miércoles, mayo 18, 2022

Santo Toribio de Mogrovejo, organizador de la Iglesia, misionero itinerante. Guzmán Carriquiry


Capítulo del artículo "Isabel la Católica y los santos de la primera evangelización americana" https://www.humanitas.cl/historia/isabel-la-catolica-y-los-santos-de-la-primera-evangelizacion-americana, Publicado: 14 Octubre 2019

Aquel que ilustra mejor ambos aspectos de los tiempos de fundación —o sea la misión itinerante y la organización de la Iglesia en las Indias— es sin duda san Toribio de Mogrovejo (1538-1606).

Su ciudad natal fue Mayorga, entonces situada en la diócesis de Valladolid y hoy en la de León. Estudia derecho canónico en las Universidades de Salamanca, Coímbra y Santiago, luego es Presidente del Consejo de la Inquisición en Granada, cargo que desempeña con justicia discreta y misericordiosa. Jamás se hubiera imaginado, él, un laico de 39 años, que el rey Felipe II le habría ofrecido el arzobispado de Lima (que permaneció vacante por más de 4 años después de la muerte del genial Jerónimo de Loaysa), el centro espiritual y político más importante de Sudamérica, al que estaban sometidos las diócesis y los fieles desde Panamá hasta el Río de la Plata. Recibe las órdenes mayores en Sevilla y después es consagrado obispo. Mientras tanto visita periódicamente el Consejo de Indias y aprende a conocer las tierras y los hombres que le habían sido encomendados.

Tras un viaje de 4 meses llega al puerto de Paita —el más septentrional del Virreinato del Perú— y recorre más de 800 kilómetros en mula hasta la "Ciudad de los Reyes".

Sus tareas fundamentales en sus 26 años de gobierno arzobispal fueron dos. En primer lugar se dedica a la organización eclesiástica de la "nueva cristiandad de Indias". Así como el gran Virrey Don Francisco de Toledo había logrado dominar la fronda de los "conquistadores" contra las "nuevas leyes" de 1542, imponiendo la autoridad de la corona y el respeto de la ley y sentando las bases jurídicas y administrativas del amplio territorio, similar fue la fatiga de Don Toribio a nivel eclesiástico y religioso.

Recién llegado convocó el III Concilio provincial de Lima, inaugurado el 15 de agosto de 1582, con la participación de los obispos de toda América del Sur, bajo su presidencia. De esta forma se aplicaron y —por así decirlo— inculturaron las disposiciones del Concilio de Trento (1545-63), pero al mismo tiempo se reanudó la tradición de las " juntas" y de las asambleas sinodales que la joven Iglesia celebraba en México y Perú para llevar a cabo la evangelización entre los nuevos pueblos con realismo. Este III Concilio de Lima se ocupó sobre todo de la promoción humana y cristiana de los indígenas y de la reforma del clero. "No hay cosa más importante que en estas provincias de las Indias deban cumplir los Prelados y los demás Ministros, tanto eclesiásticos como seglares y así tener encomendada por Cristo... que el mostrar un paternal afecto y andado al bien y remedio de estas tiernas plantas, que la Iglesia tiene ante sí como responsabilidad: enseñar y encauzar a la población indígena".

Con respecto a esta última, un decreto conciliar dispone "que los indios sean instruidos en vivir políticamente para que se les acostumbre a tener cuidado de sus personas y de sus cosas [...]" [18]. Por esto, el Santo Sínodo se declara apesadumbrado "de que no solamente en tiempos pasados se les ha hecho a estos pobres indios tantos agravios y con tanto exceso, sino que también el día de hoy muchos procuran hacer lo mismo. Ruega por Jesucristo y amonesta a todas las Justicias y Gobernadores que se muestren piadosos con los indios y enfrenten la insolencia de sus Ministros, cuando es menester, y que traten a estos indios no como esclavos, sino como hombres libres y vasallos de la Majestad Real, a cuyo cargo os ha puesto Dios y su Iglesia. Y a los Curas y otros Ministros eclesiásticos manda muy de veras que se acuerden que son Pastores y no carniceros y como a hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristiana" [19].

