jueves, abril 16, 2015

SÍNODOS Y CONCILIOS AMERICANOS (1551-1622) CONTRA LA IDOLATRIA, CON ESPECIAL MENCIÓN A SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO

SÍNODOS Y CONCILIOS AMERICANOS (1551-1622) CONTRA  LA IDOLATRIA, CON ESPECIAL MENCIÓN A SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO[1]

                                                                               

JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ

 

 

I.                   LA IDOLATRÍA EN TIEMPOS DE LOAYZA Y MOGROVEJO TORIBIO

II.      LA BUENA SEMILLA Y LA CIZAÑA EN LOS PRIMEROS TIEMPOS

III.             ACTITUD DE SANTO TORIBIO FRENTE A LA IDOLATRÍA SEGÚN LOS TESTIGOS DEL PROCESO DE BEATIFICACIÓN[2]

IV.             LEGISLACIÓN SINODAL CONTRA LA IDOLATRÍA

 

1.      Quitar los obstáculos destruyendo sus huacas

2.      Predicación especial a los agentes idolátricos

3.      Rodearse de colaboradores eficaces para campañas contrarias

4.      Cortar con ritos supersticiosos paraidolátricos 

5.      Cortar borracheras como origen de la idolatría

6.      Trato privilegiado y favorable

7.      Sustituir costumbres idolátricas por otras cristianas

 

V.                "SORPRESA" DE LOBO GUERRERO Y CAMPAÑAS DE EXTIRPACIÓN

 

La evangelización americana constituye un formidable y complejo acontecimiento que ha permeado la sociedad entera del continente. Como el Papa Benedicto XVI señalase en la apertura del V CELAM, en Aparecida, el 13 de mayo del 2007:

 

"la fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este Continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas".

 

Ésta es la realidad, la identidad cristiana de América. Pero, en el proceso de cristianización, junto a la tarea de predicar el mensaje cristiano como "buena noticia" estuvo presente la misión de custodiar y evaluar su fruto. Como en todo proyecto los objetivos requieren medios y a veces unos y otros se confunden, otras veces, para fines santos como pueden ser lograr la plenitud y felicidad de los fieles se emplean medios no tan santos como puede ser la coacción o forzada persuasión.

 

Desde la misma predicación evangélica Jesús de Nazaret habla de que junto a la siembra de la buena semilla está presente el mal de la cizaña (Mateo 13:24-52).El consejo del Maestro, entonces, fue dejarlos crecer hasta el momento de la siega. En América, y en concreto en el Perú, se arrojó la semilla a manos llenas. Se esperaba fruto abundante pero en ocasiones no se percibía y, buscando los porqués, casi todos parecían deberse a la cizaña de la idolatría, y como la mala yerba había que arrancarla o si se consideraba como un tumor- extirparla.  

 

              La multisecular experiencia mágica religiosa prehispánica indígena -de cuya autenticidad nadie dudaba- planteará graves problemas a los misioneros y pobladores españoles. Hay que anotar de entrada, por ejemplo, la diferente mentalidad occidental, "depuradora" que selecciona lo más destacado prescindiendo de lo demás o concediéndole un valor secundario, y la mentalidad indígena "acumuladora"[3], que yuxtapone mitos y creencias. Tales diferencias culturales pesarán fuertemente a la hora de la evangelización, tema nuclear en los sínodos y concilios, de ahí que se recojan numerosos cánones relacionados con la idolatría -asunto de nuestro estudio- en los primeros sínodos y concilios convocados y celebrados en América especialmente por el Prelado Toribio Alfonso Mogrovejo.

 

Pocos historiadores y teólogos como el recordado Enrique Hurbano –a quienes dedicamos esta publicación- se han dedicado con tanto ahínco para adentrarse en el mundo de los misioneros, en su mentalidad, en sus métodos y técnicas de evangelización, en las políticas misionales de las autoridades políticas y religiosas. Yo solo quiero aportar algunos datos encontrados al hilo de mis estudios sobre Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima. Comienzo con la sorpresiva constatación de su sucesor para intentar comprender cómo lo vivió el único de los primeros prelados de América elevado a los altares.

 

VI.             LA IDOLATRÍA EN TIEMPOS DE LOAYZA Y MOGROVEJO TORIBIO

 

            La práctica de la idolatría a ojos de los españoles conllevaba una ofensa continua y pública a Dios, era una transgresión flagrante de la ley natural y exigía en ocasiones cruentos sacrificios que había que evitar por todos los medios. Veamos  al respecto, la consideración que tiene del tema el P. José de Acosta, S.J.,  fiel secretario de Mogrovejo en el Tercer Concilio Limense y el teólogo más representativo del contexto que analizamos. La constata y pondera con amplitud en su popular obra De procuranda indorum salute:

 

"Para empezar, en nada hay que poner más empeño ni trabajar más asiduamente que en desarraigar completamente de los ya cristianos, o de los que van a serlo, todo amor e inclinación a la idolatría. Esa peste es el mayor de todos los males. Como dice el Sabio, es principio y fin de toda maldad; hace la guerra a la verdadera religión de todas las maneras. Es un factor de los más deplorables de la condición humana; no hay ningún otro veneno que, una vez bebido, penetre más íntimamente en las entrañas. No hay amor tan loco que tenga nadie a la ramera a la que ama torpemente, como el de la idolatría, cuando se nos clava en el alma la afición al ídolo" (V, 9.2).

"Para dar a entender cómo están los ánimos de estos desgraciados, no se me ocurren palabras bastantes. Más que imbuidos, están trastornados totalmente por sentimientos idolátricos. Ni en paz ni en guerra, ni en el descanso ni en el trabajo, ni en la vida pública ni en la privada, nada son capaces de hacer sin que vaya por delante el culto supersticioso a sus ídolos. No se regocijan en sus bodas ni lloran en sus entierros, no dan o reciben banquetes, no salen siquiera de casa ni comienzan el trabajo sin celebrar algún sacrilegio pagano. ¡Tan oprimidos tienen el demonio sus sentidos con miserable esclavitud! ¡Con cuánta artimaña ocultan sus idolatrías y las disimulan, cuando ven que no se las dejan hacer en público! ¡Con cuánta desvergüenza pierden el seso en ellas, cuando creen que no se lo impedirán!" (V, 9, 3).

"¿Por qué acusamos la tardanza y dudas de los indios en dejar la idolatría? Más bien deberíamos indignarnos contra nuestra desidia inconmensurable: tumbados panza arriba y bostezando, apestando todavía al vino que bebimos ayer, nos dedicamos a susurrar unas cuantas frivolidades contra las guacas y las supersticiones de los homos, y cantamos victoria al momento, cuando la cosa apenas si ha empezado. Ahí, ahí es donde tiene que clavar sus pies el catequista prudente y centrar todos sus pensamientos, toda su habilidad y todo su trabajo en arrancar las más íntimas raíces de la idolatría del ánimo de los indios" (V, 9, 9).

"De esta peste odiosísima de la idolatría están llenos los montes, llenos los valles, los pueblos, las casas, los caminos, y no hay ningún trozo de tierra peruana que esté libre de este sacrificio" (V, 9, 11).

 "Esforzarse en quitarles por la fuerza la idolatría antes de que espontáneamente reciban el Evangelio, siempre me ha parecido, lo mismo que a otras personas de gran autoridad y prudencia, cerrar a cal y canto la puerta del Evangelio, en lugar de abrirla como es su máxima pretensión. Muchas veces se ha dicho, y muchas veces conviene repetirlo, que la fe no es sino de los que quieren, y que nadie debe hacerse cristiano por la fuerza. Por eso, San Agustín reprende ese proceder y enseña con el mayor énfasis que antes hay que quitar los ídolos del corazón de los paganos que de los altares" (V, 10.2).

