martes, julio 23, 2013

Santo Toribio de Mogrovejo y la identidad católica del Perú

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EL PADRE DE LA NACIONALIDAD PERUANA

Santo Toribio de Mogrovejo y la identidad católica del Perú

Martes 17 de abril de 2012

Al segundo Arzobispo de Lima, cuya festividad se celebra en el Perú el 27 de abril, la nación peruana y la América Española le deben el más precioso y esencial de sus dones, que es su identidad católica.

La extraordinaria obra evangelizadora de este gran santo es prácticamente desconocida, incluso en el propio Perú cuya indeleble esencia católica tanto contribuyó a forjar, por lo cual conviene dar aquí una breve semblanza de ella.

Noble de estirpe y de alma

Nacido en 1538, noble de estirpe (emparentado a la casa de los Condes de Benavente) como de espíritu, el joven Toribio realizó con provecho estudios de filosofía y derecho en Valladolid y Salamanca. Aunque era un simple laico hizo fama de gran virtud y sentido de justicia, lo que movió al rey Felipe II a aprobar su nombramiento, en vísperas de doctorarse, para el tribunal de la Inquisición de Granada en 1574, y a proponerlo cuatro años después a la Santa Sede para el cargo de Arzobispo de Lima. Contaba entonces 39 años.

Al asumir en 1580 su vastísima diócesis —que con sus obispados dependientes comprendía desde Nicaragua hasta Chile— su noble largueza de vistas y su fervor apostólico se manifestaron en la convocación de los memorables Concilios Limenses, los cuales, aplicando las directrices del Concilio de Trento (1545-1563), imprimieron a la evangelización de todo el continente sudamericano el espíritu regenerador de la Contrarreforma, que aquel gran Concilio había traducido en pautas de acción. Santo Toribio es, pues, un santo de la Contrarreforma, un santo contrarrevolucionario.

¡Un millón de bautizados y confirmados!

Su celo por la conversión de los naturales fue inagotable, y lo impulsó a ordenar y supervisar la elaboración de un Catecismo Trilingüe (español, quechua y aymara) con múltiples ediciones, así como a recorrer varias veces, a pie o a lomo de mula, el territorio de su inmensa y abrupta diócesis que cubría prácticamente todo el Perú. Según refiere su fiel servidor y compañero de fatigas apostólicas Sancho Dávila, en tales viajes Santo Toribio"donde veía un indio, aunque fuera en un huaico que estuviese una y dos leguas cuesta abajo, bajaba a verlo y a saber si estaba bautizado y confirmado". El propio santo refirió en carta al Papa Clemente VIII que en los primeros veinte años de su ministerio había bautizado y confirmado de su mano, nada menos que ¡600 mil aborígenes! Y el dominico P. Gabriel de Zárate afirmó en los procesos canónicos que el número de sus confirmados excedía de un millón. En ciertos días le tocaba confirmar tres o cuatro mil catecúmenos, permaneciendo en la iglesia desde muy temprano hasta entrada la tarde sin probar bocado. Para predicarles no dudó en penetrar en lugares tan remotos como Huamachuco en los remotos Andes del Norte, Chachapoyas en el piedemonte ecuatorial, las selvas de Huancabamba o las orillas del río Marañón.

Defensor de los derechos de la Iglesia

Si de un lado tuvo una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen, plasmada en las admirables letanías que hizo difundir, de otro lado fue firme y enérgico defensor de los derechos de la Iglesia frente al poder temporal, cuyas intrigas e interferencias abusivas tuvo que enfrentar en varias ocasiones; por ejemplo, a propósito del Seminario que había fundado y establecido en Lima, en una casa por él mismo adquirida. Apenas inaugurado, el Virrey Hurtado de Mendoza, alegando que no correspondía colocar el escudo de armas arzobispal de piedra que el local ostentaba, lo hizo destruir. Santo Toribio entonces clausuró la casa y presentó queja formal a la Audiencia. Tras varias vicisitudes, que incluyeron nuevas amenazas del susceptible Virrey y exigieron al Santo Arzobispo un constante equilibrio entre fuerza, prudencia y mansedumbre, una decisión del Rey le dio finalmente plena razón.

