SEMBLANZA POÉTICA DE SANTO TORIBIO por PEDRO DE VILLAGÓMEZ, su sobrino y sucesor como arzobispo de Lima. 1653. (Traducción de Julio Picasso)
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DEL ILUSTRISIMO Y REVERENDISIMO SEÑOR DON PEDRO DE VILLAGOMEZ, ARZOBISPO DE LIMA, SOBRE LA VIDA Y ALABANZAS DEL IGUALMENTE ILUSTRISIMO Y REVERENDISIMO SEÑOR TORIBIO ALFONSO DE MOGROVEJO, ANTECESOR VENERABLE EN LA MISMA SEDE[1],
Poesía
La piedad que Lima conserva hacia su padre me impulsa
a referir brevemente las gestas de Toribio Alfonso.
Él fue el primero en presidir la Sede de Lima,
la cual yo ahora presido aunque indigno.
Me urge narrar con estilo sincero sus piadosísimos hechos
para que, lo ruego, se escuchen mis francas palabras.
La villa de Mayorga lo engendró de ilustre prosapia.
Su alta conciudadana León la gobierna.
Al llegar su verde adolescencia, fue trasplantado
a Valladolid, que lo alimentó e instruyó.
Luego fue asociado a los colegios de Salamanca que se llaman
de Oviedo, y allí fue honrado con la toga.
Fue hecho juez de la fe en Granada y allí pronto fue elegido
para que rigiera dignamente los pueblos limeños.
Rigió con blando gobierno al pueblo a él encargado,
plácido con los sometidos y piadoso con los pobres.
Ahora lleva el nombre y el título de padre común
porque favoreció a todos en todos los oficios.
Su devoción levantó muchos palacios a Cristo,
a los que también ofreció muchos dones.
Construyó una casa a la que ordenó enseñar
los preceptos sagrados del Concilio de Trento a los niños;
y también otra casa para las mal casadas y un cenobio de Hermanas
para que consagren al Señor como clarisas sus personas y sus bienes.
Su generosa mano reconstruyó los techos sagrados de Cristo,
es decir, los mendigos, bajo los cuales él mismo habita.
El indígena, el español, el peregrino, el agricultor,
el mísero y pobre indio, la virgen sagrada llorosa,
el pobre, el niño, la viuda y la joven mal casada
participaron de sus dones y servicios.
Él no escondió el oro, la moneda o los bolsillos.
Todo lo que tenía, lo tiene cualquier pobre.
A veces se desprendió de los vestidos externos del cuerpo
para proteger el cuerpo externo del pobre.
Era todo para todos. También pródigo de su santa vida:
nada retenía para sí, era todo para todos.
Tenía solo a Cristo, todo en su pecho.
Para él toda demora era pereza; el ocio era indolencia.
El amor divino actuaba en su interior, en sus vísceras, hirviendo
en sus huesos: el amor actuaba en su interior.
Este lo impulsó a dejar los solares de su querida casa
y, a menudo, a abandonar su hogar de Lima.
A menudo le hizo probar por doquier caminos no hollados;
como un pastor, para que todas sus ovejas vivieran en su ovil,
a menudo lo hizo arrastrarse por las insólitas cuevas de fieras,
ir por estrechos senderos y sufrir los peñascos.
Las abruptas cumbres no holladas de los montes no lo aterran,
no se le esconden las colinas ni los valles profundos.
No lo retienen las ciénagas pantanosas ni las aguas torrentosas del río,
ni el tormentoso temporal con sus túrbidas aguas.
ni el invierno glacial ni la cruel ira del granizo,
ni la tierra sepultada bajo nieve.
No lo arredran ni la cruda hambre, y su débil cuerpo
No se asusta de la aspereza del frío o del calor.
Solo le importan los daños al nombre de Cristo;
para evitarlos todo le es más que dulce.
Nada le es difícil ni duro con tal que como pastor vigilante
reúna a su disperso rebaño en las divinas redes de Cristo
y dispense a su pueblo el sagrado alimento
visitando sus viles techos y cabañas.
Aprendió con entusiasmo las palabras de su exótica lengua
para que sus ovejas reconozcan el silbido del pastor.
A muchos indios lavó con el sagrado bautismo
dándoles un nombre cristiano y un oficio.
Ungió innumerables frentes con el sacro crisma
para que, si la situación lo exigiese, soportaren el martirio.