"El primer precepto para extirpar la idolatría tiene que ser éste: quitarla, primero, de los corazones; sobre todo de los reyes, curacas y principales, a cuya autoridad ceden los demás prontamente y con gusto" (V, 10, 51)[4]

 

            Larga pero interesantísima cita que nos pone al corriente de la magnitud del problema y la ponderada solución que propone. De hecho, por sugerencia del mismo P. Acosta[5], el Catecismo se convertirá en una fuente de recursos pastorales muy ajustados a las necesidades concretas como por ejemplo la elaboración de una exhortación breve para que el sacerdote ayude "a bien morir". Los doctrineros conocían la práctica indígena de confesarse  cuando estaban enfermos y ofrecer sacrificios para "aplacar a los ídolos y conciliarse su benevolencia". Para contrarrestar tan arraigado hábito, se exhorta a los párrocos de indios que atiendan diligentemente a los enfermos para ayudarles en momentos tan difíciles "para gente nueva en la fe" y tan propicia para caer en la tentación de llamar a sus antiguos hechiceros y confesores.

 

            Otro valioso texto será el Confesionario para los curas de indios trilingüe, en 32 páginas, impreso en 1585. Contiene elementos que el sacerdote debe tener en cuenta para preparar a la confesión: exhortación, examen por los mandamientos, preguntas para curacas o caciques; fiscales, alguaciles y alcaldes de indios, hechiceros; exhortación una vez oída la confesión, reprensión por pecados de idolatría, superstición, embriaguez, amancebamientos y latrocinios. Va dirigido, no solamente a los confesores, sino también a los predicadores y doctrineros. Sigue el orden de los mandamientos, precedido de algunas observaciones como introducción y de una parte final referente a los diferentes estados de las personas. El texto se ve acompañado de otras piezas que ayudan a instruir a los indios sobre la cosmovisión andina, detallando sus creencias y sus prácticas religiosas o pararreligiosas. Le siguen dos exhortaciones trilingües para indios adultos y otra tercera "para los que no están tan al cabo", además de las letanías de los santos. A continuación se ofrecía un elenco, en castellano, de privilegios y facultades pontificias para las Indias. Terminaba, en los tres idiomas, con los impedimentos matrimoniales, junto con una declaración de los motivos de invalidez. Bajo el epígrafe "Instrucción contra sus Ritos" se incluyen tres informes sobre las prácticas idolátricas de los indígenas: Instrucción contra las Ceremonias y Ritos que usan los Indios conforme al tiempo de su infidelidad (idolatráis, sacrificios y ofrendas, difuntos, hechiceros y hechicerías, agüeros y abusiones, errores contra la fe católica), supersticiones de los indios sacadas del Segundo Concilio Provincial de Lima (de los templos o guacas, mayores y menores, adoratorios o apachitas, superstición de deformar la cabeza de los niños, ofrecimientos de cabello, culto a los difuntos, práctica de horadarse las orejas, borracheras, agüeros), los errores y supersticiones de los indios sacados delo Tratado de averiguación que hizo el Licenciado Polo de Ondegardo (guacas e ídolos, alas y difuntos, estatuas de los Incas, agüeros, hechicerías, sortilegios y adivinos, ministros de sacrificios, curas y médicos, sacrificios y cosas que sacrificaban, cómo el Inca dio sus huacas a todos sus reinos). La formulación de las preguntas es sumamente explícita en el "Primer mandamiento": Adoración de ídolos y fuerzas naturales divinizadas (animismo), ofrecimientos y sacrificios y las divinidades, confesiones con hechiceros y práctica del culto a los difuntos, creencias en supersticiones, agüeros y sueños, dudas sobre la fe o negación de alguna verdad de la misma, fomento de los ritos idolátricos… Tal instrumento pastoral tenía un objetivo bien claro:

"Para asentar la doctrina del Evangelio en cualquiera nación donde se predica de nuevo, del todo es necesario quitar  los errores contrarios que los infieles tienen [….] Y en estas provincias del Perú es cosa de admiración ver la muchedumbre y variedad de supersticiones y ceremonias y ritos y agüeros y sacrificios y fiestas que tenían todo estos indios y cuán persuadidos y asentados les tenía el demonio sus disparates y errores. [El Confesionario se sacó] para extirpar los errores y supersticiones que muchos indios, hasta el día de hoy, tienen en diversas partes del Reino"[6]

           

Como tercer elemento, considero el sermón número diecinueve del catecismo del Tercer Concilio Limense que lleva el expreso título "contra la idolatría"[7] y que quiere ser una explicación del primer mandamiento de la ley de Dios: "No tendrás otro Dios fuera de mí" (Ex 20, 2) prohibiéndonos el politeísmo y la idolatría, que diviniza a una criatura, el poder, el dinero, incluso al demonio.[8]  Para el magisterio católico todo hombre tiene el derecho y el deber moral de buscar la verdad, especialmente en lo que se refiere a Dios y a la Iglesia.  Al mismo tiempo, la dignidad de la persona humana requiere que, en materia religiosa, nadie sea forzado a obrar contra su conciencia, ni impedido a actuar de acuerdo con la propia conciencia, tanto pública como privadamente, en forma individual o asociada, dentro de los justo límites del orden público. El título es bien elocuente "En que se reprende a los hechiceros, y a sus supersticiones y ritos vanos.  Y se trata la diferencia que hay en adorar los cristianos las imágenes de los santos, y adorar los infieles sus ídolos o guacas". Los puntos del sermón son los siguientes:

 

a)      Diferencia entre Jesús y sus seguidores los discípulos por un lado y el Diablo y sus seguidores los viejos hechiceros por otro.

 

b)      Amonestación a los indios a no recurrir ni obedecer a los hechiceros por ser mentirosos y peores que los indios.

 

c)      Que los hechiceros en nombre de Dios dejen de hacer lo malo y pide que si alguien sabe de ellos los descubran al sacerdote.

 

d)     Invitación a reconocer, adorarle y pedirle ayuda solo a Dios

e)      Presentación de las supersticiones que los indios deben evitar.

 

f)       Desenmascara las hechicerías haciendo mención que son promovidos por los hechiceros.

 

g)      Prohíbe celebrar la fiesta del Raymi  (fiesta dedicada al sol, la más solemne y principal de todo el calendario inca) y el Intiraymi (fiesta del sol en el Cuzco) ni ofrecer sacrificios sino solo a Dios dador de los frutos de la tierra.

 

h)      Pone como ejemplo a los cristianos que desobedecen estas supersticiones y no les pasa nada porque obedecen al verdadero Dios. Y les invita a la confianza en Dios que los ve y oye.

 

i)        Hace la diferencia entre las imágenes sagradas y las guacas. Los cristianos no adoran las imágenes por lo que son sino por lo que representan al Dios del cielo, en cambio sus antepasados y ustedes consideran a la guaca como su dios.

 

j)        Pide no poner el corazón en las guacas ni adorarlo porque son invención del Diablo y burlería sino más bien en Dios a quien debemos adorar por Dios nuestro, poniendo en él toda nuestra confianza.

 

k)      Dice, aunque no lo explica que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios eterno y glorioso.

 

 

VII.LA BUENA SEMILLA Y LA CIZAÑA EN LOS PRIMEROS TIEMPOS

 

              ¿Qué pasó con los primeros prelados limenses, Jerónimo de Loayza, Toribio Mogrovejo? Digamos de entrada que el primero casi ni lo trató pues demasiado tuvo con pacificar el territorio y disponer la tierra. A Mogrovejo le tocará sembrar y ni caso hizo de las malas hierbas, de la idolatría. Intentemos aproximarnos al segundo arzobispo, Toribio Mogrovejo, para entender un poco más lo que sucedió.

