martes, agosto 15, 2023

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO (1538-1606) en la EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA LATINA. P. Ángel Peña

SANTO  TORIBIO DE  MOGROVEJO (1538-1606)

P. Ángel Peña Del libro "En  la  Evangelización  de América  Latina (siglos XVI y XVII)" (San Millán, 2023,  pp. 70-73

 

La vida de santo Toribio es una vida apasionante, llena de aventuras. Era un padre para todos, especialmente para los indios y negros, que encontraban en él un padre amable que los acogía con cariño y les ayudaba en todas sus dificultades. Su celo por la salvación de las almas lo llevó a los lugares más remotos de la gran geografía del Perú.

 

A pie o a mula, hizo grandes esfuerzos y se expuso a muchos peligros para encontrar a los indígenas. Tan pronto estaba junto al mar en la costa peruana como estaba subiendo a 3.000 metros de altura en la Sierra. Dormía sobre un jergón de paja en cualquier bohío de paredes de adobe. Muchas jornadas las pasaba sin comer, porque no había. Se expuso a las inclemencias del tiempo con lluvias, tempestades, fríos y calores, hasta sufrir agotamiento en algunas oportunidades o caerse en aquellas agrestes quebradas, pero nada lo arredraba con tal de salvar las almas de sus fieles.

 

Fue un modelo de pastor y un santo extraordinario, que no se contentaba con visitar a sus ovejas, sino también oraba y hacía penitencia por ellas. Su vida nos deja un ejemplo de humildad, caridad y amabilidad con  todos, pero también de fortaleza con las malas autoridades.

 

Celebró concilios y sínodos, organizó la arquidiócesis que abarcaba desde Nicaragua hasta Chile y Argentina. Las normas surgidas de estos concilios y sínodos tuvieron validez hasta el concilio plenario latinoamericano de 1899.

 

            Tuvo dones sobrenaturales como profecía, resplandores sobrenaturales, hacer milagros, sanar enfermos, entender lenguas sin entenderlas, etc.

 

 

a)      Cuando  Sancho  Dávila  creyó  muerto  al  arzobispo

 

Sancho Dávila informa: Sabe este testigo que andando visitando la provincia de Moyobamba en este arzobispado a trescientas leguas de esta ciudad, que es a la orilla del río Marañón, en compañía y servicio del señor arzobispo y teniendo noticia que en unos pueblos contiguos que estaban despoblados se habían quedado algunos indios cimarrones y delincuentes, por estar ocultos y no queriendo venir a reconocer sus curas... determinó ir allá, no habiendo descubierto camino por donde ir, por ser montañas… Fue desde la ciudad de Moyobamba hasta el pueblo de los Naranjos y de allí al pueblo de los Olleros, a pie más de 30 leguas, por ríos, ciénagas y montañas, sólo a buscar aquellos indios cimarrones que tiene dicho y adoctrinarlos y confirmarlos y sacarlos y reducirlos adonde pudiesen tener curas que les administrasen los sacramentos y halló en los dichos pueblos más de cien ánimas, entre chicos y grandes, unos de más de 20 años por bautizar y otros de más de 80 de los que allí se habían quedado.

 

Bautizólos por su persona, confirmólos a todos, sacó los que pudo por buenas razones adonde estaba el cura que los doctrinase y yendo a los pueblos por la montaña, ríos, ciénagas y lodos, ayunando como ayunaba, a pie descalzo, porque en los dichos ríos y ciénagas se quedaban los zapatos y medias y aun los pellejos de los pies. Vino a desmayarse y a quedar sin vigor ni fuerza ninguna y los indios que con este testigo iban con los ornamentos para decir misa y con los óleos y crisma para confirmar y bautizar, viéndole desmayado, tendido en el suelo que no hablaba, tomaron un palo largo de la montaña y con tres o cuatro mantas de los dichos indios le ataron a manera de andas y le cargaron, lloviendo gran suma de agua del cielo y ríos del suelo y caminaron a alcanzar a este testigo que se había adelantado y cuando llegaron, preguntando por su amo este testigo a los dichos indios, le dijeron en su lengua "manquan" que quiere decir en la castellana ya murió.

 

Este testigo sacó lumbre de unos palos que en la montaña había, sin yesca ni pedernal, e hizo candela. Este testigo solo con los dichos indios, porque los demás criados no habían llegado, le cercó de lumbre alrededor y con un paño de una almohada de su cama, que en las andas iba, calentándolo fuertemente y refregándole el corazón y pecho y lo demás del cuerpo, vino a tomar calor y hablar al cabo de dos horas, con tanta alegría y como si no hubiera pasado nada por él... No cenó nada, lo uno porque ayunaba y lo otro, como no era tierra poblada sino montaña, no había cosa que comer. Durmió aquella noche en el suelo en la dicha montaña, que no había (cama) ni peñas donde meterse, mas que gran cantidad de osos y leones y monos, tan grandes como carneros. Y al fin amaneció y era día de fiesta e iban llegando los criados, poco a poco, descalzos y bien mojados y con todo esto, armaron en la montaña debajo de unos árboles, una barbacoa, hecha de palos y cañas y con los fieltros y capotes, hicieron un cerco a manera de capilla y dijo misa Su Señoría Ilma., como si no hubiera pasado nada por él y, volviendo a caminar por la montaña hasta llegar a un pueblo que llamaban los Olleros, que era de un fraile mercedario, el cual fraile salió al camino con algunos regalos y no quiso recibirlos ni comer nada, así por ayunar y lo otro porque hacía algún escrúpulo de comer antes de entrar en los pueblos, donde iba a visitar y confirmar, que estaban obligados a darle la procuración que es la comida. Y solos los criados comieron lo que el fraile llevaba y esto a escondidas de Su Señoría Ilma., porque si lo supiese no les dejara comer hasta entrar en el pueblo, donde se había de dar la procuración.

