NOVENA EN HONOR DE SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO
José Ignacio Alemany Grau
Obispo Redentorista
Lima 2007
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Querido Santo Toribio, tú eres un gran santo de la Iglesia de Jesucristo. Tu esfuerzo por vivir con fidelidad la fe que proclamaste, tu sencillez, a pesar de ser un hombre de inteligencia extraordinaria, tu sacrificio continuo y el celo por la gloria de Dios y la salvación de los hombres, me traen hoy hasta ti para contemplar tu vida y a través de ella, ir purificando también la mía para amar más a Dios y ser más eficaz en mi servicio al prójimo.
Intercede por mí para que pueda llevar una vida de oración que me una más a Dios. Una vida de estudio y formación espiritual que me permita conocer más al Señor. No en vano Jesús dijo que la vida eterna consiste en conocer al Padre y a Él. Y, finalmente, ahora que los Papas insisten tanto en que todo bautizado tiene que ser misionero y santo, ayúdame para que imite el celo con que tú te entregaste a la propagación del Evangelio. De esta manera podré gozar de Dios en tu compañía por toda la eternidad.
Amén.
MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA PRIMERO: LA ORACIÓN
El secreto de Santo Toribio fue su cercanía con Dios y su fidelidad a la oración.
Conservaba la mejor parte del día para la oración mental y oraba en la soledad de su aposento sus devociones particulares; después rezaba las horas canónicas y luego se dirigía a la catedral donde celebraba la Santa Misa con gran devoción y ternura.
Después de la Misa visitaba cada uno de los altares del templo haciendo oración de rodillas en cada uno de ellos. Terminada esta piadosa devoción volvía a palacio y encerrándose en su oratorio particular, hacía de rodillas dos horas de oración mental.
Durante el día hacía abundantes jaculatorias.
Al anochecer se recogía de nuevo en oración hasta las ocho. Después salía a rezar con los capellanes el oficio de maitines y terminada su cena frugal regresaba a su cuarto para rezar el oficio parvo de nuestra Señora, el de difuntos y otras devociones particulares.
Se confesaba cada semana dos o tres veces y conservó su alma muy pura y limpia sin cometer ningún pecado mortal o venial.
Su vida fue intachable y un ejemplo para todos.
La eucaristía era el centro de su vida. Fue un gran devoto del Santísimo Sacramento. Promovió la celebración de la Misa y él mismo la celebraba siempre con todo fervor.
Mandó colocar el Santísimo Sacramento en muchas iglesias que no lo tenían, procurando siempre que hubiera seguridad para el Santísimo, se pusieran lámparas que indicaran su presencia y que el local estuviera bien cuidado.
Cuando se discutía entre los clérigos si se podía o no dar la comunión a los indios, él les advertía que lo que había que hacer era administrar el sacramento de la eucaristía después de haberlos preparado bien. De esta manera combinaba el amor y respeto que se merece el Santísimo Sacramento y el dar la comunión a toda clase de personas.
Jesucristo, Maestro de oración, nos enseñó a orar siempre y no desfallecer y nos prometió que nos dará todo lo que le pidamos al Padre en su nombre.
Aprendamos las enseñanzas de Santo Toribio, el Santo de muchas horas de oración al día, para que como él permanezcamos íntimamente unidos a Dios en todas la circunstancias.
DÍA SEGUNDO: EL SACRIFICIO
Santo Toribio dormía en el suelo y al levantarse revolvía las sábanas de la cama para que no lo advirtieran sus servidores. De hecho, pasaba la noche echado en el suelo o sobre tablas u objetos fastidiosos y con frecuencia se ponía una caja por almohadas.
En la comida era austero, no tomaba manjares exquisitos; en todo caso les echaba sal y ceniza y los retiraba pronto con alguna excusa. Los días viernes, sábados y cuaresmas ayunaba no comiendo más que una sola cosa: pescado cocido en agua y hierbas de huerta.
Al ver que comía muy poco Gregorio de Arce le advirtió que "mirase lo que hacía porque era disminuir su salud y sustento". El Arzobispo contestó que ya tenía la naturaleza habituada a ello.
En sus visitas pastorales los sufrimientos y privaciones fueron múltiples: mal alimentado, comiendo la pobre comida de los indios, en mates y platos de barro; caminando frecuentemente a pie; predicando, catequizando y confesando en su propio idioma; asistiendo a los enfermos y apestados de viruela sin hacer asco al hedor que despedían sus llagas purulentas. Buscaba a sus ovejas en los poblados y también en las chozas sembradas en las punas o en las quebradas. Y hacía esto, aunque supiera que no había más que tres o cuatro viejos y lo hacía con tanto gozo y contento que al parecer era capaz de dar la vida por cada uno de ellos.