Fray Jerónimo de Loayza ya en 1545 publicó  Instrucciones o Sumario de los artículos de la fe donde se trataba el problema de las huacas y hechiceros. La decimotercera norma mandaba a los doctrineros que en el lugar de su residencia habitual reuniesen a los hijos de los principales y de otros para instruirlos como catequistas, que a su vez fuesen ambulantes y se detuviesen de seis a ocho días en cada pueblo, con atención de deshacer las "huacas".  La decimocuarta norma encarecía la necesidad de evitar que rebrotase el culto de las "aucas". La decimoquinta encargaba que al fallecer un "curaca" cristiano se le enterrase en la iglesia o junto a la cruz del pueblo con vigilancia para que no sustrajesen el cuerpo del difunto y sobre todo que impidiesen la muerte de mujeres y sirvientes del "cacique", costumbre que aún perduraba.  La decimosexta norma ordenaba buscar a hechiceros o indios en comunicación con el demonio y se esforzasen por disuadirlos de esta ceguedad, amenazándoles con penas y castigos, si persistían. Estas mismas normas vigentes fueron que animaron a Santo Toribio a incluir un sermón para reprender a los hechiceros y a sus supersticiones incluyendo la diferencia entre las imágenes sagradas y las guacas.

 

              En el primer tomo de la colección Monumenta Idolatrica Andina" se inicia el análisis de los prelados con la figura de santo Toribio de Mogrovejo en el que señala la poca importancia concedida al asunto y que pudo deberse a que "contemplase el asunto de la religiosidad andina como parte de un proceso a largo plazo y que ya había sido regulado o casi definido de manera detallada por los dos concilios limenses aprobados, el de 1567 y sobre todo el de 1583[9]". En la reciente edición de La extirpación de la idolatría en el Pirú (1621) de P.J. de Arriaga, eruditamente anotada por Henrique Urbano, se llama la atención de la peculiar manera "cómo Toribio de Mogrovejo encara la idolatría, no tanto para ignorarla sino por no haberla transformado en su único motivo de lanzarse a penosas y agotadoras visitas pastorales [...]. (Para él) la idolatría era, sin duda, causa de preocupación pastoral, pero no era la única"[10], como sucederá posteriormente con Lobo Guerrero o Villagómez.

El propio Pablo José de Arriaga La extirpación de la idolatría en el Pirú (1621) llama la atención sobre este particular:

Antes ha causado admiración y hecho dudar a muchos hasta que les quitó la experiencia su duda de que hubiese estas idolatrías entre los indios. Habiendo visitado tantas veces su arzobispado por su persona y con tan grande celo de santo prelado el señor don Toribio, que está en gloria, sin dejar pueblo ninguno por pequeño que fuese y apartado que estuviese y que entonces no se descubriese ni se supiese nada de lo que ahora se sabe, tanto ha sido como esto el secreto (C. 8 p.85)

 

Pedro de Villagómez en su Carta pastoral de exhortación e instrucción contra la idolatría de los indios del Arzobispado reconoce implícitamente el papel pionero de Loaysa y Mogrovejo de siembra de la buena verdadera doctrina, reservando a Lobo Guerrero y a él personalmente la misión de "extirpar" las malas hierbas de la idolatría:

 

…fueron los primeros y más principales obreros los señores arzobispos Don Fray Gerónimo de Loaysa y Don Toribio Alfonso Mogrovejo de sancta memoria que con la gracia de Dios y con el auxilio que les dieron los gloriosos progenitores del Rey Nuestro Señor (que Dios guarde) y en su nombre los señores virreyes de aquellos tiempos y esta Real Audiencia de Lima, nos dejaron plantada la fe en esta nueva iglesia y asentada la forma de su gobierno espiritual con tan santas y convenientes leyes como las que hicieron y pusieron en práctica". (Cap.4o., f.4v)

 

Semejante parecer se esgrime en el proceso de canonización del santo prelado y que tuvo como protagonista a su sobrino, precisamente, Pedro de Villagómez[11]. En el artículo 25 se recoge: Que en la Inquisición de Granada se mostró acérrimo defensor de la Fe que profesa la Santa Iglesia Romana y de la jurisdicción eclesiástica y de la autoridad apostólica, enseñando al descubierto y públicamente los preceptos de la Doctrina cristiana y cuidando continuamente con todas sus obras su enseñanza y guarda y desarraigando los contrarios vicios de las herejías y las supersticiones condenadas, sin dejar jamás sus acostumbradas obras de caridad con el prójimo

 

VIII.       ACTITUD DE SANTO TORIBIO FRENTE A LA IDOLATRÍA SEGÚN LOS TESTIGOS DEL PROCESO DE BEATIFICACIÓN[12]

 

El P. Fray Melchor de Monzón, dominico, que conoció a Santo Toribio  desde que entró en Lima en mayo del año 1581  y que  lo trató muy de cerca en muchas ocasiones en su arzobispado, como cura doctrinero destacará que gracias a su celo evangeliza a los indios aportándoles la fe católica y quitándoles la idolatría:

 

"decía la Misa con muy grande devoción que la causaba a todos los que la oían, atento siempre al temor y amor de Dios...predicaba a los indios por su propia persona con grande espíritu y deseo de convertirlos a la fe católica y por su medio fueron convertidos muchos millares de ellos, quitándoles las idolatrías, adoratorios y supersticiones, y este testigo siendo cura en el pueblo de Calango le vio confirmar y en el pueblo de Coayllo desde por la mañana hasta después de las dos o las tres de la tarde, sin desayunarse y habiendo acabado de confirmar en el dicho pueblo de Coayllo saliendo de la iglesia yendo a comer supo que dos indios se habían quedado por confirmar por estar enfermos de viruelas en la cama de, dejó  de comer y fue en su busca y mandó llevar el pontifical para confirmarlos y entró en sus ranchos, donde los consoló y con grande humildad y caridad los confirmó allí y después se vino a comer y encargó (270v) a este testigo los mirase y regalase y era tanto lo que trabajaba el dicho señor arzobispo que no tenía una hora ociosa y pasaba  malas noches y días cuidando de las almas que se le habían encomendado…salvación de las almas y por convertirlos y atraerlos al conocimiento de la fe apostólica en que trabajó con gran valor y con gran servicio a Nuestro Señor en los pueblos y doctrinas extirpando las idolatrías y supersticiones en que los indios estaban con gran cuidado y celo, de manera que quedaron tanta inmensidad de indios como hay en este arzobispado instruidos en la doctrina cristiana y asentada la fe en sus ánimos…y así fue Prelado amado y querido y respetado de todos por su gran llaneza y humildad"(ff.268-273).

 

Es interesante recoger los testimonios acerca de la actitud del prelado Mogrovejo sobre la ortodoxia y su celo por erradicar todo tipo de heterodoxia e idolatría.  Así, el Licenciado Gregorio de Arce de Sevilla, natural de Suances de Nava (Palencia), que en el momento de declarar en el proceso de beatificación del prelado, tenía 54 años, y que era relator de la Real Audiencia de los Reyes, Gobernador, corregidor y justicia mayor de Guancavelica. Le trató por haber sido compañero en el Colegio Mayor de Oviedo, "donde tuvo gran noticia de su virtud, letras y santidad" (f.616).y para ponderar su tarea cita al Rey Felipe II "que fue tan mirado" (f.616v)

 

] "y tan inclinado a que la santa fe católica fuese cada día en mucho aumento y destruidas y extirpadas las herejías e idolatrías como sabía y entendía que las había tantas y tan grandes en este Reino del Pirú, le presentó a Su Santidad por arzobispo metropolitano de él y expresamente le mandó que viniese porque así convenía al servicio de Dios y al suyo como en efecto se vio por la obra, que fue [617]inspiración del cielo llegó a él y trabajó tanto en esta viña del Señor que no se lee ni puede leer fuera de los Santos Apóstoles de Pastor de la Iglesia que haya hecho tanto fruto y con tanto trabajo riesgo de su persona como lo hizo el dicho Sr. don Toribio Mogrovejo, arzobispo".

