Conferencia ofrecida en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de
Lima el 26 de junio de 2008.
Revista Teológica Limense. Vol. XLIV – Nº 2 – 2010, pp.271-275
SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO Y EL III CONCILIO LIMENSE
En la historia de la Iglesia en el Perú existe un hito muy importante
y significativo: el III Concilio Provincial de Lima, celebrado entre
el 15 de agosto de 1582 y el 18 de octubre de 1583. Sus disposiciones
esenciales rigieron en el ámbito sudamericano durante más de tres
siglos, hasta el Concilio Plenario Latino-Americano realizado en Roma
en 1900.
Sin duda la figura central del III Concilio limense fue Santo Toribio
Alfonso de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima. Había ingresado en su
arquidiócesis el 11 de mayo de 1581 y la primera tarea episcopal que
se le imponía era la convocatoria a la magna asamblea. Ya el Concilio
de Trento había determinando (en la sesión 24 del 11 de noviembre de
1563) que el Concilio Provincial debería celebrarse cada tres años.
Pero dadas las difíciles condiciones geográficas de Iberoamérica, se
permitió que para nuestros países los plazos se ampliaran. Santo
Toribio convocó el concilio para que iniciase el 15 de agosto de 1582.
La carta del arzobispo se cursó a los obispos sufragáneos por
duplicado, y a algunos de ellos por triplicado, "de suerte que no
pudiesen pretender ignorancia de ello".
La diócesis sufragáneas de la de Lima eran nueve: Cuzco, Quito,
Popayán, Santiago de Chile, La Imperial, Tucumán, Paraguay, Panamá y
Nicaragua. En los momentos de la convocatoria Panamá y Nicaragua
estaban vacantes; el prelado de Popayán se hallaba impedido. Así que
asistieron, desde un principio, los dos de Chile (fray Diego de
Medellín y Fray Antonio de San Miguel); el de Paraguay (fray Alonso
Guerra); y el del Cuzco (Lartaún); tres meses después llegó el anciano
obispo de Quito, fray Pedro de la Peña; y a los seis meses llegaron
los obispos de Charcas (Granero de Ávalos) y de Tucumán (fray
Francisco de Victoria).
De esos prelados cinco eran religiosos: tres dominicos (Peña, Guerra y
victoria), dos franciscanos (los dos chilenos; Medellín y San Miguel);
y tres eran del clero secular: el propio santo Toribio y los del Cuzco
y Charcas (o La Plata); Lartaún y Granero.
Además de los obispos asistieron Procuradores de las diócesis y de los
religiosos, Por los cabildos eclesiásticos: de Lima (Martínez y
Balboa); de Quito (Muñiz); de La Plata (Villarverche), de Santiago de
Chile (León), de La Imperial (Medel), de Nicaragua (Ortiz); de clero
de Lima (Azevedo), del clero del Cuzco (Lezo), del clero de Charcas o
La Plata (Manrique).
Los superiores religiosos que asistieron fueron: los dominicos Domingo
de la Parra y Luis de la Cuadra; el franciscano Jerónimo de
Villacarrillo; el agustino Juan de Almaraz; el mercedario Nicolás de
Ovalle, y el Jesuita Juan de Atienza.
Los teólogos fueron: Bartolomé de Ledesma O.P., obispo de Oaxaca; Juan
del Campo OFM y Luis López OSA, José de Acosta SJ. Y Antonio de
Molina, canónigo de Lima. Y como canonistas los doctores Pedro
Gutiérrez, Hernando Vásquez y Francisco de Vega.
En el grupo de teólogos el más notable fue sin duda el P. José de
Acosta, de la Compañía de Jesús, excelso misionólogo, más también
científico sabio, consejero prudente y de pasmosa erudición. De él ha
escrito don Vicente Rodríguez Valencia, biógrafo de Santo Toribio: "La
Providencia le colocó al lado de Santo Toribio. Es uno de los frutos
mejor logrados y más completos de la decisión de San Francisco de
Borja -tercer general de la Compañía- de enviar a las Indias jesuitas
de los más calificados de su Orden" (Rz. Valencia, I, 205). Fue
insigne colaborador y leal amigo del santo arzobispo.
