jueves, julio 22, 2021

El museo de Salamanca muestra a Santo Toribio de Mogrovejo en todas sus facetas

El museo de Salamanca muestra a Santo Toribio de Mogrovejo en todas sus facetas

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El que fuera estudiante en la ciudad charra es la pieza central del verano

20 JUL 2021 / 15:44 H.
El Museo de Salamanca es una de las visitas culturales que todo turista y salmantino debe hacer. Situado en la plaza del Patio de Escuelas, este museo alberga grandes colecciones, organizadas en tres secciones: Arqueología, Bellas Artes y Etnología. La sección de Arqueología está en continuo crecimiento, la de Bellas Artes cuenta con obras desde el siglo XIV hasta hoy y la de Etnología, se sustenta con piezas representativas de la vida tradicional salmantina.

Durante los meses de julio y agosto, el museo muestra la figura de Toribio de Mogrovejo como pieza del mes. Toribio era un hidalgo no muy rico, cristiano y bien formado, del siglo XVI, por lo que cumplía con el nivel de las personas que debían ir a los colegios mayores. En cuanto concluyó sus estudios de Gramática, Humanidades y Derecho consiguió trabajo como juez inquisidor en Granada, cuando todavía era un territorio problemático y con muchas acusaciones. "Toribio no solía acusar a nadie por ser judaizante o islamizante, destacó por ser bastante leniente", explica Alberto Bescós, director del Museo de Salamanca.

Estando en Granada, y sin siquiera ser sacerdote, fue nombrado arzobispo de Lima a través del privilegio de presentación de obispos que tenían los reyes españoles. Ya en Lima, Toribio criticó mucho el modelo de las encomiendas por el trato que se les daba a los indígenas de la zona, e intentando hacer el bien entre ellos, publicó el primer catecismo trilingüe (en español, aymará y quechua) para que los sacerdotes pudieran comunicarse en su propia lengua. Otra de sus tareas fue la formación de sacerdotes: en el seminario impuso unos reglamentos muy similares a los del colegio Anaya y San Salvador de Oviedo porque "es lo que él aprendió en Salamanca e intentó reproducirlo en América", añade Alberto Bescós. En Macate, una localidad de la zona, hizo brotar agua milagrosamente de una fuente cuando los indígenas estaban dispuestos a abandonar la zona por la escasez de esta. Debido a este milagro, entre otros, a su muerte, se propuso su beatificación y canonización.

sábado, julio 17, 2021

Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, Javier Burrieza Sánchez (Valladolid, 2020)

Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, arzobispo de Lima, n. Mayorga (Valladolid), 1538 + Saña (Perú), 23.III.1606; beatificación: 1679; canonización  1726.

BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier Libro de los santos de Valladolid' Maxtor, Valladolid, 2020, pp.45-56

Un interesado lugar de nacimiento y un santo para Mayorga

Mayorga de Campos, localidad de la provincia de Valladolid y de la antigua diócesis de León —y desde mediados del siglo XX integrada en la  jurisdicción eclesiástica vallisoletana— se ha identificado profundamente con su paisano de proyección más internacional: Toribio Alfonso de Mogrovejo, arzobispo de Lima y metropolitano de buena parte de las Indias del siglo XVI. Sin embargo, no todos han aceptado su nacimiento en aquella villa, pues los vecinos de la localidad en la que nació su madre, Ana de Robledo y Morán, Villaquejida en León, perteneciente entonces a la diócesis de Oviedo, defendieron con fuerza su naturaleza. La polémica se basaba en una ausencia y en una incorrección. La primera es la inexistencia de su partida de bautismo, no extraña en el momento histórico en que se produjo. Para entonces no se encontraban generalizados los libros de bautismos de las parroquias. La segunda es la mencionada incorrección. Fue la afirmación interesada de su madre, cuando declaró que su hijo había nacido en aquella su localidad, con el fin de obtener con mayor facilidad una beca en el Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo, en Salamanca, fundado por Diego de Muros, entonces obispo en tierras asturianas. Al serle concedida, Toribio Alfonso tuvo que jurar sus Constituciones, y entonces, afirmó ser natural de Mayorga. Su padre, el bachiller Luis de Mogrovejo, fue letrado público del regimiento de aquella villa vallisoletana y su regidor perpetuo.

En su localidad natal permaneció hasta los trece años, mientras que los siguientes transcurrieron en Valladolid, donde cursó humanidades y los primeros cursos de Cánones.

Aquella villa del Pisuerga, de mediados del siglo XVI, no solamente era sede preferencial de la Corte antes de los Autos de Fe de 1559, sino sede de las controversias sobre los derechos de los indios, además de lugar de establecimiento del Consejo de Indias. En Salamanca, ya estaba matriculado en 1562, obteniendo al año siguiente el grado de bachiller en Cánones. Seguidamente acudió junto a su tío Juan de Mogrovejo, catedrático de esa disciplina en la Universidad portuguesa de Coimbra, trabajando el sobrino al auxilio de su tío hasta 1566, fecha en la que fue nombrado don Juan canónigo doctoral de la Catedral salmantina.

En la ciudad castellana continuó Toribio estudiando leyes, aunque el grado de licenciado en Cánones lo recibió en Santiago de Compostela. Hasta allí había peregrinado en 1568. Regresó a Salamanca, con el interés de conseguir una de las dieciocho becas con las que se encontraba dotado el mencionado Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo. Fue entonces cuando su madre, ya viuda, buscó otra procedencia a su hijo, pues los medios económicos de la familia no eran los más adecuados. Tomaba posesión de su beca el 3 de febrero de 1571, transcurriendo tres cursos con materias de doctorado en la Universidad salmantina. No llegó a ser doctor, pues fue nombrado de manera repentina inquisidor del tribunal de Granada. Ocupó poco tiempo este oficio, aunque tuvo que girar una visita a siete pueblos del antiguo reino, entre septiembre de 1575 y enero de 1576. Eran tierras conquistadas a los musulmanes dos siglos antes. El Consejo de la Suprema discrepó de algunas de las sentencias que el inquisidor Mogrovejo había dictado.