 

            Por su parte, D. Luis de Córdoba y Figueroa, natural de Córdoba, 45 años (6.III.1632, f.625), vecino de Lima, del Cuerpo del Real Tesoro. Le conoció

 

 "desde niño que andaba a la escuela y por tener mucha comunicación el padre de este testigo en casa del dicho Sr. Arzobispo y amistad muy estrecha con el gobernador  don Francisco de Quiñones, su cuñado, casado con doña Grimanesa Mogrovejo, hermana del dicho Sr. Arzobispo, entraba este testigo muy de ordinario en la dicha su casa y después que fue hombre trató y comunicó al dicho Sr. Arzobispo diversas veces...que fue el dicho Sr. Arzobispo por ser público y notorio, pública voz y fama; hombre noble de sangre ilustre y  limpio y descendiente de linaje muy calificado porque fue inquisidor de Granada (625v) de donde vino proveído por arzobispo de este reino que lo fue solo sin que hubiese otro en todo el mientras vivió y siempre acérrimo defensor de la santa Fe católica y extirpación de herejías e idolatrías. Se conoció en su tiempo ser muy perseguidor de ellas y con esto fue muy humilde, manso y no se le conoció altivez ni soberbia sino mucha mansedumbre y gran llaneza con todo género de personas, sin ostentación ni muchos los criados y en su vestir llano y amigo de los pobrecitos indios a quienes acariciaba como padre con tanta humildad que lo querían y amaban entrañablemente...".

 

También el Maestro P. Fr. Hernando de Quirós, OP, prior del convento Santo Domingo de la Recoleta, 46 a, (16.III.1632)  (647v) f.648 lo conoció

 

"desde que tiene uso de razón hasta que murió porque este testigo fue colegial del Colegio Seminario que su Ilma. fundó en esta ciudad y con esta ocasión le veía muy de ordinario y sabe que fue muy noble de sangre, ilustre, por tener como tuvo y tiene sobrinos con hábitos de las Ordenes Militares y procuraba que todos fuesen muy devotos de Nuestra Señora del Rosario y que trajesen sus rosarios y fundaba en los pueblos de los indios cofradías Nuestra Señora y de las ánimas de purgatorio para moverles a las cosas de devoción y frecuencia de los sacramentos y era celoso de que se extirpasen las idolatrías y que la Santa Fe católica fuese muy aumentada y ensalzada y en esto era gran defensor y acérrimo de las cosas de ellas y que Nuestro Señor fuese servido y que abrazasen estos indios la doctrina cristiana …porque este testigo ha sido cura en algunas doctrinas de indios de este arzobispado y ha visto que los dichos libros son la guía y el maestro de todos los doctrinantes(648-650)

 

El P. Ignacio de Arbieto, 74 a, natural de Madrid, hijo del capitán Pedro Arias de Arbieto y Francisca Mejía de Ávila, prefecto de espíritu de los religiosos, clérigos y sacerdotes, en 24 años lector de Artes y Teología, Catedrático de Prima en San Pablo de Lima, rector en Chuquisaca, del de San Martín. (130) "Y asimismo que procuró el dicho siervo de Dios que los indios saliesen de sus idolatrías y se redujesen a Nuestra Santa Fe Católica

 

Fr. Diego de Córdoba, OFM, Padre perpetuo de la provincia de los Doce Apóstoles del Perú, guardián del convento grande de Jesús de Lima, notario apostólico y cronista general de su religión y en estas provincias. (Cuaderno V, f. 13) Crónica de la religiosísima provincia de los doce apóstoles del Perú del OSF Lima 1651: Con esto era cándido de corazón y sencillo de ánimo; rayo contra la idolatría, alegría del nombre cristiano y regalo de la Santa Sede (Cuaderno V f..14)

 

Don Juan Sánchez de la Madrid, presbítero capellán del monasterio de Santa Clara. Desde el 14 de febrero de 1659. Natural de Jerez de la Frontera, Sevilla, 76 a, hijo de Álvaro Hernández de las Marinas y Toribia González de la Madrid, caudal de 4000 pesos de a 8 r, demás que tiene de renta de la dicha capellanía 550 pesos ...y que asimismo sabe que el dicho siervo de Dios procuró con mucho cuidado que los indios gentiles saliesen de sus idolatrías y que Dios favoreció sus intentos de suerte que se convirtieron muchos a la fe y que los bautizó y confirmó y particularmente con indios de la provincia de Moyobamba que entonces era de este arzobispado y confirmaba como ahora también confina con indios bárbaros e infieles, siendo así que esta es una provincia tan remota, tan áspera y tan de malos caminos que desde entonces acá no ha entrado prelado en ella...

 

IX.             LEGISLACIÓN SINODAL CONTRA LA IDOLATRÍA

 

      Los sínodos diocesanos son reuniones que resultarán una plataforma para informarse del estado de la diócesis, para examinar y juzgar su situación y para aplicar los medios oportunos conducentes a su mejora[13]. De ellos se ha podido decir que "son la Pastoral moderna de Trento aplicada escrupulo­samen­te, como una proyección fiel, a la Iglesia americana en formación. Del análisis de los textos conciliares y sinodales concluimos su plena convicción de que para evangelizar de forma íntegra, había que acometer una paralela tarea de humanización. Ello suponía en primer lugar una labor de "tábula rasa" mediante la supresión de idolatrías, borracheras y hábitos primitivos. A continuación venía una etapa creativa con las reducciones de pueblos, la escolarización, hábitos de formación humana que en lenguaje de la época se denominaba "policía", beneficencia, dignificación de la vida familiar y su promoción social (protagonismo indígena, respeto por su integridad, derechos del indio, trato privilegiado y favorable).

En la afanosa tarea de erradicar la idolatría[14] se distingue claramente dos etapas. En la primera, se procederá a una destrucción pública, sistemática, irrisoria y solemne; es el método que P. Borges denomina "tábula rasa"[15]. En una segunda fase, la misión consistirá en combatir el rebrote de la herejía en el culto privado para lo que se adoptarán diversas medidas.

 

Una primera medida, prudente, cautelar, era observar, examinar todo tipo de actividad que pudiese encubrir o favorecer la idolatría. En el Sínodo de Lima 1582, con el fin de conservar entre los indios la pureza de la fe y honestidad de las costumbres, se prescribe examinar todo tipo de representaciones teatrales y manifestaciones artísticas, justo para evitar que sirviesen de ellas para fomentar la idolatría:

Establecemos y mandamos a nuestros Vicarios, Beneficiados, Curas, Clérigos, sacristanes, no consientan en las Iglesias ni en las ermitas, ni hospitales hacer representaciones algunas, juegos, ni danzas de ninguna calidad que sean ni fuera de ellas no consientan hacer las dichas comedias ni farsas sin que primero sean examinadas por nos, o por nuestro Provisor, y prohíban y manden a los tales representantes, so las penas que les pareciese, que no hagan las tales comedias sin ser examinadas como dicho es y procedan con ellas como se hallare por Derecho que para ello les damos poder cumplido (cap.12)

 

De igual modo, el Sínodo de 1590, sale al paso de costumbres idolátricas y supersticiosas en las prácticas mortuorias y enterramientos:

           

Porque podría ser ocasión estando abiertas las sepulturas de los indios infieles traerse a la memoria los indios las idolatrías y supersticiones de su gentilidad, procurarán los curas de indios con mucho cuidado mandar cerrar las sepulturas donde están los cuerpos de los infieles en especial estando las dichas sepulturas en los mismos pueblos o junto a ellos, siendo muy observantes acerca de esto (c.9).