Inagotable caridad con los pobres

Su caridad extrema fue proverbial. "Socorría las necesidades de los pobres, en especial de los indios..., gastando en esto todas sus rentas", refiere Sancho Dávila. Y todos los jueves del año "daba a los indios de comer, sentándolos a la mesa con toda la humildad del mundo y luego después de comer les lavaba los pies y se los besaba y los vestía después". Daba asimismo "muchas limosnas que hacía con secreto a gente principal, necesitada" —los llamados pobres vergonzantes—, así como para dotar a hospitales y conventos. Incluso cuando el P. Pedro de Escobar, fundador de un hospital para clérigos le solicitó ayuda, "no hallándose con dinero, le dio una mula, la mejor que había en todo este Reino, y se quedó a pie".

Milagrosa reanimación

Como el buen pastor que va en busca de sus ovejas perdidas, se aventuró incluso en tierras de indios infieles como los motilones de Moyobamba. Le tocó hacerlo "a pie, por caminos que parece suben a las nubes y bajan al profundo, de muchas losas, ciénagas y montañas" —como él mismo refiere en una carta a Felipe II. Estando precisamente en un caserío amazónico a 30 leguas de Moyobamba, su fatiga y constantes ayunos le ocasionaron un colapso, y cayó exánime en tierra. Dado por muerto fue llevado por los indios en angarillas hasta otro poblado donde estaba su sirviente, a quien "dijeron en su lengua 'manquan', que quiere decir en la castellana ya murió" porque el cuerpo estaba frío. El fiel servidor, inspirado por la gracia, atinó a acercarle calor y hacerle unas fricciones en el corazón, hasta que de repente los signos vitales reaparecieron y "vino a tomar color y hablar... con tanta alegría como si no hubiera pasado nada", lo que fue considerado por todos como milagroso y contribuyó a que aquellos indios fuesen atraídos a la luz de la Fe.

Santa muerte, umbral de gloria

Talis vita, finis ita —"Así fue la vida, así es el fin" dice el proverbio latino. Se muere como se vivió. Y Dios dispuso dar a este fidelísimo siervo el premio eterno, precisamente cuando estaba entre sus amados indios en los pueblos del actual Lambayeque. Comenzó a sentirse enfermo, y llegado en marzo de 1606 a Zaña se agravó considerablemente. Sabiendo que le llegaba el fin, sereno y alegre pidió que lo llevasen a la iglesia próxima donde recibió el Santo Viático. De regreso le fue administrada la Extremaunción, que recibió repitiendo las oraciones de la Iglesia para la circunstancia e indicando él mismo al sacerdote los textos que debía leer. Pidió después al prior de los Agustinos, buen tañedor de arpa, que tocase su instrumento para acompañar el rezo del Credo y del Salmo In te Domine Speravi ("En ti Señor esperé"). Y a un monje que no podía contener las lágrimas le dijo: No me lloréis buen hermano, no lloréis por mi partida, tañed el arpa y cantad que siento que Dios se acerca, que siento que Dios me mira... que me llama y es mi dicha.

Momentos después, precisamente mientras recitaba el versículo "En tus manos encomiendo mi espíritu", se apagó suavemente. Era un Jueves Santo, 23 de marzo, poco después de las tres de la tarde.

* * *

Santo Toribio puede ser considerado a justo título un padre de la nacionalidad peruana. Más que a cualquier otro es a él que la patria debe su unidad religiosa, fundamento de nuestra identidad nacional. El intrépido apostolado emprendido por él y por toda la pléyade de religiosos a los que su ejemplo inspiró, desterró el brutal paganismo que campeaba entre los aborígenes de toda Sudamérica española, y consumó una hazaña misionera inigualada, cuyo resultado el Papa Juan Pablo II resumió en estos términos:"Mientras que la mayoría de los pueblos vino a conocer a Cristo y el Evangelio después de siglos de su historia, las naciones del continente iberoamericano... nacieron cristianas" [1].

En momentos en que la Nación peruana es barrida por una furiosa tempestad neopagana —la revolución cultural post comunista, dirigida a esparcir el caos moral y hacernos perder nuestra identidad católica— Santo Toribio emerge como el más digno intercesor ante Dios para coartar ese proceso funesto y emprender bajo su patrocinio la vigorosa reconquista espiritual católica de nuestra Nación.


[1 Homilía en la Misa en Salvador, Bahía (Brasil), Pronunciamientos del Papa en Brasil, Editora Loyola, S. Paulo, 1982, p. 192.