Con sólo 39 años, el 16 de marzo de 1579, Felipe II le nombraba arzobispo de Lima. Encontraba el monarca en este hombre los requisitos necesarios: "prelado de fácil cabalgar, no esquivo a la aventura misional, no menos misionero que gobernante, más jurista que teólogo y de pulso firme para el timón de nave difícil, a quien no faltase el espíritu combativo en aquella tierra de águilas". Mogrovejo recibió con desagrado esta promoción. No contaba ni siquiera con las órdenes menores y era inexperto en Indias. Sin embargo, Felipe II aceleró los trámites y tuvo que obedecer al Papa y al Rey. Su nueva sede episcopal, Lima, era la capital de una diócesis de mil kilómetros de largo, trescientos de ancho y tres mil de contorno, atravesada por los Andes. Además era la cabeza religiosa de casi toda América central y del sur. Antes de partir de Sanlúcar, en septiembre de 1580, pasó por Mayorga; recibió después el diaconado y el sacerdocio; fue consagrado como obispo en Sevilla y obtuvo la licencia de embarque de su Casa de Contratación. Se llevó consigo su biblioteca, la primera que pasó a Indias, además de aceite para encender las lámparas de los sagrarios. La travesía fue prolongada, por dos océanos —Atlántico y Pacífico—, continuando después por tierra. Nueve meses de viaje hasta el 11 de mayo de 1581.

Un concilio para la "nueva cristiandad de las Indias"

Como arzobispo metropolitano de buena parte del territorio de las Indias, Felipe II le encomendó al arzobispo Toribio de Mogrovejo la celebración del Concilio Provincial de Lima, desde el cual era menester aplicar las disposiciones del Concilio de Trento, clausurado años atrás. El prelado, tras acordarlo con el virrey, lo convocó para el 15 de agosto de 1582. Quería ser práctico y antes de disponer medidas, deseó conocer la realidad que tenía bajo su gobierno. De esta manera, desarrolló dos visitas pastorales previas. Los trabajos debían agilizarse tal y como había subrayado Felipe II, a pesar de que por entonces el monarca se encontraba muy ocupado en los asuntos de la anexión de Portugal. De esta manera, el III Concilio limense —que de esta manera lo conocemos— se convirtió en un hito fundamental para la evangelización de las Indias y determinante hasta las disposiciones de una nueva convocatoria, el Concilio Latinoamericano de 1899.

No obstante, la reunión se inició plagada de controversias. Mogrovejo tuvo que demostrar su carácter enérgico al enfrentarse con la indisciplina de algunos obispos sufragáneos. El ritmo de las sesiones se vio acelerado con la intervención del jesuita José de Acosta. Los frutos fueron abundantes, a pesar de que el clima exterior favorecía poco la concentración. Acosta, medinense de nacimiento, miembro de la Compañía de Jesús junto con sus cuatro hermanos, fue teólogo consultor, predicador oficial en las sesiones públicas y solemnes, expositor de los decretos que habían sido aprobados, encargado de redactar los catecismos conciliares y negociador de la aprobación de las conclusiones de la reunión ante las autoridades pontificias y civiles en Roma y Madrid.

En las disposiciones para la evangelización de los indígenas, se impuso la lengua aborigen en la predicación, recomendación que estaba presente desde las primeras leyes de Indias y que fue tan aplicada, especialmente, por los misioneros pertenecientes a las órdenes regulares.

Se publicó un catecismo en castellano, quechua y aymara, que fue el primer libro impreso en América del sur, empresa en la que estuvieron presentes otros vallisoletanos junto al arzobispo Mogrovejo. Se prohibió el mercado que los clérigos hacían de indios adoctrinados por ellos. Se admitió las órdenes sagradas para los indios y mestizos. Se decretó la fundación de seminarios en todas las diócesis, una recomendación muy tridentina por otra parte, comenzando por la metropolitana de Lima. Igualmente, mandó el establecimiento de escuelas parroquiales. Se organizaron visitas canónicas de los obispos o sus delegados al territorio de sus respectivas diócesis. No se olvidaron de la elaboración de un manual de confesores y un sermonario. En definitiva, era la aplicación de lo que la Iglesia romana estaba haciendo desde la Sede de Pedro para con otros territorios: la modernización de la catolicidad. Con todo, el Concilio se clausuró el 15 de diciembre de 1583.

Para disponer del texto definitivo era menester recibir la sanción de la Santa Sede —que llegó en octubre de 1588— y con la más tardía cédula real de Felipe II (1591), resultado de la política regalista de una Monarquía con la vida de la Iglesia. En aquella negociación volvió a intervenir el jesuita José de Acosta. En realidad, éste se valió de su mundo de contactos e influencias, existiendo una gran sintonía con el arzobispo Mogrovejo y el superior romano de la Compañía de Jesús, el napolitano Claudio Aquaviva. Frente a ellos, en la orilla opositora se encontraba el maestro Domingo de Almeida, representante del clero de Charcas. Éstos llegaron hasta Madrid y Roma en sus pretensiones y, como escribe León de Lopetegui de manera muy gráfica, "a ambos [al citado Almeida y a su compañero el doctor Francisco Estrada] les persiguió la sombra de Acosta en las dos capitales, como si sólo hubiera ido allí para desbaratar sus planes". En la propia carta que Mogrovejo enviaba al papa, reconocía la extraordinaria colaboración del propio Acosta, "cuya doctrina e integridad tiene muy aprobada toda esta provincia nuestra […] puesto que no solamente asistió a todas las cosas, sino que por experiencia y fe, digna de elogio en Cristo, produjo no pequeña utilidad a esta Iglesia". No hay mejor descripción de las negociaciones hábiles e inteligentes de Acosta en Roma para con la obra del arzobispo Mogrovejo y "su Concilio" que la realizada por sus opositores: "vino el teatino Acosta, de quien vuestra merced se temía, tan a buen tiempo para su pretensión, que pareció venir llamado con campanilla, pues no hizo, como dicen, sino llegar y besar y volverse".

