SANTO TORIBIO A LA LUZ DE LAS LÍNEAS PASTORALES DEL PAPA FRANCISCO[1]
Muy estimado Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Gran Canciller de la FTPCL.
Queridas autoridades, profesores, alumnos y trabajadores.
Permítanme hoy hacer la lección inaugural con el título de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo a la luz de las líneas pastorales del papa Francisco. En primer lugar, quisiera aclarar que no pretendo hacer grandes especulaciones teológicas, sino simplemente mi intención es resaltar la figura del Santo Arzobispo de Lima haciendo conexión con algunas ideas centrales sobre la pastoral de la Iglesia y que con insistencia nos presenta el Santo Padre. Me atrevo a decir con audacia que, si Santo Toribio de Mogrovejo viviera, nos diría lean la Evangelii gaudium, documento programático del papa Francisco. Quisiera remarcar cinco puntos de las enseñanzas de Papa y que me parecen muy vinculados con la vida del Santo Arzobispo de Lima.
1. Ir a lo esencial, Cristo.
El papa Francisco en su primera homilía nos hablaba de ir a lo esencial. ¿Qué es lo esencial? Es Cristo. Al respecto, afirmaba el santo Padre: "Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando uno no camina, se para. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre las piedras? Sucede lo que les pasa a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena: todo se viene abajo, carece de consistencia. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de León Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio"[2].
En algunas ocasiones, el papa Francisco ha remarcado que debemos vivir des-centrados. ¿En qué consiste este descentramiento? Es el descentramiento bueno que necesita la Iglesia, por tanto, cada bautizado, y que se concreta en dejar de ser nosotros el centro, es decir erradicar la autoreferencialidad y poner a Jesús en el centro con toda la radicalidad posible. Nos pregunta el Papa: "¿Pongo verdaderamente a Cristo en el centro de mi vida? Porque existe siempre la tentación de pensar que estamos nosotros en el centro… ¡Cristo es nuestra vida! A la centralidad de Cristo le corresponde también la centralidad de la Iglesia: son dos fuegos que no se pueden separar: yo no puedo seguir a Cristo más que en la Iglesia y con la Iglesia"[3].
Quien ha centrado su vida en Cristo está en camino de santidad. Esto lo sabía muy bien el Santo Arzobispo de Lima. Él era consciente que el protagonista de su vida tenía que ser Jesucristo. Ir a lo esencial, Cristo, hay que concretarlo caso contrario nos quedaríamos solo con una frase hecha. ¿Cómo concretó Toribio Alfonso de Mogrovejo la centralidad de Cristo? En primer lugar, tratando a Cristo, no hay otro camino.
El Santo obispo sabía muy bien que, sin oración, todo se derrumba. Por eso, lo primero que hacia al levantarse era su oración personal. "Satisfecha esta obligación bajaba por camino reservado de la casa arzobispal a la Catedral, donde celebraba la Misa, con tanta devoción y ternura, como pide aquel divino misterio. Acabado el Santo Sacrificio discurría por todo el templo y sacristía, haciendo de rodillas oración en cada uno de los altares y notando con singular advertencia el aseo, adorno, y culto sagrado, de que fue toda su vida no más atenta que celoso. Hechas estas piadosas visitas se volvía alegre a su palacio, sin permitir que ningún ministro de la Iglesia lo acompañase, y entrando en su oratorio, puesto de rodillas, empleaba dos horas en oración mental".
La piedad eucarística de Santo Toribio de Mogrovejo era ejemplar. "Se sabe que el Santo Arzobispo fue devotísimo del Santísimo Sacramento y procuraba que en las doctrinas de los indios se pusiese Sagrario para que les diese el viático a los indígenas y comulgasen en pascua de resurrección. También este testigo afirmó que ante el argumento de hallarlos incapaces de entender lo que es recibir la Comunión, el Santo respondía: háganles capaces los curas, instruyéndoles toda la Cuaresma para que puedan entenderlo"[4].