Su cena consistía en un poco de pan y agua.
No recibió regalo ni por el valor de una manzana, desde que fue nombrado como Inquisidor hasta que murió, de persona alguna ni jamás comió fuera de su casa. Por más que en Madrid, cuando fue a despedirse de su Majestad, para ir al Perú, le convidaron muchos oidores amigos suyos y colegas de sus colegios, de ninguna manera aceptó convite ni regalo.
Con la gente era muy amable. Les trataba como un amigo y supo llegar a todos, no como un superior sino como "alguien que enseña con amor".
Santo Toribio fue humildísimo. De tal manera que con los pobres indiecitos tenía gran familiaridad y los trataba con mucho amor, y deseaba que fuesen instruidos y enseñados en los rudimentos de la fe y en las buenas costumbres.
Era muy amigo de los pequeñuelos y "con el resto de la gente era muy tratable y conversador y tenía tanto amor que los metía en sus entrañas como si fuera padre de cada uno y así mismo gozaba conversando con personas pobres, humildes y enfermos, viles y miserables, procurando la salvación de sus almas, muy especialmente con los indios".
En cambio, tenía muy humilde concepto de sí mismo, pensando que era el menor de todos y que todos eran superiores a él.
Jesús nos dijo: "el que quiera venir en pos de mí que tome su cruz y que me siga". Santo Toribio cargó toda su vida una gran cruz, pero supo llevarla valientemente.
Pidamos al Santo que nos ayude a ser auténticos discípulos de Cristo, cargando las cruces de cada día con generosidad.
DÍA TERCERO: LA CARIDAD DE SANTO TORIBIO
Santo Toribio socorría las necesidades de los pobres, en especial la de los indios, dando a todas las vergonzantes abundantes limosnas. Gastó en esto toda su renta de manera que nunca se le vio tener más de cien pesos y llegaba a quitarse lo necesario para ayudar al prójimo.
Un día vino a pedirle limosna el P. Pedro Escobar, fundador del hospital de clérigos de Lima y no teniendo dinero le dio la mejor mula y se quedó a pie. Además, les dio un negro que había traído de España como lacayo suyo, entregándolo al hospital para que cortara leña.
También daba muchas limosnas en secreto a gente principal necesitada.
Cada jueves daba de comer a dos indios, sentándolos en su mesa y luego de comer les lavaba los pies y se los besaba y los vestía de pies a cabeza y les daba plata y un paño de manos. Y era tanto el cariño que tenía a los pobres indios que le gustaba que viniesen a medio día y les daba de comer en su propio plato y los sentaba junto a su mesa.
Nunca se le oyó decir una mala palabra ni se le vio enojado; más bien trataba a todos con mucha humildad. Siempre se le veía sonriendo, pero no por eso perdía su autoridad.
A lo largo de toda su vida tuvo una fuerte predilección por los pobres.
Consumía sus rentas en obras de caridad y cuando le faltaba el dinero para dichas obras, vendía sus muebles del palacio, su servicio de cubiertos, incluso sus propios vestidos. A consecuencia de ello debía enfrentar las pacientes quejas de su hermana Grimanesa que era administradora de la casa episcopal.
Cuando ella echaba de menos algún adorno, su hermano le respondía invariablemente: "no lo busquéis que no está perdido, se lo dimos a un pobre de Cristo".
Santo Toribio fue desprendido y no tenía nada para sí. Nos cuenta Diego Morales que un día un sacerdote le pidió limosna para una sotana. El Santo se quitó la que llevaba puesta y se la dio, quedándose únicamente con el roquete, hasta que el testigo que lo estaba viendo, le trajo otra y el Santo se la puso.
Cuentan que un buen día los vigilantes nocturnos vieron que se venía un bulto grande y dieron el grito acostumbrado: ¡¿quién anda?! Él contestó su nombre y, cuando le preguntaron qué Toribio era, respondió: ¡El de la esquina! En la esquina estaba el palacio arzobispal y el bulto era el Arzobispo cargando un enfermo pobre, para llevarlo al hospital
Dicen también que cuando en las conversaciones de sobre mesa surgía alguna murmuración o contaban algún chisme, él concluía la conversación diciendo con el salmo: "¡alabad al Señor todas las gentes!"
Jesús nos pidió cumplir su mandamiento: "Ámense unos a otros como yo los he amado". Al contemplar la caridad exquisita de Santo Toribio te pedimos, Señor, que nos ayudes también a nosotros a amarte a ti sobre todas las cosas y al prójimo con tu mismo amor.