 

1.      Quitar los obstáculos destruyendo sus huacas

 

La primera tarea para construir el edificio pedagógico del educando, en este caso el indio, consiste en remover una serie de obstáculos que lo dificultan. Desde los tiempos del primer arzobispo limense, Jerónimo de Loayza, se insiste en averiguar "dónde tienen sus guacas y adoratorios y hacer que los deshagan, poniendo en ellas cruces si los lugares son decentes para ello"[16]. En el C1L (Primer Concilio Limense) del año 1551 se mandó que juntamente con "procurar hacer casas e iglesias donde nuestro Señor sea honrado", pero deshacer las casas que están hechas en honra y culto del demonio [...] todos los ídolos y adoratorios que hubiere en pueblos donde hay indios cristianos, sean quemados y derrocados; y, si fuere lugar decente para ello, se edifique iglesia o a lo menos se ponga una cruz".

Se aboga por la destrucción de la idolatría (C2L, C.96) y se pide colaboración a los organismos civiles para acabar con ella. El C3L ordena la detención de indios hechiceros y que los "juntasen en un lugar...de modo que no pudiesen con su tracto y comunicación infeccionar a los demás indios"(II, c.42).

 

Las extralimitaciones que sin duda se dieron por parte de las autoridades civiles en la aplicación de tales medidas, obligaron a Mogrovejo a dictar un canon en el Sínodo de 1586 en el que advierte a las justicias seculares que no conozcan de idolatrías por considerarlo injerencia en el campo eclesiástico(c.19). La segunda lacra que se pretende abatir será la borrachera[17], denunciada en el Sínodo de 1585 en estos términos:

"...hay entre los indios un abuso común y de gran superstición de sus antepasados en hacer borracheras y taquíes y ofrecer sacrificios en honra del demonio en los tiempos de sembrar y coger y en otros tiempos cuando por ellos se comienza algún negocio que les parece importante"(c.76)

Este mismo sínodo prohíbe el que se haga "azúa con jora y ayuca"(c.46) (la chicha) por ser dañosa para la salud y causar muertes a los indios. Se impondrán fuertes sanciones, se prohíbe su fabricación y se pedirá al cacique su colaboración so pena de perder el cacicazgo (C3L, IV, 7).        

Los párrafos del Segundo Concilio Limense son contundentes y abogan por la destrucción de la idolatría y se pide colaboración a los organismos civiles para acabar con ella:" que los curas aparten a los indios fieles de la compañía de los infieles y sus guacas e ídolos los derriben y amonéstenlos que no perviertan a los fieles"[...] con precepto, que los curas avisen públicamente y con mucho ahínco en tres días de fiesta, ante notario y testigos, a todos los indios que manifiesten las guacas e ídolos públicos y particulares y, después de manifestados, se derriben y disipen totalmente; después de las dichas amonestaciones cualquiera que se hallare a adorar o mochar ofrecer sacrificio u otros ritos o superstición, siendo plebeyo y bajo, primeramente será castigado conforme a su culpa" (c.96).

El C3L ordena la detención de indios hechiceros y que los "juntasen en un lugar...de modo que no pudiesen con su tracto y comunicación infeccionar a los demás indios"(II, c.42).     El Sínodo de Santa Fe de 1576 se hace eco de las prescripciones del sínodo anterior:

 y aunque el Sínodo Antiguo manda que se ponga allí (en los santuarios antiguos de los indios) alguna cruz [...] o se haga en él alguna ermita" [...] (lamenta que) "por la mucha experiencia que se tiene de la malicia de los indios, que debajo de especie de piedad van al mismo lugar a idolatrar nos pareció más conveniente raer de la tierra totalmente la memoria de estos santuarios" (c.14).

 

2.      Predicación especial a los agentes idolátricos

En el Segundo Concilio Limense se expondrá claramente una tarea específica de catequizar en régimen de internado a todos aquellos que se consideraban agentes principales del culto idolátrico:

            "que los hechiceros o confesores y adivinos y los ministros del demonio que tienen de oficio pervertir a los demás indios y apartarlos de la religión cristiana, se pongan y encierren en un lugar apartado de los demás cerca de la iglesia, ora sean infieles ora bautizados, y a los que de éstos tales averiguaren por su información [...] que han delinquido ligeramente, podránlo soltar, habiéndoles amonestado tres veces que se enmienden, y a los que hallaren que han sido perjudiciales para los demás, sin remedio los manden tener encerrados, pero no se les deje de enseñar la doctrina cristiana y proveer lo necesario con particular cuidado, para que sean salvos, mas si cualquiera de los dichos hallare el cura que es relapso y como tal ejercita idolatrías y dogmatiza contra la fe; luego, sin dilación, le haga encarcelar y preso le envíe al diocesano para que le castigue por el rigor del derecho" (II, c.107).

 

      El Tercer Concilio Limense remite al texto anterior y señala que " es la voluntad de este santo sínodo, que luego sin excusa ninguna ni dilatación se ponga en ejecución" (II, c.42). Por su parte, el I Concilio de Asunción, en 1603, insiste en las mismas medidas: "Tengan los curas cuidado de inquirir y castigar los indios hechiceros, porque son pestilencia que inficiona los pueblos "(III, c.6ª). El I Sínodo de Tucumán calca la constitución anterior (III, c.7a).

 

3.      Rodearse de colaboradores eficaces para campañas contrarias

     

Varios concilios y sínodos señalan la necesidad de que el gobernador y otros ministros reales velasen por luchar contra la idolatría   Se aboga por su destrucción de la idolatría (C2L, C.96) y se pide colaboración a los organismos civiles para acabar con ella. El C3L ordena la detención de indios hechiceros y que los "juntasen en un lugar...de modo que no pudiesen con su tracto y comunicación infeccionar a los demás indios"(II, c.42).

 

      Es la misma idea recogida  en el canon del Sínodo de Santa Fe, en 1606:        "Por ser cosa tan cierta que los caciques principales siempre tienen noticia de todos los jeques y santuarios de sus pueblos [...] los curas de los indios amonesten a los indios caciques de nuestra parte que dentro de un mes den noticia de los jeques y santuarios que ellos la tienen" (c.28).

     

Las extralimitaciones que sin duda se dieron por parte de las autoridades civiles en la aplicación de tales medidas, obligaron a Mogrovejo a dictar un canon en el Sínodo de 1586 en el que advierte a las justicias seculares que no conozcan de idolatrías por considerarlo injerencia en el campo eclesiástico(c.19).

 

      El Primer Concilio Limense encomienda a los dos indios que hacen de alguaciles "tengan cuenta [...] de ver los que vuelven a sus ritos y costumbres y dar razón de ello al sacerdote" (c.11ª). El Segundo Concilio Limense señala - entre otras misiones- a estos alguaciles la de avisar al cura de indios de los que "comunican con los hechiceros o van a mochar guacas o hacer otra cosa contra la religión cristiana" (II, C.118). Cabe pensar, sin embargo, que algunas autoridades se extralimitaron pues hay varios cánones que tratan de poner coto a su acción prohibiéndoles que se entrometan en lo que se considera oficio del cura de indios:

Por cuanto está prohibi­do a los Jueces laicos el juzgar en causas de Idolatría, Ceremonias y Supersticio­nes, ordenamos y mandarnos que en lo sucesivo. Nuestros Vicarios y Jueces eclesiásticos no permitan que los Jueces laicos intervengan en este género de causas, puesto que tal cosa les está prohibida con varias censuras. En caso de ser descuidados, procederáse contra ellos con todo rigor. (Sínodo de Yungay, Cap. 11)

 

4. Cortar con ritos supersticiosos paraidolátricos  

 

El Segundo Concilio Limense nos ofrece un exhaustivo catálogo de las formas más diversas de superstición mezcladas con el culto idolátrico:

 

"Ítem, hagan pesquisas contra los sortilegios, adivinos o supersticiosos especial (mente) teniendo resabio de herejía, y así estos como los que consulten sean castigados y si fueren clérigos suspendidos" (I, c.117).  "Que la superstición de amoldar las cabezas a los muchachos de ciertas formas que los indios llaman saitomas o paltaomas del todo se quite" (II, c.100). Se quiten "ciertas maneras de torcer o hacer trenza de los cabellos y trasquilarlos en otras partes con otras diferencias como de crisnejas que los indios usan para sus supersticiones y errores" (II, c.101). "La superstición que usan con los cuerpos que entierra, sepultando juntamente vestidos y comidas y bebidas y también los que procuran sepultarse en las sepulturas de sus antepasados que están fuera de las iglesias" (II, c.102). "El abuso supersticioso que tienen los indios orejones de horadarse las orejas y traer en ellas colgadas aquellas rodajuelas" (II, c.103). . "El abuso común y de tan superstición que tienen casi todos los indios de sus antepasados de hacer borracheras y taquíes y ofrecer sacrificios en honra del diablo a tiempos de sembrar y coger y [...] cuando comienzan algún negocio que tienen por importante" (II, c.104). "Las demás supersticiones y ceremonias y ritos diabólicos que tienen innumerables los indios, mayormente para tomar agüero de negocios que comienzan y en hacer mil ceremonias en los entierros de sus difuntos" (II, c.105).

