martes, septiembre 26, 2017

LA FE EXPLICITA NECESARIA PARA LA SALVACION EN LA TEOLOGIA DEL PADRE JOSE DE ACOSTA. P. Francisco José Delgado

Amigos:
Les comparto texto publicado en el blog
http://infocatolica.com/blog/duropedernal.php/1709260214-la-necesidad-de-la-fe-en-cris
de Francisco José Delgado, y que el pasado 14 de septiembre leyó en la
brillante sustentación de su tesina de licenciatura en teología
dogmática en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. El
trabajo fue dirigido por el Dr. Gustavo Sánchez Rojas. Tuve el honor
de formar parte del jurado.
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La necesidad de la fe explícita en Cristo para la salvación en el P.
José de Acosta, S.I.

Vida y obras del P. Acosta

El P. José de Acosta es uno de esos jesuitas del s. XVI de los que
sorprende considerar el alcance de las empresas llevadas a cabo en su
vida, en comparación con los pocos años dedica­dos a las mismas.
Nacido en 1540, recibió la ordenación sacerdotal a los 27 años, y fue
enviado al virreinato del Perú a media­dos de 1571. Durante los
escasos treinta años que le restarían a su vida pastoral hasta su
muerte, acaecida en el 1600, dejó una huella imborrable en la
evangelización de América. Hay que tener en cuenta que en la última
década tuvo una actividad muy limitada, debido a las consecuencias
personales que le supuso su participación en la controver­sia entre
los memorialistas y el General Aquaviva. Siendo el segundo Provincial
de la Compañía de Jesús en el Perú, tuvo que organizar la Primera
Congregación Provincial, que marcaría las líneas de toda la futura
pastoral americana de la nueva Orden, fundada por San Ignacio de
Loyola pocas décadas antes. Fue decisivo para el inicio de la doctrina
de Juli, que sería el patrón que seguirían posteriormente las famosas
reducciones jesuitas en América. Después, en el III Concilio Limense
(1582-1583), fue la mano derecha de Santo Toribio de Mogrovejo, que lo
puso al frente de los teólogos y como secretario de la que fue la más
importante asamblea pastoral de la Iglesia en América. En sus decretos
se pueden rastrear con facilidad las intuiciones pastorales y las
certezas teológicas de Acosta, que se plasmaron posteriormente en los
importantes documentos misionales emanados del Concilio, que pueden
considerarse de la autoría de nuestro teólogo, en cuanto director de
las comisiones de redactores y traductores. Fue eficaz defensor de los
decretos del Concilio ante el Rey y el Romano Pontífice, contra las
fuertes oposiciones que surgieron de distintos sectores, logrando
finalmente su aprobación y publicación. Mientras tanto, nunca cesó en
su actividad de docencia y predicación, que le ganaron gran fama entre
sus coetáneos. Y, como fruto de sus viajes y conocimiento del mundo
ameri­cano, pudo publicar una Historia Natural y Moral de las Indias
(1590) que, además de inaugurar un nuevo género literario, fue
fundamental, y lo es aún hoy, para el conocimiento de la historia y
costumbres de los pueblos americanos.

Queremos poner la atención en la que puede considerarse su obra más
impor­tante y que, habiendo sido redactada al inicio de su labor
pastoral (1576), marcó las líneas de todas sus actuaciones futuras.
Nos referimos a su manual misionológico — uno de los primeros en su
género en la modernidad — titulado De procuranda indorum salute. Es un
alegato decidido sobre la importancia de procurar ante todo la
salvación de los indios americanos, como objetivo fundamental de la
labor de la Igle­sia en América. Examina críticamente el trabajo hecho
hasta el momento, con sus luces y sombras, sin temer entrar en los
asuntos más espinosos, como el de los títulos que justifican la
conquista. En muchos de estos temas sigue la estela de los grandes
maestros de la Escuela de Salamanca, especialmente de Francisco de
Vitoria, O.P. Pero en un capítulo decisivo de su libro, que es el que
nos interesa hoy, no duda en enfrentarse a él y a sus discípulos en un
tema que llegaría a constituir una «cuestión celebérrima» — así la
llamó Domingo de Soto, O.P. -— en la escolástica de ese siglo y del
siguiente. Se trata de la cuestión de la necesidad de la fe explícita
en Cristo para la Salvación.

Doctrina de Santo Tomás sobre la necesidad de la fe

Aclaremos algunos conceptos antes de entrar en la exposición de la
argumenta­ción de Acosta. Que el acto de fe sobrenatural es necesario
para la justifica­ción del adulto es algo sostenido unánimemente por
la Tradición de la Iglesia, desde la Sagrada Escritura y los Santos
Padres, y definido por el Concilio de Trento. La sentencia bíblica
fundamen­tal es aquella tomada de la Carta a los Hebreos en la que se
lee que «[a Dios] sin fe es imposible complacerlo, pues el que se
acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo
buscan» (Heb 11,6). San Agustín insistía en que todos los considerados
justos incluso antes de la Encarnación habían tenido fe en Cristo. La
manera como esto puede ser posible es explicada por Santo Tomás de
Aquino, que distingue entre fe implícita y fe explí­cita. Dice Santo
Tomás que se puede tener fe sobrenatural implícita en proposiciones
que están contenidas en otras en las que se cree explícitamente (cf.
De ver., q. 14, a. 11). Así, el que cree en Dios y en que es
remunerador, creerá implícitamente en artículos de la fe que se
encuentran contenidos en estos dos fundamentales, como la Trinidad o
la Encarnación de Cristo (cf. STh II-II, q. 1, a. 7). Ahora bien,
aunque se puede conocer por medios naturales que Dios existe, e
incluso que es justo y remunerador, para la justificación no basta un
conocimiento por la razón (cf. STh I-II q. 113, a. 4), sino que es
necesario un conocimiento de fe sobrenatural que, según el mismo
Doctor Angélico, tiene por causa a Dios tanto en el asentimiento como
en la propuesta del contenido a creer, recibido de forma inmediata o
mediante un predi­cador (cf. STh II-II, q. 6, a. 1).

Cuando Santo Tomás se pregunta cuáles son los contenidos mínimos
necesarios para el acto de fe que forma parte de la justificación,
responde que varían en función de las épocas. Antes de la predicación
del Evangelio, los mayores en el pueblo de Dios eran justificados por
el conocimiento, no sólo de los dos principales artículos de la fe,
sino también por el de la Encarnación de Cristo y de la Trinidad,
contenidos en las profecías y sacrificios del Antiguo Testamento. A
los menores en el Pueblo de Dios, en cambio, les bastaba con creer
explícitamente en esos dos principales artículos de la fe, en Dios
Remunerador, creyendo implícita­mente en la fe de sus mayores. Dice el
Angélico que los paganos antes de la Encarnación debían ser
considerados menores, por lo que a todos les bastaba con la fe
implícita (cf. De ver., q. 14, a. 11; cf. In III Sent., d. 25, q. 2,
a. 2, qc. 2).

Sin embargo, Santo Tomás afirma que en el momento presente todos están
obli­gados a tener fe explícita en Cristo para recibir la
justificación (cf. STh II-II, q. 2, a. 7). Surge entonces la objeción
lógica, traída de la universalidad del designio salvífico divino,
aquél por el que «[Dios] quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4), de cómo llegarán a
creer en Cristo aquellos a los que eventual­mente no pueda llegar la
predicación evangélica. La respuesta es clara

Si alguien [criado en la selva o entre animales salvajes] siguiera la
conducción de la razón natural en el apetito del bien y la huida del
mal, ha de mantenerse, de modo certí­simo, que Dios o bien le
revelaría por una inspiración interna las cosas que son nece­sarias
para creer, o bien dispondría para él un predicador de la fe, así como
envió a Pedro hasta Cornelio (De ver. q. 14, a. 11).

Así las cosas, al final de la Edad Media, la tradición cristiana
sostenía sin fisuras la necesidad del conocimiento de Cristo para la
salvación, manteniendo, en los casos — que entonces se creían raros —
de paganos ignorantes inculpablemente del Evangelio, la posibilidad de
una revelación providen­cial de los contenidos funda­men­tales de la
fe, de acuerdo con el principio teológico que se va estableciendo de
que al que hace todo lo que está en su mano, Dios no le niega la
gracia de la salvación (facienti quod est in se, Deus non denegat
gratiam).

La Primera Escuela de Salamanca

La situación cambia, sin embargo, cuando el mundo cristiano toma
concien­cia de la existencia, en las Indias occidentales, de grandes
masas de paganos que no han podido tener acceso a la predi­cación
evangélica durante casi 1.500 años. Este hecho, unido a una
reapreciación de las virtudes paganas en el marco del huma­nismo
europeo, lleva a que Francisco de Vitoria plantee, en una
controvertida relección teológica, la posibilidad de que un pagano del
nuevo mundo hubiera reci­bido la justificación sin la fe sobrenatural.
Se sirve de una oscura cuestión teológica planteada por Santo Tomás
respecto de la imposibilidad de que coexistan el pecado original con
el mero pecado venial. Dice Santo Tomás que, si un niño no bautizado
llega al uso de razón y se ordena a su fin debido, recibirá el perdón
del pecado original o, de lo contrario, pecará mortal­mente (cf. STh
I-II, q. 89, a. 6). Vitoria planteará su hipótesis tratando de abrir
una rendija en el muro impenetrable de la necesidad de la fe en Cristo
para la salvación, pensando que, de otra forma, todos los indios
americanos habrían ido irremediablemente al infierno. Pero esta
convicción de Vitoria está basada en un prejuicio de su tiempo, no
compartido por Santo Tomás, de que la única forma de recibir el
conocimiento de Cristo es a través de un predicador humano. En ese
caso, para salvar la universalidad real del designio divino de
salvación, era necesario mantener una vía salvífica abierta, aunque
fuera para casos enormemente escasos, habida cuenta de que hacía
depender la salvación de una altura moral que difícilmente se
encon­traba en las culturas indí­ge­nas, repletas de costumbres
contra­rias a la ley natural.

Vitoria, además de plantear esta hipó­tesis, será el primero que
distinga entre dos niveles distintos de fe necesarios para la que se
iría estableciendo como «doble salud», es decir, uno para la
justificación y otro para la bienaventuranza o salvación final. Para
él, aunque fuera posible, en casos muy raros, que un niño alcanzara la
justificación sin la fe, para la consecución de la bienaventuranza
final permanecía la necesidad del conocimiento explícito de Cristo. En
definitiva, lo que hacía era aplazar para la segunda salud, la de la
gloria, la aplicación del principio facienti quod est in se…, por el
que Dios procuraría que ese hombre, ya justificado, recibiera la fe
sobrenatural en Cristo para poder salvarse.

Domingo de Soto, que compartió al inicio la opinión de su maestro,
tuvo que rectificarse, al considerar, como era en verdad, que las
definiciones del Concilio de Trento habían establecido la fe
sobre­natural como necesaria para la justifi­ca­ción del adulto.
Melchor Cano, O.P., que se disputaba con Soto ser el principal
discípulo de Vitoria, nunca estuvo convencido de la teoría de su
maestro. Alejándose de la interpretación de Caye­tano de la cuestión
del niño que llega al uso de razón, en la que se basaba Vitoria, y
recuperando la verdadera posición tomista de Capreolo, defendió la
necesidad de un auxilio en la inteligencia que acompañara la
conversión moral, haciendo necesaria así la fe sobrenatural. Sin
embargo, tanto Cano como Soto mantuvieron el prejuicio de su maestro
de que el conocimiento de Cristo había de ser recibido siempre por la
predicación ordinaria, considerando mila­grosa cualquier otra
mediación y, por lo tanto, no exigible. De ahí que desarrollaran un
concepto de fe que intentaba hacer pasar del conocimiento natural de
Dios a una fe sobrenatural implícita que, según ellos, resultaría
suficiente para la justifica­ción de los que inculpablemente ignoraran
el Evangelio. La diferencia entre Cano y Soto estribaba, sobre todo,
en que mientras que Cano seguía considerando necesaria la fe explícita
en Cristo para la consecución de la gloria, Soto adoptaba la postura
más sensata de unificar la exigen­cia de fe, solo que, en lugar de
pedir la fe explícita en Cristo para ambas saludes, como habría dicho
Santo Tomás, conside­raba suficiente la fe implícita para ambos
momentos.

La respuesta del P. José de Acosta

José de Acosta, en el libro V de su De procuranda indorum salute, se
enfrenta con estas propuestas que tratan de limitar la exigencia de la
fe explícita en Cristo. Lo hace con decisión, incluso cuando el medio
que emplea — el de un libro más bien práctico sobre las cuestiones de
la evange­lización — no parece el más ade­cua­do para entrar en una
polémica que ha tenido como marco las aulas de las más prestigio­sas
instituciones académicas de su tiempo.

¿Qué hace que Acosta se sienta capa­citado para desarrollar un debate
de igual a igual con teólogos de la talla de Vitoria, Soto y Cano? Lo
explica él mismo, en otro lugar de su obra:

Sucede con frecuencia que, como los médicos, aun los mejores
especialistas, si son consultados en ausencia del enfermo, mientras no
tengan un conocimiento sufi­ciente de las causas de la enfermedad y de
las condiciones del enfermo, se engañan gravemente y engañan a otros,
así también nuestros teólogos de España, por muy célebres e ilustres
que sean, caen, sin embargo, en no pocos errores cuando dictaminan
sobre asuntos de las Indias. Pero los que las tienen cerca, las ven
con sus propios ojos y palpan con sus manos; aunque ellos sean
teólogos menos famo­sos, sin embargo, razonan con mucha más lógica y
más acertadamente (De procuranda indorum salute, lib. IV, cap. XI).

Sorprendentemente, Acosta desarro­llará una encendida defensa de las
tesis de Santo Tomás frente a los teólogos domini­cos que, en este
punto, se aparta­ban de la enseñanza del Angélico. En primer lugar, no
teme calificar de herética la teoría de la salvación sin la fe
sobrena­tural, que habían defendido Vitoria y el primer Soto. Lo hace
con la seguridad de tener a su lado el Magisterio del Concilio de
Trento. Tampoco es válida la teoría de una fe que «sobrenaturaliza» un
conoci­miento meramente natural. Como enseña Santo Tomás, Dios es
causa de la fe, no sólo en cuanto al asentimiento sino también en
cuanto a lo que se cree. Acosta lo pone de esta forma:

La fe infusa es, por tanto, necesaria no para que crea el hombre, sino
para que crea algo. Es decir, no tanto por el acto de fe, cuanto por
su objeto (Ibid., lib. V, cap. III).

Acosta niega que sea suficiente la fe implícita para la
bienaventuranza, gloria o segunda salud a la que se referían los
salmantinos. Dice:

Yo no salgo de mi asombro con lo que se les ha ocurrido a unos cuantos
maestros de la Escolástica de nuestros días, hombres por otra parte de
gran autoridad. Afirman rotundamente que incluso en nuestra época,
cuando hace tanto tiempo que Cristo está revelado, pueden algunos
conseguir la salvación eterna sin conocer a Cristo (Ibid., lib. V,
cap. III).

Responde, de acuerdo con el método teológico empleado por los mismos
salmantinos, acudiendo a los lugares de la teología. Desde los
escritos de San Pablo demuestra la necesidad del conocimiento de
Cristo. Y ante el argumento de la aparente injusticia de que un pagano
bien dispuesto sea condenado por la falta de fe, responde citando a
Santo Tomás y a San Agustín, que manifiestan la convicción en que Dios
providencialmente hará llegar la revelación a aquellos que hagan lo
que está en su mano. Los dos santos autores ponían en sus textos
ejemplos de la Escri­tura en los que se dan estas revelaciones, bien
en el caso de Job, en el Antiguo Testa­men­to, o en el caso de
Cornelio o los macedonios en el Nuevo. Con algunos argumentos más,
parece dejar clara su postura, que se sitúa en la línea de la
enseñanza tradicional de la Iglesia al respecto.

Por último, debe ocuparse de la cuestión más difícil, que es la
defendida unánimemente por los teólogos de Sala­manca: la de la
suficiencia de la fe implícita para la justificación. Dice Acosta que

No solamente la salvación definitiva, sino que ni siquiera la primera
justificación, opino que puede el hombre obtenerla sin el conocimiento
del Evangelio, después de haber sido promulgado éste al mundo (Ibid.,
lib. V, cap. III).

La tesis contraria ya no es rechazada de forma tan decidida, pero
sigue siendo conside­rada falsa. Aparecen aquí dos cuestiones: la de
la fe de Cornelio antes de recibir el anuncio de Pedro y la del
momento de la promulgación del Evangelio. En ambas cuestiones, Acosta
puede citar a su favor numerosos testimonios de los Santos Padres y
del Magisterio, demostrando la debilidad de la tesis contraria.

Llegados a este punto, se podría consi­derar que Acosta pretende negar
la salvación de los indios antes de la llegada de los predicadores
cristianos. Pero la intención del capítulo es exactamente la
contraria, y lo manifiesta con convicción:

Y ¿qué haremos con los infinitos miles de hombres que ni han oído el
Evangelio ni han podido oírlo? ¿Juzgaremos, acaso, que ninguno de
ellos puede salvarse? ¡De ninguna manera! (Ibid., lib. V, cap. III).

Es aquí donde Acosta negará el prejuicio de los salmantinos contra las
intervenciones providenciales destinadas a revelar la fe en Cristo a
los paganos bien dispuestos. Estas intervenciones son defendidas por
Santo Tomás como algo no solamente posible, sino ya acontecido en la
antigüedad, incluso antes de la Encarnación (cf. STh II-II, q. 2, a.
7). El caso más típico al que suele aludir es el de Balaam, profeta
pagano que profetiza sobre Cristo por revelación sobrenatural (cf. Núm
22-24). El argumento definitivo que presenta Acosta, haciendo
referencia al caso del niño que llega al uso de razón, es el
siguiente:

¿Se ha de señalar alguna regla fija de fe? ¿Hay que tener, al menos,
una idea clara de la majestad y providencia de Dios? Entonces, de la
misma fuente de la que el niño puede aprender eso, sin estar
impreg­nado nuevamente de ninguna doctrina ni obrar guiado por ninguna
experiencia propia, de la misma fuente aprenderá también fácilmente el
misterio de Cristo. Ambas cosas le han de ser enseñadas por cauces
humanos o por vía divina (Ibid., lib. V, cap. III).