La aventura de escribir un catecismo

Virreyes del Perú tan intervencionistas como Francisco de Toledo habían argumentado al propio Felipe II que era el momento de realizar un texto único catequético para la evangelización de los indígenas. El alto funcionario no "había descubierto el Mediterráneo" pues en esa línea estaban los recién llegados jesuitas y muy especialmente, el padre José de Acosta, el cual reflexionó sobre los trabajos que habrían de culminarse en aquellas tierras. Estas reflexiones sirvieron para llenar las páginas de su obra "De Procuranda Indorum salute", traducido por el mismo jesuita como "Predicación Evangélica en Indias". El Concilio limense, convocado por el arzobispo Mogrovejo, tenía claro que debía solucionar este problema. Se hablaba entonces de dos catecismos, el primero lo suficientemente didáctico cómo para que los indios pudiesen aprender sus pasajes de memoria; el segundo debía ser más elaborado y extenso, a modo de compendio. En todo ello se trabajaba en una "iniciativa de consenso", unificándose criterios. En el III Concilio limense, se tenía claro que este objetivo se habría de conseguir en equipo, tanto en su elaboración en castellano como en su traducción a las lenguas indígenas de quechua y aymara. En todo ello estarían jesuitas que, aunque estaban comenzando su labor de expansión en Perú, eran buenos amigos de Mogrovejo. El Concilio de Lima distinguió entre la composición y la traducción pues mientras lo primero debía ser responsabilidad de teólogos, lo segundo correspondía a los especialistas en lenguas —que en la Compañía eran los conocidos "jesuitas-lenguas"—.

Luis Resines, gran especialista en historia de la catequesis y sacerdote de nuestra diócesis, ha estudiado su contenido y ha destacado que a miles de kilómetros de su tierra se reunieron tres vallisoletanos —el arzobispo Toribio de Mogrovejo de Mayorga, José de Acosta de Medina y el también jesuita Juan de Atienza, de Valladolid— para hacer realidad un catecismo de acuerdo a las disposiciones del III Concilio limense. En el texto extenso existieron notables influencias del catecismo romano, lo que desde el proceso de centralización del gobierno de la Iglesia podría ser lógico, aunque carecía de efectividad pastoral para con los indios. Para estos últimos era de mayor utilidad el texto breve o mínimo, más en la línea de las exitosas obras vinculadas con Gaspar de Astete y Jerónimo Ripalda.

Un nuevo paso de la labor catequética del Concilio y del arzobispo mayorgano en el que iban a intervenir intensamente los jesuitas fue la impresión de esta obra, realizándose en el colegio de Lima, gobernado por el mencionado Juan de Atienza.

No se podía sacar de esta tierra la impresión del catecismo, pues los expertos y la adecuada corrección en las lenguas indígenas se encontraban aquí. No se hallaba autorizada todavía la imprenta en el Perú tras las revueltas producidas en tiempo de la conquista, aunque comenzaron los trabajos de impresión antes de que llegase la licencia de Felipe II. La maquinaria no procedía de Europa sino que se encontraba en Lima desde 1581, conducida hasta allí por el maestro turinés Antonio Ricardo, el cual había trabajado para los jesuitas en México. De esta manera, el catecismo fue el primer libro impreso en el Perú, alargándose los trabajos de elaboración hasta el verano de 1585: "ya bendito sea el Señor, está compuesto en efecto lo de la impresión, de que resulta gran bien a los indios de todo este Reino y a los ministros que les enseñan".

No se detuvo el arzobispo Mogrovejo, dentro de su labor legisladora y de gobierno para con su gran diócesis, en este Concilio pues convocó otros dos en Lima, además de los sínodos diocesanos, enfrentándose con ello a la Audiencia, a los virreyes y al propio monarca que lo había propuesto. Conflictos, por ejemplo, para la apertura del seminario en Lima, recibiendo las acusaciones del virrey e incluso de los eclesiásticos y cabildos, sin que faltase la cédula real con la cual zanjar el asunto. Conflictos que no faltaron desde un arzobispo perteneciente al clero secular con aquellos religiosos de las órdenes, auténtica elite y vanguardia de la evangelización. Éstos eran también defensores a ultranza de sus privilegios o de aquellos que pensaban que les habían sido concedidos. Uno de ellos era su exención con respecto a la autoridad del ordinario u obispo, sobre todo entre aquellos que desempeñaban papel de doctrineros y desarrollaban funciones parroquiales. Una controversia que se extendió en los siglos intensos de la evangelización: recordemos las posteriores de los jesuitas con el obispo Juan de Palafox en Puebla de los Ángeles, ya a mediados del siglo XVII.

 Por los difíciles caminos de la misión

Toribio Alfonso de Mogrovejo poseía una destacada vocación misionera. Por esta razón apenas estuvo en su sede limeña más tiempo del necesario. Esto, en los días en que se ponía mucho énfasis en la residencia de los prelados, motivó las quejas del virrey, del Consejo de Indias y de sus cabildos. Pero en sus ausencias, el arzobispo Mogrovejo no estaba en la Corte procurándose mercedes sino que en sus viajes, nunca de placer, se ocupaba de la celebración de los mencionados sínodos. Todo ello le facilitó un conocimiento primigenio de todo lo que gobernaba como arzobispo, viviendo las dificultades de caminar en aquel siglo, acentuadas por las características orográficas de la tierra que pisaba. De esta manera, pasaron por sus manos de pastor, a través del sacramento de la confirmación, muchos de los niños de su diócesis. Una de ellas se llamaba Isabel Flores Oliva, en el poblado de Quivi en 1597, con tan sólo once años. Según la tradición, a la cual se refiere la bula de canonización de esta niña, en aquel momento se produjo su cambio de nombre: "discutiendo la abuela y la madre —escribe el cardenal Saénz de Aguirre en el siglo XVII— cómo había de ser llamada, Toribio resolvió la discusión imponiéndola el nombre de Rosa, por el color rosado del rostro de la niña desde su nacimiento". Ella habría de ser santa Rosa de Lima, la terciara dominicana que se convirtió en el primer santo de América, patrona del Perú, del Nuevo y de Filipinas desde el mismo siglo de su santificación. Preside precisamente su templo en Mayorga esta escena, un grupo escultórico en el que el arzobispo, vestido de pontifical y sosteniendo su guión metropolitano, con su mano derecha traza la cruz del santo crisma sobre la frente de la niña, ya vestida con hábitos dominicanos.

El arzobispo Toribio murió "sobre las tablas", tras haber recorrido en su vida cuarenta mil kilómetros, trece mil de ellos a pie.

