy mejor saberlo y decirlo en su lengua" (C3L, II, 6). Santo Toribio, siempre pragmático y detallista, impone como multa el tercio del salario al sacerdote que al cabo de un año no haya aprendido la lengua indígena (Sínodo de 1592) y ordena que los curas de indios aprendan la lengua de los indios en la Universidad o en la Catedral de Lima (c.12). De acuerdo con las leyes civiles niega la provisión de doctrinas a los clérigos y religiosos que ignoren la lengua indígena, aplicándoles las duras sanciones, ya prescritas con Loaysa en el Segundo Concilio Limense de 1567, entre las que figuraba la retención de un tercio del salario durante el primer año de ignorancia, e incluso la sustitución de los sacerdotes que ignoraban las lenguas por los que las supiesen; sin embargo, de ninguna manera quedarían vacantes las doctrinas cuyos sacerdotes no conocían esas lenguas, siempre que el sacerdote allí destinado fuese ejemplar y de "vida buena". Su sucesor, Lobo Guerrero, en el Sínodo de 1613 seguirá insistiendo en que enseñen a los indios en su lengua (lib.1º, tit.I, cap.II).
Un problema capital que deben resolver para la escolarización es la lengua común. Al tiempo que se imponía la lengua materna como factor de evangelización, se prescribe como instrumento de civilización y unidad el aprendizaje del castellano: " Tengan por muy encomendadas las Escuelas de los muchachos los curas de indios. Y en ellas se enseñen a leer y escribir y lo demás. Y, principalmente, que se avecen a entender y hablar nuestra lengua española" (C3L, III, 2a., c.43). De todos modos, las medidas no fueron rígidas, puesto que este mismo Concilio dejó libertad para que aprendiesen también y simultáneamente la doctrina en idioma español o "romance" aquellos indios que ya lo entendiesen bien. Alonso Niño de las Cuentas. 23 de abril de 1659[3].
Resalto la ponencia de uno de los máximos expertos mundiales Dr. Pillen F.H. Adelaar , Leiden University Centre for Linguistics w.f.h.adelaar@hum.leidenuniv.nl, quien impartió la ponencia "Cuando las lenguas no tenían nombre. La identificación de lenguas nativas en el Libro de Visitas de Santo Toribio Mogrovejo". Escribe en su sumilla que
"El Libro de Visitas de Santo Toribio Mogrovejo contiene observaciones valiosísimas acerca de la situación local de pueblos andinos reunidas por el ilustre viajero durante sus recorridos por el Arzobispado de Lima entre 1593 y 1605. En varias ocasiones se hace referencia a la lengua hablada por los nativos, así como a la familiaridad del cura doctrinero con la misma. La ausencia de denominaciones específicas para referir a distintas lenguas hace necesario un análisis de las fórmulas empleadas por Santo Toribio en sus referencias al uso de lenguas en cada caso individual. Una combinación de los resultados de tal análisis con la observación de datos pertinentes a las condiciones locales en épocas posteriores, incluyendo la actualidad, permite aclarar ambigüedades persistentes y realizar una interpretación relativamente concreta en determinados casos. La investigación se basa en la versión textual editada por José Antonio Benito (Fondo Editorial de la PUCP. Lima, 2006).
He seguido con gozo e interés su magnífica exposición en la que ha valorado sumamente el documento toribiano, ofreciéndonos las siguientes conclusiones:
No se diferenciaba entre las variedades locales del quechua y la lengua general del Inga.
Los alrededores de Lima fueron de expresión quechua.
La forma anómala ilinga no puede ser identificada con la forma linga. Esta parece ser una denominación para la lengua culli.
El valle del Marañón y sus laderas fueron inhabitados por poblaciones de cultura yunga, que no hablaban el quechua, entre ellas hablantes del culli.
El uso de la lengua pescadora se extendía entre Guarmey y Santiago de Cao
[55] En el pueblo de la Magdalena de Eten visitó SU SEÑORÍA y halló haber por el padrón del cura de este pueblo 96 indios tributarios y 40 reservados y de confesión 351 y 450 ánimas, chicas y grandes; y asisten en este pueblo así mismo del pueblo de Reque 14 indios y reservados 3; es cura de esta doctrina el Padre Fray Rodrigo de la Orden de San Francisco, sabe bien la lengua yunga pescadora, pues es la que hablan los indios.