Valoración de la respuesta del P. Acosta
La respuesta de Acosta dentro de este debate ha sido generalmente
ignorada, a pesar de constituir un testimonio valioso, por provenir de
uno de los pocos teólogos que ha estado en contacto directo con
aquellos indios, a quienes los que negaban la necesidad de la fe
explícita en Cristo trataban de asegurar la salvación. En la tradición
tomista ha quedado como opción más habitual, aunque no unánime, la de
admitir la suficiencia de la fe implícita para los casos de ignorancia
invencible. Fuera de la tradición tomista se han llegado a plantear
teorías que hacían bastar únicamente el deseo de la fe, en clara
contraposición con el dogma católico. En nuestra opinión, la tesis de
Acosta tiene algunas ventajas que la harían merecedora de ser
reconsiderada en la especulación teológica actual:

■Continuidad con la doctrina de los Santos Padres. Como se ha
mencionado, antes del s. XVI la tradición de la Iglesia es
prácticamente unánime en la exigencia de la fe explícita en Cristo
para la salvación.
■Valoración de las vías extraordinarias de Revelación. En el contexto
del s. XVI, la oposición radical hacia las religiones paganas,
consideradas supersticiones y obras del demonio, hace muy difícil que
los teólogos consideren la posibilidad de que Dios dé auténticas
revelaciones sobre­naturales en el marco de dichas religiones. Sin
embargo, esta posibilidad es explícita­mente reconocida por Santo
Tomás, en la aplicación de la sentencia, recogida del Pseudo-Ambrosio,
de que «la verdad, la diga quién la diga, viene del Espíritu Santo»
(cf. STh II-II, q. 172, a. 6). En el marco del conflicto actual con la
teología del pluralismo religioso, esta hipótesis podría ayudar a
encontrar la posibilidad de que haya elementos provi­dencialmente
salvíficos en las religiones naturales, sin necesidad de que tales
reli­giones sean consideradas en sí mismas salvíficas, como niega la
doctrina católica.
■Resalta la disposición, por obra de la gracia, del evangelizado. La
aplicación del principio facienti quod est in se…, llevaría a afirmar
que muchas de las empresas evan­gelizadoras, en particular cuando han
sido especialmente guiadas por la Providencia, pueden ser respuesta
ante la disposición de los paganos a ser evangelizados. Se resaltaría
así el aspecto activo del evange­lizado frente a una actitud más
pasiva en el caso de la suficiencia de la fe implícita.
■Refuerza la urgencia de la misión ad gentes. Acosta temía que la
aceptación de la suficiencia de la fe implícita para la salvación
hiciera menos intenso el impulso misionero. Creo que hay que reconocer
que tenía razón, pues el «optimismo salví­fico» que hemos visto en las
últimas décadas ha ido acompañado de esa dismi­nución en la intensidad
de la misión ad gentes. Desde luego, hay que reconocer que el mandato
misionero de Cristo es el que funda la naturaleza evangelizadora de la
Iglesia (LG n. 17), pero no se puede negar que lo que ha movido a los
más grandes misione­ros, como San Francisco Javier, a dar la vida en
la misión, ha sido el deseo de salvar almas, necesitadas del
conocimiento de Cristo para alcanzar la bienaventuranza. Creemos que
valorar la postura de Acosta, ahora que ya su figura no queda afectada
por las controversias políticas de su tiempo, podría ayudar a mantener
un sano equilibrio entre el «optimismo salvífico» (Rahner), acorde a
la mentalidad del momento presente, y la responsabilidad del hombre
ante la oferta salvífica que Dios manifiesta a los pueblos por medio
del anuncio de Cristo.

lunes, septiembre 25, 2017

CAPELLA RIERA, Jorge: SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO. Algunas facetas de la santidad y vigencia de nuestros santos peruanos (Lima, 2017) pp. 33-80

CAPELLA RIERA, Jorge: Algunas facetas de la santidad y vigencia de nuestros santos peruanos (Lima, 2017) pp. 33-80

 

Les comparto una estupenda semblanza por parte de uno de los maestros de la educación del Perú, Dr. Jorge Capella Riera, doctor emérito de Educación de la PUCP. Además de acopiar el mayor número de datos sobre la vida, obra, misión y espiritualidad del santo, enfatiza los aportes educativos y, sobre todo, su vigencia en nuestro tiempo, recordándonos las instituciones que lo recuerdan y representan. Me siento muy honrado por las consultas y referencias a mi obra; pero mucho más, por haber dedicado su tiempo y sabiduría a este santo, apasionado por la evangelización que trató con tanto respeto y ternura a sus fieles, especialmente los más desfavorecidos como eran los indios.

 

Santo Toribio de Mogrovejo

 

Descripción: Resultado de imagen para santo toribio de mogrovejo

"Milagro de Santo Toribio", del pintor italiano Sebastiano Conca)

SUMARIO

         Perfil biográfico                                                                               33

         Religiosidad                                                                                    43

                   Vida diaria                                                                             46

                   La Eucaristía                                                                         47

                   La Virgenn a María                                                                48

                   Jueves y viernes santo y Navidad                                          50

                   Penitencia                                                                             50

         Inquisidor en Granada                                                                   51

         El Tercer Concilio de Lima                                                              53

         Los Catecismos                                                                               58

         Santo Padre de América                                                                  60

         Hazañas apostólicas                                                                       62

         Toribio y el poder político                                                               65

         Sus milagros                                                                                  66

         Reconocimiento y vigencia                                                              67

                   Los últimos Papas                                                                 67

                   Cardenales                                                                            68

                   Opinión de algunos personajes                                             69

Santo Toribio de Mogrovejo patrono de la  Misión Jubilar

 "Remar Mar Adentro"                                                                               70

                   Congreso Académico Internacional sobre Santo Toribio         71

                   IV Centenario de la muerte de Santo Toribio                          71

                   Reconocimiento de la Universidad de Compostela                 72

                   Santo Toribio y Salamanca                                                   72

                   "La estrella convertida en sol"                                                72

                   Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo                  74

                   Seminario de Santo Toribio                                                   75

                   Instituto de Estudios Toribianos                                           76

                   Patronazgos                                                                           77

                   La fiesta del Vítor en Mayorga                                              77

                   Himno de Mayorga a Santo Toribio                                      79

                   Santo Toribio y el dragón                                                     79

 

Al estudiar a Santo Toribio tendremos en cuenta su pperfil biográfico, su religiosidad, el hecho que fuera inquisidor en Granada, el Tercer Concilio de Lima, los Catecismos, el que fuera considerado Santo Padre de América, sus hazañas apostólicas, el santo y su poder político, sus milagros y su reconocimiento y vigencia.

Perfil biográfico

Cuando el Consejo de Indias[1] de España se dirigió al Rey Felie II para que cubriera la sede arzobispal de Lima, le decía que se necesitaba «un Prelado de fácil cabalgar, no esquivo a la aventura misional, no menos misionero que gobernante, más jurista que teólogo, y de pulso firme para el timón de nave difícil, a quien no faltase el espíritu combativo en aquella tierra de águilas».

Igual que a Sáenz nos parece espléndida esta descripción del perfil , lo único que no nos gusta demasiado es esa preferencia de lo jurídico por sobre lo teológico. A continuación veremos cómo se fue forjando este perfil.

Toribio Alfonso de Mogrovejo y Robledo nació el 16 de noviembre de 1538 en el pueblo de Mayorga [2]Corona de Castilla, encrucijada de caminos entre las actuales comunidades autónomas de Castilla-León, Asturias, Cantabria y Galicia, en el seno de una noble familia. Sus padres, don Luis de Mogrovejo y doña Ana de Robledo y Morán, pertenecían a la más distinguida estirpe de la comarca, que en aquellos tiempos de fe sumaba al aprecio por sus derechos y privilegios el celo por la integridad de la fe y la pureza de las costumbres.[3]

A los doce años Toribio fue enviado por sus padres a estudiar Gramática y Humanidades en Valladolid[4], donde se impuso a la admiración de todos por su comportamiento ejemplar, sus virtudes y sus dotes intelectuales.

Después de algunos años se trasladó a la Universidad de Salamanca [5] donde recibió la influencia de su tío Juan de Mogrovejo, profesor en dicha Universidad y en el Colegio Mayor de San Salvador en Oviedo. Allí Toribio se formó en ambos derechos, el canónico y el civil, así como en teología.

Allí se destacó enseguida por su gran capacidad de trabajo, su rigor intelectual y su enorme facilidad de asimilación. Así lo recordarían luego sus compañeros: «Su ingenio, que lo tenía muy sutil». «Estaba en todas las materias muy señor». «Hombre de muy aventajadas y grandes letras». «Siendo señor de todo, como quien estaba siempre en los libros». En 1571emprendió una peregrinación a Santiago de Compostela. Tomó el bordón con la calabaza, cosió las conchas en la esclavina, y puso el zurrón a la espalda. Lo acompañaban un amigo suyo, Francisco de Contreras, que con el tiempo llegaría a ser el presidente del Consejo de Castilla. Llegado a Compostela, Toribio aprovechó para preparar su licenciatura en cánones durante el mes que allí permaneció. Con la colación de grados, que se celebró en una capilla de la catedral compostelana, le otorgaron el título. Nunca la Universidad de Santiago olvidaría tan ilustre graduado. Aún hoy se conserva allí una leyenda en latín que dice: «Toribio Alfonso Mogrovejo, viniendo como peregrino a Compostela, fue investido del grado de licenciado en Derecho Canónico en esta universidad literaria el 6 de octubre del año del Señor 1568» [6].

Habiendo sido invitado por Juan III, Rey de Portugal, a enseñar en la ciudad de Coimbra, Juan llevó consigo a su sobrino, y ambos residieron algunos años en la Universidad de esa ciudad. Su tío estaba feliz con los progresos del aventajado Toribio. De ahí que con gusto le haría entrega, más adelante, de buena parte de su copiosa biblioteca: «Mando a mi sobrino Toribio mi librería». Eran libros especialmente de índole jurídica, de modo que con su ulterior traslado al Perú sería la primera biblioteca de temas canónicos que pasaría de España a América. De vuelta a Salamanca, su tío falleció poco después del regreso. Toribio resolvió seguir la carrera de éste, llegando a ser profesor de leyes en la Universidad de Salamanca.

En 1574, tal vez por influencia de uno de sus amigos, Diego de Zúñiga, fue nombrado por Felipe II para el cargo de Inquisidor en Granada. De tal manera se desempeñó con sabiduría, prudencia, justicia y rectitud, que el rey, conocedor de las altas cualidades morales e intelectuales de Toribio, resolvió indicarlo para una misión más elevada y más espinosa.

En efecto, estando vacante la sede episcopal de Lima tras la muerte en 1575 de su primer Arzobispo, Jerónimo de Loayza [7], en 1578 Felipe II comunicó a Toribio su intención de presentarlo al Papa Gregorio XIII para ocupar el Arzobispado de la Ciudad de los Reyes.

Toribio vacilaba en aceptar tal propuesta, y escribió al Rey y al Consejo de Indias renunciando a la misma. Pero después, cediendo a los argumentos de sus amigos y colegas de la Universidad, terminó por aceptarla, pues ellos lo convencieron de que esa era la voluntad divina, y de que serviría mejor a Dios en la dura y espinosa tarea de Arzobispo de Lima, que permaneciendo como profesor en Salamanca.[8]

En marzo de 1579, recibió las bulas de Gregorio XIII con el nombramiento para el cargo, cuando contaba 39 años. Como ni siquiera era sacerdote, habiendo recibido dispensa papal para la recepción de las diversas órdenes menores, el Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas. Así que fue ordenado en Granada y poco después, recibió la consagración episcopal en Sevilla, que seguía siendo moralmente la sede patriarcal de la Iglesia en América, como lo había sido efectivamente antes de la erección de los arzobispados de Santo Domingo, México y Lima.

Los meses que transcurrieron desde su elección como arzobispo hasta el día en que se embarcó en dirección a su nuevo destino, Toribio los empleó en prepararse para poder desempeñar mejor su ministerio episcopal. En orden a ello, se puso a estudiar la historia y la geografía del virreinato del Perú, sus costumbres, el estado en que se encontraban las misiones, los caminos que debería recorrer, y todo aquello que le permitiera identificarse más con la tierra que sería su segunda patria.

Se dirigió luego a Mayorga para despedirse de su madre, hermanos, parientes y amigos [9]. Allí mismo se ofrecieron para acompañarlo su hermana Grimanesa, con su esposo don Francisco de Quiñones, quien llegó a ser corregidor y alcalde de Lima,y sus tres hijos. Quiso también agregársele el joven granadino Sancho Dávila, quien lo había secundado en sus años de Inquisidor, y ahora lo seguiría a Lima y lo acompañaría con una fidelidad realmente admirable en sus grandes visitas pastorales, hasta cerrarle los ojos a su muerte. Junto con Toribio partieron también 16 jesuitas.

El año 1580 embarcose Toribio en Sanlúcar de Barrameda, con destino a su sede episcopal. Tras arribar a Canarias, el barco se dirigió a Santo Domingo y luego a Panamá. Después de cruzar el istmo, lo esperaba otra nave, que le había enviado el virrey del Perú. En mayo del año siguiente llegó al puerto de Paita [10], Piura y prefirió continuar el viaje por tierra, lo que le permitía empezar a conocer el país. Luego de pasar Trujillo, entró por fin en Lima el 11 de mayo de 1581. Allí lo esperaba el pueblo fiel, encabezado por el Virrey, Martín Enríquez, recién llegado de México, y los demás funcionarios, todos en traje de gala. Revestido de pontifical, el nuevo obispo emprendió la marcha hacia la catedral, entre las aclamaciones y los vítores de la multitud. Desde un principio Toribio se ganó el afecto de todos, por su afabilidad y sencillez. Nunca olvidaría este ingreso a su ciudad amada [11].

La arquidiócesis de Lima sobrepasaba los límites del Virreinato. Como se trataba de una Arquidiócesis Metropolitana, dependían de ella diversos obispados sufragáneos. Eran éstos el de Nicaragua, distante más de seiscientas leguas; el de Panamá, por mar, quinientas; el de Popayán, en el Nuevo Reino, unas cuatrocientas; el de Cuzco, cientocincuenta; el de La Plata o Charcas, quinientas; el de Asunción, Paraguay, por tierra, seiscientas; el de Santiago de Chile, por mar, cuatrocientas; algo más, también por mar, el de la Imperial – actual Concepción–, en Chile; y el de Tucumán.

Había toda clase de climas y altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados. La mayor dificultad para las comunicaciones lo constituía la cordillera de los Andes, enorme barrera a modo de contrafuerte, extendida a lo largo de todo el continente y paralela al Pacífico, con lo que las ciudades marítimas quedaban aisladas del resto del territorio. Por lo demás, la topografía era endiablada, ya que se alternaban sierras, quebradas y valles, con bruscas diferencias de climas, y con grandes e impetuosos ríos.

Habiendo quedado sin pastor durante seis años, de 1575 a 1581, el nuevo Arzobispo la encontró en estado de gran desorden, en un sistema en que el régimen de patronato facultaba a los Virreyes a intervenir en asuntos eclesiásticos, dando origen a frecuentes disputas entre el poder espiritual y el temporal.

Se trataba por lo tanto de moralizar las costumbres, reformar el clero y defender los derechos de la Iglesia contra las intromisiones indebidas del poder temporal, tarea a la cual Santo Toribio se dedicó con vigor extraordinario desde su llegada a Lima.

Pero en Lima se respiraba un aire de religiosidad, gracias a la actuación de las diversas órdenes religiosas que en la capital virreinal mantenían residencias, conventos, hospitales, etc. En una población heterogénea en la que se mezclaban indios, mestizos, negros, criollos y españoles convivieron casi al mismo tiempo, con pocos años de diferencia, cinco santos, tres de ellos nacidos en España —Santo Toribio, San Francisco Solano y San Juan Masías— y dos nativos, Santa Rosa y San Martín de Porres. Éstos, sumados a los numerosos siervos de Dios que habitaban la ciudad, perfumaron con la santidad de su vida y sus virtudes la ciudad de Lima de la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del siglo XVII.

Lamentablemente los conquistadores seguían cometiendo muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que "esa era la costumbre". Toribio de Mogrovejo les respondía que "Cristo es verdad y no costumbre".

Empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. Las medidas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchas persecuciones y atroces calumnias. Sin embargo, prefirió callar y solía decir: "Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor".

Durante su trabajo episcopal, obedeciendo las directrices del Concilio de Trento [12] convocó y presidió el III Concilio Limense (1582-1583), al cual asistieron prelados de toda Hispanoamérica, y en el que se trataron asuntos relativos a la evangelización de los indios. De esa histórica asamblea se obtuvieron importantes normas de pastoral, así como textos de catecismo en castellano, quechua y aymara (los primeros libros impresos en Sudamérica). Convocó y presidió otros dos concilios, el IV Limense, en 1591, y el V Limense, en 1601. Además, cada dos años realizaba sínodos diocesanos, también siguiendo las resoluciones tridentinas.

Reformó el clero diocesano en la disciplina y en las costumbres, comenzando por aquellos que deberían ser sus auxiliares más próximos, convirtiendo su residencia en un local "más semejante a un convento de religiosos fervorosos y contemplativos, que al palacio de algún señor rico y poderoso".

Benito Rodríguez (2009), de quien extraemos algunos párrafos referidos a este tema, dice que "parece ser que en Lima, para 1598, había 95 sacerdotes, 30 diáconos, 30 subdiáconos, además de otros clérigos que habían recibido las órdenes menores, en total 300. Como solución, el arzobispo buscó nuevos caminos: frenar ordenaciones, dividir las doctrinas para multiplicarlas, enviar sacerdotes a otras diócesis, hasta enviarlos a España: "Gracias a Dios hay tantos sacerdotes y religiosos aquí que podrían ser enviados a España para poblar los conventos... Aquí todos los conventos están llenos de religiosos y tengo más de cien sacerdotes con los que no sé qué hacer. Por eso, podría enviarlos a España"."

Sobre el sacerdocio a mestizos e indígenas, sigue diciendo, "hay que constatar el deseo de los prelados de que así fuese. Los dos primeros concilios de Loaysa prohibían la ordenación de indios debido a su falta de preparación. No era incomprensión ni racismo, sino una medida de prudencia tal como se adoptó con la ordenación de mestizos hasta 1570. Así, la Compañía de Jesús se enorgullecía de acoger en sus filas dos célebres mestizos: Blas Valera y Bartolomé de Santiago. Si Mogrovejo no ordenó ningún indio o mestizo no fue debido a infravaloración racial o a la falta de comprensión del "otro", completamente ajeno a su talante solidario de apertura, sino a su escrupulosidad en la selección de los candidatos, tal como declaró el anciano limeño Juan Delgado: "para las Sagradas Órdenes solamente admitía a los dignos y que tuviesen aprobación de vida". En el Tercer Concilio Limense, con Santo Toribio, termina optándose por una solución salomónica, se elimina la prohibición para abrir la puerta a cualquier candidato idóneo, poniendo sólo como condición el que se respetasen los cánones de Trento, esto es que sean "hombres de buena vida y de suficientes letras y que tienen noticias de esta tierra".

Reglamentó toda la predicación para los indígenas y mandó escribir e imprimir bajo su dirección un catecismo especial para ellos, consiguiendo que los predicadores aprendiesen las lenguas indígenas, para las cuales creó una cátedra en la decana de las universidades americanas, la Universidad de San Marcos [13].

Visitó una gran cantidad de pueblos de su jurisdicción. A estas visitas pastorales dedicó 17 de sus 25 años de obispo. Confirió la confirmación a Santa Rosa, San Martin de Porres y a San Juan Macías, y a muchos más feligreses. En 1591 creó el Seminario que actualmente lleva su nombre [14] . Se siente, ante todo, pastor dispuesto a dar su vida por sus ovejas.

A los sesenta y ocho años, al llegar a Guadalupe, en el santuario de Nuestra Señora, comenzó a sentirse mal pero continuó trabajando hasta el final, llegando a la ciudad de Zaña [15]  en condición agonizante. Allí hizo su testamento en el que dejó a sus criados sus efectos personales y a los pobres el resto de sus propiedades. Siguió hasta Chérrepe y Reque, de donde se encaminó a Zaña. Le acompañaba su fiel escudero Sancho de Ávila que pronto se ve ayudado de una abigarrada muchedumbre de españoles, mestizos, indios y negros que ven en el Arzobispo un "Taita", un padre, y al que tienden sus manos para bajarle de la mula y colocarle en unas angarillas. Anochece en la antigua villa de Santiago de Miraflores, Toribio presiente la agonía en la humilde casa del párroco Juan de Herrera. El médico [16]  le advierte de su enfermedad mortal y procura aplacar sus dolores. Mogrovejo saca fuerzas de flaqueza y con sus ojos llenos de luz, exclama: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!