Un santo de la Contrarreforma visto por un líder de la Contra-Revolución. Santo Toribio según Plinio Corrêa de Oliveira

http://www.tradicionyaccion.org.pe/tya/spip.php?article237

EN LA FIESTA DE SANTO TORIBIO

Un santo de la Contrarreforma visto por un líder de la Contra-Revolución

Sábado 27 de abril de 2013

Plinio Corrêa de Oliveira fue entusiasta admirador de la gigantesca obra evangelizadora de Santo Toribio de Mogrovejo, cuya fiesta conmemoramos en Perú el 27 de abril. En una reunión para los miembros más jóvenes de Tradición, Familia, Propiedad en San Pablo, ensalzó la figura del segundo Arzobispo de Lima, descrita en la biografía que sigue:


SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO

Plinio Corrêa de Oliveira (*)

"Santo Toribio nació en 1538, en Mayorga, España, de una noble familia. Desde la infancia reveló gusto por la virtud y un extremo horror al pecado, al lado de una gran devoción a la Santísima Virgen. Cada día recitaba su Oficio y el Rosario, y los sábados ayunaba en su honor.

"Con inclinación para los estudios, los hizo en Valladolid y Salamanca. Felipe II pudo conocerlo, y notándole las cualidades, lo nombró primer Magistrado de Granada y Presidente del Tribunal de la Inquisición de esa ciudad, cargo que ejerció de forma excepcional durante cinco años. Habiendo vacado la sede episcopal de Lima, en el Perú, el soberano lo llamó para el cargo a pesar de sus vehementes protestas. Fue ordenado sacerdote y obispo y asumió su puesto a los 43 años de edad.

"Su diócesis era inmensa y las costumbres de los españoles y otros conquistadores, incluso del clero, dejaban mucho que desear.

"Los salvajes, a su vez, estaban abandonados o eran perseguidos. Santo Toribio no se dejó desanimar. Resolvió aplicar las decisiones del Concilio de Trento para reformar la región.

"Dotado de excepcional prudencia y celo activo y vigoroso, comenzó por la reforma del clero, tornándose inflexible con cualquier escándalo que de allí viniese. Se tornó el azote de los pecadores públicos y el protector de los oprimidos. Fue duramente perseguido por ello.

"Como algunos cristianos diesen a la ley de Dios una interpretación que favorecía las inclinaciones desarregladas de la naturaleza, les mostró que Cristo era la Verdad y no una costumbre, y que en su Tribunal todos nuestros actos serían pesados, no por la falsa balanza del mundo, mas por la balanza del Santuario".

"Consiguió nuestro santo lo que quería, y se volvió a la práctica de las máximas evangélicas con enorme fervor, principalmente con la llegada del virtuoso Virrey Don Francisco de Toledo.

"Infatigable por la salvación de la menor de las almas de su rebaño, no ahorraba ningún trabajo. Protegió a los indios, llegando a aprender, en edad avanzada, varios de sus dialectos para poder enseñarles el catecismo. Toda esa actividad era iluminada por intensa piedad: Misa, larga meditación diaria, largas horas de oración y severas penitencias. Su oración era continua, pues la gloria de Dios era el fin de todas sus palabras y acciones.

"Santo Toribio cayó enfermo en Zaña, ciudad distante de Lima. Previó su muerte, y distribuyó sus bienes a sus criados y a los pobres. Repitiendo sin cesar las palabras de San Pablo, "Deseo ser libertado de los lazos de mi cuerpo para unirme a Cristo", murió diciendo con el Profeta: "Señor, en tus manos entrego mi espíritu". Era el 23 de marzo de 1.606 cuando expiró el gran apóstol del Perú".

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"Milagro de Santo Toribio", del pintor italiano Sebastiano Conca.

* * *

Así comentó este texto a sus jóvenes oyentes el líder católico brasileño:

"Es una tan bonita biografía que casi no provoca comentarla.

En todo caso, vamos a considerar algunos aspectos. El primero de ellos, naturalmente, es la excepcional devoción de Santo Toribio a la Santísima Virgen. Todos nosotros sabemos bien que sin devoción a Ella no hay santidad y que la santidad está, de algún modo, en la medida de la devoción a Nuestra Señora.

Pero después, pasemos un poco para la consideración de cosas del tiempo.

Este hombre tan piadoso es "notado" por el rey Felipe II; y tan pronto el rey lo nota, lo convoca para el poder judicial.

Imaginen ustedes que alguien les contase una cosa así: "El presidente X, de tal país, estuvo en tal lugar, y oyó hablar de un hombre muy religioso, que ayunaba, que todos los sábados hacía tal penitencia así, rezaba el Oficio Parvo [de la Santísima Virgen]. Cuando el presidente oyó hablar de él, exclamó: «¡Oh, aquí está el magistrado que busco!»". ¿Ustedes lo creerían?