Asimismo, el arzobispo Mogrovejo favoreció el establecimiento de monasterios de monjas —la clausura en Indias es un tema historiográfico de gran interés— y de religiosos, así como de casas de divorciadas. Le preocupaba, muy especialmente, la organización de las doctrinas en tierras de misión y de la adecuada preparación de sus doctrineros. No pudo obviar la fundación de dos colegios mayores anejos a la Universidad de San Marcos de Lima, la única oficial en este territorio de las Indias junto con la de la ciudad de México. San Marcos se encontraba dotada de los mismos privilegios de las propias de Castilla como Salamanca o Valladolid. Era muy importante, sobre todo para combatir las dificultades de evangelizar a indios que no conocían el castellano —lo cual era considerado un "ardid" del demonio para impedir la extensión del nombre de Cristo— el establecimiento de una cátedra de lenguas autóctonas, obligando a todos los predicadores a pasar por esta formación. Gracias a la evangelización, se estudiaron y se dotaron de normas a muchas de las lenguas con las que se comunicaban los indios: lo que después fueron vocabularios, diccionarios y ortografías.

El arzobispo Toribio murió "sobre las tablas", tras haber recorrido en su vida cuarenta mil kilómetros, trece mil de ellos a pie. Había iniciado su tercera visita general en los primeros días del año 1605 tras haber realizado su última minuciosa a la Catedral donde inventarió sus bienes. Sus sesenta y seis años, sumados a los peligros y calamidades que suponía un viaje como éstos, le hicieron suponer que su vuelta resultaría complicada. Comenzó recorriendo provincias —según detalla uno de sus más grandes biógrafos modernos Vicente Rodríguez Valencia— como Chancay, Cajatambo, Santa, Trujillo, Lambayeque, escribiendo a España en dos ocasiones en aquel año. Por la Semana Santa de 1606 se encontraba en Trujillo, considerando que su visita debía proseguir para consagrar los santos óleos en la villa de Miraflores o en Saña. Su colaborador y acompañante, el catedrático de lenguas indígenas y sacerdote, Alonso de Huerta le advirtió de los peligros que entrañaban los calores de aquellas tierras. Un juicio que corroboró el vicario de Trujillo: "que no fuesen aquel tiempo a la dicha villa de Saña […] por ser tierra muy enferma y cálida y que morían de calenturas por el riguroso calor que entonces hacía". Cuando el prelado supo que podía contar para la ceremonia del Jueves Santo con el suficiente número de sacerdotes, emprendió el camino hacia Saña. Alonso de Huerta regresó a Lima, siendo auxiliado el arzobispo por su capellán Juan de Robles y los correspondientes criados. Desde el monasterio agustino de Guadalupe, Toribio de Mogrovejo se sintió enfermo, acelerando la visita para alcanzar Saña, adonde llegó el Martes Santo. Allí se alojó en la casa de un clérigo doctrinero, llamado Juan de Herrera y Sarmiento, muriendo en la tarde del Jueves de la Cena, 23 de marzo de 1606.

La luz del fuego en Mayorga de Campos

Aunque representé a vuestra Santidad los años pasados por mis cartas y por medio de mis embajadores las muchas y justas razones que hay para suplicarle se sirva favorecer el breve y buen despacho del proceso tocante a la canonización de don Toribio Alfonso Mogrovejo […] ahora con ocasión de haber llegado persona que desde aquellas partes va a esa corte [de Roma] a la solicitud, me ha traído muy particulares y ciertas noticias de los motivos con que el pueblo de ellas desean ver honrada la memoria de aquel singular varón con demostración correspondiente a lo que merecieron sus heroicas virtudes […[ que yo y mis súbditos de aquellas remotas partes recibamos el consuelo de verle acabado en el felice pontificado de vuestra Santidad". Con estas palabras se dirigía el rey Felipe IV en 1653 al papa Inocencio X solicitándole, como era costumbre, que considerase con celeridad la beatificación del que había sido "arzobispo de los reyes", como le gustaba firmar a Toribio de Mogrovejo, en referencia al modo de denominar a la ciudad de Lima. Finalmente, fue beatificado por Inocencio XI en 1679 y canonizado por Benedicto XIII en 1726, antes incluso que san Pedro Regalado. Recordemos cómo entonces Mayorga no pertenecía a la diócesis de Valladolid y no existía el actual concepto provincial.

Sin embargo, para entonces su villa natal ya había edificado una ermita en su honor, desde hacía cuatro años, sobre el solar de las casas en las que había nacido en 1538. Su festividad se celebra cada 27 de septiembre, siendo recordado por sus paisanos de Mayorga a través de la llamada procesión cívica de "El Vítor".

Era la Universidad de Salamanca la que otorgaba el "vítor" a sus doctores, como símbolo de victoria, trazándose en los muros de las casas y conventos donde éstos habitaban con letreros de colorado almagre. En ellos se expresaba el nombre y el motivo de victoria intelectual, un doctorado o una cátedra. Cuando el arzobispo, que no pudo obtener el grado de doctor en Salamanca, fue canonizado, la ciudad del Tormes organizó notables fiestas religiosas y profanas. Mayorga reclamó algunas reliquias de su cuerpo, siendo remitidas por el cabildo catedralicio de Lima, aunque aquel peroné tardó muchos años en alcanzar su horizonte de devoción. Los vecinos lo recibieron, en plena noche, con la luz del fuego ¿Fue el primer "vítor" aquel 1752? Los documentos no hablan de aquel hasta 1775, en un libro de Cuentas del archivo parroquial, aunque hasta el siglo XIX no se hablaba de la "función de la Santa Reliquia". Para entonces ya se habían fundado desde 1733 los congregantes de Santo Toribio.

Se trata de una de las fiestas del fuego en la vieja Castilla. Un acontecimiento señalado en el calendario con la distinción fiesta de Interés Turística Nacional desde 2003. El desfile es muy peculiar, con el "Vítor", estandarte o enseña en forma de cruz, fielmente custodiado por la familia de Ángel García Fierro. Los vecinos que participan en esta procesión, visten con ropas viejas y las cabezas cubiertas. Las antorchas son enormes varales o pértigas de los que penden los viejos pellejos utilizados para almacenar el vino, untados de brea, mezcla de sebo y aceite de pescado. El momento culminante será en la Plaza Mayor, donde junto al baile y la bebida no falta la veneración a santo Toribio y santa Rosa, en medio de fuegos de artificio y el canto del himno del santo. El punto final se alcanzará con el rezo de la Salve, en la ermita del Santo. Son altas horas de la madrugada.