DÍA CUARTO: SANTO TORIBIO APÓSTOL DE JESÚS
El Arzobispo Santo Toribio fue un digno sucesor de los apóstoles cuyo celo se manifestó de muchas maneras:
Sus heroicas visitas pastorales a la cordillera de los andes. Cuatro fueron las visitas pastorales que hizo Santo Toribio, recorriendo en total unos 40,000 kilómetros por aquellos difíciles caminos.
La primera visita duró casi siete años (de 1584 a 1591) llegando hasta Chachapoyas, cruzando el río Marañón, posiblemente por el puente de Balsas.
La segunda visita se prolongó desde 1593 hasta 1598 en que regresó a Lima. Entre otros actos importantes realizó la confirmación de Santa Rosa a su paso por Quives. Hay que glorificar al Señor porque según los cálculos del mismo Santo Toribio, él confirmó unas ochocientas mil personas.
Hizo la tercera visita de 1601 a 1604. Terminada esta visita estuvo poco tiempo en Lima actuando como quien se despide definitivamente de la Ciudad de los Reyes. Sus últimas palabras a su hermana Grimanesa fueron: "hermana, quédese con Dios que ya no nos veremos más".
Y así emprendió la cuarta visita que sólo duró un año, pues el Señor lo llevó al cielo cuando visitaba Zaña.
Santo Toribio tuvo un celo muy especial por la evangelización y defensa de los indios lo cual demostró de una manera muy especial en el tercer concilio limense, donde se trató expresamente "de la atención y cuidado de los indios".
Como apóstol inquieto que buscaba el bien de su extensísima diócesis celebró los tres concilios en Lima y los trece sínodos diocesanos en distintos lugares que visitó.
Se preocupó mucho por formar a los sacerdotes y misioneros y de manera especial por sus obras de caridad y su cercanía con la gente.
Su vida no tenía descanso ni sosiego. Sus visitas pastorales las realizaba montado en una mula o un caballo y otras veces realizó largos caminos a pie.
Santo Toribio supo tratar al hombre andino buscando aliviar sus necesidades. Compartía sus chozas, alimentos y llegó a conocer bien sus costumbres. Quien conoce los parajes tan difíciles de la sierra entenderá el celo apostólico que supone realizar lo que cuenta su compañero inseparable Sancho Dávila:
"Santo Toribio iba de un pueblo a otro de la sierra y viendo algunos indios que estaban en ciertas honduras y huaico y despeñaderos muy peligrosos, bajaba allí que ni a caballo ni a pie se podía bajar y se apeaba su Señoría Ilustrísima de la mula y se arrojaba por el despeñadero abajo con un bordón en la mano, cayendo y levantando, sin que pudiese seguirle criado ni indio y llegaba a donde estaban estos indios y hallaba algunos de ellos sin bautizar y otros por confirmar. Para eso hacía llevar las crismeras y óleos y el pontifical y allí los confirmaba y hacía lavar las vendas a un capellán suyo en el río quedándose a dormir él y sus criados que habían bajado allá, en el suelo, sobre un poco de paja, sin cama ninguna y luego, para salir de aquellas honduras, se arreglaban como podían para salir al "camino real".
Esto le sucedió muchas veces con gran riesgo de la vida del Santo y de los suyos.
Finalmente recordemos que de su propio peculio costeó la construcción de templos y hospitales, de escuelas y de nuevas reducciones doctrinales, como en Moyobamba y Lambayeque.
Durante una peste que hubo en Lima, no dudó en actuar de enfermero visitando las chozas de los afectados.
La clave de su entrega fue la pasión por Cristo y las almas.
"Jesús nos pidió: "vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación".
Cada uno de nosotros debe ser un auténtico misionero, aunque a veces nos cueste. Santo Toribio nos enseñó con su ejemplo y con su amor sacrificado cómo se puede entregar la vida por el Evangelio.
Pidamos al Santo que nos ayude a ser los apóstoles que pide el Señor y necesita la Iglesia.
DÍA QUINTO: LOS MILAGROS
Los milagros no los hace el santo sino únicamente Dios y los realiza cuando quiere glorificar a un santo sea en su vida o después de muerto.
Una vida tan sacrificada como la de Santo Toribio Dios quiso glorificarla por medio de multitud de milagros, tanto durante su vida como después de su muerte.
Recordemos algunos de ellos.