Estaba a 440 kilómetros de Lima. Repetía aquellas palabras de San Pablo: "Deseo verme libre de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con Jesucristo". Murió a las tres y media de la tarde del Jueves Santo el 23 de marzo de 1606, en el Convento de San Agustín. Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: "En tus manos encomiendo mi espíritu".

Una semana más tarde fue enterrado en la iglesia parroquial de Zaña. Un enorme gentío acudió de todas las partes para rezar ante sus restos mortales y proveerse de alguna reliquia. Grimanesa, su hermana, solicita al Cabildo [17]  de Lima el traslado de sus restos a la Iglesia Catedralicia [18]. Casi un año después, el 16 de abril llegaba su cuerpo a Lima por tierra en un trayecto que duró 80 días. Los casi 590 kilómetros se cubren en cuatro etapas: Zaña-Trujillo, Trujillo-Chimbote, Chimbote-Pativilca, Pativilca-Lima.

Juan de la Roca, Arcediano, relata la entrada triunfal del cadáver del arzobispo: "al cabo de un año que se trajo su cuerpo a esta ciudad para enterrarle en ella como se hizo, más de dos leguas antes que llegase el dicho cuerpo a ella salió mucha gente con hachas encendidas y las trajeron delante y aleladas del dicho cuerpo y entre ellos muchos indios con sus cirios en las manos encendidos y todos llorando con gran ternura y clamando por su santo padre y pastor y a la entrada de la dicha ciudad salió gran suma de gente de todos estados a entrar con el dicho cuerpo y acompañarle y fue tanta que parecía día de juicio, todos mostrando gran sentimiento y derramando lágrimas tiernamente y luego que entró en la dicha ciudad fue notable cosa que nunca se ha visto los sentimientos y clamores que había por las calles y ventanas por donde pasaba el dicho cuerpo, lo cual enterneció notablemente a todos los de ella aunque no le habían tratado ni comunicado, sólo por tenerle por cierto y verdadero pastor". Dos días estuvo en el convento de Santo Domingo, velado y visitado por instituciones y todo género de personas que querían tributar su último adiós a quien proclamaban como bienaventurado. el 27 de abril, en solemne procesión fue llevado a la catedral limense, en la que hasta el día de hoy se custodia su cuerpo.

Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión, por lo que su proceso de canonización fue iniciado de inmediato, con el reconocimiento de sus virtudes heroicas. Fue beatificado el 28 de junio de 1679 por el Papa Inocencio XI, mediante su Bula "Laudeamus" y canonizado el 10 de diciembre de 1726 por el Papa Benedicto XIII, mediante su Bula "Quoniam Spiritus".

Su fiesta en el Santoral católico se celebra el 23 de marzo, aniversario de su muerte. Sin embargo, en la ciudad de Lima se celebra la Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo el 27 de abril, día de la traslación de sus reliquias desde Zaña hasta la Ciudad de los Reyes [19] . Hoy sus restos son venerados en su capilla de la Basílica Catedral.

Religiosidad

Conociendo perfectamente que la vida interior es "el alma de todo apostolado", y que los frutos de la acción apostólica dependen en gran parte de la santidad personal del apóstol, Santo Toribio procuraba esmerarse en su vida de oración, de recogimiento y de penitencia. Y esto hasta tal punto, que a los demás les era difícil comprender cómo conseguía tiempo para llevar simultáneamente a tales extremos la oración, la penitencia y la acción.

Su vida era de continua oración y contemplación, que a todos edificaba. Según sus contemporáneos, verlo rezar era como oír un sermón de la más alta espiritualidad. Dedicaba a la meditación varias horas al día, hecho inexplicable en medio de las múltiples ocupaciones que su cargo exigía.

Nieto (2005)  apunta que "cuando iba de visita pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.

Celebraba la misa con gran fervor, y varias veces vieron los acompañantes que mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.

Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: "Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para cambiarme".

Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.

Sáenz (2005) señala  que "las personas que lo frecuentaron "coinciden en que vivía en perpetua comunión con Dios. Verle rezar, atestiguan, era un verdadero sermón, la mejor predicación posible sobre la majestad de Dios, la bondad de Dios, la belleza de Dios".

Un padre que fue su confesor, Francisco de Molina, señaló: «El tiempo que trató al dicho señor arzobispo y le confesó vio que era un hombre de tan ardiente amor de Dios, que todo andaba embebido en él, sin cuidar de otra cosa más que el celar la honra de Dios por su persona y que no fuese ofendido en nada, procurando por su propia persona atraer a este amor de Dios a cuantos veía y castigando y procediendo a los que le ofendían y vivían escandalosamente y cometían pecados públicos, siendo acérrimo defensor de la honra de Dios y de su Iglesia»".

"Un contemporáneo, añade Sáenz, cuenta cómo, en cierta ocasión, habiéndole dicho un cura a un indio de la sierra que no podía ir por la noche a confesarle por estar atendiendo al Obispo, «el dicho siervo de Dios, sin hablar palabra, luego instantáneamente llamó a un criado y le mandó ensillar una mula y subiéndose en ella sin avisar a otra persona se fue solamente en compañía del dicho indio que había venido a llamar al dicho cura para que guiase a la parte donde estaba el enfermo que distaba de allí más de dos leguas de cuestas y sierras asperísimas y habiendo llegado al lugar y confesado al dicho enfermo en su lengua general porque la sabía y dejándole el dicho siervo de Dios muy consolado, se volvió al lugar de donde había salido y reprendió gravemente al dicho cura»."

Y Sáen comenta que "se ha comparado a nuestro Santo con San Carlos Borromeo, los dos obispos postridentinos, pero no se pueden equiparar las visitas pastorales de uno y de otro, sobre todo si consideramos la diversidad geográfica de las dos arquidiócesis, la de Lima y la de Milán. La áspera geografía del territorio peruano, sumada a los caminos casi inexistentes, cervis tantum pervia, según decía con gracia el Padre De Acosta, resalta la diferencia".

"Por los demás, apunta Sáenz, una actividad tan intensa no lo tensaba en exceso, ni lo volvía huraño. Al contrario, «en saliendo de la iglesia era muy afable con todo género de gente», atestigua uno de sus acompañantes. Nunca abdicó de su caballerosidad congénita, tanto que «aunque no se conociera por cosa tan pública y notoria su nobleza y sangre ilustre, sólo ver el trato que con todos tenía tan amoroso y tan comedido, se conocía luego quién era y se echaba de ver el alma que tenía»."

Toribio, hombre realmente virtuoso, era incapaz de decir una mentira. Quien fue su vicario general en Lima, en carta al Rey decía de él: «Es hombre de tanta verdad, que no hará pecado venial por todas las monarquías del mundo». Juntaba de manera admirable, como sólo logra realizarlo la caridad, la mansedumbre con la severidad, en los casos en que ésta se tornaba necesaria.

La anécdota que cuenta Sáenz nos lo pinta de cuerpo entero. "En cierta oportunidad se enteró de que un enfermo grave pedía ayuda a muy pocas cuadras de la Plaza de Armas, donde se encontraban el Palacio del Virrey y el Arzobispado. Enseguida se dirigió a socorrer al enfermo, un modesto trabajador que sufría fuertes dolores. Al verlo tan mal, decidió llevárselo al Arzobispado de modo que allí lo atendieran, para lo cual debió cargarlo a ratos sobre sus hombros, ya que el pobre apenas si podía caminar. Cuando pasaron frente al Palacio del Virrey, los guardias de turno, observando en la oscuridad los pasos lentos de dos hombres y oyendo algún que otro quejido, gritaron: «Alto, ¿quiénes sois? ¿Acaso no sabéis que por aquí sin permiso no se puede pasar?». La respuesta del Arzobispo fue escueta: «Soy Toribio, el de la esquina». Al acercarse los guardias, con gran sorpresa comprobaron que el Toribio de la esquina era el Arzobispo en persona, quien cargaba con el enfermo para llevarlo a su Palacio. Sorprendidos, sólo atinaron a decirle: «Pero Su Ilustrísima ¡cómo podéis estar haciendo esto a la media noche! Para algo está la servidumbre que tiene Su Señoría». Sin decir palabra, el Arzobispo siguió su camino para desaparecer pronto, al abrirse la puerta grande del Palacio Arzobispal".

Así de grande fue la irradiación espiritual de un obispo tan santo como Toribio de Mogrovejo, quien desde la Ciudad de los Reyes expandió su influjo en todo el Virreinato.

Vida diaria

Señala León Pinelo que, desde que entró en Lima, hasta la hora de la muerte, llevó una vida muy regular y sistemática a lo largo del cuarto de siglo. Consciente de que la primera reforma era la suya propia, se somete a un estricto régimen de vida, de obedienca fiel a su horario. Se levantaba a las 6 de la mañana sin ninguna ayuda de mozo para vestirle o calzarle. A continuación dedicaba tiempo para rezar sus devociones y las Horas canónicas que preparaban su espíritu para la celebración de la Misa. Como acción de gracias, discurría por el templo y sacristía haciendo oración de rodillas en cada uno de sus altares. Iba a continuación para el palacio y, entrando en su oratorio, de rodillas, dedicaba dos horas a la oración mental.

Después concedía audiencia a cuantos lo solicitaban; si no había visita, pasaba a la biblioteca a estudiar el Derecho Canónico o a embeberse de la lectura espiritual. El almuerzo era tan templado que -como dice alguno de sus biógrafos- duraba más la bendición y acción de gracias que la comida propiamente dicha, siempre ambientada con la lectura de algunos cánones del Concilio de Trento o de Historia Sagrada. Ana María de Collazos, monja de la Encarnación, nos dirá en el proceso de beatificación, en 1631: "Era muy abstinente y templado en su comida porque de ordinario en días de carne era un riñón de vaca cocido en agua y ése sin sal, ni otro aderezo más; para guisarlo después en la mesa le echaban los criados un poco de pimienta solamente y en cuanto a los días de pescado solía ser su comida ordinaria: unas habas cocidas con agua, sin sal y una poca de calabaza cocida y frita en aceite, pero también sin sal, y la espolvoreaba también con pimienta y no comía otros guisados aunque los pusiesen a su mesa bastantemente para su provisor el Dr. Valcázar, difunto, y para todas personas que solían comer a la mesa...".

"Continuamente ayunaba" En el breve reposo de la sobremesa aprovechaba para tratar asuntos espirituales con sus comensales. Al quitar los manteles pronunciaba dos responsos, uno por las ánimas del purgatorio y otro por el fundador de su Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo. De mediodía hasta la noche se entregaba totalmente a despachar los asuntos del arzobispado con los asesores, notarios y ministros de los Tribunales. No admitía visita de ociosidad y "sólo si la calidad de la persona le obligaba en cortesía se desembarazaba de sus obligaciones".

Al anochecer se recogía en su oratorio donde volvía a la oración contemplativa hasta las 8. A continuación rezaba su Liturgia de las Horas en compañía de sus capellanes, pasando a continuación a cenar su ligera colación de pan y agua. Volvía a su cuarto donde rezaba el oficio parvo de Nuestra Señora, el de los difuntos y otras devociones particulares. A media noche su camarero le ayudaba a desvestirse de su ropa arzobispal y se acostaba. El biógrafo Montalvo anota que su descanso no lo era tal pues entraba en su dormitorio "para afligirse con los ejercicios de crueles penitencias".

Sancho Dávila, el escudero del prelado Mogrovejo por 52 años, destaca su vida austera, sin regalos: "No recibió regalo ni valor de una manzana, desde que fue proveído por Inquisidor hasta que murió, de persona alguna ni jamás comió fuera de su casa, aunque en Madrid, yendo a despedirse de Su Majestad, para venir a estos reinos le convidaron muchos oidores amigos suyos y concolegas de sus Colegios y de ninguna manera aceptó convite ni regalo".

El Dr. Fernando de Guzmán, Maestrescuela de la Catedral, primer Rector del Seminario y tres veces Rector de la Universidad de San Marcos, y muy cercano al Santo, declarará en 1630 que siempre iba "tratando a sus súbditos con suma llaneza y amor de Padre y Pastor, siempre con un rostro alegre y unas entrañas de ángel". O, como dijeron los testigos en el proceso de beatificación: "La sinceridad y candidez de su ánima fue tanta que en alma tan limpia nunca cupo mala sospecha de nadie ni creía mal que le dijesen de otro, antes volvía por todos y les defendía con modo santo y discreto".

La Eucaristía

Benito  Rodríguez (2009) escribe que "los Jesuitas introducían la práctica de administrar la Sagrada Comunión tanto en Lima como en las doctrinas y misiones. Santo Toribio no esperó al Tercer Concilio y lo administró en la visita pastoral por Nazca y Huánuco, disponiendo en el Sínodo de Lima de 1582 que "en adelante, a los indios capaces de ellos, se les administre el Sacramento de la Eucaristía". En relación con la pastoral eucarística y la disciplina encaminada a hacerla efectiva de acuerdo con el Concilio de Trento, el Santo se fijó en varios puntos: La enseñanza eucarística, la comunión pascual y por viático, la reserva y exposición y las procesiones eucarísticas en Corpus Cristi".

De este modo el Tercer Concilio Limense, a pesar de sus cautelas, como el permiso escrito de su cura, decreta que se les administre (Acc.2ª, cap.20) Cuando algunos misioneros y encomenderos ponían trabas para dar la comunión a los indios alegando incapacidad, el Arzobispo de Lima les dirá resueltamente: "Pues hacedles vosotros capaces, instruyéndolos" (Pinelo, 1906). El tercer sínodo tuvo lugar en Santo Domingo de Yungay (Ancash) en 1585 y advertirá a los sacerdotes que debían administrar a los indios el Sacramento de la Eucaristía después de haberlos instruido, amenazándolos con la privación de la parroquia si no se cumple con presteza lo dispuesto en el Concilio sobre la comunión y sobre la instrucción especial que debe dárseles sobre los misterios eucarísticos y de del viático.

Tal celo dará sus frutos. Así, en la carta que escribe Mogrovejo a Felipe II, desde Andages, 13 de marzo de 1589, dirá que los sacerdotes diocesanos son "muy observantes de administrar los santos sacramentos, así el de la Eucaristía por la Pascua de Resurrección, como el viático a los indios". Precisa León Pinelo el esmerado cuidado puesto en atender las iglesias: "Y en muchas puso sagrarios que no los había y en algunas de indios en que le parecía que había seguridad y posibilidad para sustentar lámparas y estar con decencia".

Una noche, se asoma a la ventana de su cuarto y observa que uno de sus criados, negro, tenía un fuerte dolor de costado, por el que a las dos de la mañana se presenta un Cura y un criado para alumbrarle. Al preguntarle el Arzobispo sobre el motivo de la visita, vio que era conveniente darle el Viático al enfermo y así se lo manifestó al Cura. Éste le contestó que no le parecía capaz de recibirle, por "ser el negro muy bozal", a lo que el Santo "le replicó que le hiciese capaz. Y sin aguardar más, bajó y se fue con el Cura al aposento del negro; y sentándose en la cama, con sumo amor y humildad, le empezó a disponer; y con caricias y palabras de su espíritu fervoroso le dio a entender lo que había menester para aquella hora; y consiguió en el modo posible y suficiente, el poderle dar el Viático, y que el enfermo le recibiese. Y, llamando a los criados, mandó que limpiasen y aderezasen el pobre aposento y pusiesen altar decente, y por dentro de sus Casas Arzobispales pasó con el Cura a la iglesia y con alguna gente que se juntó al toque de la campana, hizo llevar el viático, con palio y pendón y fue detrás alumbrado. Y, habiéndole recibido el negro, con gran consuelo suyo y edificación de los circunstantes, volvió con el acompañamiento a la Iglesia, hasta dejar a Cristo Sacramentado en su lugar.

Su devoción a María

El mismo Benito Rodríguez (2009) nos dice que "recibió su primera educación en torno a la Virgen María en su familia. Varias son las imágenes de María veneradas en Mayorga. Al estar tan cercano el Santuario de la Virgen del Camino (de Santiago) es probable que lo visitase en peregrinación. Sabemos que en su juventud iba a rezar en la iglesia de San Benito ante la Santísima Virgen del Sagrario, hoy en el Museo Nacional de Escultura, que le curó de un doloroso "lobanillo" [20]  en la mano. La imagen forma parte del conjunto escultórico de la "Piedad" en la que destaca el gesto amable, juvenil, casi infantil de la Dolorosa.

Tanto en Salamanca como en Valladolid se encontró el Santo con la devoción a la Virgen de la Peña de Francia. Parece ser que Santo Toribio llevó esta advocación a Lima y fomentó su culto entre el pueblo. La imagen fue venerada en su fundación predilecta y donde dejó su corazón como reliquia, el Monasterio de Santa Clara. Así lo manifiesta en la carta escrita al Papa Clemente VII, con motivo de su visita ad limina de 1598: "Está en este monasterio una imagen de la Virgen de la Peña de Francia, de mucha devoción para el pueblo, adonde acude mucho número de gente y clérigos a decir muchas misas". Favoreció la creación de la ermita de Nuestra Señora de Copacabana para los indios del Cercado de Lima, siendo testigo el 28 de diciembre de 1591, junto con su provisor Antonio Valcázar, sacerdotes y fieles, de ver sudar milagrosamente a la imagen. Merece la pena conocer el auto expedido por el legalista Mogrovejo: "En la ciudad de los Reyes, a 26 días del mes de enero de 1592 años, el Arzobispo de los Reyes, del Consejo de S.M., habiendo visto esta información y los pareceres de los teólogos y varones píos, atrás contenidos y, tomando consejo de ellos, en conformidad de lo proveído por el Santo Concilio de Trento y, habiéndolo encomendado a Dios Nuestro Señor y exhortando a las demás personas que se hallaron en la dicha Congregación y vista del proceso, hiciesen lo propio como negocio tan importante y grave lo requiere, invocando el nombre de Cristo, dijo que reconocía y reconoció, aprobaba y aprobó por milagro el sudor que la imagen de Nuestra Señora de Copacabana, que está en la iglesia nueva y parroquial del Cercado y su precioso Hijo, tuvieron alteración y mudanza de color, el día de los inocentes, que se contaron 28 días del mes de diciembre del año próximo pasado de noventa y uno, y los demás que resultan de la dicha información y por tales los declaraba y declaró y mandaba y mandó se publique en esta Santa Iglesia Catedral Metropolitana y en las demás partes y lugares que convengan, con toda la brevedad y solemnidad posible, para honra y gloria de Nuestro Señor y Nuestra Señora la Virgen María".

La imagen, obra de Diego de Rodríguez en madera de cedro de Nicaragua, fue trasladada a la catedral, colocándola en la capilla ubicada junto a la puerta del perdón. Se formó una cofradía para alentar su devoción y el propio Arzobispo costeó el retablo. Aquí estuvo hasta 1606 de donde, por las obras de la nueva catedral, pasó al altar mayor y de donde se llevó en 1633 al barrio de San Lázaro, donde sigue hasta la actualidad.

León Pinelo describe en su libro cómo "el Prelado se gozaba con la escena de la Visitación de María a su prima Isabel porque la Virgen Santísima fue a las montañas a visitar con alegría, porque no se contentaba con obrar lo que era a su cargo, sino con que esto fuese con gusto, haciéndole deleite del trabajo y entretenimiento de la fatiga, sólo por ser en servicio de Dios". Su secretario personal y secretario del Cabildo catedralicio, Diego Morales, recoge lo que en el Prelado sería una costumbre muy arraigada. Acabada la visita, como a las cuatro de la tarde, "partió para el pueblo de Mala, y, habiéndole anochecido en el camino por ser muy pedregoso y de cuesta, pasó mucho trabajo, y en todo él iba alabando a Dios y cantando la letanía de la Madre de Dios, y el dicho padre Fray Melchor de Monzón que venía con este testigo y el dicho licenciado Cepeda le respondían, que no parecía sino que venía allí algún ángel cantando aquella letanía, con lo cual no sintió el camino".