2. Ir a las periferias.
Ir a lo esencial, Cristo, nos lleva a ir a las periferias porque allí tocamos la carne de Cristo. El papa Francisco usa mucho la palabra "periferias". Es una palabra que dice bastante y que trae consigo grandes exigencias para la misión de la Iglesia. Las periferias, por ejemplo, son aquellos lugares apartados del centro de las grandes urbes y donde las condiciones de vida son infrahumanas. Pero, también, están las periferias existenciales, es decir son los ámbitos de la vida humana donde campea el sufrimiento, la soledad, el dolor y la discriminación. Todas las periferias, tanto geográficas como existenciales, deben ser iluminadas por el Evangelio.
Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo fue a las periferias. ¡Cómo no sorprendernos al conocer que recorrió alrededor de 40,000 kilómetros de su jurisdicción! Él mismo dirá en una carta al Papa Clemente VIII: "Después que vine a este Arzobispado de los Reyes de España, por el año de ochenta y uno, he visitado por mi propia persona y estando legítimamente impedido por mis visitadores, muchas y diversas veces, el Distrito, conociendo y apacentando mis ovejas, corrigiendo y remediando lo que ha parecido convenir y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua y confirmando mucho número de gente… y andando y caminando más de cinco mil y doscientas leguas, muchas veces a pie por caminos muy fragosos y ríos, rompiendo por todas las dificultades y careciendo algunas veces yo y mi familia de cama y comida, entrando a partes remotas de indios cristianos que de ordinario traían guerra con los infieles a donde ningún prelado y visitador había llegado"[5].
El Santo Arzobispo de Lima vivió en las periferias pues no fue un pastor atornillado a su sede, sino que se convirtió en un verdadero peregrino. Era consciente que como Pastor tenía que llegar a los rincones más alejados de su diócesis. Ir a las periferias era su pasión, pero para iluminarlas desde la luz del Cristo, la única luz que puede dar sentido a la vida de los hombres. Tenemos que ir a las periferias. Esto exige necesariamente salir de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad. Todo ello implica una verdadera metanoia, un cambio de mentalidad, para convencernos que ir a las periferias forma parte de la naturaleza misma de la Iglesia pues ella es misionera.
3. Sentir el gusto espiritual de ser Pueblo.
Sabemos que el papa Francisco ha bebido de la llamada teología del pueblo, expresión propia de la reflexión teológica argentina[6]. Esta charla no es el momento para hablar de esta teología. Pero sí conviene decir que una de las imágenes que más usa el papa Francisco es la de Pueblo de Dios, y que al igual que Cuerpo de Cristo, tiene profundas raíces bíblicas. En efecto, la Iglesia es el Pueblo que peregrina. Nosotros debemos sentir el gusto espiritual de ser Pueblo de Dios. Esto exige necesariamente vivir la cercanía con los hermanos que comparten nuestra fe y que nos ayudan a caminar con Cristo. La expresión clásica sentire cum ecclesia, es sentire cum populo.
Nos decía el Santo Padre: "La Palabra de Dios también nos invita a reconocer que somos pueblo: «Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios» (1 Pe 2,10). Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia"[7].
Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo sintió el gusto espiritual de ser Pueblo. Este gusto solo es posible cuando se conoce a Pueblo, es el gusto que brota de conocer a la gente sencilla que expresa su fe con naturalidad.
Sentir con el pueblo nos lleva a hablar de la inculturación del Evangelio. No se trata de diluir, aguar o deformar el mensaje de Cristo en una cultura. De lo que se trata es de expresar el mensaje salvífico con un lenguaje tal que sea entendido por una cultura concreta. Esto lo comprendió el santo Arzobispo y fruto del III Concilio Limense es el llamado Catecismo trilingüe, verdadera joya catequética. En efecto, dicho Concilio se marcó la tarea de: "editar un catecismo especial para toda esta provincia. Todos los indios deberán aprenderlo según su capacidad y, por lo menos, los niños saberlo de memoria y repetirlo los domingos y los días festivos en las reuniones públicas de la Iglesia o recitarlo en parte, según parezca oportuno para el provecho de otros".