Sucedió en Huaraz. En el camino carretera hacia Recuay, hay una quebrada con el nombre del Arzobispo. Cuentan que sus aguas eran amargas y el Santo obispo las bendijo haciéndolas dulces y potables.
En las inmediaciones del chorro crece una hierba llamada "del arzobispo", con propiedades curativas para las mujeres y animales que van a parir.
En Llata, Huánuco, mientras el Arzobispo y los suyos descansaban en la casa, dos pumas devoraron las mulas que usaban. Los criados salieron a buscarlos y los encontraron haciendo la digestión, quisieron matarlos, pero su Señoría habló con los pumas y les obligó a que cargasen por más de cinco leguas los bultos que llevaban las mulas desaparecidas.
En el valle del monte Charrasmal, viendo el Santo Arzobispo que los que iban en compañía de él se hallaban fatigados por la sed, se compadeció de ellos y llegando a una peña le echó la bendición y, golpeándola con el báculo, exclamó: "¡gran Dios, gran Dios, gran Dios!, cuando Dios quería aquí agua había". Instantáneamente brotó un manantial que dura hasta el día de hoy.
Es frecuente en la sierra, por donde pasó Santo Toribio encontrar distintas fuentes que brotaron con la bendición del Santo. Todos sabemos, en realidad, que la escasez de agua es uno de los tantos problemas de la sierra. Por eso, donde la gente no tenía agua él invocaba a Dios y brotaba agua abundante.
En una oportunidad se encontró a un indio cargando una gran botija de agua que iba sudoroso cuesta arriba. El Santo le preguntó que de dónde sacaba el agua. El campesino señaló el río que estaba muy abajo. Santo Toribio preguntó si no había agua en el pueblo y la gente lo llevó a una antigua fuente ya seca. El Santo les mandó cavar allí mismo y al punto brotó agua abundante.
Otro mucho don tenía el Santo como el don de lenguas. Cuentan que en una oportunidad se acercó Santo Toribio a unos indios feroces que venían en actitud amenazante y que un intérprete intentó explicarles quién era el Arzobispo, pero entonces el Santo le dijo que lo dejaran tranquilo que él los entendía. Se acercó a ellos y les habló en quechua y en castellano.
Los indígenas lo entendieron perfectamente, aunque nunca habían escuchado ninguno de estos dos idiomas. Después de la conversación del Santo, cayeron de rodillas y le besaron la mano.
Jesús pasó por el mundo haciendo el bien enseñando, sanando enfermos y resucitando algunos muertos. Para glorificar a Santo Toribio también quiso el Señor hacer algunos milagros y prodigios.
Pidamos por intercesión del Santo que toda nuestra vida sea un verdadero milagro de amor generoso y desinteresado, que es lo que más necesita la humanidad en nuestro tiempo.
DÍA SEXTO: AMOR A LA IGLESIA
Santo Toribio era fiel cristiano y obediente a los mandatos apostólicos. Aunque fuese martirizado él estaba dispuesto a hacer lo que le ordenase el Papa.
Uno de los momentos más difíciles para su obediencia de fe fue sin duda aquel día en que el Santo Padre a pedido de Felipe II lo nombró Arzobispo de Lima.
Su respuesta humilde fue la siguiente: "sé bien que es un peso que supera mis fuerzas, terrible incluso para los ángeles y, aunque yo me considero indigno de cargo tan alto, no he dudado en aceptarlo confiando en el Señor y encomendando en Él todas mis inquietudes".
Manifestó su amor a la Iglesia convocando trece sínodos diocesanos y tres concilios limenses para cumplir las normas dadas por el concilio de Trento que buscaba la renovación y santidad de la Iglesia.
Fruto muy especial de esto fue el catecismo trilingüe (castellano, quechua y aymara) y la doctrina cristiana para la educación de los indios.
Como él decía: "para que los indios adquieran la salvación, tienen que ser bautizados y guardar los mandamientos".
Para la formación de los sacerdotes fundó el seminario de Santo Toribio y numerosos conventos, especialmente el convento de clausura de las Clarisas.
Como fruto de esta labor florecieron las vocaciones sacerdotales y religiosas y también de laicos catequistas comprometidos.
En alguna oportunidad llegó a extremos increíbles su celo por tener un buen clero que apoyara su obra misional. A un sacerdote que no quería enmendarse lo hizo llamar y encerrándose con él, comenzó a flagelarse él mismo diciendo: "el que usted se haya alejado de Dios ha sido por mis grandes pecados, pues y si yo soy la causa, a mí me corresponde hacer la penitencia".