Una fórmula que aparece prácticamente en todos los sínodos y concilios estudiados es la de "quitar llanos y ritos supersticiosos" (C2L, I, c.117), así como los "juegos y bailes con sospecha de idolatría" (Sínodo de Tucumán, 1597, III, 7.a). En alguno de ellos tal práctica aparece asociada a objetos o animales como el de los pájaros guacamayos (III, c.6ª). Muy extenso y detallado se muestra también el Primer Sínodo de Quito de 1570. Clasifica en primer lugar los agentes del culto idolátrico a quienes denomina "cuatro maneras de ministros del demonio" que son "hechiceros, homos, condebicsas y hambicamayos". A continuación enumera y describe las "hechicerías y supersticiones que se han sabido notables" y se deben erradicar: "que los hombres indios no traigan gargantillas ni zarcillos en las orejas, y se quite el bandul y el embijarse porque su fundamento es supersticioso; que se quite el enroscarse los cabellos los hombres sobre la cabeza y el trasquilar los niños a partes; y las curas que hacen a los indios anteponiendo ayunos, no comiendo sal, mascando coca; y que se prohíba y tenga cuenta con los indios e indias hechiceros que dan yerbas para hacer abortos o bien querer y las que están sembradas se extirpen y arranquen" (IV, c.21):

 

"Estos indios tienen una superstición grande: en la mujer que pare dos la tienen por guaca, y asimismo en la parte donde cayó rayo la hacen guaca, y si es en casa la despueblan, y si entra relámpago se meten en el río y se asperjan con agua por encima, y nadie osa llegara ellos hasta que por muchos tiempos están purificados con ayunos y lavatorios supersticiosos, y en la chacra de quien nace el junquillo, que es llamado catequilla, es superstición muy grande, porque dicen han de ser destruidos y asolados y cuya es la chacra. Y cuando hace eclipse la luna hacen gran clamor, porque si no dicen que la luna está enojada y se caerá sobre ellos".

 

Termina la descripción alertando a los curas trabajen por desarraigar tales prácticas como tarea previa y obligada para plantar el cristianismo: "Y estas y otras muchas supersticiones los prudentes curas procuren saber y desarraigar y quitar [...] porque entre tanto los usaren hacemos cuenta que no se ha comenzado el cristianismo entre los indios, por estar tan arraigados y llenos de supersticiones" (c.22).

 

5.      Cortar borracheras como origen de la idolatría

      Tal medida nacía de la experiencia diaria que ofrece su estrecha relación con la idolatría y por considerarla como raíz y causa de la misma, tal como se denunciaba en el Sínodo de 1585 en estos términos: "...hay entre los indios un abuso común y de gran superstición de sus antepasados en hacer borracheras y taquíes y ofrecer sacrificios en honra del demonio en los tiempos de sembrar y coger y en otros tiempos cuando por ellos se comienza algún negocio que les parece importante"(c.76). Este mismo sínodo prohíbe el que se haga "azúa con jora y ayuca"(c.46) (la chicha) por ser dañosa para la salud y causar muertes a los indios. Se impondrán fuertes sanciones, se prohíbe su fabricación y se pedirá al cacique su colaboración so pena de perder el cacicazgo (C3L, IV, 7)[18]. Así nos lo india el Primer Sínodo de Tucumán, de 1597:

 

" Y asimismo les encargamos que procuren evitar en cuanto pudieren las borracheras, que son origen d idolatrías y horribles incestos, principalmente en el tiempo que cogen algarroba, en el cual suelen matarse y herirse muchos en las borracheras" (III, 7a).

 

      6. Trato privilegiado y favorable

En virtud de su condición de "miserable" y "plantas nuevas en la fe" se le otorgarán privilegios especiales. Así lo manifiesta el C3L: " No hay cosa que en estas provincias de las Indias deban los prelados y los demás ministros(...) tener por más encargada y encomendada(...)que el tener y mostrar un paternal afecto y cuidado al bien y remedio de estas nuevas y tiernas plantas de la Iglesia(...) Y ciertamente la mansedumbre de esta gente, y el perpetuo trabajo con que sirven y su obediencia y sujeción natural podrían con razón mover a cualesquier hombres por ásperos y fieros que fuesen, para que holgasen antes de amparar y defender estos indios"(III,3). El Sínodo de 1586 ordena que "los jueces y notarios no lleven derechos a los indios"(c.2O). El de 1592 que "los curas de indios no lleven derechos a los indios de los bautismos ni casamientos ni de otras cosas tocantes a ellos, ni les hagan fuerza en las ofrendas, ni sobre otros derechos"(c.8). Al referirse a los visitadores y oficiales recuerda que "está ordenado que los jueces ni notarios no lleven ningunos derechos a los indios así de títulos, provisiones, procesos ni otras cosas (...) está proveído que los visitadores no hagan condenación de dineros a los indios, sino que cuando fuere menester castigarlos con penas pecuniarias, lo remitan al Prelado"(c.19). El Sínodo de Piscobamba de 1594 declarará en el Capítulo 40 Que los curas de indios den aviso al prelado de las cosas que convenga para el bien espiritual de sus parroquianos. Debe sumarse un complemento pastoral titulado "De algunos Privilegios y Facultades concedidas a los Indios, por diversos Sumos Pontífices" por el que se hace un elenco de los principales privilegios que los Papas concedieron a los indios en virtud de ser "plantas tiernas en la fe" y a través del Patronato Regio; en particular debe citarse el apartado octavo relativo a los "casos de herejías y reservados" por el que el Papa Gregorio XIII concede  a los prelados de América la facultad de absolver a todos los indios "del crimen de herejía, cisma, idolatría y de todos los casos reservados a la Santa Sede"[19]".

 

7. Sustituir costumbres idolátricas por otras cristianas  

Las costumbres inofensivas o "neutras" deberían encauzarse o enderezarse. Así las danzas y los bailes populares se autorizarán pero con la condición de que se organicen a la luz del día y nunca por la noche. Las procesiones de los indios recién convertidos y que celebraban con motivo de sus fiestas, también les son permitidas pero siempre que estuviese presente un sacerdote (C2M, c.11). Este nuevo sentir es recogido en un canon del Primer Concilio Limense:

"mandamos que todos los ídolos y adoratorios, que hubiere en pueblos donde hay cristianos, sean quemados y derrocados; y si fuere lugar decente para ello se edifique allí iglesia o a lo menos se ponga una cruz. Y si fuere en pueblos de infieles se consulte con el muy ilustre señor virrey de estos reinos en su distrito, y en los demás con los presidentes y gobernadores de ellos, para que manden proveer en ello, por los inconvenientes que de permitirles adoratorios para tornarse cristianos (hay), y por ocasión que es para los ya cristianos de volverse a idolatrar" (c.3ª).