Enseñó en concilios a los peruanos el dogma de la salvación,
convertido en espejo y norma de los Pontífices.
Su fe ancestral lo impulsó a menudo a celebrar misas
con frecuencia y a buscar sufrir el martirio.
También tuvo firme esperanza, prudencia en los grandes asuntos,
cultivo de la justicia y una admirable sobriedad.
Siempre demostró gran constancia en la adversidad,
devoción piadosa y verdadera elocuencia,
sencillez y candor; de alma indemne de crimen,
cuerpo y alma virginal.
En sequías, abría fuentes y desde entonces
estas fluyeron abundantes
y se llaman con su nombre
así como Ícaro llamó Icarias a sus aguas.
El elegido no tocó sus aguas
ya que el elegido hizo mojar a los otros con las aguas.
A punto ya de caer de la abrupta cumbre de un monte,
un indio desconocido detiene su caballo:
el indio apareció de improviso y de improviso desapareció,
por lo que se cree que era un indígena del cielo.
Con igual gracia de Cristo se salvó
cuando cayó de una alta montaña.
Para salvarse de un toro, tomó una piedra; luego un árbol
creció y prosperó de la árida piedra.
En una situación parecida salvó de un toro a un criado,
deteniendo al toro con el signo de la cruz.
Como Moyobamba se estremecía frecuentemente por el rayo,
él consagra una campana y cuando ella sonaba, callaba el rayo.
Dos veces hizo hablar a los mudos, otras tantas dio salud a los enfermos
y, en vida, dio incluso vida a una difunta.
Entonces nos lo sustrajo la fatal muerte, que nos envidiaba,
y que nos niega ver el dulce bien perdido.
Pero la imagen del pastor ausente está presente,
y el amor hace sufrir el pecho de nuestro amor por él.
Entonces se lamentan la juventud y la canosa vejez en Lima,
el pueblo sufre por su amigo, la huérfana por su padre.
Pero la suerte, que fue inicua con nosotros, como dijimos,
fue fecunda, fausta y cariñosa con él,
pues, desde entonces pisa los astros del cielo
para alabar alegre al Eterno por gracia divina.
El camino y el sendero tan andados por sus piadosas plantas
cuando visitaba a sus encomendadas ovejas;
el trabajo dispensado en la protección de su rebaño, el alimento
dispensado rectamente a su grey, son aquí delicias.
Ahora se alimenta de las auras eternas de vida
el que soportó ayunos frecuentes.
Blancas guirnaldas ciñen la cabeza virginal
de quien conservó níveo el pudor de su cuerpo y alma.
Recibe riquezas imperecederas y beatas
quien consideró por Cristo las riquezas como estiércol.
Para él los dones celestiales permanecen inalterables
en lugar de las terrenales, y Dios siempre permanece.
Así la fe operante y la esperanza firme lo coronan,
así la virtud mayor, el amor, el mismo Dios.
Oh muerte fértil, de la que surge el origen de la vida
cuya herencia es y siempre será Dios por la eternidad.
En la muerte y después, realizó cosas extraordinarias.
Me gustaría narrar algunas.
Al morir con alegría y deponer los vínculos de la carne,
la luna sufrió un gran eclipse
y una cruz roja se manifestó en el cielo sereno.
Su barba renació después de morir,
y después de quince meses, carente de corrupción,
su cuerpo difunto despreció los lívidos derechos de la muerte,
incluso despedía un admirable aroma.
Se habría dicho que la canela estaba escondida en su tumba.
Hizo conducir su cadáver por el río en un lecho fúnebre
para que el agua refluya a sus fuentes.
El contacto de su cuerpo sana a un esclavo y a un niño;
sus vestidos tocados sanan a dos cojas.
Queda una gran parte de gente salvada de otros peligros
que este corto papel no puede abarcar por escrito.
Pero ya es tiempo de virar la vieja proa
y acortar las velas de mi pequeña nave.
No amontonemos más palabras, pues nos urge
una materia más amplia y seremos cubiertos por las aguas de las alabanzas.
Adonde vayamos está por doquier el vasto padre océano,
pero este es el único puerto seguro adonde ir.
[1] Antonio de LEON PINELO, Vida del Ilmo. y Rmo. D. Toribio Alfonso
Mogrovejo Arzobispo de Lima, Madrid, 1653
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