martes, abril 30, 2013

HOMILÍA DEL SUCESOR DE SANTO TORIBIO EN SU FIESTA

Homilía en Solemnidad de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo PDF Imprimir E-mail

Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani
Solemnidad de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo
Sábado, 27 de abril de 2013
Basílica Catedral de Lima


Muy queridos hermanos Obispos, 

Miembros de las diferentes comunidades,
Sacerdotes concelebrantes,

Hermanos todo en Cristo Jesús.

Hoy nos hemos reunido en esta Basílica Catedral, para celebrar la solemnidad del segundo arzobispo de Lima, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano. 

Es una circunstancia muy especial, en la que por primera vez en la historia de la Iglesia, el Romano Pontífice, el Papa Francisco, procede a este continente. Él nos decía el domingo pasado: "Que vuestras enseñanza sean alimento para el pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estimulo para los discípulos de Jesucristo, a fin de que con su palabra y ejemplo se vaya edificando la casa de Dios que es la Iglesia".

El Santo Arzobispo, Toribio Alfonso de Mogrovejo, moldeó la Iglesia en Latinoamérica desde sus inicios, por ello hoy celebramos con emoción esta solemnidad, contemplamos su reliquia, porque la vida de este gran santo, misionero y pastor, fue realmente un regalo de Dios para que la semilla de la fe católica prendiera en el alma de nuestros pueblos indígenas, para que formara una nueva cultura mestiza, en la que la religión católica esté en el centro de nuestra identidad. 

Y ¿qué fue lo que hizo de este hombre una persona tan importante en la Iglesia universal?, ¿qué es lo que realmente hace a Santo Toribio un hombre misionero, pastor y ejemplar?, pues ya lo sabemos, su profundo afán de santidad.

Como hemos leído en la epístola a los Corintios: "Que la gente vea en nosotros servidores de Cristo, administradores de los misterios de Dios". Santo Toribio fue ese servidor de Cristo, ese buen pastor, ese hombre fiel que supo enseñar, santificar y guiar a los fieles con trabajo generoso e incasable, totalmente entregado a Cristo y a los hombres. Con un afán misionero que surgía de manera fuerte, de una profunda vida de piedad.

Ahí está el secreto de la Iglesia. La gran luz y la gran fuerza que ilumina y da fruto es la unión con Cristo. El que nos compensamos de esa amistad con Cristo, surge una manera de ser, de hablar, de trabajar y es Él quien deja la huella y hace que el fruto surja y permanezca.

Por eso hoy al recordarlo también queremos recordar estas palabras de Benedicto XVI: "Se comienza a ser cristiano por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, Cristo. Únicamente donde se vea a Dios, comienza realmente la vida, solo cuando encontramos en Cristo, al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. La santidad, esa palabra que se repite tanto y que se corre el riesgo de acostumbrarnos.

Si Cristo entra en mi alma, si yo lo dejo entrar para que ilumine mis pensamientos, le de fuerza a mis obras, me adorne con su amor, con su caridad y su cariño, pues Cristo seguirá siendo ese buen pastor que busca como en Santo Toribio: "Déjame entrar a tu vida para poseerla y así me llevas a muchos sitios", este es el juego de la gracia divina, de ese Cristo que toca la puerta de nuestras almas, esa es la respuesta libre de nuestra personal capacidad.

Cuando se encuentra Dios con cada uno de nosotros, lo dejamos entrar y somos humildes, empieza luminosa la vida de un santo. Aprendamos de Santo Toribio, esa obra inmensa que hizo por todo el territorio americano. Que hasta el día de hoy sigue iluminando la Iglesia en América Latina, porque se propuso ser santo, de su profunda amistad con Cristo saco las fuerzas para realizar con valentía y entusiasmo la gran obra de la evangelización de América.

Qué sería de nosotros obispos, sacerdotes, religiosos si no conociéramos bien la vida de Santo Toribio, para seguir sus huellas. No hay explicación humana para decir cómo pudo recorrer este territorio inmenso, cómo pudo comunicarse con todos, organizar la vida de la Iglesia, creó el seminario; las normas de la catequesis, las celebraciones litúrgicas. Tantas obras suyas que con el tiempo fueron creciendo. Ahí está la diferencia, las obras humanas pueden tener mucha luz y ruido, pero se marchitan rápido. Las obras de Dios pueden ser silenciosas y llenas de luz pero que con el tiempo crece.