Infortunadamente un Concilio de tanta trascendencia para la
evangelización de Iberoamérica, y a cuyos miembros había sido tan
difícil congregar, presentó casi desde el comienzo serias
perturbaciones, enojosas quejas y acusaciones de eclesiásticos y
civiles del Cuzco contra el obispo Sebastián de Lartaún. Habría sido
mejor que esas cuestiones hubiesen sido derivadas a otras instancias.
Pero Santo Toribio, con buena intención, creyó que las cosas se
arreglarían dentro de las mismas sesiones conciliares. Pero el asunto
fue de mal en peor, y no por culpa del arzobispo. Entre dimes y
diretes los temas esenciales del Concilio no se trataban sino que las
discusiones versaban sobre el asunto Lartaún, quien se veía apoyado
por los obispos de Tucumán, Paraguay, Santiago y Charcas. Este grupo
actuó de manera incorrecta, apasionada, e incluso violenta.
Sustrajeron documentos de la causa de Lartaún, papeles sumamente
importantes. El obispo de Tucumán, actor principal y organizador de
estos sucesos (según Rodríguez Valencia) llegó al extremo
incalificable de arrojar en el horno encendido de una panadería los
documentos del proceso. El arzobispo amenazó con la excomunión a los
obispos favorecedores de Lartaún. Indudablemente, como afirma el P.
Vargas Ugarte al reseñar este lamentable trance conciliar, "la razón y
la justicia estaban del lado del Santo. Todos en la ciudad lo veían y
el secándolo dado por la actitud rebelde de los obispos dio motivo
para que la gente… repitiese que el Concilio andaba favoreciendo a
gente facinerosa" (H.I.P.; II, 65).
Sin serenarse aún los ánimos, el arzobispo obtuvo que se aprobasen los
capítulos ya listos y el 15 de agosto pudo realizarse la segunda
acción del Concilio, que comprende 44 de aquéllos.
El 22 de setiembre se celebró la tercera acción que consta de también
de 44 capítulos; y como los obispos de Chile deseaban volver cuanto
antes a sus sedes, se determinó que la cuarta sesión se tuviese el 28
de octubre.
Pero un acontecimiento imprevisto iba a apresurar las cosas. En las
actas de esa tercera sesión, al final se lee lo siguiente:
"Habiendo fallecido el nueve de octubre, atacado por rápida
enfermedad, el Revmo. Obispo del Cuzco, es decir, Sebastían de Lartaún
y urgiendo a los Reverendísimos de Chile navegar a sus Iglesias, por
acuerdo de los Padres se decretó anticipar la acción para el
domingo…trece de octubre…". El turbulento prelado, causa de tantas
discordias, tuvo tiempo de hacer testamento, en el cual perdonaba "a
todas aquellas personas que le han ofendido e injuriado… para que Dios
N.S. le perdone sus culpas y pecados y les s pide perdón si les ha
injuriado". Indudablemente el desagradable caso de Lartaún significó
una enorme pérdida de tiempo para una asamblea conciliar de tanta
trascendencia y que había sido tan arduo reunir.
Afortunadamente no dejaron de laborar intensamente los teólogos y
traductores del Concilio, en especial el padre José de Acosta, en
quien recaía la responsabilidad de preparar los textos doctrinales y
canónicos más importantes. Se trataba de la finalidad principal del
Concilio: preparar los Catecismos, Confesonario, Sermonario y demás
escritos referentes a la evangelización de los indios, a fin de
uniformar y facilitar su instrucción en la fe.
La cuarta sesión se realizó el 13 de octubre de 1583 (el obispo
Lartaún habia fallecido cuatro días antes). Abarca 25 capítulos, de
los que hay que destacar el noveno, que trata "de los días de fiesta
que se han de guardar". Pa los españoles son 38 y para los indios 12
(aparte de los días domingos).
Con cierto apresuramiento, y ya embarcados para Chile (los obispos de
Santiago y La imperial), se verificó el 18 de octubre la quinta y
última sesión. Se celebró ésta en la Catedral de Lima, con solamente
cinco decretos. Se encarga que el Metropolitano (esto es, San
Toribio) dé por aprobado el Confesonario (preparado por el P. Acosta)
y que se distribuya a todas las diócesis sufragáneas el sumario de los
decretos del II Concilio limense del Arzobispo Loayza (1567), adecuado
texto que el III Concilio asumió e hizo suyo.