 

X.                "SORPRESA" DE LOBO GUERRERO Y CAMPAÑAS DE EXTIRPACIÓN

 

El 20 de abril de 1611, Bartolomé Lobo Guerrero, tercer arzobispo de Lima y sucesor del prelado Toribio Alfonso Mogrovejo, escribe al Rey lamentando que "que todos estos indios de mi Arzobispado y los de los otros obispados están el día de hoy tan infieles e idólatras como cuando se conquistaron, cosa que me lastima y quiebra el corazón y que la predicación y doctrina que han tenido no les haya aprovechado, no sé si por falta de ellos y quererles Dios dejado de su mano o por la de los ministros, que imagino que esto último es lo más cierto"[20]. Y aduce razones: "Y por andar mi predecesor (que cierto era santo) siempre ausente de su Iglesia, visitando el distrito, que se podía hacer por los Visitadores, la hallé (su Iglesia) muy descuadernada y con mala residencia, poca curiosidad en la celebración del culto, sin ornamentos". El Padre Diego Álvarez de Paz, SJ, en la carta al Obispo de Trujillo, Fr. Francisco Díaz de Cabrera "porque el Sr. Arzobispo pasado de Lima, Don Toribio visitaba continuamente su diócesis, andando en un perpetuo movimiento y nunca sacó por nada a luz y pensó que todo estaba muy sin idolatría y después el tiempo ha descubierto lo contrario"[21]

Podrá parecer un tanto exagerado este juicio del Arzobispo, pero había en él un gran fondo de verdad, no sólo en cuanto a la constatación del mal, sino también en cuanto a la causa que le había dado origen. Era en verdad doloroso que muchos doctrineros no se dedicaran con celo y paciencia a la instrucción de sus ovejas y, fuera de desconocer su lengua, muy poco hacían por instruirlos a fondo en las verdades de la fe, contentándose con que cumplieran en lo exterior con las prácticas religiosas.

              Lobo Guerrero, siguiendo las huellas de su antecesor y, deseando ajustarse a lo que estaba prescrito, escribió el 30 de Abril de 1613 a Su Majestad, indicándole la conveniencia de convocar a Concilio a sus sufragáneos pero el Rey le negó.  Sin embargo, como se hacía necesario urgir el cumplimiento de las constituciones del Tercer Concilio y, además, como lo observaba el Arzobispo en su carta, el descubrimiento de la idolatría entre los indios, exigía pronto remedio, decidió reunir un Sínodo." Según el Tridentino éstos debían celebrarse cada año y el último que convocó Santo Toribio se había realizado en Lima en 1604; hacía pues nueve años que no habían tenido lugar estas asambleas. De acuerdo con el Virrey convocó a su Deán y Cabildo y al clero secular y regular para el 10 de Julio de 1613, día en que se abrió el sínodo con las ceremonias acostumbradas en la Iglesia Mayor, celebrando la santa misa el Arzobispo y predicando el canónigo magistral, D. Carlos Marcelo Come.  La última sesión tuvo lugar el lunes 28 de Octubre, habiéndose leído y promulgado el día antecedente, domingo, en la Iglesia Catedral, las constituciones sinodales. A todo se halló presente el Virrey con la Real Audiencia y el Cabildo secular y el mismo concedió la licencia para que se imprimiesen, como se hizo por el impresor Francisco del Canto, el siguiente año de 1614. Insistió en los dos puntos que ya había señalado el Arzobispo en su convocatoria, esto es el cumplimiento del Concilio de 1583 y la extirpación de la idolatría. Celebró el importante sínodo de 1613, que tuvo como resultado unas constituciones, que ponía énfasis en la instrucción de los Indios en la lengua quechua los domingos y los días festivos y a lo largo del año los miércoles y los viernes; además todos los días a los niños menores de 12 años para que aprendiesen de memoria el catecismo breve. Insiste en la extirpación de la idolatría.

              Con el arzobispo Lobo Guerrero la extirpación adquiere un verdadero rasgo institucional que concita tres fuerzas vivas de la vida colonial: el propio arzobispado, la Compañía de Jesús, representada por el P. Francisco de Ávila, visitador, y el poder civil con el apoyo del virrey Príncipe de Esquilache. El nuevo arzobispo, con la práctica de inquisidor en México y obispo en Nueva Granada, se queja en 1611 al Rey de que "todos estos indios de mi arzobispado...están al día de hoy tan infieles e idólatras como cuando se conquistaron"[22]. Para su programa pastoral convoca el Sínodo Diocesano de 1613[23] en el que tanto como la extirpación pesó la corrección y enmienda de los curas, en definitiva la renovación de los agentes de la evangelización como casi todos los concilios y sínodos buscaron. Al mismo tiempo se sirvió de un medio fundamental que fue el visitador; éste estaba facultado tanto para examinar la idoneidad del cura doctrinero en la lengua como  en la administración de los sacramentos. Papel fundamental desempeñaron los jesuitas que apoyaron al P. Ávila mediante el envío de misioneros en 1609 para realizar inspecciones junto al visitador así como mediante gestiones ante el arzobispo y el virrey.

              El "descubrimiento" acerca de la idolatría sin visitar su territorio, tan sólo por visitadores, será el comienzo de la constatación de una realidad que llevará a su sucesor Villagómez, sobrino de Mogrovejo, a una estrategia prioritaria enfocada a cortar de raíz, extirpar –tal es palabra central- el pus, la infección de la idolatría.

              Un hito cumbre en el proceso de extirpación lo supondrá la dinámica actividad visitadora y cultural del P. Arriaga que escribe "La extirpación de la idolatría en el Perú"[24] en 1621. Seguidor en buena medida de las ideas del P. José de Acosta, cree que la solución del problema idolátrica está en la visita, tanto en su vertiente judicial[25] como y -esto es primordial- la misional. Este último escribirá que para "arrancar la idolatría del corazón de los indios y la visita judicial propiamente dicha, que destruirá las manifestaciones materiales de la idolatría"[26]. Como escribe J.C. García su "proyecto apunta al corazón mismo del problema, a la razón de ser de la presencia de la Iglesia Católica en América. Por lo tanto, superar también la ineficacia de los curas doctrineros, visitadores y aún de los obispos[27]". De ello, -como se ha podido por los apuntes ofrecidos- se hacen eco los cánones sinodales y conciliares. Aunque las visitas de extirpación en el Arzobispado de Lima habían tenido un carácter esporádico y coyuntural: ahora podemos concluir también que las dos grandes campañas del siglo XVII diferían tanto en su concepción como en sus objetivos. La posición de Arriaga, portavoz oficial de los gestores de la campaña de 1610-1622, es clara respecto de los motivos, las causas y la finalidad: en la raíz de todo está la casi absoluta ignorancia de los indios de los rudimentos de la fe cristiana, producto de los importantes defectos del sistema eclesial. Para remediarlo, ese sistema —y su célula fundamental, el cura doctrinero— debían funcionar verdaderamente. Mientras las nuevas medidas —claramente enunciadas en el Sínodo limense de 1613— empezaban a surtir efecto, la mezcla de misión y visita judicial se presentaba como la solución ad hoc para resolver el problema más urgente: eliminar las manifestaciones materiales de las idolatrías que no se habían sabido reconocer como tales y llevar rápidamente a los indios los rudimentos de la fe. La salvación de almas no admitía demoras. Parece, sin embargo, que las visitas de extirpación y el proyecto extirpador tuvieron éxito en lo primero y fracasaron en todo lo demás. Pues si la cantidad de pruebas materiales de la idolatría fue abrumadora y el trabajo de destrucción de objetos e ídolos minucioso, hacia mediados de siglo, según los más diversos testimonios, los indios seguían tan ignorantes de la fe cristiana como antes, la idolatría campaba a sus anchas, los curas doctrineros no cumplían con sus obligaciones y la población autóctona era sometida a una dura explotación. En medio de este ambiente enrarecido y conflictivo, desde luego, para lo que menos quedaba tiempo era para la doctrina. Y la ignorancia era el caldo de cultivo permanente para los errores. Pero no era éste el parecer del arzobispo Villagómez. Acorralado como estaba por las críticas que habían llegado ya a oídos del rey, y sujeto cada vez más a un mayor aislamiento, necesitaba urgentemente demostrar la efectividad del cuerpo al que representaba así como su idoneidad como cabeza de la Iglesia peruana. Si a inicios de siglo el discurso idolátrico había sido utilizado para remozar el sistema, ahora Villagómez utilizaba estas mismas campañas para defenderlo y blindarlo. El baldón de idólatra venía así a sumarse a los otros prejuicios sobre la naturaleza de los indios y a colocar a esta población en la peligrosa situación de maliciosos ante cualquier eventual conflicto. No extraña entonces, que a mediados de siglo, los indios respondiesen con energía por medio de pleitos y querellas a esta embestida, pronto encontraron apoyos entre los más diversos sectores virreinales y las visitas de extirpación derivaron casi por regla en juicios interminables que acabaron ocasionando su parálisis, y dañando indefectiblemente a acusadores y acusados.