Es así que el año 1583, Santo Toribio publicó esta obra excepcional, que fue el primer libro impreso en el Perú. El Catecismo trilingüe, escrito en castellano, quechua y aymara fue un instrumento de suma importancia para la evangelización. En este excelente trabajo guiado bajo Santo Toribio es de justicia resaltar la labor de teólogos como el Padre José Acosta, sacerdote jesuita. Asimismo, intervinieron especialistas en quechua y aymara. Es un hermoso ejemplo de trabajo en conjunto.
Hay que resaltar que Santo Toribio de Mogrovejo se preocupó de conocer las costumbres de sus fieles, y aprender las lenguas propias para poder comunicarles con claridad el Evangelio. El entonces Papa Benedicto XVI lo resaltaba así: "El profundo espíritu misionero de santo Toribio se pone de manifiesto en algunos detalles significativos, como su esfuerzo por aprender diversas lenguas, con el fin de predicar personalmente a todos los que estaban encomendados a sus cuidados pastorales. Pero era también una muestra del respeto por la dignidad de toda persona humana, cualquiera que fuere su condición, en la que trataba de suscitar siempre la dicha de sentirse verdadero hijo de Dios" [8].
Nosotros tenemos que sentir del gozo de ser parte del Pueblo de Dios. Quienes tenemos el ministerio sagrado no podemos permanecer, por decirlo en expresión coloquial del papa Francisco, en una situación de "balconeo", hay que saber lo que está pasando con la gente, solo así podremos iluminar desde el Evangelio las inquietudes más profundas del hombre de hoy.
4. Dejarse sorprender por el Espíritu.
El papa Francisco habla mucho de no tener miedo a las sorpresas del Espíritu Santo. Es necesaria una verdadera apertura a la acción del Paráclito para dejarnos conducir por sus inspiraciones. Nunca estará de más enfatizar el protagonismo del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de cada uno de los bautizados. Gracias al Espíritu Santo en la Iglesia se vive una hermosa diversidad en la unidad.
Al respecto, el papa Francisco señala: "La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las "sorpresas de Dios"? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada"[9].
Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo se dejó sorprender por el Espíritu Santo. ¿Cómo explicar la extraordinaria labor del Pastor sin la docilidad al Espíritu? Se habla que tenía el don de lenguas, pero no olvidemos que la lengua más importante es el lenguaje del amor.
Una sorpresa del Espíritu Santo para Toribio Alfonso de Mogrovejo fue su misma elección. Son las sorpresas que trae el Paráclito. El corazón humilde de Toribio se muestra visiblemente en la carta que el santo dirigió al Papa. El 15 de abril de 1580 le escribe al Papa Gregorio XIII lo siguiente en señal de gratitud: "He recibido un peso mayor del que pueden sostener mis hombros y que haría temblar a los hombros angélicos. Me hallo indigno de este cargo. Pero confiando en Dios y poniendo en Él mi cuidado no he tardado en aceptar. Que el mismo Dios ayude mi buena voluntad y me conceda sus gracias para que mi corazón lo mismo que mis acciones tengan en Él comienzo y termino". ¡Qué hermoso acto de fe! El futuro Santo Arzobispo de Lima, en ese momento sabe muy bien que el peso que llevará como Pastor de una porción del pueblo de Dios es enorme, pero al mismo tiempo, es consciente que "si Dios está con nosotros, quién contra nosotros" (Rm 8,31). Al igual que lo hizo Toribio Alfonso de Mogrovejo no tengamos miedo de abrirnos a las novedades que el Espíritu Santo abre en las diversas y legítimas vivencia de la fe.