De la misma manera se afligía por sus propios pecados como por los sacerdotes de su gran arquidiócesis, llegando hasta las lágrimas. Su amor a Dios y a las almas, la estima de la dignidad sacerdotal y el horror a los escándalos motivaron que se empeñara con todas sus fuerzas por formar, en su seminario, un clero nuevo y a no imponer las manos sino a hombres de buena vida y virtuosos en la doctrina.
Al ver que en muchos monasterios de monjas se había introducido la relajación empleando criadas para el servicio de las monjas e incluso admitiendo a personas que no eran modelo de observancia, fundó el monasterio de las clarisas de Lima para que observaran la regla franciscana y la más estrecha pobreza según las constituciones de las clarisas. El Santo amó tanto este monasterio que le donó su corazón. Y así, después de muerto, su corazón fue llevado a este monasterio donde aún hoy se guarda como una preciosa reliquia.
Finalmente manifestó su amor a la Iglesia, como nos dice Sancho Dávila, Santo Toribio "procurando que las iglesias estuvieran siempre con decencia y ornamentos para que nuestro Señor fuese alabado, haciendo que se comprasen casullas y frontales para el culto divino. Y, cuando las iglesias eran pobres, les daba sus vajillas doradas y piezas de mucho valor para que hiciesen cálices, relicarios, patenas, vinajeras y cruces, pues en muchas las tenían de madera.
Fue acérrimo defensor de la Iglesia y de que fuese servida con mucho adorno y procuraba que hubiese instrumentos, músicos y cantores".
Jesús dio la vida por su Esposa, la Iglesia. Él nos la ha dejado como Madre y Maestra para que nos de la vida en los sacramentos y nos alimente y enseñe a caminar hacia Dios.
Aprendamos a amar la Iglesia como quiere Jesús y hagamos todo lo posible para que cada día entren más personas en este rebaño de Jesús.
DÍA SÉPTIMO: SANTO TORIBIO CALUMNIADO
La vida de sacrificio de Santo Toribio causaba una gran admiración en muchas personas, especialmente entre los más sencillos y humildes, que están siempre dispuestos a acoger el Evangelio.
El fiel servidor de Santo Toribio, Sancho Dávila, dice así:
"El señor Arzobispo tenía un alma muy cándida y sincera porque nunca cayó en ella mala sospecha de nadie. Él no creía nada malo que le dijeran de otro. Los defendía a todos con un modo santo y discreto, y nunca consintió que nadie murmurase de otros", en su presencia.
Sin embargo, no le faltaron al Santo muchas contradicciones, rechazo y calumnias. Es célebre la difamación que le hizo el virrey García Hurtado de Mendoza que, interpretando mal la vida del Santo y los viajes por su extensa Arquidiócesis lo acusó ante el rey de España, afirmando que el Arzobispo no paraba en Lima, sino que andaba de continuo entre los indios "comiéndoles todas las cosas que tienen y metiéndose en todas las cosas del patronazgo. Le acusaba también de entrometerse en todo lo que toca a hospitales y fábricas de iglesias, llegando a decir que lo tienen por incapaz para este arzobispado y no acude a las cosas del servicio de vuestra Majestad, por lo que sería mejor que lo llamaran a España a declarar". Incluso lo acusó de enviar un supuesto memorial al Papa, cosa que Santo Toribio negó haber escrito.
Aún hizo más el tal virrey pues, además de las calumnias, llegó a los hechos mandando desbaratar el escudo arzobispal del seminario; además encarceló al vicario general del Arzobispo y a su cuñado. E incluso, con sus intrigas, obtuvo que el rey ordenara a su virrey que le reprendiera, con gran humillación para el Santo.
Por su parte, Santo Toribio, el día 16 de abril de 1596 ofreció su perdón al que le había tratado de incapaz. Prueba de este perdón es esta carta:
"Su Divina Majestad tenga misericordia de él y le perdone… yo me he alegrado y regocijado mucho en el Señor por estos sufrimientos, adversidades y calumnias y pesadumbres y lo recibo como de su mano y lo tomo por regalo, deseando seguir a los apóstoles y santos mártires y al buen capitán, Cristo nuestro Redentor, con su ayuda y gracia."
Esto no obstante debido, a la oposición y calumnias de las autoridades, Santo Toribio se vio obligado a comunicarse directamente con el Papa para que conociera la verdad. También es cierto que para defender a los sencillos no tuvo reparo en desafiar a los virreyes y corregir a los corregidores. Sin embargo, todo lo hizo con el estilo propio de un santo, evitando levantar ampollas o herir de cualquier forma.