             

      En resumen, en los inicios, en tiempos de Loayza y Mogrovejo, se enfatizó en sembrar, en evangelizar, tanto a través de la predicación, la legislación conciliar y sinodal, la visita misionera, incluso el apoyo de agentes evangelizadores como los propios niños. Jerónimo de Mendieta será muy expresivo al hablar de este protagonismo de los niños en la extirpación de la idolatría:

      De la misma manera que el Señor quiso convertir al mundo por medio de unos pescadores sin letras y desprovistos de todo valor humano, así también quiso que se hiciese la conversión de este Nuevo Mundo [...] no por otro instrumento sino de los niños, porque niños fueron los maestros de los evangelizadores, niños fueron también los predicadores y niños los ministros de la destrucción de la idolatría[28].

 

También el celoso misionero jesuita P. Pablo José Arriaga había sido optimista al considerar que los indios dejarían la cizaña idolátrica cuando se les mostrase la buena semilla de la verdad. Sin embargo, con Francisco de Ávila, el prelado Bartolomé Lobo Guerrero, y –sobre todo- Villagómez consideraban que el mal era endémico, endurecieron su práctica pastoral y llegaron a organizar toda una política sistemática con el objetivo de extirpar de raíz la idolatría a través de sesudas campañas.

 

 

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[1]Extractado y reelaborado de mi  memoria de licenciatura La promoción humana y social del indio en los concilios y sínodos americanos Universidad de Valladolid, 1986.

[2]Los testimonios se han tomado del Primer cuaderno original de la causa de la beatificación del Arzobispo de Lima Don Toribio Alfonso Mogrovejo, 842 ff. Años 1631-1664, Archivo Arzobispal de Lima.

 

[3]BALLESTEROS GAIBROIS, M: Cultura y religión de la América prehispánica. BAC, Madrid, 1985.

[4] ACOSTA, José de De procuranda indorum salute, II: Educación y evangelización Corpus hispanorum de pace, CSIC, Madrid, 1984/1987.

[5] Ibídem, Libro VI, Cap. XVIII, 1.

[6] "Proemio sobre el Confesionario e Instrucción de las supersticiones y ritos de los indios en que se declara cómo se han de aprovechar de estos los sacerdotes" En DURAN, J.D. Monumenta Catechetica hispanoamericana (S.XVI-XVIII) Facultad de Teología de la UCA, Buenos Aires, 1990, II, pp.528-530

      [7] DURAN, J.D. Monumenta Catechetica hispanoamericana (S.XVI-XVIII) Facultad de Teología de la UCA, Buenos Aires, 1990, II, pp.685-692.

[8] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Compendio. Ed. Paulina, Lima 2006, p.143.

[9]GARCÍA CABRERA, Juan Carlos, Ofensas a Dios... 1994... p.20.

[10] ARRIAGA, Pablo Joseph de [1621], La extirpación de la idolatría en el Pirú, ed. H. Urbano, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos «Bartolomé de las Casas», 1999.  p.LI

[11] Sumario y memorial ajustado de las probanzas que por deposiciones de testigos e instrumentos se han hecho por el ISD D. Pedro e Villagómez, arzobispo de los Reye y demás Señores Jueces Apostólicos en la Causa de la Beatificación y Canonización del Siervo de Dios el IS Don Toribio Alfonso Mogrovejo, arzobispo que fue de esta ciudad. En Lima, en la Imprenta de Juan de Quevedo y Zárate. Año de 1662. 135 pp. 38v]

[12]Los testimonios se han tomado del Primer cuaderno original de la causa de la beatificación del Arzobispo de Lima Don Toribio Alfonso Mogrovejo, 842 ff. Años 1631-1664, Archivo Arzobispal de Lima.

 

[13] GARCÍA GARCÍA, A. "La promoción humana del indio en los concilios y sínodos del S.XVI" Iglesia, sociedad y derecho. Universidad Pon­tificia, Salamanca, 1985.

[14] DUVIOLS, P.  La destrucción de las religiones andinas (Durante la Conquista y Colonia). U.N.A.M., México, 1977.

Cultura andina y represión. Procesos y visitas de idolatrías y hechicerías. Cajatambo siglo XVII. Centro de Estudios Rurales Andinos "Bartolomé de las Casas", Cusco, 1986.

 

[15] P.BORGES MORAN Los métodos misionales en  cris­tianización de América, S.XVI (Madrid, CSIC, 196O) Misión y civilización en América (Madrid, Alhambra,1987) Histo­ria de la Iglesia en Iberoamérica (Madrid, BAC, 1992) T.I y II

[16] Instrucción sobre la doctrina (1545): E. LISSON La Iglesia de España en el Perú, I/4, 136.

 

 

 

 [18] F.LEJARZA "Las borracheras y el problema de las conversiones en Indias" Archivo Ibero-Americano (1941)111-142, 229-269.

 

[19] En DURAN, J.D. Monumenta Catechetica hispanoamericana (S.XVI-XVIII) Facultad de Teología de la UCA, Buenos Aires, 1990, II, pp.509-510

 

[20] LISSON CHAVES, Emilio La Iglesia de España en el Perú. Colección de documentos para la historia de la Iglesia en el Perú, EHES Sevilla 47, IV, 20 de abril de 1611, Archivo  de Indias, 71-3-9

[21] Carta julio 1618, A. de I, Lima, 70-1-38) Cit. en VARGAS UGARTE, Rubén, Historia de la Iglesia en el Perú, Lima/Burgos, Santa María/Aldecoa, 1953-1962, II p.8

[22]GARCÍA CABRERA, Juan Carlos, Ofensas a Dios, pleitos e injurias. Causas de idolatrías y hechicerías. Cajatambo, siglos XVII-XIX, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos «Bartolomé de las Casas», 1994. p.25.

[23] Sínodos de Lima de 1613 y 1636. Madrid, CSIC, 1987. Libro 1º, cap. VI: "Del orden que ha de haber para la extirpación de la idolatría de los indios". pp.38-42.

 [24] En Crónicas peruanas de interés indígena. BAE, Madrid, 1968. pp.192-227. Celebramos la esmerada edición del Centro Bartolomé de las Casas en 1999, tal como indicamos en nota 13.

[25] CORDERO, M. M.  "Naturaleza jurídica de las visitas de idolatrías de la diócesis de Lima. Siglo XVII" Estudios coloniales IV, Universidad Andrés Bello, Santiago de chile, 2006, 211-244

[26]Nota 14, p.36.

[27]J. C. GARCÍA CABRERA: Ofensas a Dios. Pleitos e injurias (Causas de idolatrías y hechicerías. Cajatambo. Siglos XVII-XIX). Centro de Estudios Regionales Andinos "Bartolomé de Las Casas". Cusco, 1994.

p.37.

  [28] Historia Eclesiástica Indiana México, 1870, lib. III, c. XVIII, p.221.

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