 

Lo que fue caso y suceso milagroso de haber vuelto en sí con tan poco refrigerio para su cuerpo en tan grave tiempo y con tan poco regalo y se admiraron todos los presentes y juzgaron por cosa milagrosa, porque Nuestro Señor obraba en esto y ayudaba al santo varón conforme a su buen celo y oficio pastoral... en que se empleaba; y así mismo... otras veces vio este testigo que caminaba de un pueblo a otro en la sierra y viendo algunos indios que estaban en ciertas honduras y huaicos y despeñaderos muy peligrosos, bajaba allí que ni a caballo ni a pie se podía bajar y se apeaba Su Señoría Ilma. de la mula y se arrojaba por el despeñadero abajo con un bordón en la mano, cayendo y levantando, sin que pudiese seguirle criado ni indio y llegaba adonde estaban estos indios y hallaba algunos de ellos sin bautizar y otros por confirmar; y haciendo llevar las crismeras y óleos y el pontifical, allí los confirmaba y hacía lavar las vendas a un capellán suyo en el río, donde fuesen las crismeras, y quedarse a dormir él y sus criados que habían bajado allá, en el suelo, sobre un poco de paja, sin cama ninguna y luego para salir de aquellas honduras, buscar remedio para salir al camino real muchas veces con gran riesgo de su vida y de sus criados [1].

 

 

b)     Con  indios  de  guerra  en  Huancabamba

 

Gaspar Lorenzo declaró por haberlo visto y oído decir que, saliendo del asiento y nueva población de San Cristóbal de Catahuasi, atravesó la cordillera de nieve que hay de allí al pueblo de Huancabamba, con mucho riesgo de su vida y de los que le acompañaban, por estar los caminos ciegos y los portachuelos cerrados, por ser el tiempo más áspero y riguroso de todo el año.

 

Y asimismo sabe que, saliendo el dicho siervo de Dios de la provincia de Chinchaicocha para la de Huánuco, con ánimo y disposición de entrar tierra dentro a los indios de guerra, sobre los que se hablaba vivamente, sin que el siervo de Dios atendiese a los imposibles que le proponían de malos caminos que era preciso pasar a pie, por montañas asperísimas, ríos profundos y caudalosos, y recibimiento que le habían de hacer con dardos y flechas herboladas y atosigadas con veneno, este declarante, temeroso de la muerte que veía a los ojos, se despidió y apartó de la compañía y servicio del dicho siervo de Dios, y se retiró a su casa, donde después oyó decir cómo dicho arzobispo don Toribio, atropellando y posponiendo dificultades e imposibles, entró la montaña adentro y pasó a la guerra, donde estuvo muchos días, procurando reducir aquella gente indómita y feroz, que por las faldas de los montes en emboscadas y en riberas de los ríos aparecían ejércitos de indios armados, y en saliendo el dicho siervo de Dios a la campaña con su cruz por delante, luego que le vieron, sin disparar flecha alguna ni formar acometimientos, temerosos y fugitivos desaparecían.

 

Y que don Sebastián de Loyola, que hacía oficio de secretario, y demás personas que iban sirviendo y acompañando al dicho siervo de Dios, viéndole en aquellos riesgos, postrados de rodillas, le suplicaban y pedían se retirase, porque, de no hacerlo así, habían de morir todos en aquella montaña a manos de aquellos bárbaros.

 

Y habiéndolos oído el siervo de Dios, encendido su rostro con el fuego del amor de Dios y llevado de la caridad evangélica, proseguía en su demanda diciendo que "no podía haber guerra donde estaba la paz de Dios". Y prosiguiendo con su determinación, se daba prisa hasta que, alcanzando algunos indios de los emboscados en la ribera, los regaló y echándoles su bendición los despachó a que llamasen a los demás. Y pospuesto el temor y aficionados a los rayos de luz que vieron salir de su rostro, vinieron muchos de ellos, a los cuales dispuso y catequizó, para que recibiesen el sacramento del bautismo, en lo cual se ocupó mucho tiempo.

(Foto imagen del Museo de Monseñor A. Brazinni, Museo de la Catedral de Lima)



[1]  AAL (Archivo Arzobispal de Lima), año 1631, fol 47 ss.

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