Jesús ha dicho: "Dichosos ustedes cuando los injurien, los persigan y digan contra ustedes toda suerte de calumnias por causa mía. Alégrense y regocíjense porque su recompensa será grande en los cielos".
La calumnia es una de las cosas más duras que nos puede suceder.
Sin embargo, ese camino de sufrimiento es el que más nos santifica y hace semejantes a Jesús que sufrió las peores calumnias e insultos. Pidamos al Señor la valentía que tuvo Santo Toribio para superar las incomprensiones.
DÍA OCTAVO: LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN
La devoción a la Virgen María la adquirió desde niño. Aunque sabía muy bien que la Santísima Madre de Jesús es una sola, tenía devoción a diversas advocaciones. Algunas las vivió desde pequeño, como la Virgen del Camino, la Bella Piedad de la Virgen del Sagrario, ante la que rezaba en Valladolid y la de la Peña de Francia, advocación que trajo al Perú y que mantuvo hasta el final de su vida.
En la Catedral de Lima estaba la imagen de nuestra Señora de la Evangelización, obsequio de Carlos V y que a pedido del Santo presidió los Concilios limenses. Por cierto, que ésta es la misma imagen que Juan Pablo II bendijo solemnemente en su viaje a Lima y le entregó la rosa de oro.
Según fray Hernando de Quiroz, Santo Toribio procuraba que todos fueran muy devotos de la Virgen del Rosario y que llevaran consigo el santo rosario y también que se fundasen cofradías de esta devoción en los pueblos de los indios.
Cuentan que para hacer más breve el camino por los terrenos accidentados por donde se desplazaba, Santo Toribio iba cantando las letanías de la Virgen y sus acompañantes le contestaban. Precisamente como prueba de este amor a la Virgen él mismo compuso unas largas letanías a Santa María a la que tenía un amor muy especial y la consideraba su apoyo espiritual.
Cuando, ya muy enfermo, iba a Zaña para terminar su vida, pasó por el pueblo de Guadalupe visitando el conocido templo que hay allí dedicado a esa advocación.
Capítulo aparte merece su devoción a la Virgen india de Copacabana, que fue el imán que atraía su corazón. Se trata de una imagen de la Virgen que, según muchos testigos, sudó gruesas gotas de sudor formadas por otras varias pequeñas en el rostro de la Virgen y del Niño. Con gran admiración muchas personas recogieron el líquido que cayó del rostro de las imágenes y con él se curaron muchos enfermos. También para Santo Toribio este fenómeno maravilloso fue un gran consuelo y como un regalo de la Virgen en medio de tantas pruebas que tuvo que soportar en su apostolado.
En una oportunidad unos pervertidos sujetos desbarataron el techo y paredes de la capilla de la Virgen de Copacabana y el Arzobispo mandó de inmediato que se celebraran misas de desagravio en todas las iglesias de Lima.
No cabe duda que el amor a la Virgen María le ayudó a Santo Toribio a llevar a buen término su misión evangelizadora.
Jesús ha dicho: "He ahí a tu madre".
Santo Toribio supo ser un buen hijo de la Virgen y la devoción que le tenía le ayudó a santificarse. ¿Somos nosotros buenos hijos de María? ¿La tratamos con el amor que se merece ella? ¿La imitamos?
Tengamos en cuenta lo que decía San Alfonso María de Ligorio: "el verdadero devoto de la Virgen no puede condenarse".
DÍA NOVENO: LA MUERTE DE SANTO TORIBIO
La muerte sorprendió a Santo Toribio al final de su cuarta visita apostólica. Era la Semana Santa del año 1606. Estaba en la ciudad de Zaña cuando se sintió muy mal e intuyó que estaba próximo el fin de su vida.
Es interesante recordar que había prometido dar una joya preciosa al que le diera la noticia de que estaba próximo a morir. Por cierto, que fue su capellán mayor, don Juan de Robles, quien le dio la noticia de su gravedad y lo hizo con estas palabras:
"¿Recuerda su Excelencia que prometió dar una joya a quien le avisase de su último trance? Pues me la debe a mí, porque según el parecer de los médicos su Ilustrísima morirá de esta enfermedad".
Santo Toribio, lleno de gozo cumplió su palabra, dándole la joya más preciosa que tenía.
La noticia de su muerte no le causó tristeza ni preocupación, sino que lo llenó de alegría, repitiendo con el salmista: "me alegré cuando me dijeron: ¡vamos a la casa del Señor!".
Conociendo, pues, la gravedad de su enfermedad pidió que lo llevaran a la iglesia parroquial. Allí recibió los últimos sacramentos después de regalar a los criados y pobres de la ciudad las cositas que le quedaban.