En 2006, se celebró con gran brillantez el IV centenario de la muerte de este arzobispo de Lima, prestándole el entonces prelado vallisoletano, Braulio Rodríguez Plaza gran atención a través de un viaje hasta su cátedra, una carta pastoral subrayando su figura y el correspondiente jubileo. Es venerado en la capilla de la Conferencia Episcopal Española, tras la remodelación que se ha efectuado de este espacio entre agosto de 2010 y febrero de 2011, todo ello bajo la dirección del jesuita eslovaco Marko Ivan Rupnik. De esta manera, se resalta a santo Toribio en el marco de la santidad de los obispos españoles del segundo milenio, como patrono del episcopado latinoamericano, tal y como lo proclamó el papa Juan Pablo II en 1983. Permanece junto con otros dos prelados del siglo de oro español, ambos dos procedentes de la sede de Valencia: santo Tomás de Villanueva y san Juan de Ribera.

Se publicó inicialmente como artículos en la prensa local y en la web del arzobispado de Valladolid. En la presente edición se le añaden 62 notas muy precisas y actuales que le dan el sentido científico de la publicación académica pero sin renunciar al estilo ágil y popular con que nació.  www. Santo Toribio de de Mogrovejo (V). La luz del fuego en Mayorga de Campos – Archidiócesis de Valladolid (archivalladolid.org) Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza

martes, julio 13, 2021

Santo Toribio Mogrovejo, custodio del patrimonio. Bolivia, 8 julio 2021

Santo Toribio Mogrovejo, custodio del patrimonio[1]

José Antonio Benito Rodríguez

Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

 

Resumen:

Dentro de la acrisolada trayectoria eclesial de custodiar los bienes culturales, ocupa un puesto preferencial el segundo arzobispo de Lima y patrono de todos los obispos de América Santo Toribio Alfonso Mogrovejo. La comunicación trata de presentar el interés del prelado por los bienes culturales de la iglesia y sociedad de su tiempo. La pervivencia de sus monumentos y sus instituciones en la actualidad dan crédito de la apuesta y el compromiso con el patrimonio por el considerado padre y forjador de América.

 

1.       Solicitud de la Iglesia por el patrimonio.

2.      La trascendencia del Santo Padre de América, Santo Toribio

3.      Constructor y restaurador de templos y hospitales

4.      Fundador de Santa Clara y Casa de las "divorciadas"

5.      Copacabana

6.      Colegio-Seminario

7.      Conclusión: Repara mi iglesia

1.       Solicitud de la Iglesia por el patrimonio

En la bimilenaria historia de la Iglesia siempre ha estado presente su solicitud por el cuidado del patrimonio. Es más, podríamos decir que ha sido una de sus artífices:

El cristianismo ha configurado a la sociedad occidental, primero, y luego a pueblos y gentes de otras partes de la tierra por la expansión europea, desde la caída del Imperio Romano hasta la consolidación de los Estados Modernos. La historia del pensamiento, del arte y de la cultura lo confirman y demuestran, y en el listado de lugares y obras incluidas en el catálogo del patrimonio de la humanidad, desde la primera reunión de este organismo celebrada en París en 1977, encontramos ratificación de lo anterior[2].

En la Constitución Apostólica Pastor Bonus, promulgada en junio de 1988, al definir el papel de la Pontificia Comisión para la Conservación del Patrimonio Artístico e Histórico de la Iglesia, se señala que están a su cuidado, "todas las obras de cualquier arte del pasado, que es necesario custodiar y conservar con la máxima diligencia"; el artículo 102 repite que "se establezcan museos, archivos y bibliotecas [...], de forma que [estén] a disposición de todos", correspondiendo a la comisión "trabajar para que el Pueblo de Dios sea cada vez más consciente de la importancia y necesidad de conservar el patrimonio histórico y artístico de la Iglesia"; un ulterior documento del Secretariado de la misma comisión, publicado en octubre de 1992, ordenó la creación de Comisiones Nacionales para el resguardo de dicho patrimonio en todas las conferencias episcopales del mundo, lo que se ha verificado con diligencia, procediéndose a catalogar y poner en valor tales bienes en todas las naciones cristianas.

A juicio de Juan Pablo II, el patrimonio cultural y artístico de la Iglesia, que constituye un noventa por ciento del patrimonio mundial, es de un valor evangelizador incontestable, expuesto a la apreciación de los hombres de toda lengua, raza y nación, un testimonio único de la inspiración divina respecto al arte, el pensamiento y la fe.[3]  

A este significativo magisterio patrimonial debemos añadir el singular aporte del Papa Francisco

Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio[4].

Fruto de este interés se evidencia en el ambicioso congreso internacional "Carisma y Creatividad", convocado en la ciudad de  Roma, por el Antonianum los días 4 y 5 de mayo de 2022; se trata de una iniciativa conjunta entre la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y el Consejo Pontificio de la Cultura, que tiene como objeto el estudio del patrimonio cultural de las comunidades de vida consagrada en todas sus expresiones y que busca consolidar y hacer eficaz las acciones de cuidado y valoración compartidas con todos los actores que se ocupan de este patrimonio cultural[5].

Dentro de esta rica trayectoria eclesial de preocuparse por los bienes, ocupa un puesto preferencial el segundo arzobispo de Lima y patrono de todos los obispos de América Santo Toribio Alfonso Mogrovejo. Mi comunicación trata de presentar algunos aspectos de su vida, obra y misión, así como su interés por los bienes culturales de la iglesia y sociedad de su tiempo.

 

2.      La trascendencia del Santo Padre de América, Santo Toribio[6]

Los dos papas que han visitado al Perú, San Juan Pablo II (en 1985 y 1988) y Francisco (en enero del 2018) centraron sus mensajes a los obispos en recrear la vida y misión de Santo Toribio como modelo de santidad, el primero enfatizando su espiritualidad intercultural, la coherencia de una vida santa, impulsor de los derechos humanos, forjador de comunión entre ellos y sintonía con el Papa[7]. Por su parte Francisco, al hilo de un cuadro que relata uno de sus milagros del agua, lo denominó como "nuevo Moisés" que supo cruzar orillas, las geográficas, culturales y, sobre todo, la del amor fraterno, roturando una tierra en la que germinaron santos, por lo que la denominará "Tierra ensantada"[8]. Efectivamente, el 18 de enero del 2018, el Papa Francisco se refirió al Perú con este término por los santos que forjaron Latinoamérica incentivando siempre la unión y la esperanza.