Jueves y viernes santo y Navidad

El Jueves Santo por la mañana celebraba de Pontifical y consagraba los Santos Óleos. Al acabar el Oficio se iba al palacio donde daba de comer a doce indios pobres, sirviendo él mismo los platos y la bebida. A las dos se sentaba a comer un poco de pescado cocido en agua. A las 3 volvía a la iglesia y lavaba los pies a los doce indios, con aguas olorosas y se besaba con suma humildad; a cada uno daba un vestido, un paño de manos y una limosna. Luego asistía a la publicación de la Bula de la Cena y en el Coro a las Tinieblas. Se recogía en su cuarto a rezar, hacía colación de pan y agua y a las doce salía con dos criados a las Estaciones y volvía cerca del Alba. Reposaba un poco y el viernes de madrugada se iba a la Iglesia donde se estaba en oración delante del Santísimo Sacramento hasta que se empezaban los oficios que también celebraba o asistía a ellos. A la una del día comía solo pan y agua y hasta el sábado a la misma hora lo pasaba en ayunas. Repetía mucho las palabras escuchadas al predicador Padre Lobo, en Salamanca: "Juicio, infierno, eternidad".

El jesuita Padre Francisco de Contreras, que le conoció desde 1592 y fue ordenado de sacerdote por él, nos rescata de su memoria un gesto entrañable en tiempos de Navidad: "Y asimismo vio este testigo que habiéndole enviado de esta ciudad con grande regalo de dulces por ser tiempo de Navidad su hermana doña Grimanesa, el dicho Sr. Arzobispo lo repartió todo entre pobres yendo él mismo a los ranchos de los indios enfermos a visitarlos y dárselo sin quedarse con cosa y le dijeron a este testigo que aquella noche de la vigilia de Navidad había hecho colación con solo un durazno o manzana sin otra cosa".

Penitencia

Las penitencias que se imponía eran de tres clases: en el sueño, en la alimentación y en la mortificación del cuerpo. No se acostaba en la cama, que tenía muy bien preparada, sino en una tabla o en una almohada.

En materia de alimentación, los rigores del sacrificio iban hasta extremos inimaginables. Según testigos de la época, nunca se lo vio ingerir aves, huevos, mantequilla, leche, tortas y dulces. No comía por las mañanas, y su cena consistía en pan, agua y una manzana verde. En los días de abstinencia, también ayunaba, mientras que en las Cuaresmas pasaba semanas enteras sin comer, ingiriendo solamente un poco de pan seco y agua cuando se sentía en el límite de su resistencia.

Se infligía castigos corporales desde sus tiempos de estudiante. Además del uso del cilicio, se flagelaba con tanta frecuencia que producía graves y extensas heridas en sus espaldas y hombros. Tales actitudes, en circunstancias corrientes, no son para ser imitadas; lo que no excluye que puedan serlo en otras excepcionales.

Inquisidor en Granada

En la actualidad hay muchas personas que cuando oyen hablar de la Inquisición, sienten malestar e incluso indignación. Sin embargo, según el Jesuita Sáenz (2005), "en realidad se trató de una fundación benéfica, hecha para la salvaguarda de la fe. Si dejamos de lado algunos excesos, inevitables en toda institución humana, la Iglesia, que la creó, la deseaba justa, y no vaciló en llamarla la Santa Inquisición. De hecho, varios inquisidores fueron declarados santos, y hubo entre ellos mártires, como San Pedro Arbués. En tiempos particularmente recios, se hacía necesario poner recaudos especiales para conservar la fe virgen de errores. Sea lo que fuere, la función de inquisidor en la España del siglo XVI era de gran trascendencia".

Por su parte Benito (2009) escribe que "según el historiador Agostino Borromeo, profesor de Universidad «La Sapienza» de Roma, y redactor de «Actas del Simposio Internacional "La Inquisición"» de 1998 en el Vaticano, afirma que la Inquisición en España celebró, entre 1540 y 1700, 44,674 juicios. Los acusados condenados a muerte fueron del 1,8% y de ellos el 1,7% fueron condenados en «contumacia», es decir, no pudieron ser ajusticiados por estar en paradero desconocido y en su lugar se quemaba o ahorcaba a muñecos".

Pero pasemos ahora a Santo Toribio. Sáenz (2005) cuenta que cuando Toribio tenía 35 años de edad y se estaba preparando para afrontar las pruebas que exigía el doctorado en Derecho, "una noche, cuando todos estaban descansando, recios golpes se escucharon en las puertas del Colegio. Por lo insólito del caso debía tratarse de algo urgente. Ciertamente lo era. Tratábase nada menos que de una carta del Rey en persona, dirigida a Toribio, que había de entregarse en manos del destinatario. El caballero que había llamado era el gentilhombre del Santo Oficio de Salamanca. La carta del monarca, anexa a pliegos del Consejo Supremo, le informaba que había sido nombrado Inquisidor en Granada. Una altísima designación oficial, mucho más sorprendente por lo prematuro, ya que Toribio no era todavía sino un simple estudiante, por aventajado que fuese".

Al principio creyó que se trataba de una broma, tan propia de los estudiantes. Pero cuando leyó «Yo, el rey» sobre la firma del secretario real y el agregado «Por mandato de Su Majestad», entendió que la cosa iba en serio. En el documento se decía: «En el dicho licenciado concurren las cualidades de limpieza que se requieren para servir en el Santo Oficio de la Inquisición». Y también: «Nombro al licenciado Toribio Alfonso de Mogrovejo para el cargo de Inquisidor del Tribunal del Santo Oficio de Granada. Yo, el rey, Felipe II».

Toribio entendió enseguida que alguien lo había recomendado al monarca, sin duda sus antiguos condiscípulos. Como la orden era perentoria, se fue inmediatamente a preparar sus valijas para salir temprano hacia Granada.

A nuestro novel inquisidor le esperaba en el tribunal de Granada, más allá de los asuntos comunes y de los cuestionamientos ideológicos que se iban planteando por las infiltraciones en España de la Reforma protestante, un problema específico, el de los moriscos y abencerrajes[21]

Benito señala que corría el año de 1574; "estaba reciente la insurrección morisca que Juan de Austria apaciguase en Las Alpujarras. Palpita el espíritu misional de Fray Hernando de Talavera. Los vencidos encuentran en Toribio, el más joven de los tres inquisidores del Tribunal, un padre, consejero y protector. Sus compañeros "in solidum" eran Diego Messía de Lasarte y Diego Romano; éste último fue obispo de Tlaxcala y tío del capitán Juan Reinoso, quien declaró en el proceso de beatificación relatando la decisiva intercesión del prelado Mogrovejo para salvar a su hermano, condenado a muerte por agraviar al caballero Luis de Navares. En frase de sus enemigos sería un "encubridor" como le calumniarán después, misionando en Perú".

Toribio permaneció en Granada  durante cinco años. Sáenz apunta que "diariamente debía recibir en audiencia tres horas por la mañana y tres por la tarde. Los asuntos eran tan diversos como exóticos: iluminados que se sentían enviados directamente por Dios, perjuros, blasfemos, falsos conversos judíos y moros. El joven inquisidor estaba complacido de poder trabajar en lo que más le gustaba: el campo del derecho, para hacer justicia, ganándose merecidamente fama de rectitud y ponderación en cada una de las situaciones en que tuvo que intervenir. Nos dice uno de sus biógrafos: «Sentía en su alma notable desconsuelo cuando se ofrecía castigar delitos de blasfemias, herejías, judaísmo y otros semejantes. Amaba mucho a Dios y así era celoso de su honra. Quería con extremo a los prójimos y quería con extremo el ver usar de rigor con ellos. Pero como en Dios los atributos de la justicia y de la misericordia, aunque son diferentes, no son contrarios, sino conformes y compatibles [...] era justiciero con misericordia y misericordioso con justicia. Aborrecía los delitos, no los agresores».

A nadie envió a la hoguera, ni hubiera podido hacerlo, ya que ese castigo estaba reservado al poder político. Por aquellos años, los casos de entrega al brazo secular eran rarísimos. Varias fueron las causas concretas que pasaron por sus manos, entre ellas la de una beguina iluminada, que pretendía recibir extrañas inspiraciones divinas, la de otra que hacía propaganda de la bigamia, la de un iluminado para el cual la prostitución no era pecado. Por lo general los condenaba a penitencias que consistían en oraciones, ayunos y limosnas. En los casos de aquellos moriscos de dudosa conversión, numerosos en la región, se mostró especialmente prudente.

Según Benito, "fueron numerosos los casos tratados en los cinco años, dirigiendo más de un centenar de cartas al Consejo Supremo de la Inquisición. Resuelve una compleja querella entre la Chancillería granadina y el Tribunal del Santo Oficio. En toda su gestión granadina da muestras de rectitud como lo evidencia el hecho de que tras una visita oficial al tribunal, todos sus miembros son removidos menos Toribio".

El Tercer Concilio de Lima

Benito Rodríguez (2009) considera que "pocos obispos como Mogrovejo encarnan el perfil trazado por San Juan Pablo II en su exhortación postosinodal "Pastores gregis": en el rostro del Obispo los fieles han de contemplar las cualidades que son don de la gracia y que, en las Bienaventuranzas, son como un autorretrato de Cristo: el rostro de la pobreza, de la mansedumbre y de la pasión por la justicia; el rostro misericordioso del Padre y del hombre pacífico y pacificador; el rostro de la pureza de quien pone su atención constante y únicamente en Dios". Aunque las tres funciones y misiones de enseñar, santificar y regir están indisolublemente unidas e imbricadas, las separamos por fines didácticos. Está claro que el último responsable de la evangelización y de la plantación de la Iglesia es el obispo. Como padre y pastor enseña cuando gobierna y cuando "santifica".

Sáenz (2005) escribe que "el principal emprendimiento del arzobispo Toribio Mogrovejo fue la celebración del Tercer Concilio de Lima. El rey Felipe II, siempre interesado por el bien espiritual de sus súbditos, se había dirigido por Real Cédula al nuevo Virrey, Martín Enríquez, así como al novel Arzobispo, urgiéndoles la convocación de dicha asamblea. Los objetivos por él señalados eran los siguientes: «Reformar y poner en orden las cosas tocantes al buen gobierno espiritual de estas partes, y tratar del bien de las almas de los naturales, su doctrina, conversión y buen enseñamiento, y otras cosas muy convenientes y necesarias a la propagación del evangelio y bien de la religión».

A más de un lector podrá parecerle extraño el tenor de este documento. Ante todo hay que tener en cuenta la situación peculiar de la Iglesia en España, con su antiquísima y gloriosa tradición sinodal, que se remonta a la época de la monarquía visigoda y de los concilios toledanos. Dichos sínodos no sólo tenían carácter eclesiástico sino también civil. Como organismos vertebrales de la vida nacional, sus cánones eran también leyes del Estado.

Por su parte, los reyes de España, a partir de Felipe II, entendían que el derecho de convocar sínodos, cuando lo juzgasen oportuno, se encontraba contenido en el Patronato que la Sede Apostólica les había reconocido. No sólo se fundaban en el privilegio pontificio, sino también, como lo explicó el jurista español Juan de Solórzano Pereira, oidor por aquellos tiempos en Perú y Consejero de Indias en Madrid, en la convicción de que los reyes de España eran y debían ser los ejecutores de los concilios que se celebraban en sus Reinos, para el mejor gobierno de la Iglesia, pues a los reyes y príncipes de la tierra, según decía una de las leyes de la Recopilación de Castilla, les encomendó Dios la defensa de la Santa Madre Iglesia.

En carta al virrey del Perú le decía, pues, Felipe: «Ya tendréis entendido cuánto hemos procurado que se congregasen en esa ciudad todos los prelados de su metrópoli.... Y porque el demonio no ponga estorbo en cosas que nuestro Señor ha de ser tan servido, y conviene que ya no se dilate más, os mandamos que, juntamente con el arzobispo de esa ciudad, tratéis y deis orden cómo luego se aperciban [los prelados] para tiempo señalado, enviándole con vuestras cartas las que van aquí nuestras... Vos asistiréis con ellos en el dicho Concilio... y ordenaréis que se haga con mucha autoridad y demostración para que los indios tengan reverencia y acatamiento que conviene... y que los dichos prelados sean estimados y acariciados el tiempo en que en esa ciudad se detuvieren».

En la misiva que iba al Arzobispo le agregaba: «...Y porque esto importa tanto como tendréis entendido, os ruego y encargo que, juntándoos para ello con el nuevo virrey de esas provincias, ambos escribáis y persuadáis a los dichos obispos [los sufragáneos] para que con mucha brevedad se junten, enviándoles las cartas nuestras... advirtiéndoles que en esto ninguna excusa es suficiente ni se les ha de admitir, pues es justo posponer el regalo y contentamiento particular al servicio de Dios, para cuya honra y gloria esto se procura».

Si bien el Concilio de Trento había dispuesto que los Concilios nacionales se celebrasen cada tres años, por las enormes distancias que había en América, Pío V le había otorgado a Felipe II el privilegio de que en las Indias se celebrasen cada cinco. Como lo hemos señalado anteriormente, ya el antecesor de Toribio, Fray Jerónimo de Loaysa, había convocado dos Concilios en Lima, pero de hecho tuvieron escaso valor y casi ninguna influencia real, no habiendo sido siquiera aprobados por la Santa Sede. El que ahora se propuso realizar Toribio, que sería el Tercer Concilio Provincial de Lima, resultaría trascendente para la Iglesia en América, al tiempo que la expresión viva del espíritu y personalidad del Santo Obispo.

Era Toribio un pastor joven y todavía sin experiencia, lo que no le impidió lanzarse con denuedo a la empresa. Sin embargo, contra lo que se hubiera podido esperar, tomó una decisión extraña, como lo son a veces las que toman los santos. En vez de abocarse inmediatamente a la preparación del Concilio, se le ocurrió abandonar Lima, para visitar algunas regiones de su vasta diócesis, que nunca habían sido recorridas por ningún prelado. Ardía en deseos de entrar en contacto con sus ovejas.

Su viaje de venida por tierra, desde Paita, le había permitido conocer ya la zona norte de su inmensa diócesis; ahora se encaminó hacia el sur, hasta Nazca, a fin de visitar la zona meridional. Luego de un retorno brevísimo a Lima, salió de nuevo, pero esta vez hacia el este, a Huánuco, ciudad que se encuentra al otro lado de los Andes, por lo que debió cruzar la cordillera, que en esa zona alcanza una altura de más de cinco mil metros. Cuando regresó a Lima sólo faltaban quince días para la apertura del Concilio.

Antes de partir a ese viaje tan prematuro, había hecho llegar la debida convocatoria a sus obispos sufragáneos. Al Concilio debían asistir los titulares de Panamá, Nicaragua, Popayán, Quito, Cuzco, la Nueva Imperial, Santiago de Chile, Charcas, Asunción y Tucumán. De ellos la mayoría eran religiosos y sólo tres del clero secular. Las diócesis de Panamá y Nicaragua estaban vacantes, así que no podían ser representadas por sus pastores. Según iban llegando los primeros a Lima, no podían ocultar su asombro al enterarse de que el titular no estaba allí, sino de gira pastoral. Pero él había entendido que la mejor preparación para poder luego legislar con inteligencia y conocimiento de causa era la información personal, entrando en contacto directo con los indios, los corregidores, el clero, «para tomar claridad y lumbre de las cosas que en el concilio se habían de tratar tocantes a estos naturales», como él mismo escribe con donaire.

Se acercaba ya la fecha señalada para el comienzo, y algunos obispos todavía no habían arribado. Entonces el Virrey, de acuerdo con Toribio, resolvió que comenzasen inmediatamente las sesiones con los obispos presentes. Llegó el día de la inauguración. De la iglesia de Santo Domingo partió el cortejo que encabezaba el Arzobispo e integraban cinco obispos, los de Cuzco, la Imperial, Santiago, Tucumán y Río de la Plata. Los acompañaba el Virrey, los miembros de la Audiencia y de ambos Cabildos, religiosos, sacerdotes y fieles. Terminada la Santa Misa se leyó lo dispuesto por el Concilio de Trento, declarándose así abierto el Concilio. En él tomaban parte, además de los prelados, un grupo de teólogos y de juristas, así como representantes de los Cabildos. Cada día se llevaban a cabo dos sesiones, en las que con frecuencia se hacía presente el mismo Virrey.

El ambiente era particularmente tenso. El principal dolor de cabeza que aquejó a Toribio provino de la actitud del obispo de Cuzco, Sebastián de Lartaún. Enfrentado con el Cabildo de su sede, tenía fama de codicioso, siempre exigiendo lo que creía serle debido. El Concilio se hizo eco de las quejas que aquel hombre había provocado, ya que Toribio juzgaba que si se quería hacer una labor pastoral en serio, era preciso contar con un episcopado irreprochable y capaz. Habría, pues, que afrontar la denuncia presentada, antes de seguir adelante. El obispo de Cuzco se sintió agraviado en su dignidad, y con él se solidarizaron los de Tucumán y del Río de la Plata.

El único que apoyó a Toribio fue el obispo de la Imperial. Precisamente entonces murió el virrey Enríquez, gran amigo de Toribio, lo que hizo decir a éste que con ello «le faltó todo favor humano». Envalentonáronse entonces los demás, principalmente el obispo de Tucumán, Fray Francisco de Vitoria, muy amante también él del dinero y de «granjerías», como tiempo atrás oportuna y severamente se lo había reprochado el Rey por carta. A ello se agregaba que «trata y contrata en metales como minero, y hace los aseguros que en Potosí se han usado, que son contratos usurarios y dados por tales de los teólogos y canonistas». Felipe II estaba tan harto de él, que había llegado a solicitar al Papa que lo retirase de su sede. Fue Vitoria quien ahora encendía la hoguera de la discordia en el Concilio.

Toribio no perdió la serenidad, a pesar de que los días iban pasando y nada se adelantaba. Estaba próxima la Semana Santa. Llamó entonces a los obispos y les comunicó que la causa de Lartaún sería remitida a la Curia Romana para su tratamiento. Luego, dando a todos cortésmente las felices Pascuas, declaró suspendido el Concilio hasta nuevo aviso, y se retiró de la sala.

Los prelados recalcitrantes se negaron a abandonarla. Más aún. Arrebataron las llaves de los secretarios, los echaron a empujones de la sede, nombraron otro secretario a su arbitrio, y se llevaron consigo «todos los papeles tocantes al obispo de Cusco». El obispo de Tucumán, que salió con la carpeta bajo el brazo, se dirigió, en compañía del encausado, a una pastelería, y allí preguntó dónde estaba el horno. Cuando la dueña del local, muy atentamente, se lo mostró, arrojó a las llamas todos los papeles con los cargos que se le hacían a su amigo, burlándose del celo y el amor a la justicia de Santo Toribio. Luego se dirigió a la catedral, con su cortejo de paniaguados, para celebrar un aquelarre de «concilio sin metropolitano».

Gracias a Dios, el intento quedó frustrado. Toribio replicó de manera enérgica, exigiendo que abandonasen inmediatamente la iglesia. Si no lo hacían, quedarían suspendidos a divinis. Finalmente, como no cedían, los declaró excomulgados. Asimismo exigió que le devolviesen los papeles. Pero ya no existían.