[60] En el pueblo de la Magdalena de Cao visitó SU SEÑORÍA y halló haber tributarios 169, reservados 25 y de confesión 540, ánimas 715. Confirmó SU SEÑORÍA la vez pasada 514 ánimas y esta vez 104. Es cura de este pueblo Fray Bartolomé de Vargas de la Orden de Santo Domingo, buen lenguaraz de las lenguas pescadoras.
[61] En el pueblo de Santiago visitó SU SEÑORÍA y halló 255 indios tributarios y reservados 32, de confesión 600, ánimas 850. Confirmó SU SEÑORÍA esta vez 144, y los de la otra vez no parecieron. Es cura de este pueblo el Padre Fray Tomás de Silva, buen lenguaraz de la pescadora.
Pueblo de San Sebastián de Enepeña de esta doctrina.
Visitó Su Señoría este pueblo yunga a 4 días del mes de noviembre año de 1605 y halló en él la gente siguiente
CONFIRMADOS de este pueblo |
| Indios tributarios | 24 |
año 1589, los de este año se confirmaron en la estancia de Valdés |
| Viejos reservados | 3 |
año 1593 | 26 | Casadas, solteras y viudas | 51 |
año 1597 | 23 | Muchachos de doctrina | 10 |
año 1605 | 40 | Muchachas de doctrina | 18 |
| 89 | De tres años abajo | 25 |
|
| Son todos | 131 |
Está pobre esta iglesia y no tiene más de los ornamentos que son pocos y viejos.
[339v, [r]
CONFIRMADOS en esta doctrina y estancias los años de |
| [r] Indios tributarios | 54 |
1589 |
| Viejos reservados | 7 |
1593 |
| Casadas, solteras y viudas | 105 |
1597 |
| Muchachos de doctrina | 21 |
1605 |
| Muchachas de doctrina | 34 |
Que son cuatro veces | 399 personas | De tres años abajo | 46 |
|
| Son todos | 267 |
Salario del cura. Tiene de salario el dicho cura cada año con los pueblos de los indios y estancias dichas 380 pesos los 260 de los trapiches y los 120 de los pueblos de los indios.
No sabe mucho la lengua pescadora. Sabe el dicho cura muy poco la lengua pescadora de estos indios, doctrínalos en la de Castilla y general que entienden los indios de esta doctrina un poco y esta lengua general sabe el dicho cura razonablemente. Ante mí Ginés de Alarcón, notario secretario.
Santa [344] Resumen de lo que es este salario [r]
No saben los curas la lengua pescadora. Ninguna de los curas sabe la lengua pescadora [r] El Juan Bautista Moreno sabe la lengua del inga que los dichos indios hablan aunque los más de ellos saben la de Castilla y los doctrinan en ella.
Santiago de Chuco [348v] No sabe la lengua el cura. No sabe el dicho cura la lengua pescadora de estos indios que es la que corre entre ellos, ni tampoco sabe la lengua general del inca y sólo los administra en la de Castilla que hablan algunos de ellos y también hablan algunos la dicha general.
4. ALONSO DE HUERTA[4], QUECHUISTA, + 1640. Natural de Huánuco, fue hijo legítimo de Alonso Huerta y de Ana Cerezo; su padre fue un antiguo soldado residente en Huánuco y que salió de ella con Miguel de la Serna en 1554 para combatir en Pucra a Hernández Girón. Recibió la tonsura clerical en 1584. Desde 1590 fue cura del Cercado, capellán en la iglesia de Copacabana, y luego en la Catedral, predicando en quechua, y por oposición ocupó la cátedra de Lengua desde 1592. Desde el 5 de junio de 1593 contó con la autorización de absolver en confesión a los indios de ambos sexos y en 1630 Fr. Buenaventura de Salinas lo declara titular de ella.