Nacido en Mayorga (Valladolid-España) en 1538 y fallecido en Zaña (Chiclayo, Perú, 1606) fue el segundo arzobispo de Lima y nombrado por Juan Pablo II Patrono de los Obispos de América Latina en 1983. El elegido - Toribio Alfonso de Mogrovejo- frisaba en ese momento los 39 años de edad y debió interrumpir sus estudios de doctorado en derecho civil y canónico por la Universidad de Salamanca al ser nombrado juez inquisidor de Granada. Sin pasar por ningún seminario, fue ordenado diácono, sacerdote y obispo en pocos meses, llega al Perú, donde desde el 1581 acomete la aventura de ser pastor de una de las diócesis más grandes del mundo, cuyo territorio se extendía del Océano Pacifico a la selva de la Amazonía y a los valles inaccesibles de los Andes, en un mundo en transformación y lleno de contradicciones.

Toribio "no perdió su tiempo": se puso manos a la obra construyendo la Iglesia, que él denominaba "la nueva cristiandad de las Indias". Trece sínodos diocesanos, tres concilios provinciales –especialmente el tercero de 1582- con sus instrumentos catequéticos como el Catecismo trilingüe ( en castellano, quechua y aymara) –primer libro publicado en América del Sur-, las Visitas pastorales, en las que llegó a cada pueblo de su dilatada diócesis recorriendo más de cuarenta mil kilómetros, son los pilares de una civilización cristiana donde las distancias entre las culturas y las tradiciones fueron encontrando en la profundización de la fe el camino de la unidad y de la identidad.

Si la Iglesia considera "padres" a los que gozan de santidad, ortodoxia, aprobación eclesiástica y antigüedad de vida (antes del siglo VIII), podemos considerar en este rubro para América a los pioneros, los del siglo XVI como Julián Garcés, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas, Antonio de Valdivieso, Cristóbal de Pedraza, Juan del Valle, Agustín de la Coruña, Hernando de Trejo y Sanabria, Jerónimo de Loaysa; pero, entre todos, sobresale Toribio de Mogrovejo, como destacó en su tesis doctoral Enrique Dussel: "Los obispos de la  Iglesia latinoamericana actual encontrarán en los primeros obispos de América, de toda América y en especial de nuestra América Latina, ejemplos suficientes de generosidad, pobreza, valentía, santidad y hasta heroicidad no sólo profética sino martirial!"[9]. En la construcción de la identidad del Perú, será decisivo el Tercer Concilio Limense. Gracias a su tesón y ecuanimidad, su celo y santidad, salió adelante el Concilio, instrumento privilegiado de la reforma tridentina en América en un ambiente de absoluta concordia y unanimidad entre los asistentes. Será el estatuto de la Iglesia americana (cuatro arzobispados y 17 obispados) para tres siglos. Frutos suyos serán la fundación de Seminarios (calcados del Colegio Mayor de Oviedo de Salamanca, la organización de las visitas canónicas para comprobar que todo se aplicaba, la publicación de un "Catecismo" en los tres idiomas (castellano, quechua y aymará), el "Sermonario" (guía de párrocos y predicadores), "Confesonario" (manual de instrucciones para los penitentes). Conviene subrayar como mérito excepcional de estos catecismos la traducción al quechua y aymará de conceptos sutiles y difíciles, gran parte de los cuales se tradujeron también a otras lenguas vernáculas de dentro de Perú, como la collana, cañeri, purgay, quillasinga y puquina, y fuera: en la lengua general del Reino de Chile, la araucana, en el guaraní, la mosca de Bogotá.

3.      Constructor y restaurador de templos y hospitales

Tal es el sentir y el testimonio de varios de los declarantes en el proceso de beatificación. Así el P.  Juan de Figueroa, OP, declara el 5 de mayo de 1659: "Y que procuró que la iglesia nueva de los indios se fundase con toda firmeza conforme a la verdadera y  santa iglesia romana […] y que edificó y reparó iglesias"[10]. Un singular testimonio nos lo ofrece el labrador Gaspar Lorenzo de Rojas, quien le conoció en la visita a Yauyos y en Lunahuaná, asiento de Cataquasi, "donde el dicho siervo de Dios halló muchos indios desparramados y en sus rancherías, sin población ni iglesia y considerando que la parroquia donde estaban asignados distaba de aquel paraje cinco leguas de asperísima sierra, por lo cual mandó reducir los indios y fabricó con toda presteza un iglesia parroquial a su propia costa y este declarante vio abrir los cimientos y en una procesión llevar al dicho siervo de Dios en sus propias manos consagrada la piedra que se había de asentar primero, la cual vio poner en el cimiento al dicho siervo de Dios, a un lado del altar mayor, echándole su bendición arzobispal y poniendo debajo de ella alguna moneda como fue un patacón diciendo que había de ser una barra ".

Como compendio de su obra constructora es elocuente el dato compartido por su sobrino y sucesor, Monseñor Pedro Villagómez: "Que emprendió muchísimas y verdaderamente difíciles cosas por Dios y por la esperanza de la bienaventuranza eterna […] y puso en perfección otras muchas cosas dificultosas pues edificó de nuevo desde sus fundamentos y reedificó y reparó y enriqueció muchas iglesias y lugares píos"[11], en los cuales puso mucho trabajo y gastó y le costó muchas adversidades y halló contradicciones y contiendas. Fue Mogrovejo muy celoso del decoro de la Catedral como lo demuestran sus desvelos por mejorar su fábrica y las visitas de inventario realizadas. 

            En tiempos del Prelado, se erigieron dos parroquias. La primera, San Lázaro, en el barrio del Rímac, habitado fundamentalmente por indios, y la de San Marcelo que, aunque existía como capilla desde el obispado de Loayza, fue erigida como parroquia en 1584, siendo su primer párroco el P. Juan Lázaro Najarro.

            El siempre bien informado Bernabé de Cobo, S.I. en su Historia de la fundación de Lima titula su Capítulo Primero: "De la mucha piedad y religión de esta república", y parece encontrarla fundamentalmente en la beneficencia y creación de hospitales. Por su parte, el historiador Miguel Rabí Chara menciona siete hospitales del tiempo que estudiamos[12]. El octavo sería creación de Mogrovejo. Aunque Lima disponía de hospitales para todos los grupos sociales, faltaban los sacerdotes. Al efecto, en 1594 se reúnen varios sacerdotes en la sacristía de la Catedral de Lima con el ánimo de fundar una cofradía, que bajo la advocación de San Pedro, para ayudar a los sacerdotes necesitados. Debido a la generosidad de los sacerdotes Gabriel Solano y el canónigo León, pudieron adquirir una casa donde se atendía a los sacerdotes enfermos desde 1598. El edificio constaba de dos patios, uno para los enfermos y el otro para los convalecientes y forasteros. El centro, que contó con el apoyo decidido del Santo, se convirtió en institución floreciente. Sin embargo, en 1671 se concedió su dirección a los Padres del Oratorio de San Felipe Neri. Con la expulsión de los Jesuitas, los Oratorianos se responsabilizaron de la iglesia y colegio de San Pablo (la actual San Pedro), trasladando a uno de sus patios el Hospital. El antiguo edificio fue traspasado a las Amparadas de la Purísima, convirtiéndose posteriormente en Escuela de Bellas Artes.