Lo curioso es que mientras ocurría todo este desbarajuste, el grupo de teólogos, juristas y misionólogos, dirigidos por el Arzobispo, seguían redactando los primeros esquemas de las Actas, perfilando los decretos y dando los últimos toques a los catecismos proyectados. Por lo demás, Toribio creyó entender que sería mejor dejar de lado los agravios que le habían inferido. Era la única manera de salvar un Concilio que se tornaba necesario, y de sacar adelante las directivas y proyectos que, bajo su inspiración, se habían ido pergeñando. Tomó entonces una determinación que no habrá dejado de resultarle dolorosa: volver a convocar el Concilio, previa absolución de los obispos rebeldes. Gracias a su paciencia humilde, prevaleció la misericordia sobre la miseria de los hombres. Las sesiones se reanudaron, sin especiales dificultades. Tres meses después se clausuró el Concilio.

Quisiéramos destacar acá la figura de un sacerdote que sería el brazo derecho de Santo Toribio en los asuntos de su gobierno pastoral, pero que ya comenzó a desempeñar dicho papel en el transcurso del Concilio. Nos referimos al Padre José de Acosta, de la Compañía de Jesús, que ocuparía el cargo de superior provincial de la provincia jesuítica del Perú por seis años. Refiriéndose al Concilio recién terminado, así le escribía al Padre Acquaviva, General de su Orden: «Se nos encargó por el Concilio formar los decretos y dar los puntos de ellos, sacándolos de los memoriales que todas las iglesias y ciudades de este reino enviaron al Concilio, y cierto, para las necesidades extremas de esta tierra se ordenaron por los prelados decretos tan santos y tan acertados, que no se podían desear más, y así todas las personas de celo cristiano estaban muy consoladas con el fin y promulgación de este santo Concilio».

El Padre de Acosta, hombre de simpatía arrolladora, era teólogo, canonista, pero sobre todo misionero y misionólogo. Su amplia experiencia en las Indias y su ferviente amor al Perú le llevaron a escribir un magnífico tratado al que puso por título De procuranda indorum salute, donde daba respuesta a muchas cuestiones teológicas, jurídicas y pastorales. Pronto dicha obra fue publicada en Salamanca para uso de los catedráticos de su Universidad.

"El Tercer Concilio de Lima fue, entre nosotros, algo así como el eco del Concilio de Trento. Pues bien, señala Jean Dumont que el papel del Padre de Acosta en el Concilio de Lima recuerda al del Padre Diego Laínez, primer sucesor de San Ignacio, en el del Concilio de Trento. Ambos, señala, eran de origen converso, de familias judías recientemente convertidas al catolicismo, al igual que lo fueron en esos mismos tiempos santos tan grandes como San Juan de Ávila y Santa Teresa".

«Se manifestaba así, en Perú, como en Trento y en España, esa confluencia del genio judío y de la Reforma católica, que fue el gran logro de la Inquisición española, así concebida en el alma lúcida y santa de su fundadora, Isabel  la Católica. Como por doquier entonces en tierras hispánicas, en Lima se daban la mano la vieja cristiandad española, especialmente aristocrática, incluida la Inquisición, de la que venía doblemente Toribio, y la nueva cristiandad conversa».

Además del libro sobre la salvación de los indios, el Padre de Acosta escribió otra obra bajo el nombre de "Historia natural y moral de las Indias", consagrando dos de sus libros, el sexto y el séptimo, a demostrar que en la obra de conversión de los pueblos indígenas podían ser mantenidas varias manifestaciones de su herencia cultural autóctona, con tal de que se excluyese de manera categórica cualquier inclinación a la idolatría.

El principal propósito del Concilio fue tender las líneas de una pastoral inteligente para la evangelización de los aborígenes, hacia lo que se orientaba también la intención de la Corona de España, siempre sobre la base de la enseñanza de Trento. Si bien no nos es posible detallar acá sus diversos logros, y menos aún reproducir los 118 109 decretos que integran sus cincos partes, llamadas «Acciones», no podemos dejar de expresar nuestro asombro por la seriedad con que fueron tratados los principales temas de la doctrina católica en relación con la labor pastoral.

El Padre de Acosta, luego de haber llevado a término su inteligente tarea de sintetizar los diversos aportes y redactar los decretos respectivos, así como de elaborar los catecismos de que enseguida hablaremos, una vez terminado el Concilio, siguió colaborando con el Arzobispo, a modo de apoderado, para que en Madrid y en Roma se aprobasen los decretos establecidos, logro que alcanzó felizmente. De entre las decisiones conciliares nos vamos a limitar a exponer algunas que consideramos más trascendentes para el futuro de Hispanoamérica.

Los Catecismos

El mismo Sáenz, señala que "uno de sus propósitos principales de las disposiciones del Concilio fue asegurar la defensa y cuidado que se debía tener de los indios. Luego de que los Padres conciliares manifestaron su dolor por el maltrato que a veces aquéllos recibían, amonestaron a todos, sacerdotes y funcionarios, que los considerasen como eran, hombres libres y vasallos de la Majestad Real. Los sacerdotes, por su parte, en el trato con ellos, debían acordarse de que eran padres y pastores".

Buscando la mejor educación de los indígenas, Santo Toribio se preocupó por consolidar el sistema de reducciones-doctrinas, iniciado por su antecesor, que eran entidades parroquiales a la vez que políticas. Para mayor eficacia pastoral, los pueblos debían tener más de mil habitantes indios por doctrinero. Este recurso apostólico posibilitó la aparición de numerosos centros poblados en regiones que distaban cientos de leguas de la ciudad de Lima, de modo que el paisaje americano se vio cubierto de campanarios que convocaban a los aborígenes en torno a Dios y a la Corona.

Con el mismo fin el Concilio, en la «Acción Segunda», casi toda ella destinada al modo como se ha de instruir a los naturales en la fe, dispuso la redacción de un Catecismo que, traducido a las lenguas indígenas más comunes, sirviese para la instrucción de los recién convertidos. En México ya se había hecho algo parecido. Estos catecismos indianos serían breves, sin pretensiones eruditas, incluyendo solamente las verdades fundamentales del cristianismo, de modo que los doctrineros, a partir de aquellos textos sucintos, las explicasen de viva voz, y los sacerdotes las desarrollaran luego en sus sermones. El principal objetivo pastoral era que los indígenas, al tiempo que abrazaban la doctrina católica y se disponían a adorar al único y verdadero Dios, repudiando la idolatría, se comprometiesen a cumplir las exigencias morales derivadas de dicha doctrina.

Hacía poco había aparecido el Catecismo del Concilio de Trento, llamado también Catecismo de San Pío V, o Catecismo Romano. En base a él y a otras fuentes, el Padre de Acosta, por encargo del Concilio, e inspirándose en el que ya había compuesto su colega en la Orden, el Padre Alonso de Barzana, misionero en el Tucumán, redactó dos Catecismos. Uno se llamó Catecismo Mayor, y estaba destinado a los más capaces. Otro se denominó Catecismo menor, o Catecismo Breve, para los indios rudos o ancianos, que no estaban en condiciones de instruirse con prolijidad. Luego se los tradujo a los idiomas quechua y aymará [22]. Poco después aparecería un Tercer Catecismo, ordenado más bien a la predicación, escrito asimismo por el Padre de Acosta, bajo el título de "Exposición de la Doctrina por Sermones", en castellano y quechua.

En el «Capítulo tercero de la Segunda Acción» ya se presenta como hecha y aprobada la traducción del Catecismo en las lenguas quechua y aymará: «y para que el mismo fruto se consiga en los demás pueblos, que usan diferentes lenguas de las dichas, encarga y encomienda a todos los obispos que procuren, cada uno en su diócesis, hacer traducir el dicho catecismo por personas suficientes y pías en las demás lenguas». Esta insistencia en la necesidad de vertir el catecismo a las diversas lenguas indígenas implica una concepción pastoral que tiene en cuenta la perentoriedad de la «encarnación» del mensaje evangélico en la idiosincrasia del pueblo. Lo señala expresamente el Concilio de Lima al afirmar que «cada uno ha de ser de tal manera instruido, que entienda la doctrina, el español en romance, y el indio también en su lengua, pues de otra suerte, por muy bien que recite las cosas de Dios, con todo se quedará sin fruto su entendimiento». De ahí la consecuencia: «Por tanto ningún indio sea de hoy en más compelido a aprender en latín las oraciones o cartillas, pues les basta y aun les es muy mejor saberlo y decirlo en su lengua, y si algunos de ellos quisieren, podrán también aprenderlo en romance, pues muchos le entienden entre ellos; fuera de esto no hay para qué pedir otra lengua ninguna a los indios». El Concilio ordenó además que «los que han de ser curas de indios» fuesen examinados «de la suficiencia que tienen así en letras como en la lengua de los indios» y «de preguntarles por el catecismo compuesto y aprobado por este sínodo, para que los que han de ser curas lo aprendan y entiendan, y enseñen por él la lengua de los indios». La situación requería, de parte de España, una política lingüística. Muy a los comienzos se había creído conveniente, y hasta obvio, imponer el uso del español. Pero a partir de 1578, año en que Felipe II estuvo mejor informado de la situación, se sancionó con fuerza de ley el método privilegiado por los misioneros, estableciéndose la obligatoriedad del aprendizaje de la lengua vernácula para todos los sacerdotes que pasaran al Nuevo Mundo con la intención de ocuparse de los indios. Es cierto que la cosa no resultaba tan sencilla, dado que el Imperio de los Incas constituía una verdadera torre de Babel. Si bien el quechua era el idioma más general, ya que se hablaba en todo el Imperio, desde el Cuzco hasta Tucumán, sin embargo con él coexistían numerosas lenguas y dialectos locales. Santo Toribio se propuso abordar varias de esas lenguas, aprendiendo por sí mismo el quechua, el guajivo, el guajoyo quitense y el tunebe. Se habló de que tenía don de lenguas, porque «predicaba a los indios en su misma lengua materna».

Santo Padre de América

Benito  Rodríguez (2009) narra que "Bernardo Díez de Alcocer, Fiscal general del Arzobispado desde 1596 y su fiel compañero en las visitas generales como camarero, notario, maestresala y cuidador de la casa, confesará por todos en el proceso de beatificación: "y mientras el mundo durare le parece a este testigo que durare esta memoria y que se ha quedado muy corto en esta declaración por lo mucho más que había que decir de la santidad y vida inculpable del dicho Santo arzobispo". Porque, efectivamente, pocos peruanos tan conscientes de su misión como este "santo padre" de la Iglesia de América, como lo definiese Dussel[23] . Fiel a la consigna del Concilio de Trento de que el obispo fuese un espejo para sus fieles, elevará muy alto el listón de humanismo y de santidad, dibujándonos una personalidad modélica que todos podemos copiar. Este universitario salmantino, natural de Mayorga (Valladolid), trazará una estela singular, recorrerá un camino por que podrán caminar todos los peruanos con el único objetivo de llegar hasta la meta: Dios. A tal fin no ahorrará trabajo ni fatiga hasta llegar a visitar el último rincón de su dilatada diócesis, convirtiendo sus encuentros, sus visitas pastorales, en jornadas familiares en las que se cimenta la futura convivencia peruana, sobre la base de la dignidad personal y la proyección social. Con la ley en la mano, su rostro "lleno de alegría", acariciando a todos con su mirada y con el amor de Dios en el corazón, roturará la geografía del Perú, humanizándola, asentando la nueva cristiandad de las Indias confirmando a sus hermanos. Gracias a un carácter equilibrado, armónico, evangeliza sin imposiciones, hermana razas sin abrir heridas, crea lazos forjados en amistad exigente y gratuita. Impulsa la Universidad de san Marcos, crea cátedras de quechua, legisla en sínodos y concilios, funda casas como la de las divorciadas o conventos como el de Santa Clara, erige nuevas parroquias, y, sobre todo se entrega de lleno a la tarea de formar, desde el Seminario, una minoría selecta con su clero que esculpirá un nuevo rostro en el nuevo ser del Perú; un Perú forjado en la santidad, un Perú aglutinador de culturas, ilustrado, justo y solidario; un Perú, que a las puertas del Tercer Milenio, si quiere ser fiel a sí mismo, debe bucear en su intrahistoria y toparse con este personaje singular a quien todos llamaban "padre". Así lo reconoce el académico de la Historia, J. Toribio Polo: "gran Prelado que puede considerarse como el Apóstol y Padre de la Iglesia Peruana; y que, durante 25 años, llevó la mitra y el cayado en beneficio de su numerosa grey y de las diócesis sufragáneas, y como perfecto modelo de Pastores. Sobre las ruinas y escombros del Imperio secular de los incas, que Pizarro y los suyos destruyeron, se destaca la hermosa figura de este ángel de paz, que sólo trató de disipar por completo las tinieblas de la idolatría, de evangelizar a los indios, de predicar la clemencia y el perdón, de reconciliar por la cruz al vencido y al vencedor, al amo y al siervo, y de crear un sacerdocio digno, que persevera después que él, en las mismas faenas de la conquista espiritual".

Cien años atrás, en 1899, se reunían en Roma, por vez primera en toda su historia, obispos de Hispanoamérica, con el deseo de preparar el nuevo siglo cristiano de América. A la hora de redactar las Actas, no dudan en colocar en primer lugar la fórmula de consagración al Corazón de Jesús, proclamando enfáticamente a Santo Toribio Alfonso Mogrovejo como el "Astro más luciente del episcopado del Nuevo Mundo reiterando en la conclusión de la consagración: "Tú más que ninguno, acuérdate de nosotros, oh Toribio bendito, ejemplo y esplendor sin igual de Prelados y Padres de Concilios". Más adelante, el obispo de San Luis Potosí, Mons. Ignacio Montes de Oca, recuerda ante los Padres sinodales las egregias figuras del episcopado americano para concluir en la proclamación de nuestro protagonista como "ejemplar y prototipo entre estos varones apostólicos...de cuya luz y fulgor han recibido cuantos fueron llegando después de él...espejo de Pastores". Y, dentro del cuerpo del Concilio, ya en la sesión última, las "Aclamaciones" le declaran "ejemplar y ornamento esplendente de todos los Prelados y sinodales de la América Latina".

Casi un siglo después, ha vuelto a reunirse la Iglesia del nuevo continente, en el Sínodo de América de 1998, para acometer el reto de la nueva evangelización en el Tercer Milenio, a las puertas del Jubileo del 2000. Nuevamente, el Papa Juan Pablo II llama la atención acerca de lo esencial y fundamental para la auténtica renovación: la santidad; reconociendo que "el mayor don que América ha recibido del Señor es la fe, que ha ido forjando su identidad cristiana [...] La expresión y los mejores frutos de la identidad cristiana de América son sus santos"(Ecclessia in America nn.14 y 15). El 2006 celebra el Centenario de la muerte de los dos únicos obispos de América que han conocido el honor de los altares. San Ezequiel Moreno, el I Centenario, y Santo Toribio, el IV. Nadie como ellos encarna el perfil trazado por Juan Pablo II en su exhortación postsinodal "Pastores gregis": "Venerados y queridos Hermanos, os repito la invitación que he dirigido a toda la Iglesia al principio del nuevo milenio: Duc in altum! Más aún, es Cristo mismo quien la repite a los Sucesores de aquellos Apóstoles que la escucharon de sus propios labios y, confiando en Él, emprendieron la misión por los caminos del mundo: Duc in altum (Lc 5, 4).

Hazañas apostólicas

Benito Rodríguez (2009) en uno de sus artículos llama quijote a Santo Toribio y Sancho a Sancho Dávila. Y dice que "protagonizaron aventuras sin cuento. Aquí, la primera, relatada por el propio Sancho en el testimonio dado para la beatificación: "Fue un vivo retrato de los santos en toda su vida y acciones y fue [...] aclamado por Santo, y Siervo de Dios y de vida inculpable. Y sabe este testigo que andando visitando la provincia de Moyobamba en este Arzobispado, trescientas leguas de esta ciudad, que es a la orilla del río Marañón, en compañía y servicio del Sr. Arzobispo y teniendo noticia que en unos pueblos contiguos que estaban despoblados se habían quedado algunos indios cimarrones [24]  y delincuentes, por estar ocultos y no queriendo venir a reconocer sus curas ni a [...] determinó ir allá, no habiendo descubierto camino por donde ir por ser montañas y no había" [25] .

Fue desde la ciudad de Moyobamba hasta el pueblo de los Naranjos y de allí al pueblo de los Olleros, a pie más de 30 leguas, por ríos, ciénagas y montañas, solo a buscar aquellos indios cimarrones que tiene dicho y a doctrinarlos y confirmarlos y sacarlos y reducirlos adonde pudiesen tener curas que les administrasen los Sacramentos y halló en los dichos pueblos más de cien ánimas, entre chicos y grandes, unos de más de 20 años por bautizar y otros de más de 80 de los que allí se habían quedado. Los bautizó por su persona, los confirmó a todos, sacó los que pudo por buenas razones adonde estaba el cura que los doctrinase y yendo a los pueblos por la montaña, ríos, ciénagas y lodos, ayunando como ayunaba, a pie descalzo, porque en los dichos ríos y ciénagas se quedaban los zapatos y medias y aun los pellejos de los pies. Vino a desmayarse y a quedar sin vigor ni fuerza ninguna y los indios que con este testigo iban con los ornamentos para decir misa y con los óleos y crisma para confirmar y bautizar, viéndole desmayado, tendido en el suelo que no hablaba, tomaron un palo largo de la, montaña y con tres o cuatro mantas de los dichos indios le ataron a manera de andas y le cargaron, lloviendo gran suma de agua del cielo y ríos del suelo y caminaron a alcanzar a este testigo que se había adelantado y cuando llegaron, preguntando por su amo este testigo a los dichos indios, le dijeron: "ya murió". Este testigo sacó lumbre de unos palos que en la montaña había, sin yesca ni pedernal  e hizo candela. Este testigo solo con los dichos indios, porque los demás criados no habían llegado y le cercó de lumbre alrededor y con un paño de una almohada de su cama, que en las andas iba, calentándolo fuertemente y refregándole el corazón y pecho y lo demás del cuerpo, vino a tomar calor y hablar, al cabo de dos horas, con tanta alegría y como si no hubiera pasado nada por él [...] ni cenó nada, lo uno porque ayunaba... y lo otro, como no era tierra poblada sino montaña, no había cosa que comer. Durmió aquella noche en el suelo en la dicha montaña que no había horado ni peñas donde meterse, más que gran cantidad de osos y leones y monos, tan grandes como carneros. Y al fin amaneció y era día de fiesta e iban llegando los criados, poco a poco, descalzos y bien mojados y con todo esto, armaron en la montaña debajo de unos árboles, una barbacoa; hecha de palos y cañas y con los fieltros y capotes, hicieron un cerco a manera de capilla y dijo misa Su Señoría Ilustrísima como si no hubiera pasado nada por él y ¡volviendo a caminar por la montaña hasta llegar a un pueblo que llamaban los Olleros".

Vargas Alzamora (1991) escribe que "en sus continuas visitas a la extensa arquidiócesis Santo Toribio de Mogrovejo escribió algunas de las páginas de mayor heroísmo en la historia de la evangelización constituyente. En palabras de León Pinelo, sus andanzas fueron "un milagro continuado" donde se juntaron sus infinitas virtudes. Para el Arzobispo la Arquidiócesis no se circunscribió a la ciudad de Lima. Apremiado por el ansia apostólica quiso ver con sus propios ojos la realidad pastoral en que habitaban sus ovejas. Realizó hasta tres visitas importantes y varias "salidas" cortas, siempre por caminos inaccesibles. El padre Acosta, empedernido viajero también, se refiere a los caminos de estas tierras, "más bien para los gamos y las cabras que para los hombres". Las cabañas donde usualmente establecía morada el Arzobispo "más son corrales de ovejas y establos que moradas dignas de la especie humana".