El Catecismo de Lima fue elaborado con base en las preocupaciones e indicaciones sinodales; redactado en tres lenguas (castellano, quechua y aimara), fue el primer libro impreso en América del Sur en 1584-85. En cuanto al clero, el Concilio señalaba que "lo que los Obispos deben atender principalmente es conseguir trabajadores idóneos para esta gran cosecha de los indios. Y si faltasen, sin duda es mejor y más provechoso para la salvación de los nativos tener pocos sacerdotes, pero buenos, que muchos y mezquinos" [20]. Acto seguido, Don Toribio se dedica a ordenar a los sacerdotes: "doctrineros" a residir en los pueblos indígenas; a fundar en Lima el primer Seminario de toda la Iglesia universal para formar un clero secular joven autóctono; a imponer el estudio de las lenguas locales a los seminaristas y sacerdotes —¡a fines del siglo ya las conocían más del 90% de los sacerdotes!—; a decretar la excomunión ipso facto a los clérigos que efectuaban "contratos y negocios que son la ruina del estado eclesiástico"; a levantarse contra los "privilegios" de los religiosos instándoles a no encerrarse en sus parroquias, sino a salir en misión... Mucho le costó hacer aprobar las resoluciones del Concilio por el Rey y la Santa Sede, por los ataques de todos aquellos que se oponían a estas. El IV y V Concilio provincial de Lima, convocados también por Don Toribio, pusieron en práctica y continuaron esta obra.

Muchos de sus 25 años de gobierno transcurrieron en visitas pastorales a todas las comunidades diseminadas en la vastísima jurisdicción eclesiástica. La primera de estas visitas duró casi 7 años (1584-90), la segunda 4 (1593-97) y de la tercera, comenzada en 1605, no regresó con vida. Visitó, a caballo, centenares de aldeas y "reducciones", desde las playas de la costa hasta las cumbres de la Sierra, entre chozas y bohíos, edificando y embelleciendo iglesias, hospitales y escuelas, mostrando severidad frente a los abusos de clérigos, colonos, encomenderos y "corregidores", denunciando la explotación en el trabajo en las minas y las haciendas, el mal representado por la "coca" y la "chicha", etc., conviviendo con los indios —"que son nuestros hijos más queridos"— y acumulando experiencia e informaciones útiles para su elevación humana y cristiana. En el curso de sus viajes encontró el tiempo para presidir 17 sínodos locales. En 1594 escribió al Rey indicándole que había recorrido 40.000 km. Acusado de estar siempre fuera de Lima, en una carta del 16 de febrero de 1594, le decía: "Es mi deber y obligación no permitir que muera un indio solo sin el sacramento del bautismo [...]. La vida es breve y conviene velar cada uno sobre lo que tiene a su cargo [...]. En estas tierras abandonadas es donde hay más necesidad del Santo Evangelio". Alguien ha calculado que bautizó casi un millón de indígenas y confirmó 120.000. Y "aunque me expongo a tan graves peligros de mudanzas, de odio y de enemigos, de caminos que son los más peligrosos de todo el mundo, por ser tierra doblada y de muy grandes ríos, y aunque me encuentro con despeñaderos (muchas veces ya estuve en peligro de muerte), esto lo hago por Dios y por cumplir con mi obligación" como "descargo a la conciencia".

Sus relaciones con cinco Virreyes sucesivos fueron a veces tranquilas y otras veces espinosas. Fue acusado de no respetar el Patronato Real por ponerse directamente en contacto con Roma, fue calumniado y tuvo que soportar intrigas e insidias de toda clase. "Yo me he alegrado y regocijado mucho en el Señor —escribe en otra ocasión— con estos trabajos, y adversidades, y calumnias y pesadumbres, y los recibo como de su mano y los tomo por regalo, deseando seguir a los Apóstoles y Santos Mártires y al buen Capitán Cristo nuestro Redentor, con su ayuda y gracia [...] atendiendo en esta parte que en cuanto uno más sirva a Dios es más perseguido del mundo y de la gritería [...]".

 Lo amaron especialmente los indios —que lo llamaban "Tata Toribio"— y falleció entre ellos en una pobre iglesia de una pobre aldea andina. Llevó una vida tan pobre y austera —pues distribuía sus rentas entre las obras de la Iglesia y los más necesitados, a los que llamaba "mis acreedores"— que corrió el rumor de que había muerto de hambre. Benedicto XIII lo proclamó santo y Juan Pablo II "Patrón de los obispos de América Latina" [21]. En varias oportunidades el Papa Francisco ha propuesto el extraordinario testimonio de san Toribio de Mogrovejo para la "conversión pastoral" —y, por eso, de los Pastores— en nuestro tiempo.

NOTAS:
18] Martínez Ferrer, Luis, Tercer Concilio Limense (1583-1591). Ed. San Paolo, Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y Pontificia Universidad de la Santa Cruz, 2017.
[19] Ob. Cit.
[20] Ob. Cit. 
[21] Cfr. Sánchez Prieto, Nicolás, san Toribio de Mogrovejo, apóstol de los Andes. BAC, Madrid, 1986; Benito, José A., Crisol de Lazos Solidarios. Toribio Alfonso Mogrovejo. Universidad Católica Sedes Sapientiae/Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España, Lima, 2001.

 

 

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