5. El valor de la pobreza
El Papa Francisco nos ha dicho: "quiero una Iglesia pobre y para los pobres". Y remarca que la pobreza es para un miembro de la Iglesia, una categoría teológica y no ideológica. En otras palabras, la pobreza es configuración con aquel que "siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" (2 Co 8,9). En este sentido, se puede afirmar que Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo fue un pastor pobre que amó y se solidarizó con los pobres.
En la vida del Santo Arzobispo de Lima no se conoce el lujo, el boato, y la superficialidad. No fue un sacerdote, por usar una expresión coloquial, de "etiqueta" o de "coctel", sino un pastor pobre que había puesto su corazón en Cristo. En eso consiste la virtud de la pobreza, en colocar a Cristo en el primer lugar de nuestros amores, porque se sabe que Él es la verdadera riqueza. Se narra que "su comida era escasa y su cama una tabla con su alfombra, y todo lo demás de su vida responde a esto, y no hará a sabiendas un pecado venial por todas las monarquías del mundo… Es tan pobre en su persona que toda su recamara no vale ni dieran por ella cuatrocientos ducados"[10]. Santo Toribio sabía muy bien que los preferidos del Señor son los más necesitados. Por eso, cuando ayudaba a un pobre decía: "¡Oh pobre que me enriqueces! ¡Oh desnudo que me vistes! ¡Oh hambriento que me hartas!"[11]. Y cuando le llamaban la atención por ser demasiado generoso con los menesterosos, el Arzobispo afirmaba: "Ahí le dimos a un pobre de Cristo".
La pobreza que vivió Alfonso Toribio de Mogrovejo fue real y no aparente. Se desprendió de todo, porque quiso vivir con y como Cristo, quien fue todo para Él. Así, incluso se despojó de necesidades básicas para ayudar al otro. "… un día, estando en el pueblo de Nepeña, ante el asombro de los que le acompañaban, le encontraron zurciendo la sotana. Alegre y sonriendo como un niño que ha sido sorprendido en alguna de sus travesuras infantiles, dijo sin abandonar la aguja: No importa nada que un Arzobispo remiende su vestido, porque el roquete lo tapa todo… Mejor es ahorrarlo para darlo de limosna a los pobres"[12]. Qué duda cabe que la vivencia de la pobreza evangélica es un factor contundente de la credibilidad de la Iglesia.
Antes de terminar mi modesta intervención quisiera enfatizar que nunca estará de más resaltar entre nosotros la figura del Santo Arzobispo de Lima, los santos no pasan de moda porque reflejan a Cristo, quien es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8). Asimismo, les invito a todos para que como institución universitaria tomemos conciencia que estamos involucrados en la misión de la Iglesia y las luces que nos da el papa Francisco son una valiosa ayuda para salir a comunicar el gozo del Evangelio. Muchas gracias.
Dr. P. Carlos Rosell de Almeida, Rector de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
[1] Lección inaugural del Año Académico https://www.arzobispadodelima.org/2019/03/11/seamos-parte-del-renacimiento-de-la-vida-academica-de-la-facultad/ Lima, 11 de marzo 2019
[2] S.S. FRANCISCO, Homilía. 14-03-2013.
[3] S.S. FRANCISCO, Homilía a la Compañía de Jesús. 31-07-2013.
[4] Actas Proceso de Beatificación I, f.491.
[5] Memorial sobre el oficio pastoral de Toribio Alfonso de Mogrovejo.
[6] Un buen artículo al respecto: J.C. SCANNONE, El papa Francisco y la teología del Pueblo en Razón y Fe (2014), t.271, n.1395, pp.31-50.
[7] S.S. FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n.268.
[8] BENEDICTO XVI, Mensaje con motivo del IV centenario de la muerte de Santo Toribio de Mogrovejo. 24-04-2006.
[9] S.S. FRANCISCO, Homilía de Pentecostés. 19-03-2013.
[10] E. PUIG, o.c., p.34.
[11] E. PUIG, o.c., p.35.
[12] E. PUIG, o.c., p.36.
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