La primera visita la inicia en 1581, con anterioridad al Concilio, como para tomarle el pulso a las cosas. Se dirige a Huánuco, donde, como ya se dijo, nunca antes había entrado prelado alguno. De sus observaciones extrae una serie de propuestas pastorales, enviándoselas a Felipe II en un extenso memorial. Explica al monarca que ya ha visitado una extensa porción del territorio peruano. Comprueba la urgente necesidad de adoctrinar a los indios, quienes carecen de sacerdotes preparados en la catequesis indiana. En otros casos éstos tienen a su cargo demasiadas doctrinas separadas por extensas distancias. Ello motivaba que muriesen "de ordinario los indios sin confesión y bautismo y demás sacramentos". Las consecuencias inmediatas de este abandono fueron la idolatría y las borracheras. Santo Toribio propone al Rey que se dote a cada pueblo de indios con sacerdotes y salarios suficientes. No faltaban clérigos en Lima: "pues hay hartos...que pueden ir a las doctrinas".

La segunda visita la emprende en 1584 demorando casi siete años. Recorre Ancash, Chachapoyas, Checras y Cajatambo. La tercera, en 1592, lo conduce a Lambayeque, Trujillo, Cajamarca, Chachapoyas y Moyobamba.

En la tercera hallará la muerte, como un gran guerrero que muere en pleno combate. Como hemos visto, la muerte lo sorprendió en marzo de 1606 en la ciudad de Zaña, donde pretendía celebrar los oficios de Semana Santa. Acababa de visitar minuciosamente la Catedral, inventariando sus bienes. Parece que marcha con el presentimiento de no volver a la Ciudad de Los Reyes. Así lo refiere su secretario Diego de Morales quien recoge las palabras de despedida del santo a su hermana Grimanesa: "Hermana, quédese con Dios, que ya no nos vemos más".

Según Benito Rodríguez (2009) "entre una y otra, realizó viajes a pueblos de Lima, Callao, Mala, Cañete, Chincha y Nazca. La mayor parte del recorrido lo hizo generalmente a pie, indefenso y a veces solo; expuesto a las inclemencias del clima, desiertos, animales salvajes, fiebres y tribus de indígenas hostiles. En esta visita, bautizó y confirmó a cerca de medio millón de personas.

Fue en uno de esos viajes que, en la localidad de Quives (Canta), administró el sacramento de la Confirmación a Santa Rosa de Lima, entonces con 13 años.

Nieto (2005) escribe que "insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio".

"Una vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero al ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de rodillas ante él y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba."

Como acabamos de ver, sus visitas eran auténticos encuentros vitales con los indios y sus curas doctrineros. Del espíritu de las visitas nos habla su carta dirigida al Rey Felipe II, desde Trujillo, el 10 de marzo de 1594: "...sin atender a más que al servicio de Nuestro Señor [...]visitando mis ovejas y confirmando y ejerciendo el oficio Pontifical por caminos muy trabajosos y fragosos, con fríos y calores, y ríos y aguas, no perdonando ningún trabajo, habiendo andado más de tres mil leguas y confirmado quinientas mil ánimas, y distribuyendo mi renta a pobres con ánimo de hacer lo mismo si mucha más tuviera, aborreciendo el atesorar hacienda...".

Benito Rodríguez transcribe parte de una carta dirigida al Rey con motivo de su tercera visita en abril de 1602: "Salí habrá 8 meses en prosecución de la visita de la provincia de los Yauyos, que hacía 14 años que no habían ido a confirmar aquella gente, en razón de tener otras partes remotas a que acudir y en especial al valle asiento de Huancabamba, que hará un año fui a él, donde ningún prelado ni visitador ni corregidor jamás había entrado, por los ásperos caminos y ríos que hay. Y habiéndome determinado de entrar dentro, por no haberlo podido hacer antes, me vi en grandes peligros y trabajos y en ocasión que pensé se me quebraba una pierna de una caída, si no fuera Dios servido de que yéndose a despeñar una mula en una cesta, adonde estaba un río, se atravesara la mula en un palo de una vara de medir de largo y delgado como un brazo de una silla, donde me cogió la pierna entre ella y el palo, habiéndome echado la mula hacia abajo y socorriéndome mis criados y hecho mucha fuerza para sacar la pierna, apartando la mula del palo, fue rodando por la cuesta abajo hacia el río y si aquel palo no estuviera allí, entiendo me hiciera veinte pedazos la mula. Y anduve aquella jornada mucho tiempo a pie con la familia y lo di todo por bien empleado, por haber llegado a aquella tierra y consolado a los indios y confirmándolos y el sacerdote que iba conmigo casándolos y bautizándolos, que con 5 ó 6 pueblos de ellos tiénelos a su cargo un sacerdote que, por tener otra doctrina, no puede acudir allí si no es muy de tarde en tarde y a pie, por caminos que parece suben a las nubes y bajan al profundo, de muchas losas, ciénagas y montañas".

Toribio y el poder político

Pini (1995 ) señala que Toribio "se atrevió a desafiar a los virreyes y a corregir a los corregidores. Pero lo hizo con un estilo peculiar, como sólo un santo de su talla podía lograrlo", sin levantar ampollas, sin herir, sanando, uniendo. El 16 de abril de 1596, el Santo ofreció al Virrey su perdón, a pesar de haberle calumniado tildándole de "incapaz" y de andar con sus criados los indios".

Benito Rodríguez (2009) sostiene que "el delicado régimen de Regio Patronato por el que se regulaban las relaciones Iglesia-Estado encontró en el Prelado una exquisita fidelidad a la Iglesia de Roma, unida a la amistad con los monarcas y funcionarios españoles. Sin embargo, mantiene siempre su libertad e independencia eclesiástica como manifiesta en la carta al Rey cuando quiso prohibirle la celebración del IV Concilio de 1591: "Acudiendo a lo ordenado con tanto rigor por el Santo Concilio de Trento y Breves de Su Santidad he procurado acudir al cumplimiento de lo que estaba obligado, como quien ha de dar estrecha cuenta a Dios".

Aunque fue Inquisidor en Granada no parece que fuese demasiado puntilloso. J. Pérez Villanueva nos dice que el santo no asistía a los autos de fe y que procuraba enviar representante y él marchar a las visitas. Fue un gran luchador para hacer valer los derechos de sus indios, aunque este empeño le enemistase con los políticos de la época. De este modo, aunque, gracias al arzobispo, la Corona Real había dispuesto que se dedicase parte del dinero de la Caja de Comunidad para hospitales y parroquias de indios, algún corregidor no se dio por enterado. Así, cuando Santo Toribio visitó Jauja en 1588, exigió a su corregidor Martín de Mendoza que cumpliese con lo prescrito y que el santo llamaba "sudor de los indios". Le dio 50 días de plazo y, aunque el corregidor se apoyó en la Audiencia, fue excomulgado por el Arzobispo.

"Las relaciones del Santo con el virrey Martín Enríquez Almansa (1581-3) fueron cordiales y de apoyo mutuo. Con el nuevo virrey Fernando de Torres y Portugal, Conde Villar don Pardo (1586-89) fueron discretas. El problema vino con el virrey García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete (1589-96), quien llega a difamarle ante el Rey, acusándole de no parar en la ciudad de Lima, de andar de continuo entre los indios comiéndoles la miseria que tienen y metiéndose en todas las cosas de patronazgo, entrometiéndose en todo lo que toca a los hospitales y fábricas de iglesias, hasta decir que: "todos le tienen por incapaz para este arzobispado y no acude como sería razón a las cosas del servicio de Vuestra Majestad". Termina por aconsejarle que se le llame a España a declarar.

La tensión se acentuó por el problema de la doctrina arzobispal de San Lázaro con la de Santiago del Cercado de los Jesuitas y por la creación del Seminario de Santo Toribio de Astorga, así como el supuesto memorial al Papa, del que Mogrovejo negó su autoría. Citado ante la Real Audiencia, presidida por el virrey, escuchó de pie el santo la tremenda filípica. Una vez terminada, el prelado se limitó a pronunciar dócil pero firme al mismo tiempo: "¡Enojado estaba nuestro rey ! ¡ Sea por amor de Dios! Satisfacémosle, satisfacémosle!"

Sus milagros

Si, como señala Benito Rodríguez (2009), "consideramos el milagro tal como lo define la Real Academia de la Lengua: "Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural", en torno a nuestro santo se han recogido más de un centenar. Muy abundante se muestra uno de los primeros seguidores del santo a quien le tocó en suerte comprobar al veracidad de los mismos para informar en el proceso de beatificación. En Zaña, la memoria de varios milagros está muy presente en sus habitantes. El del Humilladero hace referencia a una luz que salió de la capilla donde murió Santo Toribio y llegó hasta la Plaza Mayor de Zaña antigua. Entre los testigos estaba el esclavo José de la Selva (Testimonio de 3 de julio de 1705, día en que llegó a Zaña la reliquia del santo remitida por el arzobispo Liñán de Cisneros.). La curación del negro Francisco Curo en Zaña, quien padecía de una grave enfermedad (Testimonio de 1705).

Favoreció la creación de la ermita de Nuestra Señora de Copacabana para los indios del Cercado de Lima, siendo testigo el 28 de diciembre de 1591 junto con su provisor Antonio Valcázar, sacerdotes y fieles, de ver sudar milagrosamente a la imagen.

Otro de los milagros es el del agua, ubicado en el pueblo de Macate, departamento de Ancash. Cuentan las crónicas que el Santo "al ver que las buenas tierras se quedaron sin agua, rogó por los habitantes del lugar, e inspirado por Dios subió a una altura a media legua del pueblo. Allí, revestido de pontifical, golpeó cual otro Moisés con su báculo tres veces las rocas, y de ellas brotaron tres brazos de agua cristalina que hasta ahora da vida, verdor, lozanía a aquella región."  Márquez Zorrilla añade: "Este hecho no sólo está autenticado por una tradición constante en el pueblo, sino también porque en la festivdad de Santo Toribio, cada 27 de abril, se repite, en el mismo lugar del milagro, el gesto del Santo. Hay además en la iglesia de Macate una pintura que reproduce la escena, mandada pintar por el cura de Huaraz, Julián Morales".

También se habla de la curación instantánea de Juan de Godoy, a quien habían traspasado el pecho con una espada. Sirvió para la causa de beatificación."

Reconocimiento y vigencia.

No cabe duda que los 25 años de trabajo pastoral de Santo Toribio Mogrovejo fueron decisivos para la formación del Perú y la Iglesia de América. Así lo han entendido muchas personas e instituciones como veremos a continuación.

Los últimos Papas.

Juan Pablo II

En 1983 San Juan Pablo II lo proclamó Patrono del Episcopado latinoamericano. Con motivo de su visita al Perú en 1985, el Santo Padre propuso a Santo Toribio como modelo de obispo para la nueva evangelización por su santidad de vida, por su compromiso en la defensa de los derechos humanos de los indígenas, por su sintonía con la Iglesia de Roma y por su eclesiología de comunión.

"En Santo Toribio descubrimos el valeroso defensor o promotor de la dignidad de la persona. Él fue un auténtico precursor de la liberación cristiana en vuestro país. Él supo ser a la vez un respetuoso promotor de los valores culturales aborígenes, predicando en las lenguas nativas y haciendo publicar el primer libro en Sudamérica: el catecismo único en lengua española, quechua y aymara".  (En Lima, en 1985, a los obispos de la Conferencia Episcopal Peruana).

Benedicto XVI

Benedicto XVI, con motivo del cuarto centenario de su tránsito a la gloria en el 2006, destacó "su abnegada entrega a la edificación y consolidación de las comunidades eclesiales de su época. El profundo espíritu misionero de Santo Toribio se pone de manifiesto en algunos detalles significativos, como su esfuerzo por aprender diversas lenguas, con el fin de predicar personalmente a todos los que estaban encomendados a sus cuidados pastorales. Pero era también una muestra del respeto por la dignidad de toda persona humana, cualquiera que fuere su condición, en la que trataba de suscitar siempre la dicha de sentirse verdadero hijo de Dios".

Francisco

El actual Papa Francisco, cuando era arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio, en la IV Jornada Foro de Educación, recordó, a Santo Toribio de Mogrovejo, que "apostó mientras fue arzobispo de Lima, a comprender al pueblo yendo a cada rincón del territorio que llegaba hasta la capitanía de Chile".

Nuestros últimos Cardenales

El Cardenal Vargas Alzamora

Vargas Alzamora (1991) nos recuerda que en 1984, en la Conferencia Episcopal Latinoamericana cebrada en Santo Domingo, el Papa Juan Pablo II dijo: "En el seno de una sociedad propensa a ver los beneficios materiales que podía lograr con la esclavitud o explotación de los indios, surge la protesta inequívoca desde la conciencia crítica del Evangelio, que denuncia la inobservancia de las exigencias de dignidad y fraternidad humanas, fundadas en la creación y en la filiación divina de todos los hombres. ¡Cuántos no fueron los misioneros y obispos que lucharon por la justicia y contra los abusos de conquistadores y encomenderos".

"Uno de los capítulos de la Gesta Evangelizadora más importantes y aleccionadores para nosotros fue el protagonizado por un intrépido Obispo y Misionero: Santo Toribio de Mogrovejo. La vida y obra del segundo Arzobispo de Lima se desarrolla en pleno proceso de lo que la Conferencia Episcopal de Puebla llamó acertadamente "Evangelización constituyente"."

El mismo Papa Juan Pablo II llamaba a conmemorar el V Centenario del encuentro entre dos mundos iniciando una nueva evangelización. "Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión". En suma "una evangelización que continúe y complete la obra de los primeros evangelizadores".

Esta "Nueva Evangelización" debe inspirarse en el testimonio de innumerables misioneros, tanto religiosos como laicos que, junto a pastores como Santo Toribio, contribuyeron al surgimiento de los nuevos pueblos de América Latina predicando la Buena Nueva, denunciando las injusticias y promoviendo la dignidad de los hombres.

El Cardenal Juan Luis Cipriani

El 28 de julio de 2003 decía "Acudimos a la intercesión de nuestro venerado predecesor en el arzobispado de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, uno de los forjadores de la nacionalidad peruana –hombre que en el ejercicio apostólico y en la evangelización de la población andina no olvidó el respeto que merece la libertad de la persona humana- para que la justicia y la verdad, sin retórica ni prejuicios, presidan la vida peruana, y para que la lucha contra la pobreza sea un empeño veraz de todos los días".

El 28 de julio de 2004, nos recordaba su perenne vigencia: "Desde esta cátedra y desde este solar varias veces centenario, pienso una vez más en mi egregio predecesor Santo Toribio de Mogrovejo, quien recorrió buena parte del Perú, quien respetó la libertad del hombre andino en el proceso fecundo de cristianización, y quien muriera hace casi 400 años en el pueblo de Zaña, cuando se hallaba en una Semana Santa en plena visita pastoral. Él, en su santidad, y al lado de ella, sirvió a la educación de los peruanos, y fue un modelo de vida limpia y de fidelidad a los deberes de su consagración episcopal. Lo imagino y lo siento con nosotros, en estas horas en las cuales debemos reiterar nuestra creencia en el Perú, al igual que en el siglo XIX la proclamaron hermanos míos en el episcopado como Bartolomé Herrera o Manuel Tovar".

Opinión de algunos personajes.

Entresacamos la de quienes nos ha parecido que eran importantes, según Benito Rodríguez, y no habían sido citados antes:

En 1632, Feliciano de Vega, obispo de Popayán, del Consejo de SM, gobernador provisor y vicario general del Arzobispado, concluye los testimonios del proceso de beatificación: "que desde más tiempo de cuarenta años a esta parte conoció, trató y comunicó al Ilmo. Sr. D. Tam y que fue de esta ciudad, de buena memoria hasta que salió a la visita de este arzobispado y murió por el año de 1606 y que en todo aquel tiempo le tuvo por un gran Prelado de proceder y modo ejemplar en todas sus (acciones) y de tan gran pureza en su vida que comúnmente era tenido por un gran siervo de Nuestro Señor en tal manera que públicamente le apellidaban y llamaban Santo porque fue prelado manso, llano, humilde, amigo de la justicia y hombre de mucha caridad y amor de Dios y de los prójimos 1653: "Porque el Arzobispo es una rueda en movimiento continuo" (Antonio de León Pinelo, su primer biógrafo).

En 1906 Carlos García Irigoyen, arzobispo de Trujillo, cronista de las fiestas del III Centenario decía: "Purísima gloria de la Iglesia y gloria también de nuestra patria que santificó con sus virtudes pastorales y en cuyo cielo, a costa de sudores y fatigas sin cuento, hizo despuntar el sol de la cristiana civilización".

En 1942 Víctor Andrés Belaunde, en "Peruanidad" sostenía que "pocas veces un hombre estuvo más preparado moralmente y mejor apercibido para llevar a cabo un glorioso destino...Santo Toribio fue el paradigma del pastor ambulante".

En 1978 la Conferencia de Puebla, III CELAM: "Un obispo, Santo Toribio de Mogrovejo, es factor de primer orden en ese jalón fundamental de la Iglesia latinoamericana; por su libertad ante el Estado, su inteligencia y voluntad de servicio, es modelo e inspiración de pastores".

En 1987 Fernando Aliaga, de Serpaj-Chile, escribe "La figura de Santo Toribio refulge en Hispanoamérica por una santidad que, junto con ser fidelidad al papa y a la Iglesia, es la opción evangélica por el pobre y el oprimido".

En1993 José  Agustín de la Puente Candamo. Presidente de la Academia Nacional de Historia, Perú: "Uno de los grandes forjadores de la nacionalidad y el gran educador del hombre de la sociedad peruana".

En 1993 el antropólogo Luis Rocca: "El pueblo de Zaña tiene lazos profundos con Santo Toribio de Mogrovejo, quien pasó los últimos días de su vida en dicha ciudad. Fue protector de los pobres y defendió a negros e indios".

Santo Toribio de Mogrovejo patrono de la Misión Jubilar "Remar Mar Adentro"

En 2006 tuvo lugar la Misión "Remar Mar Adentro" cuyo patrono, paradigma, protector y padre fue Santo Toribio de Mogrovejo. Así lo dio a entender en su mensaje jubilar Mons. Juan Luis Cipriani quien expresaba la necesidad de "suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado". Para seguir las huellas de nuestros santos, dirá explícitamente: "La Gran Misión Jubilar de Lima busca fundamentalmente suscitar en el alma de cada uno de los fieles la decisión de seguir las huellas de nuestros santos y protectores, que con sus vidas y merecimientos santificaron nuestro suelo. Por eso hemos decidido que nuestro antecesor, Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima, sea patrono de esta Misión Jubilar".

Congreso Académico Internacional sobre Santo Toribio

Se llevó a cabo del 24 al 28 de abril de 2006 para conmemorar el IV Centenario de la muerte del santo. Fue un evento abierto que buscó suscitar atención y adhesión dentro y fuera de la Iglesia, sobre un personaje de especial impacto en la configuración y consolidación de la vida eclesial en la región, e incluso en el alumbramiento del Perú como sujeto histórico.