 

            4. Fundador de Santa Clara y Casa de las "divorciadas"

 

            Las estrechas relaciones entre santo Toribio y el Monasterio de Santa Clara se debieron entre otras razones a ser el prelado el más decidido valedor de la fundación, que se concretó en 1605. Fue decisivo el apoyo del portugués Francisco Saldaña quien donó 14.000 pesos para la obra. El 11 de agosto -fiesta de Santa Clara- de 1605 entraban las fundadoras, religiosas de la Encarnación (Justina de Guevara, abadesa, Ana de Illescas, Bárbola de la Vega e Isabel de la Fuente) a quienes se unieron doce jóvenes más. Bien pronto, le siguieron numerosas jóvenes, como una sobrina del arzobispo, Beatriz, hija de Luis de Quiñones y Grimanesa Mogrovejo, que ingresó a los pocos meses, en 1606. Incluso, alguno de los testigos como el Capitán Basilio de Vargas, de Sevilla, nos comparte cómo al visitar el convento Santa Clara "hallaron en el claustro más principal al dicho siervo de Dios Don Toribio […]solo con los obreros y oficiales que hacían la dicha obra"[13].

            Las clarisas tomaron como ofensa la vecindad de la Casa del Divorcio (para mujeres separadas) y presionaron al Arzobispo para trasladar la Casa. Al Prelado le pareció pertinente la petición y, a costa del monasterio, se habilitó otro edificio ocupándolo el 24 de diciembre de 1609, en la casa de la actual Casa de Beneficencia, y donde vivieron "con admirable ejemplo, debajo del gobierno de una mujer prudente y virtuosa y de un sacerdote que les dice Misa, las asiste y las consuela", hasta 1665 en que se clausuró. Tres años después, en 1668, por iniciativa del Venerable P. del Castillo, se fundaba una casa con el mismo fin y que se denominó "Casa Real de las Mujeres Amparadas de la Purísima".

            El 4 de enero del 2006 las actuales Clarisas celebraron el 400 aniversario de su fundación, constatando cómo aún hoy se profesa un gran afecto al jardín de este claustro virreinal y el pozo de la huerta en el que la tradición popular ubica el encuentro de los jóvenes y santos, la criolla Rosa de Lima y el mulato Martín de Porres. Como testimonio de su cordial afecto donó su corazón[14] y tras su muerte y entierro posterior en la catedral fue enviado al Monasterio donde hoy custodian como preciada reliquia. Se venera también una casulla procedente de Canta en 1831 por iniciativa de su sacerdote coadjutor Juan José Mesali y la abadesa María del Carmen Quita y Lozano. Completa el recuerdo toribiano la imagen de Nuestra Señora de la Peña de Francia a quien tenía tanta devoción el Santo, un lienzo con el rostro del prelado, una imagen de escayola de regular tamaño, otra pequeñita de escayola también, varios lienzos sobre la fundación del convento con la imagen del santo en uno de ellos, otro cuadro en el que aparece Santo Toribio con San Bernardo; además, una imagen orante del prelado.

 

5.      Copacabana

 

            En su defensa de las poblaciones nativas, Santo Toribio llamaba "sudor de los indios" las graves y constantes injusticias que se cometían contra ellas con motivo del tributo que debían pagar. Y esta imagen del sudor, que expresa el esfuerzo y el sufrimiento que agobiaba a estos pobladores inermes, se presenta con una fuerza extraordinaria en ocasión de un acontecimiento particularmente doloroso para muchos indios, que en 1590 habían sido obligados a viva fuerza a trasladarse del barrio de San Lázaro al barrio del Cercado, en la Ciudad de los Reyes, tal como se conocía a Lima en aquel entonces. La mañana del 28 de diciembre de 1591, la ermita donde la imagen de Nuestra Señora de Copacabana, esculpida en madera de cedro de Nicaragua por Diego Rodríguez, había sido cobijada luego de su traslado al Cercado desde San Lázaro junto con los indios, amaneció destechada y demolida en parte por orden del virrey Don García Hurtado de Mendoza, furioso por haberse el arzobispo Santo Toribio puesto del lado de los indios. Mientras se celebraba la Santa Misa, antes de trasladar la imagen de Nuestra Señora a la Catedral, los rostros de la Virgen y del Niño Jesús que ella llevaba en sus brazos empezaron a destilar abundantes gotas de sudor.

Presenciaron el prodigio y lo testimoniaron luego en la información jurídica del caso que fue encargada a Don Antonio Valcázar, el sacerdote celebrante, Simón Váez, el clérigo Juan de Pineda, el labrador Gaspar de Agüero, el seglar Alonso Gómez de Castro, el Padre Maestro Alonso Huerta, cura de la ermita, el Padre jesuita Juan de Aguilar, y muchos otros testigos más. De gran interés son los testimonios de los profesionales del rubro del patrimonio como Melchor de Sanabria, "pintor y oficial", Diego de Montoya, carpintero, Cristóbal de Ortega, pintor de imágenes y-Diego de Rodríguez, escultor.

 

            La imagen fue trasladada a la catedral, colocándola en la capilla ubicada junto a la puerta del perdón. Se formó una cofradía para alentar su devoción y el propio Arzobispo costeó el retablo. Aquí estuvo hasta 1606 de donde, por las obras de la nueva catedral, pasó al altar mayor y de donde se llevó en 1633 al barrio de san Lázaro, donde sigue hasta la actualidad.