Por eso, Santo Toribio de esa santidad hizo una tarea misionera, estas palabras del evangelio de San Mateo: "ir y hacer discípulos en todos los pueblos, bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que nos ha mandado Cristo". Esas visitas a todo el territorio, ese desvelo para preparar bien a los sacramentos. No era un líder, era un hombre de Dios. La gente iba detrás de su amor, de su ejemplo y de su entrega sacrificada, no iban detrás de un líder, no iba con fuegos artificiales, iba caminando, pasando muchas penumbras. Por eso en nuestro corazón, con el propósito de conocerlo, de pedirle que nos ayude y también con una profunda gratitud.

Santo Toribio marca la Iglesia de Lima, la Iglesia en el Perú y América Latina. El emprendió una verdadera cruzada de defensa y promoción de la dignidad humana sin ideologías. El buscaba cada alma para llevarle a Cristo. Para bautizarlo, para llevarles un pedazo de pan, para consolarlos en su soledad, nada más ni nada menos. ¿De dónde sacaba las fuerzas?, de sus momentos de oración.

¿Y por qué la gente lo seguía con tanta emoción?, porque iba con Cristo dejando la semilla. No era él, era Cristo. Por eso la grandeza de su tarea misionera, atender a cada habitante sin ver el color de la piel, ni el nivel social, él buscaba convertirlos en hijos de Dios a través del Bautismo. 

En una ocasión se dirige al Papa Clemente VIII y le comentaba en una carta en la que dice: "Voy conociendo, apacentando a mis ovejas. Voy corrigiendo, remediando lo que ha aparecido convenir, predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles; y confirmando muchos números de gente, caminando más de 5 mil y 20 mil leguas, muchas veces a pie, rompiendo con todas las dificultades, careciendo yo y mi familia de cama y comida". Con que sencillez le dice al Papa cómo está trabajando.

Por eso, ese desprendimiento de Santo Toribio con los más necesitados, ese afán misionero, no necesitaba dinero, iba con Dios. Como dice el Papa Francisco "un pastor con olor a oveja", pues ahí tenemos hace más de 400 años a un Pastor que buscaba a sus ovejas, que no tenía ni mañana ni noche, estaba permanentemente en esa tarea evangelizadora, sin tanta organización, entregado a los demás. Este fervor es lo que le pedimos a Santo Toribio, tenemos a Jesús para poder llevarlo a varios rincones.

También compartía el dolor de sus días. En cierta ocasión se despojó de una camisa recién estrenada para dársela a un sacerdote pobre, y ante la represión de su hermana le contestó: "le hemos dado a un pobre de Cristo". Cuántas veces repetía: "no se cansen de ser misericordiosos". Como dice el Papa Francisco: "no sientan vergüenza de mostrar ternura". Cuantas cosas vienen a nuestra memoria.

Qué ocasión más buena para que nosotros sacerdotes, miembros de la vida religiosa, gente que participa en las parroquias trabajen viendo en sus amigos ese Cristo, esa fuerza, ese amor, ese calor del que ha hecho oración. Porque el que no hace oración no tiene el corazón ardiendo y si no arde ¿qué le voy a dar?, papeles e ideas. Pero contagiar el amor exige tenerlo. Y para tenerlo hay que estar con Cristo.

Como nos ha dicho el Papa Francisco: "ayudarse unos a otros", esto es lo que Jesús nos enseña, esto es lo que yo hago con el corazón porque es mi deber, como sacerdote y obispo debo estar a vuestro servicio. Pero es un deber que viene del corazón, es algo que amo porque el Señor me lo ha enseñado. Ustedes ayúdense y así ayudándonos nos haremos mucho bien". 

Hermanos en este día de la solemnidad que nuestra madre de la Virgen María, a quien tanto quería Santo Toribio y acudía con cariño, nos bendiga, proteja la Iglesia en Latino América y que despierte en nosotros el deber de estar muy unidos al Papa, de que sienta nuestra oración, que pueda ver que toda la Iglesia lo sigue de cerca con la oración y visión. 

Santo Toribio, que reinaste con tu servicio, que te entregaste con la humildad, despierta en nuestros corazones ese afán misionero, ese afán de santidad, ese deseo de que seamos verdaderamente discípulos y misioneros.

Así sea.

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