La organización del evento contó con la participación de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tuvo la presencia de obispos del país y de otros lugares, incluyendo invitados especiales como el arzobispo de Valladolid y el obispo de León, en atención a la patria de nacimiento y primeros años del santo. Lo inuaguraron SE. El Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne y el Cardenal de Santo Domingo Nicolás López Rodríguez, legado pontificio,quien leyó una carta de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, enviada para la ocasión.

En la clausura del Congreso, el Enviado Especial manifestó que una de las enseñanzas que debemos rescatar de Santo Toribio de Mogrovejo es su valentía de aceptar la voluntad del Señor con total disponibilidad y de entregarse al ejercicio de su ministerio sin reservas hasta el momento de su santa muerte: "He quedado muy impresionado con la polifacética personalidad de nuestro Santo y puedo asegurarles que, si bien conocía algo de su santa e intensa vida, es ahora cuando he podido conocerlo y quiero junto con ustedes dar gracias al Señor por haber regalado al Perú y a toda América tan Santo y egregio Pastor…Hoy, a cuatro siglos de su paso por este mundo, los esfuerzos del Santo Arzobispo se notan en cada templo y poblado del territorio peruano, donde la devoción a la Eucaristía y a la Virgen son los medios que acrecientan y alimentan su fe y esperanza y, sobre todo, lo que enciende sus corazones de caridad…Debe decirse en la celebración del IV Centenario de la muerte de Santo Toribio que su testimonio de vida, su santidad, sabiduría, celo apostólico, caridad y gobierno pastoral han dejado huellas imborrables en la historia eclesial del Perú y del Continente y que los llamados a ejercer el ministerio episcopal hoy en nuestra América Latina debemos estudiar y conocer mejor su ejemplar vida porque es mucho lo que nos puede enseñar".

IV Centenario de la muerte de Santo Toribio

La figura del segundo auténtico Santo Padre de América, va cobrando el puesto histórico que le corresponde. Tenemos la mejor prueba con motivo del IV Centenario de su muerte, celebrado el pasado 27 de abril del 2006, diez años atrás. Nuestra olvidadiza Lima, celebró por todo lo alto el IV Centenario de su muerte. La Universidad Nacional de San Marcos en la persona de su rector Dr. Manuel Burga conmemoró la incorporación del Santo como doctor honoris causa, el Presidente del Congreso, Marcial Ayaipoma, a nombre del Congreso de la República, condecoró a Santo Toribio de Mogrovejo con la con el grado de Gran Cruz en Grado Póstumo. Mientras que el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, entregó la medalla de la ciudad de Lima al Santo Arzobispo.

Uno de los frutos del IV Centenario fue la creación del Instituto de Estudios Toribianos en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima por decisión de su sucesor, S.E. Juan Luis Cipriani.

Reconocimiento de la Universidad de Compostela

Con motivo de la canonización en 1726, la Universidad de Compostela le dedicó, en la galería de retratos de académicos ilustres, un lienzo alegórico ubicado sobre la puerta de la capilla en el claustro bajo, con la siguiente leyenda (traducida del latín): "Toribio Alfonso Mogrovejo, viniendo como peregrino a Compostela, fue investido del grado de licenciado en Derecho Canónico en esta Universidad literaria, el 6 de octubre del año del Señor 1568. Por su sabiduría y piedad fue elevado a la Sede Arzobispal de Lima. Por bula del Papa Benedicto XIII, de 15 de diciembre de 1726, fue puesto en el número de los santos. ¡Oh feliz Universidad que diste hombre tan ilustre para honor de España.

Santo Toribio y Salamanca

Un recuerdo de su estancia salmantina es el altorrelieve conservado en uno de los patios del Museo de Salamanca, junto a la famosa estatua de Fray Luis de León. Es obra del célebre escultor Luis Salvador Carmona y se titula "Aparición de la Virgen y San Bernardo a Santo Toribio de Mogrovejo". Se representa la escena alusiva a un milagro atribuido a la vida del santo. Sucedió que al sentirse ingresar en la Orden Cisterciense y dedicarse a la vida contemplativa fue disuadido por el propio San Bernardo que le indujo a seguir en la vida activa. El santo, en hábito de Colegial, se halla arrodillado ante un fondo de librería que seguramente recuerda a la rica biblioteca heredada de su tío Juan de Mogrovejo, canónigo y catedrático de Coimbra. Aparece justo en el momento de recibir la beca de colegial de manos de la Virgen ayudada por un ángel en presencia de San Bernardo sentado sobre trono de nubes.

"La estrella convertida en sol"

Este título corresponde al libro de Francisco Echave y Assu (1688) "La estrella de Lima convertida en sol".

Benito Rodríguez (2009) narra que "el sucesor en la silla arzobispal, colegial también de San Salvador de Oviedo en Salamanca, natural de Castroverde de Campos (Zamora) y sobrino del santo, Pedro Villagómez, tuvo la suerte de tramitar la beatificación, para la que escribió una "Vida de Santo Toribio" en verso heroico. La primera biografía la escribe León Pinelo aprovechando el proceso seguido para la beatificación. Fue publicada en Madrid en 1653. Cinco años después, se imprimió el Interrogatorio o Memorial, luego salieron a luz en latín, en 1670, Roma y Padua, los libros de los agustinos Cipriano de Herrera, y Francisco de Macedo".

"En 1679 el Papa Inocencio XI lo beatifica el 28 de junio aunque la solemnidad se celebra el dos de julio. La revista "El Amigo del Clero" recoge una viva descripción del jubiloso momento en el que trabajó magnánimamente el maestreescuela Juan Francisco de Valladolid: " La vasta máquina del templo de San Pedro se vistió toda de damasco carmesí y de franjas de oro, habiéndose primero adornado su gran pórtico de preciosos brocados en que competían igualmente la variedad y la riqueza. Las grandiosas puertas de esta mayor basílica se mostraron aderezadas con singular primor y hermosura. Sobre las armas de su Beatitud y de la majestad Carlos II se descubría el retrato del bienaventurado Toribio en una gran tabla de valiente pincel y de figura esférica porque no saltase la esfera a los lucimientos deseados de esclarecido sol."

"La noticia no llegó a Lima hasta el 17 de abril de 1680. En cuanto las campanas voltearon para comunicar la noticia Lima se convirtió en una fiesta. Por coincidir con la Semana Santa -miércoles santo- hubo que postergarlo para 10 días después. De este modo el sábado 27 amaneció con las calles tapizadas de flores y el retumbar de campanas, clamor de clarines, trompetas y chirimías. Todos los tribunales, cuerpos colegiados, cabildos, órdenes religiosas, pueblo en general, presididos por el arzobispo virrey Melchor de Liñán y Cisneros y la Real Audiencia, se dieron cita para el magno acontecimiento. Comenzó con el "Te Deum Ludamus" al que siguió la misa solemne cantada por el deán del cabildo D. Juan Santoyo de Palma."

Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo

(Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo en Chiclayo)

La Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (USAT) fue fundada el 23 de marzo de 1996 por el obispo Ignacio María De Orbegozo y Goicoechea y el padre Dionisio Quiroz Tequén en Lambayeque, Perú, y puesta en funcionamiento por su sucesor, el obispo Jesús Moliné Labarta, el 19 de diciembre de 1998.

El antecedente inmediato para la fundación de USAT fue el Instituto Pedagógico Santo Toribio de Mogrovejo que estableció el Padre Quiroz y  que a sus 13 años de vida se consolidó académica y administrativamente, alcanzando particular aceptación e imagen en la comunidad regional. La resolución de autonomía universitaria fue otorgada por las autoridades del CONAFU en mayo de 2005.

Es una universidad de derecho privado, sin fines de lucro y de duración permanente al servicio de la comunidad. Su principal propósito es alcanzar una síntesis entre la fe y la cultura, que conduzca a la formación integral de las personas, y al desarrollo de la sociedad. En ese sentido, la universidad forma profesionales y personas que demuestran, en todo momento y en todo ámbito, respeto a la persona humana y a su libertad, con tolerancia y capacidad de diálogo; amor a la sabiduría, aprendiendo a compartir y enseñando con humildad; y pasión por la investigación, siendo contemplativos y profundos en su quehacer universitario.

Esta universidad lambayecana abre sus puertas a todos los que compartan sus fines y a quienes hagan suyos los principios que la inspiran.

Seminario de Santo Toribio

Frontis del Seminario

El Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo de Lima, fue fundado el 7 de diciembre de 1591 por el Arzobispo Toribio de Mogrovejo buscando instruir a los futuros sacerdotes de la Ciudad de los Reyes. De conformidad con los cánones de la época, se le dio el nombre del Santo cuyo nombre llevaba el fundador del colegio: "Colegio Seminario de Santo Toribio" por Santo Toribio de Astorga.

Inicialmente estuvo cerca del palacio Arzobispal y de la Catedral de Lima, y del que era local de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, con la que siempre mantuvo estrecha vinculación. En 1592 el Colegio obtuvo el patronato regio. Luego del terremoto 1655 se trasladó al costado del Hospital de San Bartolomé. Posteriormente el Seminario volvió a ocupar su espacio de origen, en la calle de Santo Toribio.

En 1813, el arzobispo Bartolomé de las Heras, deseando dar al Seminario la extensión de que carecía para contener cómodamente un mayor número de alumnos y establecer el mismo plan de estudios adoptado en el Colegio de San Carlos compró con sus propias rentas la casa inmediata al Seminario y amplió el edificio. Hacia mediados del siglo xix, el arzobispo Francisco Javier de Luna Pizarro realizó una reforma profunda del plan de estudios y del sistema de finanzas y trasladó el Seminario a los claustros de San Francisco Solano y de San Buenaventura, del convento de San Francisco. A mediados del siglo XX el Colegio Seminario pasó a su nuevo local del distrito de Pueblo Libre.

Instituto de Estudios Toribianos

(Escudo de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo)

Benito Rodríguez (2010) nos cuenta que "S.E. Cardenal Juan Luis CIPRIANI, sucesor de Santo Toribio en el arzobispado de Lima, en el marco de la clausura del Congreso con motivo del IV Centenario de la muerte del Santo, 27 de abril del 2006, anunció su "decisión el crear la Cátedra de Santo Toribio con sede en la Facultad de Teología de la Pontificia y Civil de Lima, con vocación de proyectarse e integrar en su labor a diferentes universidades de América Latina y de España. (Actas del Congreso Académico Internacional; Arzobispado de Lima, PUCP,Lima 2007)".

"La Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, por decisión unánime de su Consejo,  en abril del 2010, decidió la creación del Instituto de Estudios Toribianos cuyo objetivo fundamental es incentivar la investigación en torno al que es considerado "santo padre de la Iglesia de América", patrono del episcopado latinoamericano, forjador de la identidad continental americana. Los medios serán la organización de congresos, seminarios, cursos, conferencias, en torno a la vida, obra y misión del santo prelado, su contexto, así como su influjo en la nueva evangelización. Y la base del trabajo ha sido la creación de un centro documental que recoje el mayor número posible de fuentes de archivo y la bibliografía más competente. De igual manera, se apoya la edición y difusión de material que faciliten el estudio y promuevan la devoción del santo".

Patronazgos

Es patrono del Episcopado Hispanoamericano, de la Arquidiócesis de Lima, de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo, de las ciudades de Mayorga, Valladolid y Villaquejida (León) y del Escultismo.

La fiesta del Vítor en Mayorga

La Secretaría General de Turismo de España otorgó el título de Fiesta de interés Turístico Nacional a la celebración de "El Vítor" [26]  el 27 de junio del 2003.

Al ser proclamado santo universal Mayorga se llenó de luz, se estremeció y cantó alborozada. Esta ciudad reclamó para sí alguna Ermita

De Santo Toribio De Mogrovejo en Mayorga

reliquia de su cuerpo. El Cabildo Catedralicio de Lima realizó las gestiones y se la envió con gozo. La nueva reliquia consistió en un peroné montado verticalmente dentro de un relicario piramidal de cristal sobre monturas de plata. Sucedió en 1752, 26 años después de su canonización. Tras surcar las aguas del Pacífico y recorrer los 12.500 kms. de distancia, llegaron a la tierra castellanoleonesa un 27 de septiembre a las 11 de la noche. No tenemos pruebas documentales definitivas sobre la primera celebración del vítor. Aunque se da como fecha la de 1752, por la llegada de las reliquias, sin embargo no aparece documentado hasta 1775 en el Libro de cuentas del Archivo Parroquial. En el Libro de Actas de la Congregación folio 49, hay que esperar hasta 21-9-1828 para la que denominan "Función de la Santa Reliquia": En 21-9-1728 se hizo la función de la santa reliquia de nuestro santo por esta BC (Beata Congregación) por no haber habido mayordomo dijo la Misa por turno D.Jerónimo Fernández uno de los señores sacerdotes congregantes y predicó Fray Juan Pérez de Prado, religioso de San Francisco. y natural de esta villa y por verdad lo firmo como prioste dicho día, mes y año. Alberto Revaque. Es lo que parece recoger el primer Libro de Actas cuando al hablar de la "Función de la Santa Reliquia" el 26 de septiembre de 1852 afirma con rotundidad: "La venerable congregación de Santo Toribio Alfonso Mogrovejo natural de esta villa de Mayorga celebró el aniversario de la entrada en la misma de la Santa Reliquia de su glorioso patrono y paisano verificada a mediados del siglo pasado con vísperas, misa solemne, completas y procesión. Dijo la misa D. Santiago Santerbas por el hermano seglar Toribio Casilla, predicó el Padre Jacobo Fonseca, exclaustrado de la orden de San Bernardo y natural de Villacid. Fdo. Santiago Santebajo".

La tradición no se ha interrumpido y año tras año se saca el vítor, la reliquia y en festiva procesión se pasea por el pueblo, para que lo bendiga de nuevo, para darle la enhorabuena.

Comienzan los actos con la Misa mayor, a las 12 del mediodía, en la ermita. A continuación, los congregantes de Santo Toribio -fundados en 1733-, personalidades ilustres, mayorganos visitantes se dirigen al Ayuntamiento, que tradicionalmente - por su voto de la villa de atender a todos los menesteres de la fiesta- invita a todos a celebrar la fiesta con un fraternal aperitivo.

 A las cinco de la tarde sale la procesión por todo el pueblo. Las calles de la villa sienten de nuevo el paso benéfico de la imagen del mayorgano más ilustre. Quizá no marchan tan bien formados como antaño, pero el santo da cohesión y unidad a todos, pequeños y grandes, los de dentro y los de fuera, rompiendo todas las fronteras. La comitiva se dirige hasta la Iglesia de las Dominicas, convento seis veces centenario donde vivió María Coco - hermana del santo - y donde se canta un himno propio por parte de las Religiosas Dominicas y el habitual por todo el pueblo.

Todos los vecinos, amigos y curiosos marchan a cenar y se preparan para la fiesta del vítor. La vestimenta se compone de la ropa más "vieja" y desusada, o un mono, acompañada del sombrero con el ala más abierta y guantes. Hay que prevenirse bien para evitar las previsibles manchas al caer la pez prendida. La muchedumbre que participa en la procesión se concentra en la explanada de la ermita.        

A las 10.30, los cohetes disparados al aire y el repique alborozado de las campanas dan la salida a la "maravillosa y grandiosa procesión cívica del Vítor que con su optimismo y originalidad recorre el tradicional itinerario del pueblo. Los niños van en primera fila y luego el resto, al final el vítor escoltado por las insignias.

Himno de Mayorga a Santo Toribio

Brillante sol de América del Sur,

Mayorga fue la cuna de tu luz,

dos mundos pues tu lumbre recorrió,

la misma fe que fulguró en la cruz.

Ángel de paz, nacido en nuestro suelo,

tu corazón, es nuestro corazón,

la sangre real, que corre por tus venas,

aquí brotó mágico raudal (BIS).

Toribio, singular, pastor celoso de tu grey.

Las almas al salvar,

en nombre vas de Cristo Rey.

América te vio cruzar su basta inmensidad,

y al eco de tu voz,

un nuevo mundo vio la paz.

Vuelve ya tu hermoso corazón,

a este pueblo que te dio la vida,

y te implora con tu fe rendida,

tu amorosa y santa bendición (BIS).

Santo Toribio y el dragón

El prestigioso grupo musical Takillakta logra una acabada canción en que se armoniza la música andina con una letra de profundo mensaje, creación de Martín Scheuch, titulada Santo Toribio y el dragón:

Ídolos de arcilla rugían en la espuma

su lumbre es la bruma

mi pluma   acunaba un dios y otro dios

Tierra de la luna sin nombre todavía

se bautizaría bajo un Nuevo Sol

Cuando por la pampa fluyente de los mares

llegaron las naves cargadas de pasión

su misión bordada en las velas flameantes

la cruz tremolante fue mi liberación

Evangelizando, Evangelio abanderando,

nunca rezagando la estocada al gran caimán

siempre enarbolando la verdad que está matando

al dragón nefando que asolaba la heredad.

Fue tal epopeya como el ser humano

entramado de sombra y de luz,

sueña la centella que destella en mi verano

con el Arzobispo del Sur...

Santo Toribio, caballero de los Andes,

heraldo andante de la Evangelización

protector, el defensor de los humildes,

de los que gimen bajo el yugo del dragón.

Como fauces de una serpiente emplumada

apretaba el diente

el cauce que arreciaba muerte en caudal

Hasta que insurgente contra la bestia armada

otro Cristo andaba con vara episcopal

Vuela como el cóndor arrullando las alturas,

besa la blancura de la nieve virginal,

su cabalgadura pisando con premura

la estatura muda del Ande colosal.

Evangelizando...

Fue su mano alzada fecunda en bendiciones

su cayado fue el del Buen Pastor,

fue su lengua fuego que incendiaba las razones,

su mirada alejaba el temor...

Santo Toribio...

 

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[1] El Consejo de Indias fue creado en 1523 por Carlos I. Se encargo del gobierno de América, tenía su sede en Madrid y tuvo un gran poder hasta el siglo XVIII cuando se aplicaron las reformas borbónicas.

[2] Allí se había trasladado su familia, cuya casa solariega se ubicaba en una aldehuela denominada Mogrovejo, sita en las estribaciones de los montes de Asturias, los llamados Picos de Europa. Fue en dichos montes donde se inició la gloriosa Reconquista de España, hasta entonces en poder de los moros. Sus padres eran de familia noble, lo que dejaría una impronta indeleble en el modo de ser del joven Toribio, el tercero de cinco hermanos.

[3] Mariana de Guzmán Quiñones, sobrina del santo, nos proporcionará valiosos datos sobre la infancia de su tío cuando le toca informar en el proceso de beatificación, a la edad de 80 años. Esta anécdota deliciosa la "oyó decir a su madre muchas veces, siendo el dicho siervo de Dios de 9 a 10 años, a persuasión de los muchachos de la vecindad de su casa, salió una sola noche a jugar con ellos a la plaza a la luna". Parece ser que los traviesos mozalbetes vieron a unas vendedoras con canastas de comida "arrebatándoles todo lo que de ellas pudieran" por lo que, indignadas las plazeras, comenzaron a maldecir, escandalizando al inocente Toribio, el cual ni corto ni perezoso amonestó a las mujeres y les rogó que cesasen en sus imprecaciones pues ofendían a Dios, que valorasen las pérdidas y él iría a su casa para resarcir todo lo hurtado por sus compañeros. Tal como se lo dijo, con la ayuda de su madre, lo hizo, "y de allí en adelante nunca jamás quiso salir a jugar a la luna con aquellos ni otros muchachos".