 

6.      Colegio- Seminario

 

Santo Toribio, sobrino del catedrático salmantino, Juan de Mogrovejo, licenciado por Valladolid y Salamanca; conocedor además del mundo universitario de Coimbra, en Portugal, levantará el Colegio Seminario así como el Colegio Mayor de San Felipe siguiendo el patrón de los Colegios Mayores salmantinos. El recuerdo del Santo fundador está presente permanentemente en los cuatro siglos de historia: de esta institución. En primer lugar, en las imágenes: de piedra, en la portada de la capilla; de escayola, en el vestíbulo principal y en el comedor; en el interior de la iglesia hay una espléndida talla con su báculo y mitra bendecida por el Cardenal Landázuri el 27 de abril de 1979 y que fue donada por los PP. Jesuitas de la parroquia de los Desamparados. La selecta bibliografía (libros, novenas, artículos), libros con las constituciones y reglamentos del Seminario. La fiesta que anualmente organizan y que da pie a concursos académicos entre los alumnos para conocer mejor a su santo fundador. Y, sobre todo, la elevada y acrisolada espiritualidad que se vive dentro de sus muros. Recordemos que uno de los milagros atribuidos al Santo se operó con el seminarista Mateo de Rojas y Agüero, quien padecía flujos de sangre y se curó al aplicarle una reliquia de la costilla del santo, tal como atestiguan en 1684 el rector y vicerrector junto a los colegiales José Antonio Ruiz de Yantada y Juan Ortiz de Landaeta, y cuatro años más tarde, el 24 de noviembre de 1689, el Bachiller y sacerdote Juan de Llanos, Nicolás de Melgosa, vicerrector del Seminario, Álvaro de Torres Bohórquez, rector, y el propio médico Bachiller Bernabé Ortiz (15 de febrero de 1690).

 

7.      Conclusión: Repara mi iglesia

El último terremoto del 15 de agosto del 2007 golpeó a muchos de los templos tocados por la mano santa de estos primeros evangelizadores, santos como nuestro Padre de América, Toribio Mogrovejo. Es el caso de Coayllo, Cañete, que se derrumbó totalmente, o el de Huáñec, donde se celebró uno de los sínodos del Santo, y que ha sido seriamente dañado.

Escribió Benedicto XVI en su primera encíclica "Dios es amor" que los santos son los revolucionarios de la historia "los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor" [15]. Cuando allá por el mes de diciembre del 1205, cuando Francisco de Asís salió a dar un paseo y entró a rezar en la vieja iglesia de San Damián, fuera de Asís, delante del Crucifijo puesto sobre el altar, tuvo una visión de Cristo crucificado que le traspasó el corazón, hasta el punto de que ya no podía traer a la memoria la pasión del Señor sin que se le saltaran las lágrimas. Y sintió que el Señor le decía: "Francisco, repara mi iglesia; ¿no ves que se hunde?". El Señor se refería a la Iglesia de los creyentes, amenazada, como siempre, por mil peligros, mas él entendió que se refería a San Damián y, como era rico, pensó que era cuestión de dinero. Se fue a la tienda de su padre, cargó el caballo con las mejores telas y se fue a venderlas al mercado de Foliño. Al regreso entregó el dinero a messer Pedro, el cura de San Damián, más éste no quiso aceptar, temiendo que fuese una burla, y por miedo a sus padres. Entonces Francisco decidió quedarse allí, y reparar él personalmente la iglesia y ayudar a los pobres, según sus planes.

Ojalá el presente evento signifique para todos nosotros un aldabonazo a la conciencia y unidos reparemos el patrimonio que se nos hunde. Muchas gracias



[1]Una primera versión se publicó en 2013 "La solicitud de Santo Toribio por el patrimonio religioso del Perú" Revista CONSENSUS de la UNIFE, Lima 18 (2) 63-79

[2] CAMPOS, J. "La Cultura Cristiana y el Patrimonio Inmaterial". El Patrimonio Inmaterial de la Cultura Cristiana, San Lorenzo del Escorial 2013, p. 17.

[4] Capítulo II "Ecología cultural" de su encíclica "Laudato SI" n.143. ttp://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[6] BENITO RODRÍGUEZ J.A.:

2001 Crisol de lazos solidarios: Toribio Alfonso Mogrovejo Universidad Católica "Sedes Sapientiae" y Ministerio de Educación y Cultura de España, Lima, 275 pp Se puede descargar completamente en internet: http://www.ucss.edu.pe/fondo/toribio.htm.

2006. Libro de visitas de Santo Toribio (1593-1605) (Colección Clásicos Peruanos, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial 2006, pp.450+ Introdu. LVI) Introducción, transcripción y notas.

2006. Santo Toribio Mogrovejo. Pasión por Perú. CEP, Lima

2016 "Santo Toribio Mogrovejo en Santa Clara: Corazón hecho "polvo enamorado" (1ª parte) Revista Teológica Limense, Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Vol. L, N° /2 –(pp. 241 –246)

2016 El Seminario de Santo Toribio en la Historia (1590-1972) (Su trayectoria vital) Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, Lima, 388 pp

2016 "Biografía de santo Toribio, santa Rosa, san Francisco Solano, san Juan Macías" Cinco santos del Perú. Vida, obra y tiempo (Arquidiócesis de Lima-Telefónica, Lima, 2016)

2019. "La Catedral de Lima y Santo Toribio" El Mundo de las Catedrales (España e Hispanoamérica) San Lorenzo del Escorial 2019, pp. 695-722.

2020 Santo Toribio Mogrovejo, forjador de la iglesia de América. Fundación Emmanuel Mounier. Colección "Sinergia", Madrid, 99 pp

 

 

[9] DUSSEL, E. El episcopado latinoamericano y la liberación de los pobres (1504-1620) México 1979. Prólogo

[10] AAL, (Archivo Arzobispal de Lima APBST (Actas del Proceso de Beatificación de Santo Toribio). Cuaderno II, ff. 17-20.

[11] Sumario y memorial ordenado por Don Pedro e Villagómez, arzobispo de los Reyes y en la Causa de la Beatificación y Canonización del Siervo de Dios el IS Don Toribio Alfonso Mogrovejo, arzobispo que fue de esta ciudad. en1662. Art.34, folio 44

[12] RABÍ CHARA, Miguel Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana. 172 años de historia (1834-2006) Lima 2006.

[13] AAL, (Archivo Arzobispal de Lima APBST (Actas del Proceso de Beatificación de Santo Toribio). Cuaderno II. Ibídem, folio 204 v.

[14]BENITO, J.A.  2016 "Santo Toribio Mogrovejo en Santa Clara: Corazón hecho "polvo enamorado" (1ª parte) Revista Teológica Limense, Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Vol. L, N° /2 –(pp. 241 –246).

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