Mientras la gente se angustiaba y lloraba ante la próxima partida de su pastor, era el mismo Santo quien, lleno de gozo, los consolaba y animaba.
Finalmente pidió al superior de los agustinos que tañera el arpa y entonase el credo y el salmo 31 (30): "en ti, Señor, me refugio; no quede yo defraudado…". Al llegar al versículo 6 que dice: "A tus manos confío mi espíritu", murió con la alegría y paz del hombre fiel que ha conseguido la corona de gloria de la que habla san Pedro (1P 5,4): "Y cuando aparezca el Mayoral, recibirán la corona de gloria que no se marchita".
Eran las tres y media de la tarde del Jueves Santo, 23 de marzo de 1606. Tenía 68 años de edad y había gobernado 25 el Arzobispado de Lima. Fue enterrado en el presbiterio de la Iglesia Mayor de Zaña. Al año siguiente, el 27 de abril, se enterró definitivamente su cuerpo en la Catedral de Lima.
Jesús ha dicho: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día".
El triunfo de Santo Toribio sobre la muerte se fue consolidando durante toda su vida debido al amor a la Eucaristía que celebraba con tanta fe.
Que el recibir con frecuencia este sacramento de amor nos prepare para morir santamente y resucitar en los brazos de Dios.
ORACIÓN FINAL
Trinidad Santa, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te agradecemos las maravillas que hiciste en tu gran siervo Santo Toribio. Él, iluminado por tu gracia, conoció las profundidades de nuestra fe y pudo entregarse, imitando a Jesucristo, a la evangelización del mundo recién descubierto.
Él fue un hombre de oración profunda, amante de los sacramentos, de la Palabra divina y fiel a la doctrina de la Iglesia.
Te pedimos, Trinidad Santa, que su ejemplo nos anime a todos para crecer cada día en santidad y gracia. De esta manera aprovecharemos la sangre de Jesús, nuestro Redentor, y los dones y gracias del Espíritu Santo, recibidos en el bautismo, y así un día podremos contemplarte con tus ángeles y santos en el cielo, para repetir, por toda la eternidad el himno gozoso de los bienaventurados: "Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de los ejércitos, llenos están el cielo y la tierra de tu gloria".
ORACIÓN DE UN SEMINARISTA A SANTO TORIBIO
(Escrita por Mons. Manuel Tovar y Chamorro, 25 arzobispo de Lima 1898-1907)
"Amado pastor y padre mío, Santo Toribio. Animado de santo celo por el bien de esta Iglesia, fundaste en ella el seminario que lleva tu nombre, para que se formasen en él ministros que habían de propagar en esta iglesia el santo Nombre de Dios.
Haz, ilustre padre mío, que yo no desdiga con mi conducta de la honra de ser tu hijo y que, antes bien, procure copiar tus virtudes en mi corazón y tu celo por la salvación de las almas.
(Se reza un padrenuestro, avemaría y gloria y la jaculatoria:
"amado pastor Santo Toribio, protege la Iglesia de Lima y el seminario que fundaste")
ORACIÓN DE UN SACERDOTE A SANTO TORIBIO
Santo Toribio de Mogrovejo, tú fuiste el gran sacerdote y el amigo especialísimo de todos los sacerdotes de tu Arquidiócesis.
Yo también me he consagrado a Dios en mi sacerdocio; le ofrecí mi vida y, como una prueba especial de mi amor, el celibato.
De ti he aprendido el verdadero celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Pide a Dios que me dé tu misma caridad y entrega para que, dando mi vida a las almas que Dios me confíe, llegue a ser un hombre de oración y penitencia. Que, como tú, yo lea diariamente la Palabra de Dios y la rumie con amor para darla a mis fieles y, sobre todo, que sea un sacerdote enamorado de la Eucaristía para que mis fieles se contagien de este amor y lleguen a ser santos como yo mismo quiero serlo.
Amén.
ORACIÓN DE UN OBISPO A SANTO TORIBIO
Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima, no es fácil ser obispo. El Buen Pastor, Jesús, me ha pedido seguir de cerca sus pasos hasta dar la vida, como Él la dio, por las ovejas del Padre.
Al recordar tu vida sacrificada y tus veinticinco años al frente de una arquidiócesis tan extensa y complicada por los habitantes de distintas razas, la geografía tan dura, la diversidad de idiomas y culturas, admiro tu fidelidad siguiendo los pasos de Jesús.
Gracias por tu ejemplo.