Santo Toribio lo elogia ante el Rey en 1599, 1600 y 1602: "muy buena lengua y la predica y enseña y tiene capellanía designada para ello y predica los domingos y fiestas a los naturales, es muy virtuoso y en extremo aficionado a los indios y les favorece y enseña el catecismo en la puerta de la iglesia"; "en las iglesias y caseríos les dice la doctrina". El 15 de mayo de 1599 el virrey Velasco le acusa de inquietar a los indios reducidos en el Cercado a salir de allí y volver a san Lázaro. Afirma que le "le trató y conoció muy familiarmente en esta ciudad y otras veces caminando fuera de ella yendo su servicio y compañía". Nos informa del cuidado en no causar gastos y molestias a los indios. En cierta ocasión, por la crecida de un río, durmió el arzobispo sobre un montón de pajas del obraje, abonando, agradecido, su paga correspondiente. Fue uno de los acompañantes en la última visita, vio que era "muy virtuoso y en extremo aficionado a los indios", desaconsejándole esa localidad "por ser tierra enferma y cálida y que morían de calenturas por el riguroso calor que entonces hacía". Su relato nos aporta detalles i8nteresantes de la propia vida y familia del Dr. Huerta, tales como los relacionados con su propio padre, quien acompañó al arzobispo andarín, lo concerniente a la parroquia de indios del Cercado o los referentes al traslado de los restos mortales del Santo desde Zaña a Lima.
Alonso Huerta fue capellán de la fundación de Hernando de Álvarez, con la obligación de enseñar quechua y predicar. Obtuvo por oposición la cátedra de lengua quechua, vacante por fallecimiento del agustino Juan Martínez de Ormachea, 1616. El Arzobispo Lobo Guerrero, en 10 de abril de 1618, lo elogia por examinar bien a los clérigos y religiosos que ocuparían doctrinas de naturales, aunque estima que deben hacerlo en presencia del Prelado para mayor seguridad. En 1616 publicó en Lima el "Arte de la lengua quechua general de los indios del Perú" Mendiburu nos recuerda su inteligencia práctica en Ingeniería así como su afición a la medicina natural, trayendo a colación que en el Libro de Actas de la Universidad se opuso al restablecimiento de las cátedras en la Facultad de Medicina trabajando para probar que no era necesario fomentar la enseñanza sobre objeto tan inútil, pues existían yerbas medicinales de sobra en Perú para las enfermedades y heridas y que los indios las conocían mejor que los médicos.
Este espíritu quisquilloso parece que le acompañó durante toda vida si nos atenemos al crecido número (10) de expedientes de causas judiciales civiles albergadas en el Archivo Arzobispal de Lima a lo largo de los años 1606 y 1641. Ello no obsta su espíritu generoso y solidario como revela el hecho de traspasar toda su herencia a la Compañía de Jesús con quien tuvo gran amistad.
1970: "El Consejo de Indias y la difusión del castellano" El Consejo de Indias en el siglo XVI, págs. 191-210
1991: "El español de América":Actas del III congreso internacional de el español en América: Valladolid, 3 a 9 de julio de 1989, Vol. 1, 1991, págs. 231-240;
2001: "Consideraciones generales de la política lingüística de la Corona en Indias" VI Reunión Científica sobre Humanistas Españoles, mayo, 2001, León y San Pedro de Dueñas, España
[2] Fundación de la capellanía del Arcediano Rodrigo Pérez, por el Ilmo. Sr. Arzobispo D. Jerónimo de Loayza y D. Cristóbal de Burgos, sus albaceas, el 1 de mayo de 1551, ante Simón de Alcates . Archivo histórico del Seminario Santo Toribio de Mogrovejo: Leg.7, G, 2, Caja 6.2
[3] Este preciado documento se custodia en el Archivo Arzobispal de Lima, Proceso de Beatificación de Santo Toribio, Legajo 1, ff.315-330. El autor agradece muy cordialmente a Laura Gutiérrez, su directora, por las facilidades prestadas
[4] José Antonio Benito: 2000: "Alonso Huerta, el quechuista amigo de Santo Toribio" Revista STUDIUM Universidad Católica "Sedes Sapientiae" Lima, Año 1, nº 1 81-96
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