El arzobispo Mogrovejo aprobó todo lo actuado con fecha 21 de
diciembre de 1583. Finalmente, y para acatar celosamente las
obligaciones del Real Patronato, vistos los textos conciliares por el
Papa, el rey Felipe II ordenó su cumplimiento por Real Cédula suscrita
en El Escorial el 18 de setiembre de 1591, exactamente once años
después de la convocatoria en Badajoz el 19 de setiembre de 1580.
¿Cuál fue la producción teológica, doctrinal, y canónica del III
Concilio limense? En primer término los decretos publicados en las
cinco "acciones". Luego el sumario del Concilio limense de 1567.
Luego vienen los célebres textos doctrinales preparados por el P. José
de Acosta y que son:
I
CATECISMO
DOCTRINA CRISTIANA Y CATECISMO PARA INSTRUCCIÓN DE LOS INDIOS (Lima,
1586). Comprende: Catecismo. Breve para rudos y ocupados. Catecismo
Mayor para los que son más capaces. Anotaciones sobre las traducciones
quechua y aymara.
II
CONFESIONARIO
Confesionario (con los diez mandamientos).- Instrucción contra
ceremonias y ritos de la gentilidad.- Errores y supersticiones de los
indios (texto del licenciado Polo de Ondegardo.- Preparación para la
muerte. Letanía de los Santos.
III
SERMONARIO
Comprende el llamado "Tercero Catecismo y Exposición de la doctrina
cristiana por sermones (en castellano, quechua y aymara)". Son 31
sermones sobre temas religiosos y morales.
Los textos mencionados fueron publicados primeramente en Lima en tres
cuerpos distingos en 1584 y 1585. Fueron los primeros libros editados
en Sudamérica en la imprenta de Antonio Ricardo.
Los traductores que asumieron la ardua tarea de verter a las lenguas
nativas los textos catequéticos fueron:
1. Grupo quechuista: el doctor Juan de Balboa, canónigo de la
catedral de Lima, prebendato de la diócesis del Cuzco; el P. Bartolomé
de Santiago, jesuita, criollo, de Arequipa; Francisco Carrasco,
sacerdote diocesano, mestizo del Cuzco. Los revisores fueron: Juan de
Almaraz, OSA; Pedro Bedón, OP; Alonso Diaz y Lorenzo González, O de M;
Blas Valera y Martín de Soto, S.J.
2. Grupo aymarista: P. Blas Valera y P. Bartolomé de Santiago,
jesuitas; eventualmente los mercedarios Nicolás de Ovalle y Alonso
Díaz.
En el año 1985 el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de
Madrid a través del Corpus Hispanorum de Pace, se propuso la
importante tarea de realizar la edición facsímil de los textos del III
Concilio limense, utilizando el valiosísimo ejemplar completo que
existe en la biblioteca diocesana de Cuenca (España). El volumen
resultante fue elaborado bajo la dirección del notable americanista
español Luciano Pereña y consta de 785 páginas tamaño 13 x 20 cms.
No obstante las dificultades y tropiezos ocasionados por el asunto del
Obispo Lartaún, el Concilio III limense "en lo que toca a los decretos
doctrina, sacramentos y reformación" mostró la conformidad de los
prelados. Ello confortó a Santo Toribio y le compensó de los días
amargos y las tribulaciones sufridas por causas ajenas a las altas
finalidades pastorales de la magna asamblea. Concluimos citando las
palabras del biógrafo de Santo Toribio, Vicente Rodríguez Valencia:
"El Arzobispo Sto. Toribio fue indudablemente el alma de toda aquella
labor interna, canónica y pastoral, que cuajó en la redacción de las
Actas" (ob. Cit. P. 242)..
El Concilio III limense estuvo vigente en las once diócesis de la
Provincia eclesiástica de Lima y lo aceptó también Santa Fe de Bogotá,
la otra Metropolitana del Continente sudamericano. (cf. Ibid. p. 245).
P. Armando Nieto Vélez, S.J.
Profesor de la Facultad de Teología
Pontificia y Civil de Lima
1 comentarios:
Excelente conferencia.
La presencia del Padre Armando entre nosotros es una bendición para la Iglesia y para la nación en general. Una vez más "se lució" en la exposición.
Felicitaciones profesor Benito por la iniciativa.
Atte.
Hno. Ricardo José E.P.
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