Pide al Señor para mí un espíritu de sacrificio y entrega generosa, una vida de oración para estar siempre en la presencia de Dios y una caridad sin límites para repartir generosamente entre los fieles el pan de la Palabra, el pan de la Eucaristía y, en la medida de mis posibilidades, les ayude también en las cosas materiales, como tú lo hiciste con generosidad.
Concédeme, de manera muy especial, un amor de padre y hermano para con los presbíteros y diáconos de mi diócesis que son mis especiales colaboradores.
Que mis preferencias sean siempre los más pobres y débiles.
Haz que, cuidando generosamente el rebaño, que el Espíritu Santo me encargó guardar como pastor de la Iglesia, pueda llegar un día a gozar de Dios en la gloria.
Amén.
LETANÍAS DE SANTO TORIBIO A LA VIRGEN MARÍA
Dios te salve, María
Dios te salve, Hija de Dios Padre
Dios te salve, Madre de Dios Hijo
Dios te salve, Esposa del Espíritu Santo
Dios te salve, Templo de la Trinidad
Santa María
Santa Madre de Dios
Santa Virgen de vírgenes
Santa Madre de Cristo, a quien tú diste a luz
Madre Purísima
Madre Castísima
Madre Inviolada
Madre Incorrupta
Madre de la Caridad
Madre de la Verdad
Madre Amable
Madre Admirable
Madre de la Divina Gracia
Madre de la Santa Esperanza
Madre del Amor
Madre de la Belleza
Madre de los Vivientes
Hija del Padre de las luces
Virgen fiel
Más dulce que la miel
Virgen Prudentísima
Virgen Clementísima
Virgen Singular
Estrella del Mar
Virgen Santa
Planta Fructífera
Virgen Linda
Bella como la rosa
Espejo de Justicia
Causa de nuestra alegría
Gloria de Jerusalén
Altar del incienso
Ciudad de Dios
Luminaria del Cielo
Vaso Espiritual
Vaso de honor
Vaso insigne de devoción
Trono de Salomón
Peana de Sansón
Vellocino de Gedeón
Hermosa como la Luna
única entre todos
Elegida como el sol
Amada de Dios
Estrella de la mañana
Medicina de los enfermos
Reina de los cielos
Rosa sin espinas
Aurora luminosa
Hermosa sin igual
Luz del medio día
Flor de la virginidad
Lirio de la castidad
Rosa de la pureza
Venero de santidad
Cedro oloroso
Mirra de incorrupción
Bálsamo siempre manante
Terebinto de la gloria
Palma vigorosa de la gracia
Vara florida
Piedra refulgente
Olivo plateado
Paloma preciosa
Vida fructífera
Nave cargada de riquezas
Nave del Mercader
Madre del Redentor
Huerto cerrado
Zarza no abrasada
Gloria del mundo
Nutricia de los pequeños
Raíz de la gracia
Alivio de las molestias
Pozo de aguas vivas
Madre de los huérfanos
Auxilio de los cristianos
Salud de los enfermos
Madre piadosa de los Menores
Reina de los ángeles
Reina de los serafines
Reina de los querubines
Reina de los profetas
reina de los apóstoles
Reina de los confesores
Reina de las vírgenes
Reina de todos los santos
De todo mal y pecado: Líbranos, Señor.
De todos los peligros
Ahora y en la hora de nuestra muerte
Por tu Inmaculada Concepción,
Por tu santa Natividad
Por tu Presentación
Por tu vida celestial
Por tu admirable Anunciación
Por tu Visitación
Por tu feliz Parto
Por tu Purificación
Por tu Dolor en la Pasión de Cristo
Por tu gozo en su Resurrección
Por tu gloriosa Asunción
Por tu Coronación
Los pecadores: Te rogamos óyenos.
Que vuelvas a nosotros tus ojos misericordiosos
Que pidas para nosotros una verdadera penitencia
Que pidas paz y salud para todo el pueblo cristiano
Que pidas para los fieles difuntos el descanso eterno
Que te dignes escucharnos
Madre de Dios
Salve, Madre Santa, Socórrenos, Señora
Salve, Madre Piadosa, Ayúdanos Señora
Salve, Madre Dulce. Intercede por nosotros
Antífona
Acuérdate, Virgen Madre, cuando estés ante tu Hijo, de hablar en favor nuestro para que aparte de nosotros su indignación.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Oremos
Te rogamos, Señor, que la oración de la Madre de Dios, la siempre Virgen María, encomiende ante tu clemencia nuestras súplicas, pues la sacaste de este mundo y la llevaste al cielo para interceder ante Ti por nuestros pecados. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
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