[4] Sáenz (2005) dice que Valladolid era la "ciudad histórica, que había sido varias veces sede de la corte de Castilla y capital del Imperio, cuna de Felipe II y lugar de su coronación, ciudad que acogió a Hernán Cortés para que diese a conocer el mundo azteca, foro de la polémica entre Las Casas y Sepúlveda, lugar de promulgación de las Leyes Nuevas, asiento del Consejo de Indias... En dicha ciudad, corazón del mundo hispano, donde por aquellos años se encontraba Felipe II, quien tenía apenas 25 años y allí permanecería hasta el traslado definitivo de la corte a Madrid, residió Toribio durante una década. No hacía cincuenta años que en la iglesia de San Francisco habían sido inhumados los restos de Colón, cuya casa se encontraba en aquella ciudad. Podríase decir que la tierra americana palpitaba en Valladolid, siendo la ciudad entera latido y pulso del emprendimiento glorioso de las Indias. Si en Sevilla se embarcaban las expediciones, Valladolid las preparaba y equipaba. Ningún sitio, pues, más sugerente para suscitar la llamada de las Indias". Además eran años cruciales, pletóricos de acontecimientos: las sesiones del Concilio de Trento, el nacimiento de Cervantes, el primer concilio de Lima, la muerte de San Ignacio, la coronación de Felipe como rey. Ya desde entonces comenzaron a manifestarse los quilates del alma de Toribio, un verdadero ejemplo para sus compañeros de estudios, a quienes no vacilaba en decirles, según ellos mismos nos relatan: «No ofendáis a tan gran Señor [a Dios], reventar y no hacer un pecado venial».

[5] El mismo Sáenz añade que "Salamanca era una ciudad espléndida, y lo sigue siendo hoy. A juicio de Cervantes, «enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado». Los años que allí pasó Toribio, de 1562 a 1571, fueron también años preñados de acontecimientos. Durante esa década nació Lope de Vega, se clausuró el Concilio de Trento, se realizó la reforma de San Carlos Borromeo en Milán, gobernó como Papa San Pío V, se publicó el Catecismo del Concilio de Trento, murió fray Bartolomé de Las Casas...  En lo que toca a la misma Salamanca, cuando a ella llegó Toribio, enseñaban allí grandes profesores, como los padres Domingo de Soto y Melchor Cano, habiendo transcurrido tan sólo dieciséis años desde la muerte de su egregio maestro, el P. Francisco de Vitoria. Asimismo ejercía la docencia por aquellos tiempos el célebre fray Luis de León. No cabe duda que el nivel cultural era elevadísimo, como si buena parte del Siglo de Oro se hubiera refugiado en aquella ciudad".

[6] Sáenz nuevamente nos dice que "durante el transcurso del viaje ocurrió un hecho pintoresco, que de algún modo adelanta la actitud pastoral que luego lo caracterizaría. Cerca ya de Santiago, entraron a rezar en la iglesia de un pueblo. Como ambos estaban vestidos de manera humilde, una esclava negra, que se encontraba esperando en la puerta la salida de sus amos, peregrinos también, al ver a los dos jóvenes sacó del bolso un maravedí y se los dio de limosna. Toribio declinó amablemente el obsequio: «Dios os lo pague, señora, que aquí llevamos para pasar nuestra romería». La pobre mujer, creyendo que no le aceptaban su limosna por demasiado insignificante, insistió: «Hermanos romeros, perdonadme, que no tenía más que este cuarto, y así no os di más; el conde, mi señor, está ahí dentro, oyendo misa, pedidle que os dará un real o medio». Los dos estudiantes, que eran de noble linaje, besaron conmovidos el maravedí y se lo devolvieron.

 

[7] Convocó los dos primeros concilios limenses; en el primero se reglamentó el funcionamiento de las doctrinas; en el segundo se fijó en 400 indios casados el número máximo de cada doctrinero. La aplicación de las disposiciones tridentinas sobre la organización parroquial supuso un gran avance para la iglesia peruana, al desaparecer la primitiva división en repartimientos y encomiendas. Se crearon parroquias de indios atendidas por curas que conocían la lengua nativa de sus feligreses. Cuzco llegó a tener seis y Lima tres.

[8] Gracias a la influencia de buenos amigos como Diego de Zúñiga y sobre todo al matrimonio Francisco de Quiñones y Grimanesa, terminó aceptando, viendo en ello la voluntad del Cielo. Así lo declaró su sobrina Mariana de Guzmán: "Y en especial sus hermanos le persuadieron a que lo aceptase, y le reconvenían diciendo que si deseaba ser mártir (que así siempre lo decía)...aquélla era buena ocasión de serlo; y que así aceptase el dicho oficio. Con que por este fin aceptó...y por echar de ver que convenía para exaltación de la Iglesia y conversión de los indios infieles de este Reino y para la salud de las almas de ellos". Toribio escribió al Papa, el 15 de abril de 1580: "Si bien es un peso que supera mis fuerzas, temible aun para los ángeles, y a pesar de verme indigno de tan alto cargo, no he diferido más el aceptarlo, confiado en el Señor y arrojando en él todas mis inquietudes".

 

[9] "En un viaje relámpago se traslada para despedirse de su familia. Allá estaban su madre y su hermana María Coco, monja en el convento de las MM. Dominicas de san Pedro Mártir de Mayorga, y a recoger a su hermana Grimanesa con su esposo Francisco de Quiñones y sus tres hijos. Le acompaña también, su paje y fiel escudero, Sancho de Ávila, tal como nos lo cuenta en el proceso de beatificación: "al cual recibió por paje y le dio escuela y estudio y anduvo con él por todo el Reino de España. Toribio viviría -por última vez en su patria natal- días de intimidad familiar, al calor del hogar. Parece ser que el santo quiso llevarse a toda su familia, incluida su madre y su hermana religiosa con quien tenía una intimidad especial. Habían fallecido su padre (1568) y sus hermanos Luis y Lupercio; doña Ana vivió sola en Mayorga su viudedad, arropada por la compañía espiritual de su hija sor María Coco.

[10] Si bien Santo Toribio no se contó entre los primeros españoles que pisaron tierra incaica, sí lo estuvo uno de sus parientes, el capitán Juan de Mogrovejo, primo carnal de su padre, quien acompañó a Pizarro en Cajamarca y en la fundación de Lima. Al itinerario de su tío se referiría luego Toribio en carta al Rey, donde le recomendaba a su cuñado Francisco de Quiñones: «Tuvo asimismo en este Reino un hermano de su madre y tío que fue de los de Cajamarca y vecino de esta ciudad [Lima] y en la ocasión del levantamiento general de los indios, fue con la gente de esta ciudad al socorro del Cuzco, y llegado a la provincia de Jauja castigó a los indios que allí parecieron estar alzados y prosiguiendo su viaje en paso estrecho le tiraron los indios una galga y le mataron y comieron».

[11] Lima era una ciudad capital que en lo cultural no tenía que envidiar a nadie. Sáenz escribe que hacía poco que los dominicos, con el apoyo del obispo Jerónimo de Loaysa y del virrey Toledo, habían fundado la Universidad de San Marcos, abierta a españoles, indios y mestizos, en edificio propio e independiente, a imagen de la Universidad de Salamanca, gozando de sus mismos privilegios y exenciones, con facultades de Leyes, Teología y Artes, más una cátedra de lengua indígena. Luego Toribio, tan conocedor del mundo universitario, erigiría el Colegio Mayor de San Felipe, siguiendo el modelo de los Colegios Mayores salmantinos.

 

[12] El Decimonono Concilio Ecuménico se inauguró en Trento el 13 de diciembre de 1545, y se clausuró allí el 4 de diciembre de 1563. Su objetivo principal fue la determinación definitiva de las doctrinas de la Iglesia en respuesta a las herejías de los protestantes; un objetivo ulterior fue la ejecución de una reforma a fondo de la vida interior de la Iglesia, erradicando numerosos abusos que se habían desarrollado en ella. Inicialmente Carlos V y Clemente VII se reunieron en Bolonia en 1530 y el Papa estuvo de acuerdo en convocar un concilio, si era necesario. El cardenal legado Lorenzo Campeggio se oponía al concilio convencido de que los protestantes no eran honestos al solicitarlo. A pesar de ello, los príncipes católicos alemanes, especialmente los duques de Baviera favorecían el concilio como el mejor modo de vencer los males que la Iglesia estaba padeciendo. Carlos nunca vaciló en su determinación de que se efectuara el concilio tan pronto como hubiera un período de paz general en la cristiandad. El emperador y Francisco I fueron invitados a enviar a los cardenales de sus países a Roma de modo que el Colegio de Cardenales pudiese discutir el asunto del concilio. Giovanni Morone trabajaba en Alemania como legado para el concilio y el Papa estuvo de acuerdo en celebrarlo en Trento. Tras otras consultas con Roma, Paulo III convocó el 22 de mayo de 1542 un concilio ecuménico que se reuniría en Trento el 1 de noviembre del mismo año. Finalmente el 19 de noviembre de 1544, se promulgó la bula "Laetare Hierusalem" con la que se convocaba de nuevo el concilio en Trento para el 15 de marzo de 1545. El Concilio Ecuménico de Trento ha demostrado ser de la mayor importancia para el desarrollo de la vida interior de la Iglesia. Ningún concilio ha desarrollado sus tareas en circunstancias más difíciles y ninguno ha tenido que decidir tantas cuestiones de la mayor importancia. La asamblea demostró al mundo que a pesar de la repetida apostasía en la vida de la Iglesia, había aún abundancia de fuerza religiosa y de fiel defensa de los principios inmutables del cristianismo. Aunque desafortunadamente el concilio, sin que los padres reunidos fueran culpables, no fue capaz de curar las diferencias religiosas de Europa occidental, sin embargo la verdad divina infalible fue claramente proclamada en oposición a las falsas doctrinas de su tiempo y de esta forma se pusieron unos firmes fundamentos para vencer la herejía, así como para ejecutar una genuina reforma interna de la Iglesia.

 

[13] Benito Rodríguez (2009) relata que la Real Universidad de la Ciudad de los Reyes fue creada en mayo de 1551 a imagen de la de Salamanca, concediéndole en 1588 sus mismos privilegios y exenciones. Por una carta del Prelado desde Los Andajes, 13 de marzo de 1589, en respuesta a una Real Cédula de Felipe II, se constata su preciso seguimiento de la Universidad. Le parece que la Facultad de gramática está bien dotada con las tres cátedras de menores, medianos y mayores, y por disponer del Colegio de la Compañía de Jesús. La de artes estaría necesitada de una cátedra con el fin de dar abasto en los tres años preparatorios de la Teología, que "es la orden, que si bien me acuerdo, se tiene y guarda en Salamanca". La facultad de Teología dispone de cuatro cátedras: Prima, Sagrada Escritura, Vísperas y Casos de Conciencia, que le parecen suficientes si se complementan con los colegios de la Compañía y de Santo Domingo. La mayor necesidad la representa la Facultad de Cánones y Leyes, pues sólo ha habido dos de Prima con título de vísperas y necesitaría otras tres cátedras más con el fin de que "se leyesen de ordinario seis lecciones, que es una menos de las que los estudiantes curiosos y diligentes suelen oír en Salamanca". Acerca de los salarios cree suficiente con mil pesos ensayados las de prima, quinientos las de víspera y cuatrocientos las dos menores. Una nota muy humana cierra su informe: "como son personas legas las que han de regir estas cátedras y por la mayor parte casados y gente de familia, tienen necesidad de más ayuda".  

[14] El Tercer Concilio Limense, en 1582, determinó la fundación del Seminario asignando para ello el 3% de los diezmos y beneficios eclesiásticos. Todo iba viento en popa hasta que el virrey pretextó que se violaba el Real Patronato. A los dos meses de fundado, ante esta intromisión el Arzobispo, cerró el seminario y denunció el hecho ante la Audiencia. El rey Felipe II desautorizó al virrey enviándole la presente Real Cédula el 15 de mayo de 1592: "Le ordeno que deje el gobierno y la administración del seminario a disposición del arzobispo, así como la elección de los alumnos, conforme a lo estipulado por el Concilio de Trento y por el que tuvo lugar en la villa de Lima el año 1583". El santo, aparte de haber comprado el terreno de su propio peculio, colaboró plenamente con sus rentas arzobispales en la construcción del seminario. Como primer rector se nombró al joven sacerdote de 25 años, Fernando de Guzmán, limeño y bachiller en Teología en la Facultad de la Ciudad del Rímac, que se desempeñaría en el cargo a lo largo de 40 años. Del Seminario saldrán ejemplares sacerdotes que, formados en la brega pastoral y en contacto personal con el arzobispo, accederán a los puestos claves de la organización eclesiástica peruana e, incluso, más allá de los límites del virreinato.

[15] Zaña es un microcosmos con gente de cuatro continentes: los americanos autóctonos, los europeos desde 1492 y actualmente los africanos llevados como esclavos a las plantaciones de la caña de azúcar y los chinos desde el S.XIX. Especialmente los negros profesan un gran cariño por Santo Toribio. Lo corroboran los estudios del sociólogo y antropólogo Luis Rocca: "Santo Toribio es un símbolo para Zaña. Sus pobladores expresan su amor en sus poemas, canciones, décimas y relatos. Luchó denodadamente por la liberación de los negros con medidas muy concretas: quitó la "carimba" (marca con hierro candente), se opuso a la separación de la pareja por motivos laborales... Entre las tradiciones que perviven en Zaña destaca la celebración de la fiesta de cada 27 de abril con diversas actividades religiosas, culturales y deportivas.

[16] Se dice que dio como recompensa al buen médico lo único que le quedaba, su mula, y recuerda a sus acompañantes el compromiso de honor con su cuñado y limosnero Francisco de Quiñones de repartir entre los pobres lo que se obtenga de la venta de sus vestiduras litúrgicas.

[17] Cabildo: eran los gobiernos locales, los ayuntamientos o municipios. En la ciudad de  Lima fue establecido el 18 de enero de 1535 y tuvo como primer alcalde a Nicolás de Rivera "el Viejo". Entre los miembros del cabildo tenemos a los Regidores, al Procurador, el Alguacil Mayor, el Alcalde de la Santa Hermandad. Cuando el Cabildo sesionaba con todos los vecinos era llamado Cabildo Abierto.

[18] Curiosamente sobre la catedral, en 1589 Mogrovejo escribía al Rey diciéndole que "no se ha puesto piedra en ella y los cimientos de media iglesia...están a medio estado de mucho tiempo a esta parte". Fue Mogrovejo muy celoso del decoro de la Catedral como lo demuestran sus desvelos por mejorar su fábrica y las visitas de inventario realizadas. Nos lo demuestra un documento forrado en pergamino, mandado comprar por el santo, y que se titula "Inventarios de esta Santa Iglesia de 1604 hasta 1852". La razón es patente: "habiendo su señoría visto el inventario de ellos y la poca claridad con que se habían puesto, mandó se comprase este libro donde de nuevo se asentasen y pongan con más distinción, y así resumidos los dichos bienes de los demás inventarios de ellos, su señoría mandó hacer el inventario siguiente, por el cual de aquí en adelante, se haya de tomar y tome cuenta, y se visiten los dichos bienes y ornamentos". Sin embargo, sólo en 1625 se pudo inaugurar el nuevo templo.

[19] Algunos historiadores afirman que su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.

[20] Es un quiste o tumor subcutáneo, debido a la dilatación de un folículo mucoso o sebáceo por la acumulación en su cavidad del producto de la secreción. Se desarrollan sobre todo en la cara, cabeza, espaldas, labios, las manos, la vulva y el prepucio.  La membrana del quiste es gruesa y resistente; está formada por un tejido semejante a la dermis; la cara externa de esta membrana se une débilmente a los tejidos vecinos. Su contenido varía mucho.

 

[21] Los abencerrajes fue una familia musulmana oriunda de Granada.​ de origen norteafricano del Reino de Granada gobernado por los nazaríes: los Banu (literalmente, 'hijos del talabartero').Durante el siglo XV destacó políticamente y rivalizó por el poder con los cegríes en luchas civiles que provocaron el debilitamiento del reino nazarí. Los Abencerrajes fueron muy importantes en la vida política granadina del siglo XV y participaron en las diversas revueltas sociopolíticas que tuvieron lugar en ese periodo clave, contribuyendo a desencadenar la guerra civil que debilitó al reino nazarí y condujo al fin del dominio musulmán con la Guerra de Granada. Sublevados en Málaga en 1469, en tiempos del sultán Muley Hacén, los abencerrajes fueron duramente reprimidos, lo que empujó a muchos de ellos a huir desde 1473 a tierras de Castilla.

 

[22] Las traducciones se debieron al Padre Blas Valera, experto en quechua y al Padre Bartolomé de Santiago, experto en aymara. Se titula Doctrina cristiana y catecismo para instrucción de indios, resultando ser el primer libro impreso en Perú y por el que se instruirán españoles, mestizos, indios y negros de América.

 

[23] Enrique Domingo Dussel Ambrosini nació el  24 de diciembre de 1934, en el departamento de La PazProvincia de MendozaArgentina. Se naturalizó mexicano. Es un académicofilósofohistoriador y teólogo.​ Fue rector interino de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.E reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política, la Filosofía latinoamericana y en particular por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la liberación, corriente de pensamiento de la que es uno de los arquitectos. Ha mantenido diálogo con filósofos como Karl-Otto ApelGianni VattimoJürgen HabermasRichard RortyEmmanuel Lévinas y Adela Cortina. Su vasto conocimiento en Filosofía, Política, Historia y Religión, plasmado en más de 50 libros y más de 400 artículos –muchos de ellos traducidos en más de seis idiomas–, lo convierte en uno de los más prestigiados pensadores filosóficos del siglo XX, que ha contribuido en la construcción de una filosofía comprometida. Ha sido crítico de la modernidad apelando a un "nuevo" momento denominado transmodernidad. También ha sido crítico del helenocentrismo, del eurocentrismo y del occidentalismo. Defiende la postura filosófica que ha sido denominada bajo el rótulo de "giro descolonizador" o "giro descolonial".

[24] El término fue usado en América colonial para describir a los esclavos que escapaban de su cautiverio. En Cuba, Jamaica, Panamá y algunos países sudamericanos (Colombia, Venezuela, etc.) el término cimarrón está asociado con los esclavos negros fugitivos que llevaban una vida de libertad en rincones apartados de los centros urbanos, o creaban pequeñas cabañas en medio de la selva evitando a toda costa ser descubiertos.

[25] El virrey Marqués de Cañete le dio el apelativo de "rueda en continuo movimiento". Nos recuerda al que le dieran por las mismas calendas a Teresa de Jesús "fémina inquieta y andariega". Le servirán al prelado para mantener un contacto directo con los sacerdotes y sus fieles; a nosotros nos aporta valiosísimos datos para una radiografía del Perú: censos de población, tipos de cultivos y ganados, condición y calidad de los doctrineros, comportamiento de los corregidores, trato recibido por los indios, situación y distancia de los caminos, condiciones meteorológicas, menú de los acompañantes del obispo, estudio etnográfico, estado del proceso evangelizador...

[26] La Universidad de Salamanca otorgaba el vítor, el símbolo de vencedor, a sus doctores. El clásico historiador salmantino M. Villar recoge esta popular tradición: "No sólo se trazaban los vítores en las paredes de la universidad, sino principalmente en los muros de las casas, colegios o conventos que habitaban los agraciados ya con algún título académico, ya con la propiedad de una cátedra; expresando el vítor el nombre del catedrático, la cátedra obtenida y a veces el año; aún existen muchos vítores, conservándose legibles los letreros de colorado almagre. La palabra vítor, se halla escrita casi siempre en abreviatura, acompañada en muchas ocasiones de una palma y una espada. También se escribían los vítores en tarjetones que los estudiantes paseaban a modo de estandarte, por plazas y calles".

 

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