Si eso fuese publicado nadie lo creería, porque todo el mundo sabe que ningún jefe de Estado contemporáneo selecciona los hombres verdaderamente piadosos, verdaderamente religiosos.

Ahora, ¡maravilla de las maravillas! Él [Felipe II] encontró un hombre piadoso, pero que no era para nada blando, sentimental, de cuello torcido... El rey Felipe II, que era bien lo contrario de ese sentimentalismo —cualidad que no le puede ser negada en ningún caso—, viendo ese hombre tan bueno, lo llamó para el ramo especial de la judicatura, que era la Inquisición "contra la perfidia de los herejes" que se hacían pasar por católicos. Y he aquí entonces a nuestro hombre transformado en perseguidor de los herejes. Y este hombre sale de las sombras, del santuario, de las dulzuras de su piedad, para ser el azote de los herejes, y ejerce tan bien su cargo que es nombrado después obispo del Perú.

Ustedes están viendo cómo esto significa, al fin de cuentas, toda una atmósfera, toda una época en que la virtud era procurada, era galardonada, era considerada como un instrumento para la buena marcha del gobierno de un reino. Y ustedes ven el acierto de Felipe II mandando para el Perú a un hombre de estos.

Es decir, comprendiendo muy bien toda la corrupción a que estaba sujeta una nación del imperio español, con la permanencia de la élite en España, o en Portugal, y la venida de la "borra" para América del Sur. Entonces, su preocupación fue tomar un hombre eminente de esos para implantar el reino de Cristo en el Perú; para consolidar los fundamentos del reino de Cristo en el Perú. Ustedes, entonces, pueden percibir mejor cómo había verdadero celo de parte de Felipe II en la propagación de la fe.

Hay por ahí unos agitadores que dicen que España y Portugal, cuando hicieron el descubrimiento, sólo se interesaban por dinero. ¿Qué ganaba en términos monetarios Felipe II en implantar, en mandar a un hombre de ese valor para el Perú, para hacer reformas de carácter espiritual? ¡Nada!

Ese hombre comienza a actuar, ese hombre se transforma allí en el azote del mal, porque él es un santo auténtico, que sabe azotar. Él se transforma en el azote de los malos sacerdotes, reforma el clero, etc., pero su acción es prestigiada por otro hombre de altas virtudes, que Felipe II manda para el cargo de Virrey del Perú y que es Don Francisco de Toledo.

Ustedes están viendo un rey al que Santa Teresa llamaba "nuestro gran Rey", "nuestro santo Rey Felipe". Están viendo un santo obispo Inquisidor, un santo Virrey. ¿Quién es que oye hablar de cosas de esas en los días de hoy?

¡Cómo hemos bajado! ¡Cómo caímos! ¡Cómo hemos llegado a un estado de cosas tan tremendo, que nuestra tentación es hasta de considerarlo natural! A veces se habla [en el Brasil] de ciertos campesinos degradados que viven en el litoral marítimo, que son tan decadentes que hasta encuentran natural la vida que llevan. Nosotros, los hombres del siglo XX, espiritualmente somos así. Estamos en una tal decadencia, que nos parece natural que haya ciertos entes de pesadilla por ahí, gobernado, mandando, hablando, dirigiendo, etc. No comprendemos el fondo del abismo en que estamos, porque lo normal es eso: normal es que un obispo sea un Santo Toribio de Mogrovejo, y no que sea (...) ¡Eso es lo normal! Normal es que el poder político esté entregado a un rey o a un virrey virtuoso; no a ciertos hombres que nosotros vemos por ahí.

Pero nosotros hasta ya perdimos la noción de normalidad: los padrones de normalidad se arruinaron.

Entonces, ¿qué debemos pedirle en su fiesta a Santo Toribio de Mogrovejo?

Debemos pedirle que nos obtenga la gracia de luchar activamente para que cese este estado de impiedad en que la normalidad parece un cuento de hadas; parece un cuento chino, y es ese horror que se ve por ahí lo que parece "normalidad".

Es la derrota del "orden" revolucionario de cosas y el triunfo de la Contra-Revolución, lo que debemos pedir a ese Santo inquisidor, que habría luchado por la Contra-Revolución, y que tanto luchó como inquisidor por la Contra-Revolución. De lo alto de los cielos, ciertamente, él oirá con benignidad y con alegría nuestra súplica."

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